lunes, 22 de abril de 2013


CICATRICES

Es casi un tópico literario hablar de las cicatrices que te va dejando la vida, pero ¡ostras!, cuando uno llega a cierta edad es que es verdad. No me refiero a las cicatrices metafóricas, sino a los costurones con sus puntitos a uno y otro lado de la herida, con el buen o mal acabado que le dio el médico de urgencias.

Tengo una pequeña cicatriz en la parte posterior del muslo derecho, cerca de la rodilla. Me la hizo un compi de los maristas de Barcelona cuando tenía siete u ocho años. El capullo me rajó la piel con la hebilla de una de sus sandalias. Aunque el corte fue relativamente profundo, el fraile encargado de la enfermería no consideró conveniente cosérmela.

Un sábado por la noche de mis diecinueve años me senté de paquete en la bultaco de uno de mis mejores amigos con la esperanza de comernos el mundo y acabé en el Perecamps. No se me ocurrió otra cosa que meter el tobillo en los radios de la rueda trasera. Un médico en prácticas salvó mi tendón de Aquiles y una “prometedora” carrera futbolística con diecisiete puntos de factura desigual. A veces, cuando cambia el tiempo, aún siento un débil cosquilleo en la costura.

Hace unos cinco años, cepillando el suelo de la terraza de casa como todos los años cuando se acerca el verano, me rajé el dedo pulgar con el trozo cortante de una maceta rota. Es la última de mis cicatrices físicas, constatables, las que sirven para identificar el cadáver de un desconocido y solo un forense meticuloso puede descubrir.

Así que es verdad. Las cicatrices del cuerpo son, además de accidentes orográficos, hojas de un calendario íntimo: en la infancia fue el juego; en la adolescencia, la fiesta; en la madurez, mantener la propiedad.


domingo, 21 de abril de 2013


EL TÍO QUE LES HACÍA LAS PORTADAS 
A LOS PINK FLOYD

Hubo un tiempo en el que la portada de un disco de vinilo era una pequeña pieza artística a coleccionar. Storm Thogerson, fallecido la semana pasada, perteneció al grupo Hipgnosis, el nombre de un colectivo que, hasta su desaparición en 1983, diseñó algunas de las mejores portadas de los años sesenta y setenta del pasado siglo.
Hipgnosis y el propio Thogerson, ya separado del colectivo, trabajaron para conjuntos y solistas punteros, como Alan Parsons, Led Zeppelin, Al Stewart, Peter Gabriel o Pink Floyd. Yo he podido conservar como oro en paño algunas de esas reliquias y sus sorpresas interiores (el LP Wish you were here, de Pink Floyd, por ejemplo, contenía una tarjeta postal en su interior), auténticas obras de arte, generalmente de carácter onírico y surrealista. 

sábado, 13 de abril de 2013

EJECUCIÓN

La Cadena Ser ha publicado un cortometraje en apoyo a la lucha ciudadana contra los desahucios. Está protagonizado por Laura Domínguez y Carlos Serrano. Es una producción colectiva de Audiovisual Working Class.

Hay que pinchar en el enlace que está debajo de la imagen.











http://www.cadenaser.com/espana/articulo/23ejecucion/csrcsrpor/20130413csrcsrnac_1/Tes

martes, 2 de abril de 2013


EL SEMÁFORO

Hay un semáforo de peatones en una de las dos avenidas que circundan el hospital de Valdecilla cuyo rojo dura más de setenta segundos. Creo que, si no lo hace ya, merece figurar en el libro Guinness de los récords como ejemplo de exceso locomotor. Tiene sus ventajas (romperte el ritmo endiablado que damos a nuestras vidas) y desventajas (es un horror presenciar el vendaval de vehículos que pasa por tus morros).

Una de las primeras enseñanzas en los centros de preescolar es que los chiquitines aprendan a esperar, pero pese a semejante entrenamiento es algo a lo que, ni ya adultos, parecemos acostumbrarnos. Aunque lo esperado sea una noticia o un hecho no deseado, aguardar nos inquieta e irrita. En las salas de las consultas del tipo que sean veo a gente nerviosa, dispuesta a alborotarse cuando cree que la espera se convierte en “plantón”, aunque sea por diez minutos de retraso. Para superar la incomodidad y la sensación de pérdida de tiempo yo recomiendo la lectura y la observación.

Pero volvamos a los semáforos. Desde un punto de vista gramatical los semáforos son paréntesis y las rotondas, que se postulan como alternativa sucesora, son puntos suspensivos. A veces vienen bien, pero hay otras que, si no hay contenido para rellenar el paréntesis, pueden convertirse en una pausa incómoda. Entre los semáforos para automóviles, detesto los que te obligan a parar en una cuesta. Creo que se debe al revival de mi primer examen de maniobras. Sí, la cagué en la rampa. No acerté con el embrague y el coche de mi autoescuela cayó a peso sobre el automóvil que me seguía. Desde entonces, cuando abordo un semáforo en rojo en una calle empinada, meto el freno de mano y pego un arrancón que se chupa media llanta. Otra de mis debilidades son los semáforos con rotonda incorporada, un extraño híbrido de reciente factura. Lo reconozco, nunca sé si prevalece el semáforo, el paso de peatones o las reglas de la propia rotonda.  Por cierto, el paso de peatones más conocido del mundo y de la historia, el de Abbey Road, nunca ha tenido semáforo. Los Beatles no eran de Ciudad Real, ni alcaldes de la localidad, como Rosa Romero, que en su primera legislatura se puso paso y semáforo para cruzar la Ronda desde la puerta de su casa. Faltaría más.

Todos tenemos semáforos aliados y semáforos enemigos, y también estrategias para esquivarlos si creemos que no nos convienen. Sé la forma de vadear el rojo del paso de peatones de la Alameda de Urquijo en la plaza de Indautxu o el intervalo que permite  cruzar la Gran Vía de Bilbao sin que te atropellen, pero un despiste o un mal cálculo puede darte un disgusto. Hace ya unos cuantos años una compañera de trabajo perdió al hijo que esperaba por esa imprudencia, así que no vale la pena arriesgar el futuro por unos segundos, y si hay niño o anciano a la vista el respeto al semáforo es ley divina, porque como pases en rojo éstos salen detrás de ti como posesos.

A menudo coincidimos con las mismas personas a un lado y otro del semáforo. Las conocemos de vista y sabemos si vamos bien de horario si las vemos a la otra  orilla del cauce que separa las dos aceras de una calle como todas las mañanas. Con el paso del tiempo echamos de menos a personas a las que hemos frecuentado en un paso de peatones durante años. Son personas anónimas, como nosotros para ellas, de las que solo sabemos que tienen un horario parecido al nuestro. Algunas se han jubilado y cambiado de horario, de domicilio. Quizás han muerto. Alguien también nos echará de menos cuando dejemos de atravesar ese paso de peatones, sea cual sea nuestra propia circunstancia.

Joan Margarit aprovechó el artilugio para uno de sus poemas más bellos y románticos; uno de mis favoritos:
LA NOIA DEL SEMÀFOR
Tens la mateixa edat que jo tenia
quan començava a somiar a trovar-te.
Encara no sabia, igual que tu
no ho has après encara, que algun dia
l´amor és aquesta arma carregada
de soledat i de melancolía    
que ara t´està apuntant des dels meus ulls.
Ets la noia que vaig estar buscant
tant de temps quan encara no existies.
I jo sóc aquell home cap el qual
voldràs un dia dirigir els teus passos.
Però llavors seré tan lluny de tu
com ara tu de mi en aquest semàfor.

LA CHICA DEL SEMÁFORO
Tienes la misma edad que yo tenía
cuando empezaba a soñar en encontrarte.
Entonces no sabía, igual que tú
no has aprendido aún, que llega el día
en que el amor es este arma cargada
de soledad y de melancolía
que está apuntándote desde mis ojos.
Tú eres la muchacha que busqué
cuando aún no existías.
Y yo el hombre hacia el cual
querrás un día dirigir tus pasos.
Pero estaré tan lejos de ti entonces
como estás tú de mí en este semáforo.

 (el poema está traducido al castellano por el mismo Joan Margarit)