viernes, 8 de marzo de 2013



EL METRO

La otra mañana, mientras esperaba la llegada del metro con un vecino del barrio, ambos nos dimos cuenta de que este medio de transporte, en el que no habíamos creído, ya ha cumplido la friolera de diecisiete años de edad.

Debo confesar que el proyecto me pareció en su momento un despropósito. Bilbao es una ciudad relativamente pequeña y con dificultades orográficas (atravesada por una ría y rodeada de montañas) lo que pronosticaba un coste demasiado elevado para las necesidades que cubría. No ha sido así. Es un medio sin perdidas que ha unido barrios y pueblos y ha reducido enormemente el tráfico rodado y sus consecuencias:   stress ciudadano, polución, accidentes… Así que, pese a incrédulos y agoreros, el metro de Bilbao se inauguró el 11 de noviembre de 1995.

La palabra metropolitano viene de metrópoli, de modo que podría decirse que toda ciudad con ese medio de transporte adquiere un status especial, una especie de certificado de cosmopolitismo.  Si a ello se une el plus de que la obra haya sido diseñada por un arquitecto con firma, en este caso Norman Foster, ¡bingo!

Una de las virtudes del metro de Bilbao es también uno de sus defectos: su pulcra modernidad. Para alguien que vive o ha vivido en una ciudad con metro de “toda la vida”, el metro de Bilbao, increíblemente libre de suciedad, pintadas, deterioro, un metro que parece que fue inaugurado antes de ayer, está falto de mugre histórica.

Construcción del metro de Barcelona
La nostalgia me hace recordar la línea 1 del metro de Barcelona, con sus paredes alicatadas en blanco y la variedad de las estaciones y accesos de su red. Es cierto, sufre un creciente desgaste, y sus ciudadanos no le guardan el respeto que se merece, pero entre este hecho y la frialdad de las estaciones de Bilbao, tan repetitivas, debería haber un término medio.



También me gusta el metro de Madrid. Por razones familiares recorro el itinerario que va de la estación de Avenida de América a Atocha, con sus dos transbordos, unas dos veces al año. No hay una estación ni un viajero igual a otro, y en las últimas décadas he visto colorearse su piel y multiplicarse sus lenguas y acentos. Es frecuente la llegada de algún músico o pedigüeño que vocea u ofrece la interpretación de un clásico para sobrevivir. Hay gente que lee, gente que solo mira, gente que llora. Recuerdo a una chica oriental llora que te llora en uno de esos viajes. A veces hago fotos indiscretas, sin permiso, que colecciono en una carpeta que llamo Viatjes (viajes), y otras pido  que posen. La chica de la foto cantaba “Gracias a la vida” en esa encrucijada de la línea circular. Parecía realmente feliz. 

Cantante en el metro de Madrid
A mí me hace feliz oír música mientras subes y bajas escaleras, mecánicas o no, y casi pasas miedo en andenes estrechos que te producen vértigo.

Cuando visité París por segunda vez a principio de los años ochenta me gustaba perderme en el metro y escuchar a los múltiples grupos de música, principalmente africana, que había en los pasillos. Era entonces algo casi insospechado en una Barcelona con la resaca de la dictadura.


Veinte años después, en otra visita con mis hijas ya adolescentes, presenciamos un percance que me emociona recordar. Un grupito de mujeres latinoamericanas intentaba bajar la escalera mecánica de una estación cercana a la torre Eiffel. Una de ellas, minusválida, usaba silla de ruedas y era ayudada por otra algo mayor. La silla se le escapó de repente de las manos y ambas rodaron escalera abajo. Fueron apenas unos instantes, pero creo que nunca olvidaremos el pánico impotente de su cara mientras caía y los gritos de angustia de sus compañeras. Cuando la atendimos después de bajar los peldaños de dos en dos y comprobamos que lo que pudo ser una tragedia solo era el susto con el que empieza un domingo soleado, la señora mayor se abrazó a mi mujer y ambas se echaron a llorar. Esta anécdota con final tan feliz, dos mujeres que se acaban de conocer dándose consuelo, me lleva a denunciar las barreras arquitectónicas en el metro, y aquí Bilbao, con una arquitectura moderna y adaptada, es un ejemplo para los viejos trenes, estaciones, pasillos, andenes y transbordos. 

Entre las cosas que he ido escribiendo a lo largo de los años me doy cuenta de que el metro aparece más de una vez y que, sin llegar a pensar que “un mapa del metro es como una mesa sinóptica, un dispositivo para los recuerdos” (“Un etnólogo en el metro” – Marc Augé), es verdad que esas referencias dan pistas sobre personas que conocimos, sucesos, estados de ánimo u obsesiones...

Creo que la primera reseña se dio en un poema de finales de los años setenta que habla de una tormenta de verano (“por más que este gris plomizo de Barcelona en junio os barra con un agua furiosa hacia las bocas de los metros”). El recuerdo del metropolitano de París,  aparece en “Avec le temps” ( “Andaba, recorría como un poseso los pasillos, las escaleras mecánicas, las rotondas llenas de rastafaris del metro, embelesado por los rostros, los cuerpos contundentes de mulatas venidas de países recónditos”) y en el mismo librito de factura artesanal le dediqué un relato entero, “Metropolitano”, en el que un viajero solitario aprovecha el medio para el trapicheo (“Cuando Foster diseñó el metro de Bilbao no podía imaginar la simultaneidad del tráfico de trenes con aquel nuevo transvase de mercancías ilegales”). En “Querido extraño”, un relato corto, una mujer que acaba de perder a su marido sueña que éste es empujado al vacío en una estación. Queda finalmente “Un gran alivio”, un cuento aún más breve, en el que un hombre se ve contagiado por el nombre del libro que lee otra viajera, “La nausea”. No en vano el metro, al que se accede por un boca, es lo más parecido a un aparato digestivo, aunque hay quien lo asocia a un anélido subterráneo.

Tras esta auto-publicidad gratuita veo obligado citar alguna que otra referencia metropolitana. Sin dar muchas vueltas al tema se me ocurre una peli con metro en el título, “Zazie en el metro”, de Louis Malle, basada en una novela de Raymond Queneau, y otra que empieza con la imagen de una boca de metro, “Ópera prima”, de Fernando Trueba. También creo recordar a Jean Pierre Leaud en algunas estaciones de París y a Patrick Swayze en Ghost, aprendiendo a comunicarse con los seres vivos en un andén. En las películas americanas, principalmente las rodadas en Nueva York, el metro es un elemento común y muy agradecido para persecuciones y otros avatares. No lo conozco, pero lo imagino lleno de tipos patibularios y graffitis. Por aquí también llegó la marea, no a Bilbao, claro está, pero sí a otras ciudades del Estado. En la red hay múltiples hazañas de grupos de chavales acicalando los vagones, como la que sale en este enlace, grabada en 2008 en la línea 5 de Madrid, con el My generation de los Who de música de fondo: www.youtube.com/watch?v=915NFC2usiY.

En el capítulo musical hay  un bloguero mexicano que ha recopilado varias canciones dedicadas a tan noble y popular medio de locomoción únicamente en distrito federal (http://kazbam.blogspot.com/2012/03/unas-canciones-sobre-el-metro-del-df.html), y yo me sumo a la colección con tres obras de cantautores y sus enlaces en spotify, por si place:  la primera es  simplemente explícita, “La bella y el metro”, de Serrat (Entre el infierno  y el cielo, galopando entre tinieblas, de la periferia al centro, del centro a la periferia; el metro Joan Manuel Serrat – La Bella Y ElMetro ) ; otra contiene una relación de estaciones del metro de Madrid en la voz entonces no tan cascada de Joaquín Sabina (…Tirso de Molina, Sol, Gran Vía, Tribunal, ¿Dónde queda tu oficina para irte a buscar? -Joaquin Sabina – Caballo De Carton);  y una preciosidad de Luis Pastor sobre amores y desencuentros, mejor con Bebe (No sé de qué compás te deslizaste y en qué estación de metro te perdí, no vi llegar al lobo y me avisaste, las tiendas se han cerrado para mí…” - Bebe – Aguas Abril (feat. Bebe)).