viernes, 4 de octubre de 2013

LA VERGÜENZA DE LAMPEDUSA

En el viaje que hicimos a Senegal hace poco más de dos años estuvimos charlando con uno de los cientos de vendedores de telas y toallas que pueblan las dos orillas del río Gambia.  El gobierno se resiste a construir un puente que una los dos márgenes del río, porque alrededor de su paso en barcazas, que puede durar incluso más de un día, viven varios decenas de miles de personas de la venta de todo tipo de mercancías.

Gambia, una lengua alrededor del río de su propio nombre, divide además a Senegal en dos mitades, norte y sur,  y es, por tanto, un obstáculo y una frontera natural. El caso es que el vendedor de toallas se nos acercó al reconocer la lengua castellana y con un humor que mostró la ausencia de rencor, nos contó su experiencia de emigrante frustrado, los trece días en una patera, la muerte de varios de sus  tripulantes, su detención nada más llegar a la costa, el envío a Barcelona y la repatriación forzada en un avión que lo devolvió a su país de origen. Decía con sorna que había tardado dos semanas en llegar a España y apenas 24 horas en ser expulsado. Le preguntamos si volvería a intentarlo y nos dijo con una sonrisa llena de bonhomía que “ni hablar”. Pero lo dijo sin odio. Encima parecía tenernos simpatía…

He recordado a aquel tipo encantador al conocer el desastre de Lampedusa, algo que ya todo el mundo califica con razón como una gran vergüenza europea.