miércoles, 20 de noviembre de 2013

COCHES              

Esta noche, al bajar la basura, he visto un coche con la puerta delantera protegida con cinta adhesiva. El otro día, solo a unos metros, un chico joven hacía otro tanto con el retrovisor. En el barrio hay abundantes automóviles vendados como heridos de guerra y coches de gama alta con carteles de “se vende” a precios asequibles.

A principios de siglo cuando la chavalería cobraba su primer salario se iba al concesionario más cercano y se llevaba un “buga” con las ventanas abiertas y flamenquito o perreo a todo trapo. La pasión por los coches de lujo alcanzó a las limousines. En los años de bonanza no era raro ver alguna de ellas en un barrio como el nuestro, de obreros y pequeños comerciantes, trasladando a contrayentes vestidos como horteras famosos. También se veía todo tipo de trastos tuneados con abundante parafernalia sonora y luminotécnica.

Muchos de aquellos coches permanecen aparcados, convalecientes, porque no hay pasta para repararlos o simplemente mantenerlos. El dueño del taller que hay debajo de casa me explica que la gente le deja el coche durante semanas y meses porque no tiene dinero para pagarle. El “buga” por el que muchos jóvenes perdieron el sueño yace llenándose de mierda, esperando que un milagro les proporcione la guita suficiente para sacarlo de ese monte de piedad callejero.


Es cierto. El coche siempre ha sido un símbolo de ostentación. Un tipo con el que trabajé en los años ochenta, alguien desesperado diariamente porque daba vueltas y vueltas para aparcar un coche muy grande, enorme (soy un analfabeto en marcas) me reconoció que a su edad, más o menos la mía actual, le correspondía un coche grande y una buena marca. Así que esto no es el fin de los tiempos. Cuando la economía arranque, por utilizar lenguaje automovilístico, los jóvenes se endeudarán por una mala copia de deportivo y hombres, y quizás mujeres de edad adulta,  competirán para ver quien lo tiene más largo. Manda güevos…

Como el cantante era de mi barrio y vivía en la misma casa que un compi del colegio, una cita entrañable con Los gatos negros, un grupo de los sesenta, cantando Cadillac.