lunes, 24 de febrero de 2014

Ciriaco Párraga

REIVINDICACIÓN DE CIRIACO PÁRRAGA
 EL PINTOR COMUNISTA QUE RETRATÓ A FRANCO  (I)

Hace casi un par de décadas. Victoria, la hija de Ciriaco Párraga, nos invitó a pasar unos días en la casa familiar de El Coto, los suficientes para que no recuerde uno a uno el contenido temático de los cuadros de su padre, pero sí la luz que reinaba en casi todos. Así que de vez en cuando comentamos el impacto que supuso vivir, comer y dormir, aunque solo fuera por unos días, rodeados de la obra de un pintor reconocido.

La verdad es que es así. Ciriaco Párraga es un pintor reconocido. Figura en las enciclopedias, su biografía fue en su día recogida en la Colección de temas vizcaínos, y algunas de sus obras gozan de buena salud crítica, pero ni la que se considera obra maestra, el retrato de Resurrección Mª de Azkue, ni ninguna otra, entre ellas las que dedicó a Bilbao, cuelgan de los muros de su Museo de Bellas Artes, el lugar que merecen, quizás porque se trató de un pintor contracorriente, realista en una época en la que primaban las vanguardias. 

Sea como sea, pueda tratarse o no de un pintor alejado de las modas imperantes, parece de justicia que el museo de la ciudad en la que decidió echar raíces haga hueco a quien, en su momento, se calificó como uno de los mejores retratistas del siglo XX.

Efectivamente. Aunque Ciriaco Párraga nació en Torrelavega y por razones diversas vivió en distintas ciudades del Estado, siempre tuvo a Bilbao como referencia y aquí desarrolló la mayor parte de su obra, nacieron sus hijos y yacen sus restos. También fue en Bilbao donde se afilió al Partido Comunista, deslumbrado por los logros iniciales de la revolución rusa, y tras una crisis artística que le había hecho abandonar la pintura. En 1934 participa directamente en la revolución de octubre y es detenido por primera vez. Es el preludio de la actividad que desarrollará durante la guerra civil, poniendo grafitos y pinceles al servicio de la defensa de la república, trece carteles que poblarán las paredes y publicaciones de Bilbao hasta que la ciudad caiga en manos de los militares franquistas.

Tras pasar por los penales de Santoña y Castellón y salir en libertad, Párraga llega a Zaragoza por pura casualidad. Un alférez al que ha retratado en la cárcel de Castellón le da una carta de presentación para Ángel García Jalón, fotógrafo oficial de Franco. El fotógrafo ha visto los dibujos y óleos de Párraga y se interesa por su obra, de modo que le cede un hueco en su estudio para que le ayude a retocar e iluminar retratos, una actividad un tanto peculiar que dura poco, porque el pintor encuentra pronto clientela.

En Zaragoza conocerá a la que será su compañera de por vida, Palmira Julia Tello, una joven militante de las JSU (Juventudes Socialistas Unificadas) que había huido de los fusilamientos de compañeras en las tapias del cementerio del Este de Madrid, entre ellas las conocidas como 13 rosas.  Tello, “La Tellito”, había aparecido en la portada de Estampa en octubre de 1936 arengando a las juventudes del partido y se había visto obligada a cambiar de nombre y personalidad. Cuando Párraga la conoce ya se llamaba Amaya, nombre vasco que adopta en homenaje a su abuelo, Lázaro Landeta, dueño de un caserío de Buia, casi un barrio de Bilbao, y a una hija de Dolores Ibárruri, La Pasionaria.

En semejante entorno, seguramente lleno de temores, dada la violenta represión que los franquistas están desarrollando a lo largo de toda la península, Párraga recibe un encargo estrambótico de la Academia Militar: retratar al que ya se había autoproclamado Caudillo de España, ex director de la misma.

Párraga lo pone en conocimiento de su mujer y del partido, y ambos coinciden en que debe aceptarlo. La negativa sería motivo de sospecha y de indagaciones sobre su pasado y el de su compañera, pero no se ve pintando al dictador durante semanas sin lanzarse a su cuello para retorcérselo. Es el propio García Jalón, con el que ha hecho amistad pese a sus diferencias ideológicas, quien le anima y le da la solución. No es necesario que le retrate en vivo, mediante tediosas y odiosas sesiones de posado. Él mismo elegirá las fotografías en las que debe basarse para pintar al “Caudillo de verde y fajín”, como años más tarde lo describirá Francisco Umbral al referirse al cuadro en “La leyenda del César Visionario”.



Según me ha contado su hijo Goyo, Párraga hizo ni más ni menos que cuatro óleos distintos y dos carbones, dos de los cuales se mantuvieron expuestos, incluso después de la aprobación de la Constitución “democrática”, en la sala de banderas y el despacho del director de la Academia. No sabe qué habrá sido de ellos ni parece importarle demasiado, pues, con independencia de su contenido, no parece que estuvieran entre sus obras de mayor mérito. 

Lo que sí sabe es que fueron “devotamente” pagadas por la Academia con un dinero que siempre remordió al pintor y a su compañera “porque no había sido ganado de buena manera”, pero que le permitió pintar durante un tiempo lo que le apetecía, en aquel momento paisajes alrededor del Ebro y el Gállego, y más adelante, en 1942, volver a Bilbao, la ciudad que añoraba.

...continuará...

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