lunes, 2 de junio de 2014

LA ZANJA (*)

Hace un calor achicharrante. Han descansado bajo un olivo, buscando la poca sombra que el sol, que cae a plomo, deja bajo el tronco trenzado y el ramaje. Pega un último trago del botijo. Sabe a barro y anís. Se ha ajustado un pañuelo a la cabeza con cuatro nudos y agarrado el pico. Se acerca a la zanja, mira el horizonte, levanta el mango con fuerza, lo descarga sobre la tierra seca y alienta el vuelo en desbandada de un puñado de grajos. El duodécimo golpe suena a cáscara, a crujiente. Se agacha. Es una calavera.

Cincuenta años después un grupo de gente de edad variada levanta una excavación a pocos metros del lugar donde él abrió la zanja. Dos de sus compañeros le dijeron entonces que más valía no remover la tierra y el pasado y él se asustó, pero conoce el paraje como la palma de su mano porque lo ha recorrido innumerables veces. Sigue allí el olivo retorcido y la hilera de amapolas que festeja la primavera y los grajos que esperan echar a volar, y podría contar los pasos en dirección correcta y sentenciar: ahí hay al menos el cadáver de un hombre. Hay dieciséis.
                                       
La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica calcula que 80.000 personas, aproximadamente, continúan enterradas en fosas comunes en cualquier rincón de España, una cifra solo superada por el régimen de Pol Pot en Camboya.


(*) Este relato hiperbreve estuvo entre los 20 finalistas  del "V Concurs de relats curts" convocado por el Diari de Terrassa en 2014