jueves, 24 de septiembre de 2015

“LOS NADADORES NOCTURNOS”, 
OTRO POEMA DE MANUEL VILAS

El éxito de la última entrada sobre el poeta Manuel Vilas y el hecho de que haya tenido que dejar de correr y dedicarme a nadar, me ha animado a reproducir otro de sus poemas, “Los nadadores nocturnos”, que, con matices, recoge muy bien el ambiente de las piscinas y vestuarios de los polideportivos a ciertas horas. Saludables brazadas!!!   


LOS NADADORES NOCTURNOS
Voy  a nadar al gimnasio, sí, prácticamente todos los días.
Bajo el agua parece que el fracaso no existe.

Miro a los otros nadadores de las otras calles de la gran
piscina.

Nos miramos vagamente; las gafas de bucear impiden
ver el color de los ojos, ver los rostros torturados.

Nadamos y nadamos como fantasmas hasta las once de la
noche,
cuando cierra el gimnasio.

Es obvio que no tenemos dónde ir.

Luego nos vemos en las duchas, desnudos.

Somos cinco o seis.

El encargado nos conoce.

Somos siempre los mismos, a veces falla alguno.

No nos hablamos.

Si falla alguno, pensamos con alegría que se ha atrevido,
que al fin alguno de nosotros lo ha hecho,
que se ha levantado la tapa de los sesos,
hasta que al día siguiente reaparece.

Nos hace ilusión pensar que ya quedamos menos.

Sabemos perfectamente por qué nadamos por la noche.

Hay un bar de copas al lado del gimnasio.

Ninguno de los nadadores nocturnos
quiere llegar a casa a las once y media.

No hay gimnasio con piscina
que abra hasta las seis de la madrugada.

En el bar nos encontramos, no nos hablamos.

Conocemos nuestros rostros, el color de nuestros bañadores,
el modelo de gafas, buenas y caras gafas siempre,
Adidas de competición rojas o azules,
la fuerza en la brazada, el estilo del crol
de cada uno de nosotros, los nadadores nocturnos.

Bebemos en ese bar, regentado por chinos casi muertos,
después de haber nadado hasta el agotamiento.

Bebemos y nadamos, esa es nuestra vida,
pero jamás, nunca jamás nos dirigimos la palabra,
es un pacto, un raro pacto entre samuráis hundidos.

Si alguno de nosotros necesita algo,
solo le prestamos
el estilete más afilado de España.

La muerte nos gusta, por eso nadamos y nadamos
hasta que el gimnasio cierra y nos echan,
con los brazos convertidos en acero, músculos
tan atormentados, tan desesperados
como los planetas sin nombre,
dando tumbos en la estúpida oscuridad del universo.

Siempre estamos esperando
que alguno no venga nunca más, 
pero resistimos como hijos de perra,
todo un misterio de los nadadores nocturnos.

jueves, 17 de septiembre de 2015

MANUEL VILAS, POETA DE BROCHA GORDA

Después de leer “El hundimiento”, premio de Poesía Generación del 27 de este mismo año, parece evidente que Manuel Vilas no está entre los escritores de pincel fino, sino entre los de brocha gorda y churretón. 

Fiel a las cuatro citas que introducen un libro con las formas y el espíritu de un uppercut, sobre todo a esa que dice que “vivir consiste en hundirse poco a poco” (Scott Fitzgerald)  Vilas va repartiendo caña a lo largo de sus páginas con una amargura bañada en alcohol y mala hostia. Aunque a veces entre en terrenos resbaladizos (no acabo de entender muy bien el poema que parece compadecerse de un puñado de nazis perdedores/ “Tenemos nuestros uniformes, y así pasamos la vida, creyendo que la historia fue nuestra alguna vez”; o el grosero y machista que dedica a Alice Monro “Por quinientos euros, Alice, te hago feliz esta noche… incluso por cincuenta te como el incomible coño”) o quizá por eso, no solo es imposible permanecer indiferente, sino que, siguiendo con las referencias boxísiticas, te atrae a la pelea corta, en la que ya despliega otra paleta de golpes de distinta índole. 

No era necesario leer en una entrevista de ABC que el libro estaba escrito en un periodo marcado por el lado oscuro de la vida y bajo la premisa de que “decir con precisión la adversidad es poesía”. En general crudo pero a momentos tierno, contiene poemas en los que el adulto fiero parece refugiarse de nuevo en el recuerdo de sus padres biológicos (“Siempre estoy contigo, hijo mío, siempre, da igual dónde te escondas”/ “Quien me trajo al mundo se ha ido hoy del mundo. Ella, que me llamaba a todas horas para saber de mÍ”) y artísticos (The Who, Lowry, Fitzgerald y Lou Reed una y otra vez), tras lo que parece un fuerte desengaño sentimental, político, vital (“Es verdad que te amo. Es verdad que nadie me ha follado como tú. También es verdad que nunca volveremos a vernos”/”Me importa el amor, eso sí me importa; el amor eternamente no correspondido, eso fue para mí la poesía”/”me he pasado más de veinte años viendo ministros de gobiernos de España entrar en los juzgados, así pasó mi vida…”/”Si volviera a tener nueve años, pediría ahogarme en aquel río donde mis padres me llevaron, en unas felices y radiantes vacaciones de verano, una franquista mañana de agosto”), siempre autobiográfico “pero pronto”, dice Vilas en la entrevista antes citada, “para escribir mis memorias”. Habrá que seguirlas.

Para redondear, el impactante poema que abre la edición y el “Berlin” de Lou Reed, al que dedica otros tantos brochazos, en una versión de la Velvet Underground anterior a su publicación en vinilo.

«1980»
Me miro todas las mañanas, aún es de noche, 
bajo la luz eléctrica,
en el espejo del miserable cuarto de baño,
ya con cincuenta y un años mal cumplidos y bien solo, y te veo a ti,
con la misma edad,
en el invierno de 1980.

Te veo a las siete de la mañana cargando las maletas 
y los muestrarios en el maletero de tu Seat 1430.

Tal vez mi coche sea mejor que el tuyo.

La industria automovilística occidental oferta 
a la clase baja algún modelo con sexta marcha 
e incluso con aire acondicionado.

El salario, sin embargo, es el mismo.

El país, sin embargo, es también el mismo.

Veo el mismo rostro en el espejo, la aplastante madrugada 
y el sórdido empleo,
y la sórdida ganancia de una comisión,
toda la vida detrás de una comisión a la intemperie,
que no te dio para nada, 
absolutamente para nada.

Yo intenté escribir y tú fuiste
un anónimo viajante de comercio, 
somos lo mismo.

¿Dónde están nuestras capillas en las más famosas 
catedrales de España,
en la de León, 
en la de Sevilla, 
en la de Burgos, 
en la de Madrid,
en la de Santiago de Compostela?
¿Dónde nuestros rostros en bronce esculpidos 
con las heridas en el costado?

Tú, recorriendo absurdos pueblos de Aragón, luchando 
por vender el textil catalán, el textil de las boyantes
empresas catalanas,
-barcelonesas, prósperas y ya con relaciones 
internacionales-
a sordos y oscuros y pobretones sastres de pueblos atrasados 
de la España hosca, medieval y mutilada.

Ellos sí, tus jefes catalanes, ganaban mucho dinero, tú nada. 

Nos afeitamos los dos al mismo tiempo, tú en 1980,
yo en el 2013, un poco evolucionada si quieres
la industria del afeitado, un poco de colonia, 
un poco de agua en el pelo.

Salimos los dos al mismo tiempo y montamos 
en sendos automóviles,
el mío tiene música y el tuyo solo radio,
tu Seat 1430, y tal vez sea esa la única diferencia,
a mí me ayudan Lou Reed y Johnny Cash con sus canc1ones,
a ti no te ayudó nadie.

Te fuiste con setenta y cinco años. 
Yo me voy dentro de cinco minutos.

No, no quiero verte al otro lado del espejo.

No soportaría tu mirada de fuego, tu mirada de 
condenación suprema.






domingo, 6 de septiembre de 2015

EL PINTOR DE CABALLETE


El pintor callejero
Estos días le he hecho unas fotos a este señor. Pintaba las flores de un jardín cercano y la perspectiva de un edificio desde el parque de Dña. Casilda a la acuarela, sentado con mayor o menor comodidad en uno de sus bancos y ante un ligero caballete, y ha emulado la imagen que tengo de mi bisabuelo, un profesor de instituto que dibujaba y pintaba en los alrededores, calles y cafés de las ciudades en las que ejerció. 

En tiempos del gran formato, la digitalización, las perfomances, ya se ven pocos pintores de caballete o dibujantes de cuaderno, pero la casualidad, o una nueva tendencia que desconozco, hace que en este momento estén abiertas dos exposiciones de buenos dibujantes en Bilbao, en las que se incluye una pequeña muestra de sus libretos de dibujo, esa especie de cuadernos de bitácora que muestran la faceta más privada del artista, cuando se asoma a paisajes, lugares y gentes cercanas. Al ver esos bocetos creemos descubrir su mundo más íntimo y personal, a veces, como en el caso de mi antepas
Apunte de mi bisabuelo Antonio

ado, a sus amigos y familiares.Supongo que soy un aficionado al arte en extinción, pero en demasiadas exposiciones presencio obras estúpidas, ocurrencias que luego doran con incomprensibles explicaciones filosóficas, pero una de las cosas que más me irrita es descubrir a artistas plásticos que ni saben dibujar ni parecen haberlo intentado nunca.
otro apunte de mi bisabuelo
Pues bien, las exposiciones de las que hablo se ubican en el Museo de Bellas Artes y en la Sala Rekalde de Bilbao, y están dedicadas respectivamente a Marta Cárdenas y Eduardo Gruber. Ambas muy interesantes, pero la segunda,
que repasa una evolución que recorre el hiperrealismo, la abstracción y el informalismo con obras de diverso formato, de visión imprescindible. Dura hasta el mes de octubre, así que hay tiempo de sobra.