martes, 20 de octubre de 2015

ATZAVARA


Paseando de noche por el centro de Reus hace unos días, nos llamó la atención el nombre de una tienda, Atzavara, porque nos recordaba el nombre de una novela que Vázquez Montalbán publicó en un ya lejano 1987. No en vano el propio VM nos dejó hace ya una eternidad, 2003, mientras hacía escala en el aeropuerto de Bangkok, una de las ciudades en las que Pepe Carvalho, su alter ego, protagonizó una de sus múltiples aventuras. Me entero de que la Atvazara es una planta tan común que un ejemplar decora un rincón de la terraza de casa. Yo la conocía como pita, y casualmente porque un libro de Juan Goytisolo, “Campos de Níjar”, me llevó a recorrerlos y descubrir su vegetación desolada. En la novela de VM Atzavara es el nombre ficticio de la localidad en la que se desarrolla la trama.

Supongo que el nombre de la tienda de Reus no es una referencia literaria, pero sinceramente, nos alegró la noche. Nos recordó al gordo que se colaba en todo tipo de coplas y festejos en los años setenta del pasado siglo, pese a una fe leninista en retroceso. Un placer.

atzavara
Las tiendas de toda la vida suelen sacar pecho histórico, sea subtitulando el nombre con el año de apertura o subrayando que actualmente la regentan los herederos de…….., a veces hijos o hasta nietos del fundador. Las más modernas se adaptan a modas y abrazan anglicismos o se refugian en lenguas identitarias, pero lo más común es relacionar el nombre del negocio y lo que se vende. La tienda de juguetes del barrio de mi infancia se llamaba “Los Reyes”, que era entonces el día elegido para recibirlos, y solo una cierta pereza mental las titulaba con el nombre de la calle, de la mujer o de los hijos. La referencia cultural o el exotismo era para las librerías y los cines, en tiempos pretéritos ejemplo de modernidad (Moderno, Nuevo, Novedades…)

Una elección desafortunada o un equívoco todavía puede pagarse con algún problema legal, pero en otras épocas la cosa podía complicarse. En la misma manzana de la casa de mis padres había una librería que se llamaba “Internacional”. Estaba dedicada al libro técnico y su nombre no tenía connotación política alguna, pero durante el franquismo un grupo fascista la tomó con ella y la dedicó artefactos explosivos en varias ocasiones. 

En mi juventud regenté con mi tocayo CV una tienda de discos a la que también dimos  un nombre vegetal: “La mandrágora”. Era socorrido porque le daba un toque esotérico y contracultural. Duró tres años en los que demostramos que no servíamos para el negocio. A un grupito seguidor de Bob Marley y Peter Tosh les solía repetir, muy chulo yo, que no me gustaba el reggae, de lo que me arrepentiría oyendo cantar a Marley con sus Wailers en la Monumental de Barcelona no mucho antes de morir. Un veterano que me pedía novedades de jazz, se revolvía cabreado repitiendo que aquello no era jazz cuando le sacaba lo último de Chick Corea y la Weather Report. Siempre haciendo clientes…

Pese a nuestras preferencias, tengo que reconocer que algunos de los discos que más vendimos eran de Julio Iglesias, el inevitable de Eydie Gorme y Los Panchos - no sé si se seguirá editando pero era un crack en ventas - y en navidad, de Parchís y otros grupos de niños insoportables. Como podéis ver todo muy underground. Eso sí, hicimos muchos amigos, nos lo pasamos bien y no perdimos dinero, que ya es. Hace unos dos años me localizó un cliente del que no sabía nada desde hacía más de treinta años a través de Facebook y confieso que me hizo mucha ilusión. Como cuando vi el rótulo de la atzavara en la tienda de Reus.

Para los que puedan pensar que copiamos el nombre de Mandrágora del famoso primer disco de Sabina, Krahe y Alberto Pérez, decir que nuestra tienda abrió antes de su publicación, lo que no obsta para aprovechar el viaje:

lunes, 5 de octubre de 2015

ESTRAFALARIA SOLIDARIDAD

Mucho antes de que se convirtiera en un nacionalista radical leí escribir a Fernando Savater que la solidaridad era la “soledad compartida”, una definición que me gustó, quizás porque se ajusta a la que soy capaz de ejercer y espero recibir, y se escapa del concepto de caridad, un gesto pretendidamente altruista que solo se ejerce desde posiciones de poder.

Leí hace días que en mi barrio se iba a celebrar un curioso evento solidario consistente en reunir a todo energúmeno dispuesto a comerse 13 bocadillos en 120 minutos, con el fin de que quien no lo consiga destine el pago de la manduca a una asociación contra el cáncer infantil. Supongo que habrá alguna razón personal, pero ¡¡¡Hostia!!!

La idea me ha recordado las famosas “mariscadas pro presos” que los abertzales festejan o festejaban en este mismo barrio, a los que siempre he imaginado chupando cabezas de langostinos mientras los destinatarios de su solidaridad se pudrían en las cárceles entre huelga y huelga de hambre.

En fin, creo que aún persisten los mercadillos “solidarios” y múltiples colectas a beneficio de enfermos, perseguidos y menesterosos, casi siempre ajenos o lejanos - a los cercanos que les parta un rayo – que gente bien, y de bien, aprovecha todavía para lucir joyero y vestuario. Pero lo que más me repatea es esta nueva plaga, más humilde y popular, de decorar la mala conciencia con patrocinios filántropos, en algunos casos, como el de la bocadillada, sencillamente estrafalaria.


La canción no tiene que ver nada con el tema y el video no mola, pero a mí me parece escuchar a los primeros Pretenders…(Florence+The Machine – “Ship to wreck”)