miércoles, 11 de noviembre de 2015

EL AQUASPINNING


Como ya advertí en un blog de hace unas semanas he decidido poner a salvo mis caderas, dejando de correr, y me he convertido en nadador nocturno, esa especie de personajes solitarios que permanecen en silencio mientras se desnudan en los lúgubres vestuarios de los polideportivos públicos. Bueno, no voy a insistir en su descripción; para eso ya estaba el poema de Manuel Vilas que publiqué el mes pasado (http://charlievedella.blogspot.com.es/2015/09/los-nadadores-nocturnos-otro-poema-de.html).  

Esta vez vengo a hacer una defensa corporativa del gremio. Veamos: en el polideportivo de mi barrio suele haber dos calles de ida y una de vuelta para nadar en los diferentes estilos que uno sea capaz de practicar, un número un poco apretadito en horas punta, en las que los nadadores nocturnos aparecemos como una plaga dispuesta a adelantar, variar el ritmo o el estilo, con tal de hacer un largo tras otro, como autómatas aventados. Parece de recibo que una, e incluso dos de las calles de la pileta estén dedicadas a enseñar a
nadar a renacuajos a menudo asustados y llorosos, pero hay algo que me viene irritando últimamente, a saber, que la calle “formativa”, para entendernos, se destine habitualmente a la práctica del “aquaspinning”, una moda de deporte semiacuático, para modernos y similares, robando una calle a los nadadores clásicos.

Creía que las piscinas eran para nadar y las bicicletas, además de para el verano, un medio de locomoción ecológico y saludable, pero la moda de los deportes híbridos ha llegado al paroxismo con estos grupos de ciclistas pedaleando dentro de una piscina a ritmo de música electrónica. 

Como en otros casos he hecho repaso al pasado, y he recordado a los ciclistas “de paseo”, una modalidad que ya no existe, a mi modo de ver desde que la circulación convirtió al ciclismo en deporte de riesgo y sus practicantes de cualquier índole se uniformaron con casos y gafas que los hacen irreconocibles. Como contraste he rescatado esta foto del

viaje que hice por el litoral de Galicia hace tres décadas y me he quedado perplejo al observar mi vestimenta, más propia de un turista que va a la compra que de un viajero que se  pedalea la costa de Vivero a Pontevedra. Recuerdo que en los veintitantos días que duró el viaje solo me crucé con otro ciclo turista en una carretera secundaria cercana a Cedeira. Nos dio tanta alegría que empezamos a levantar los brazos y a gritar como locos. Supongo que ninguno de los dos pensó que treinta años más tarde podíamos acabar viajando en una bicicleta estática sumergida en metro y medio de agua clorada. Pero es lo que hay.

Para musicar el blog, una de mis canciones favoritas de Francesco de Gregori: “Il bandito e il campione”.