miércoles, 20 de julio de 2016

Marsé

“DAMA DESCONOCIDA”, 
UN VIEJO RETRATO DE JUAN MARSÉ


El escritor Juan Marsé colaboró durante toda la andadura corta pero sustanciosa de la revista “Por favor” (1974-1978), irrepetible fenómeno del periodismo, la literatura y el humor gráfico durante la transición.

Su colaboración más duradera y significativa consistía en retratar a una pareja de personajes conocidos, a menudo antagónicos, con un lenguaje imaginativo y desenfadado bajo el título de “Señoras y señores”. Por sus páginas pasaron escritores, actores, políticos y toda suerte de famosos o famosillos, incluido él mismo (…“hay en los ojos harapientos, arrimados a la nariz tumultuosa, una soñolienta nostalgia del payaso de circo que siempre quiso ser…”) junto a Marilyn Monroe (puestos a elegir…).

En el número 30 de la revista (27/1/1975) dedicó su artículo al entonces secretario de estado de USA, Henry Kissinger, y a una “dama desconocida”, una mujer escuálida junto a dos niños negros de tórax huesudos y vientres hinchados.

Me ha sido imposible rescatar la foto de esa mujer anónima y sus dos hijos, que durarían poco, pero sí, por su vergonzosa actualidad, el texto de Marsé y una foto cualquiera del África negra actual, que cuarenta años después sigue igual o peor:

“Quede por una vez en suspenso e inoperante la sarcástica adjetivación, la tramoya conceptualista y la retórica sensual de esta página. Harapos, huesos y clamor de venganza. Hablar de otra cosa sería letra muerta. Porque, a ver ¿dónde está aquel perfume, aquella oscura materia sexual que solíamos detectar? ¿De qué ansiosa boca rubia se puede hablar aquí, de qué bruma estival derramándose en qué miembros soleados ni qué puñetas? ¿Dónde está el famoso latido anhelante de las aletas de la nariz, por ejemplo, dónde la sedosa pelusilla de melocotón de la nuca o el fluido gatuno de los pómulos?
¿Qué fue de aquella delirante vida de las formas, del luminoso temblor de los senos, de las sonoras caderas? ¿Dónde está la cintura de oxígeno, la larga espalda inolvidable, las axilas suavemente depravadas? ¿Cómo se articulan en esta anatomía los nervios secretos de la fascinación y el erotismo, dónde están los ojos como estrellas furiosas, dónde la fresa y la nata de la boca? ¿Qué se hizo del alto y pueril vigor de las nalgas, de la tensa vida de las corvas, de la dulce mirada del ombligo? ¿ Qué de los ojos de corza libre, qué de los hombros de pan? ¿Dónde está aquella intimidad opaca, según solíamos decir, de la cara interna de los muslos, dónde los vestigios de la nínfula que toda mujer retiene, las manos quizá de nardo, los dientes tal vez de nieve…?
Preguntad a los miserables que gobiernan el planeta, preguntad a los miserables que gobiernan el planeta, preguntad a los miserables que gobiernan el planeta”.
(Texto sacado de “Mientras llega la felicidad – Una biografía de Juan Marsé” – Josep María Cuenca – Editorial Anagrama)

Llamada el “ruiseñor de Malí”, Oumou Sangare combina ritmos tradicionales y modernos  con letras que cantan a la libertad de las mujeres y hablan de las migraciones suicidas que genera la pobreza. He aquí un ejemplo.




martes, 5 de julio de 2016

DEDOS

Tengo una buena amiga que perdió dos dedos en un desgraciado gesto lúdico. A otros amigos o conocidos les falta un pulpejo o alguna falange por actividades relacionadas con su profesión: electricistas, fontaneros, carpinteros (por descontado), porteros de fútbol… Supongo que hay algo en mi sub consciente que me acerca al tema porque en julio de 2013 dediqué una entrada al accidente sufrido por Nery Pulido, cancerbero del River Plate http://charlievedella.blogspot.com.es/2013_07_10_archive.html

El caso es que uno de estos días ha hecho cuarenta años que vinieron a buscar al sargento con el que compartía prácticas y cena, un valenciano que estaba acabando la carrera de medicina. Al parecer se había producido un grave accidente en el campo de tiro, una granada no explotada esa misma mañana le había arrancado la mano a un soldado de guardia, y no sé por qué razón se requería la presencia de mi compañero en una ciudad, Alcoi, que entonces ya tenía unos sesenta mil habitantes y por tanto asistencia hospitalaria.

Un curioso paralelismo adorna el caso. Y es que el sargento se había ennoviado recientemente con una chica que tenía un defecto en una de sus manos, creo recordar que semejante al que padecen las afectadas por la talidomida, y me parece estar viéndole acariciársela con especial ternura.   

A la mañana siguiente, mientras descansábamos de la instrucción vi uno de los dedos mutilados del soldado. Me llamó la atención que estuviera limpio, sin restos de sangre, que siguiera allí, como abandonado, y que las hormigas u otros insectos no lo rodearan. 

Cuarenta años después he recordado la visión del dedo impoluto y pensado si el muchacho que lo perdió habrá vuelto alguna vez al lugar, no sé, a buscarlo y recobrarlo… cuántas veces habrá intuido su presencia, pues se dice que muchos años después se conserva la sensación de los miembros perdidos; cuántas habrá amagado a coger algo sin poder hacer presa; cuántas dirigido su mirada a esa parte amputada de su cuerpo. Ni siquiera sé cómo se llamaba, de donde era, qué fue de él. Al acabar la mili tampoco volví a ver al sargento, con el que creo que únicamente nos carteamos un par de veces. 

Dicen que la edad estimula la memoria lejana y una extraña melancolía por hechos y personajes que en su momento no pasaron de la categoría de anécdota. Pues eso…

He encontrado una emocionante versión de “Cette blessure” (“Esta herida”), de Leo Ferré, en la voz y guitarra austeras de una cantante griega criada en Francia, Angelique Ionatos.