jueves, 21 de enero de 2016

El fechador

EL FECHADOR

Hace unos días volví a ver “El tambor de hojalata”, la historia de ese niño rebelde que no quiere crecer, y comprobé que, pese a sus rasgos de realismo mágico, hoy algo pasados de moda, ha aguantado bien el paso del tiempo. 

Cuando los nazis invaden Gdansk, la resistencia se refugia en la central de correos, desde la que les planta cara durante unas horas. En una de las escenas aparece un funcionario con un curioso matasellos de caucho y me he dado cuenta de que no se trata de una pieza arqueológica totalmente desaparecida, porque da la casualidad de que tengo una antigualla semejante en mi mesa  de trabajo, un fechador giratorio. 

No deja de ser chocante que en un contexto muy informatizado, donde el papel está en desuso, la comunicación se ejercita mediante buzones corporativos virtuales y muchos trámites pueden ser autogestionados por los usuarios, sobrevivan sellos y fechadores de caucho, por más que estemos acostumbrados a  ver a una funcionaria del Tribunal Constitucional registrando con un sello aparatoso el último recurso. Todo ello, por cierto, tras un mostrador (otro anacronismo) a modo de barricada.

El caso es que como apenas me quedan unos meses para jubilarme le he dado al fechador que sigue en mi mesa de trabajo un cierto valor simbólico, con esa vieja y permanente función de dar fe del paso de los días, los meses y los años, y como amante de la arqueología urbana y contemporánea me he distraído relacionando los restos prehistóricos que aún pueden encontrarse  en una cata más o menos superficial de mi entorno: una cajita con clips, una grapadora (una curiosidad: hace años las grapadoras que adquiría la administración siempre eran suizas, imagino que un signo de calidad), un calendario de hojas múltiples, con su santoral y su frase del día, dos gavetas metálicas, un cubilete con lápices y rotuladores…instrumentos que fueron de indispensable utilidad, como en mi infancia otros objetos desaparecidos: tinteros, punteros, plumillas, secantes o gomas de borrar.

Bueno, supongo que a todos nos hubiera gustado plantarnos en algún momento de nuestras vidas, como el niño del tambor de hojalata; conseguir que la rueda del fechador se bloquease en un momento feliz, pero como por el momento es imposible, conformémonos con que el deseo de Tequila se haya cumplido, aunque solo sea en parte: “Que el tiempo no te cambie”.