lunes, 22 de febrero de 2016

La azafata

LA AZAFATA

El 6 de noviembre de 2014, en una entrada motivada por el día de todos los santos, recordaba que ”a unos metros de la tumba de mi abuelo paterno en Barcelona había una sepultura con el busto de una azafata fallecida en un accidente en los años cuarenta o cincuenta del pasado siglo” (http://charlievedella.blogspot.com.es/2014/11/el-cementerio-el-recien-pasado1-de.html), una imagen que me impresionaba cuando era niño, por el realismo de la imagen y la juventud de la muchacha.


Desde que murió mi abuela, que cuando venía de visita a Barcelona acudía al cementerio a adecentar el nicho, cambiar las flores y rezar algo, no he vuelto a visitarlo. Sospecho incluso que, alejados todos sus familiares de la ciudad, los restos de mi abuelo habrán desaparecido o sido llevados a una fosa común, pero es, como el sonido de la tierra cayendo sobre el féretro de mi otro abuelo, emociones que te acompañan de por vida.

El periodista holandés Edwin Winkels, afincado en Barcelona desde hace dos décadas, debió sentir una emoción similar cuando visitó el cementerio tras el funeral de un conocido. Vio el busto realista de la azafata y un sentido epitafio que acababa, “tus nuevos compañeros de vuelo serán ángeles como tú", y no solo se decidió a saber de quién se trataba y cuáles fueron las circunstancias de su muerte, sino que tiró del personaje para escribir una novela, “El último vuelo”, que ha presentado hace unas semanas.

Gracias a Winkels sé más de Maribel Sastre, la única azafata de un vuelo de Aviaco que se estrelló en un macizo de la provincia de Segovia el 4 de diciembre de 1958. Tenía solo 18 años de edad. En las fotos que rememoran su corto pasado profesional, Maribel es una chica esbelta que camina
con un gesto tímido junto a varios pilotos. Eligió un destino arriesgado, en una época en la que la aviación era, como recuerdan las crónicas dedicadas a la publicación, un producto de lujo o de aventureros en un país que apenas salía de la miseria profunda de la posguerra. Aún años después viajé con mis padres a la hoy cosmopolita isla de Ibiza en un bimotor que aterrizó, literalmente, sobre una pista de tierra polvorienta. Claro, que eso era antes de que los gestores de capitales provincianas se empeñaran y empeñaran a sus ciudadanos por aeropuertos inservibles.

Maribel Sastre tendría ahora 75 años, una edad que hoy puede considerarse relativamente temprana para morir. Pese a ser contemporánea de ellos no conoció a los Beatles. En 1958, el año del accidente, la canción del año fue “Canastos”, interpretada por Gloria Lasso y Luis Mariano. Yo he preferido la número 2 porque el disco de cuatro canciones sonaba a menudo en casa de mis padres: “Mariquilla”, de José Luis y su guitarra.