miércoles, 15 de junio de 2016


BUENISMO

Para la gente de mi generación que estudió en colegios de curas la palabra bondad era el paradigma de nuestra conducta. A ningún hermano (así llamábamos a los frailes maristas) se le ocurría alentarnos a ser malos, aunque alguno de ellos te atizara luego con la regla en los nudillos o en la corvas, o te sacara a patadas al pasillo porque habías gesticulado; aunque el término estuviera asociado a la fe (obediencia ciega), la esperanza (naturalmente en el más allá) o la caridad (esa dádiva sobrante que los ricos dan a los menesterosos); aunque su ley fuera el estricto y reducido código de diez normas que un dios barbado posó en las manos de un guía de masas parecido a Charlton Heston.

Parece un cuadro clásico pero es el obispo Cañizares
con su capa encarnada y un grupo de fans
Desde que Zapatero, alias Bambi según la COPE-emisora de la Conferencia Episcopal de la época, empezó a amenazar con alcanzar la Moncloa a principios de siglo (lo conseguiría con desigual acierto poco después), el catolicismo jerárquico, sus medios de comunicación y gran parte de quienes se declaran poseedores de la tradición cristiana, vienen burlándose y detestando lo que con una mezcla de ira y sorna tachan de “buenismo”, y aunque hoy no creyente, como persona educada, y por tanto también heredera de esa tradición, este tema me lleva a mal traer.

He leído hace poco “El reino”, el último libro de Emmanuel Carrère, una especie de ensayo laico sobre el nacimiento y desarrollo del cristianismo a partir del evangelio de Lucas y el liderazgo de Pablo de Tarso, creador de los primeros círculos (es curioso el paralelismo entre la actividad organizativa de aquel Pablo y el actual; y ya es casualidad que éste se apellide Iglesias…), y me ha parecido oportuno transcribir como contrapunto del “malismo” uno de los textos que el escritor considera más fieles de la palabra de Jesús de Nazaret.

“Bienaventurados los pobres porque vuestro es el Reino de los cielos. 
Bienaventurados los que tenéis hambre porque seréis saciados. Bienaventurados los que lloráis porque seréis consolados. 
Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen. 
Al que te abofetee en la mejilla ofrécele también la otra. Al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica dale también el manto. 
A quien te pida da, y al que pida prestado, no le reclames el dinero. 
Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué más queréis? 
No juzguéis y no seréis juzgados. Porque con la medida con que midáis se os medirá. Medido con la medida con la que has medido a los demás. 
¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo? Saca primero la viga de tu ojo. 
No hay árbol bueno que dé fruto malo y, a la inversa, no hay árbol malo que dé fruto bueno. Cada árbol se conoce por su fruto. 
¿Por qué me llamáis: «Señor, Señor», y no hacéis lo que digo? 
Escuchar mis palabras y ponerlas en práctica es construir sobre piedra: si sopla el viento y cae la lluvia, la casa resistirá. Escucharlas y no ponerlas en práctica es edificar sobre arena: cae la lluvia, los torrentes se desbordan, el viento sopla, todo se desploma. 
Yo os digo: pedid y se os dará. Buscad y hallaréis. Llamad y se os abrirá. El que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama le abren.

Como es evidente estas bienaventuranzas son un perfecto compendio de lo que el obispo Cañizares o el ministro Fernández Díaz, católicos integristas, tacharían hoy día de “buenismo”.

Fantasea Carrére con la idea de que Pablo, el creador y controlador de los círculos cristianos, no hubiera existido, que es como decir que no hubiera existido el cristianismo como estructura organizada, y de que este texto, que no es un producto literario de los evangelistas sino fuente directa de la palabra de Jesús, fuera descubierto siglos después como la obra recuperada de un predicador galileo de los tiempos de Tiberio, un profeta tardío que enlaza con los la Biblia hebraica, para afirmar que, en ese caso, “su originalidad, su poesía, su acento de autoridad y de evidencia nos dejarían atónitos, y que al margen de toda iglesia ocuparía un lugar entre los grandes textos de la sabiduría de la humanidad, al lado de las palabras de Buda y de Lao-Tsé”. 

Más nos valdría. Cuanto menos admiraríamos la belleza simple y alocada de un texto utópico que alienta a que seamos eso que ya no se lleva y el poder establecido desprecia o teme: sencillamente buenos. 

Amén.


Nada más preparar el blog busqué esta pieza de Juan Sebastián Bach, “Jesús, la alegría de los hombres”, de la que he encontrado numerosas versiones, incluido el fragmento que Extremoduro incluyó en "Dulce introducción al caos", y  entre todas ellas esta maravilla de Toquinho. Bienaventurados!!!