martes, 16 de agosto de 2016

El yayo

EL YAYO


Creo que l@s yay@s estamos sobrevalorad@s. Digo estamos porque anteayer adquirí este nuevo status al nacer mi primer nieto, Aiert, un ser minúsculo y vulnerable convertido de repente en epicentro de nuestras vidas.

Sí, sé del duro envejecimiento de esas abuelas que encadenan el cuidado de hijos, padres y nietos. Pero también escucho la satisfacción de educar en lo lúdico, algo imposible con los hijos, a los que lo normal es dedicarse full time. Pero la imagen más extendida, la que nos sobrevalora, es la del nieto embelesado cuando el yayo le cuenta batallitas o enseña oficios y experiencias. He leído bellísima escritura sobre el asunto y sentido envidia malsana al hacerlo.

Aiert cinco horas después de nacer
Solo conocí a dos de mis abuelos: el paterno y la materna. Ambos se quedaron viudos el año de mi nacimiento, lo que me hace sospechar que puedo ser fruto del consuelo, y ambos vivían demasiado lejos para ser referentes en la época en la que un abuelo puede serlo, es decir, en la infancia. Pasaban cortas temporadas en casa y tengo de ello un recuerdo vago. Al yayo, siempre de luto, llevándonos a comprar sellos a Correos, una caminata de aquí te espero, con la boca embadurnada en bicarbonato.  Pero creo que lo único que le hacía especial o relevante era su pasión por la ópera. Una de las últimas veces que le vi escuchaba Madame Buterfly  en casa de su hijo mayor, con el que vivía, ya muy anciano.

De mi abuela materna he hablado en el blog en varias ocasiones. No en vano llegó a vivir 92 años, en un tiempo en que esa edad era una frontera considerable. Suelo afirmar que una de las peores torturas infantiles era ir de compras con ella. No solo era una madrileña beligerante en una Barcelona menospreciada por el franquismo. Solía regatear por cantidades nimias después de volver locas a las dependientas, y consiguiera o no su objetivo nunca estaba satisfecha. Como tuve la oportunidad de convivir con ella cuando hacía la mili, pude saber que detrás de aquella mujer endurecida por la viudez prematura de un marido mujeriego y “viva la virgen” había otra persona, capaz de dulcificarse por la compañía de su nieto.  Esa nueva percepción me hizo olvidar las ingratas experiencias infantiles y estar más pendiente de ella y quererla mucho más hasta su muerte.

Pero volvamos a Aiert. No sé si podré contarle muchas batallitas. Sí me gustaría verle crecer y dejarle algún buen recuerdo. Pero mi mayor deseo, desde luego, es que sea buena persona y muy feliz, a fin de cuentas creo que una cosa suele llevar a la otra…

De acompañamiento musical, una curiosa mezcla de esas nanas que llevan a los niños a paisajes y situaciones lejanas e incomprensibles. Esta vez a ritmo de  tango. “Txatxamalinatxu”, de Mikel Urdangarin.



El año que nació Txatxamalinatxu 
se enfadaron el pueblo y la cofradía 
Tirikitiena negra morena 
por la mañana lo mejor una onza de chocolate
A pesar de ser pequeño se puede ser hábil 
viva el tamborilero de Elantxobe 
Tirikitiena negra morena 
por la mañana lo mejor una onza de chocolate