lunes, 5 de septiembre de 2016

El asesino del barrio

EL ASESINO DEL BARRIO

Todos los barrios tienen, además de su peluquero, tendero, ferretero o carpintero, a los que ya he dedicado algún blog, a su asesino. Puede ser un tipo orondo al que una noche cálida se le cruzan los cables y apuñala a su vecino una veintena de veces porque sí. Puede ser aquel amigo del que habías advertido una actitud violenta cuando ambos compartíais equipo de fulbito y se le escapaban palabras y patadas, y había veces que se iba del campo blasfemando y os dejaba en cuadro, él que era un defensa nato, un tío que acojonaba a los contrarios. El día menos pensado este tipo normalmente bromista y cachondo para en un semáforo y le abre el cráneo al conductor que le ha pitado y cerrado dos bocacalles más arriba.

A lo mejor es un buen profesional, un homicida puntilloso que ha estudiado durante casi un lustro la mejor manera de extirparle la pasta a un ricachón que despunta en los saraos de la ciudad. Este criminal va a tomar todo tipo de cautelas, principalmente, una buena coartada.

También están los asesinos pobres. Impulsivos, generalmente arrebatados por ira acumulada, suelen ser unos auténticos chapuzas. Dejan  un reguero de pruebas y un móvil tan evidente que parece una declaración jurada ante notario. 

Cuento hasta cuatro asesinatos en el barrio en los últimos veinte años. Del primero ya di noticias en el blog, porque se produjo el mismo día que llevamos a conocer la nieve a mi hija menor a las cercanías del vivero de Artxanda. Allí fue encontrado el cadáver de una jovencita que vivía en Ollerías Altas. Casi contemporáneos fueron el asesinato de un comerciante de la calle Fika, al parecer un ajuste de cuentas entre camellos; el de un maestro jubilado por un loco que iba acuchillando a todo el que pillaba a la salida del metro de Zabalbide; y el de un anciano a apenas 50 metros de casa. Conocíamos a dos de los asesinos y éramos amigos de una de las víctimas. Asín son los barrios… 

La antigua fábrica Tabacalera en el barrio de Santutxu (Bilbao)
Me centraré en el último por ser el más cercano y corresponder a la última modalidad, la del asesino pobre. En la primavera mayo de 2011 un hombre de 78 años fue acuchillado en cuello y abdomen en su domicilio de la calle Párroco Unceta.
En apenas unas semanas se pilló al autor, el hijo de una empleada de hogar que trabajaba en el domicilio de la víctima. Sabedor de que el  propietario lo era también de una caja con no se sabe qué caudales, no muchos, dado el lugar del hecho, la barriada conocida como casas de La Tabacalera porque allí residió una fábrica dedicada a dichos menesteres entre 1878 y 1936, al criminal se le ocurrió aprovechar la ocasión y entrar en la casa en ausencia de su propietario. 

Este asesino es, además de pobre, un aficionado torpe, empujado por la peor de las miserias, la ignorancia. Usa las llaves de su madre, es decir, no fuerza la puerta de entrada. No espera a que el viejo se ausente de forma  prolongada, lo que es un riesgo añadido, y cuando éste entra y le sorprende, no se le ocurre poner cualquier excusa, algo factible dada la relación de la madre con la víctima, sino que coge un cuchillo y se lo clava repetidas veces por un botín que realmente desconoce. Pensando que la cosa le va a ir bien unos días antes ha cogido un billete para huir a su país, lo que le sitúa claramente como sospechoso principal, por no decir único. Casi un manual de cómo no matar a nadie. Repito: asín son los barrios…

Me compadezco de la víctima, un anciano viudo que requiere la ayuda de una empleada inmigrante, con tan mala suerte de que uno de sus hijos es un miserable (de miseria) que ahora mismo, cinco después, se está chupando unos años de cárcel por un estúpido arrebato, seguramente las décadas mejores de su vida; así que también me compadezco del asesino, sin duda un pobre diablo…

Para acompañar la estampa he recordado “I pity the por inmigrant”, una canción de Bob Dylan, pero como las versiones que he encontrado en Youtube tienen un sonido  penoso, me he quedado con la de Joan Baez.

Compadezco al pobre inmigrante
que desearía haberse quedado en su casa,
que utiliza su fuerza para hacer el mal,
pero que al final siempre le dejan sólo.
Ese hombre que con sus dedos engaña
y que miente a cada suspiro,
que odia su vida apasionadamente
de igual manera que teme su muerte.
   
Compadezco al pobre inmigrante
que gasta su fuerza inútilmente,
cuyo cielo es como la Ironsides,
cuyas lágrimas son como la lluvia,
que come pero nunca está satisfecho,
que oye pero no ve,
que se enamora de la riqueza misma
y me vuelve la espalda.
   
Compadezco al pobre inmigrante
que camina sobre el barro,
que llena su boca de risas
y construye su ciudad con sangre,
cuyas visiones, en el momento final,
deben hacerse pedazos como el cristal.
Compadezco a ese pobre inmigrante
cuando su alegría va a pasar.