martes, 8 de noviembre de 2016

Huéspedes

HUÉSPEDES


Me gustan los hoteles, sean de la estirpe que sean. Son como pequeños escenarios de un mundo normalmente pasajero y tienen la capacidad de ser útiles para situar algún apartado de nuestra memoria personal.

En “Las consecuencias del amor”, una de las películas de un Sorrentino en estado de gracia, el protagonista está castigado por la mafia a vivir confinado durante el resto de su vida en un hotel de Suiza y a esperar, mientras la vida, nada, según él, pasa al otro lado de un ventanal, a que le traigan una maleta llena de euros que debe ingresar en una cuenta ajena. 

Hotel Majestic
En toda mi vida he llegado a conocer a dos personas que vivían en hoteles, ambas mujeres. Una de ellas lo hacía en uno provinciano y la otra ni más ni menos que en el hotel  Majestic  de Barcelona, el mismo en el que Jordi Pujol senior y José Mª Aznar alcanzaron el famoso pacto del mismo nombre, hace ya unas cuantas diadas y delitos fiscales. Era esta  la tía de un amigo coyuntural de adolescencia a la que pude saludar en el vestíbulo de ese escenario de la historia reciente. Dos huéspedes singulares, sin duda.

En un ámbito más humilde era habitual antaño oír hablar de huéspedes, e incluso de casas de huéspedes. El primer domicilio de mis padres en Barcelona fue la casa de la señorita Eulalia, en la calle Valencia, a la que aún años después, siendo yo niño, solían llevarme de visita. Como en la mayoría de los casos se trataba de un aporte de ingresos imprescindible en una economía familiar venida a menos. 

Mi propia abuela materna, en su casa del barrio literario de Madrid, siempre tuvo huésped o huéspedes. A uno de ellos, un señor muy reservado que pasaba las horas sin salir de su habitación, dediqué parte de un poema que publiqué en el único número de la segunda época de “La mano en el cajón”, una revista y editorial por la que he sabido pasaron antes o después Raimon, Badosa, Candel, Ullán, Edmundo de Ory, Vázquez Montalbán,  entre tantos otros. Vaya puntazo…

La crisis parece haber renovado la figura del huésped, aunque estos vengan ahora de latitudes más lejanas, los pisos sean auténticas pateras y la relación con las patronas sea puntual y desafecta, porque antaño los huéspedes acababan formando parte de la familia y ahora van y vienen con maletas, y trocean el piso con biombos y tabiques de quita y pon.

Aunque el hecho de que Bob Dylan compusiera la bellísima “Sad eyed lady of the lowlands” siendo huésped del Chelsea Hotel no es motivo suficiente para
Chelsea hotel
creer que por su viejas habitaciones rondaran todo tipo de musas y ninfas, lo cierto es que por allí pasaron decenas de escritores, artistas, cineastas y músicos. En el Chelsea, desaparecido en 2011, ocurrieron además, entre otros, dos famosos hechos luctuosos: el poeta Dylan Thomas murió de sobredosis de alcohol y Sid Vicious asesinó  a su novia, Nancy Spungen, de una puñalada. 

Se dice también que Leonard Cohen compuso la canción que dedicó al Chelsea Hotel después de viajar en su ascensor con Janis Joplin. Tenía que ser la hostia desayunar con Cartier- Bresson, tomar el vermuth con Jane Fonda, fumarte un porro con Bob Marley y acabar emborrachándote con Bukowski a altas horas de la noche… 

A mí personalmente me encanta esta versión de “Chelsea Hotel” de Jabier Muguruza, en este caso interpretada en directo en Sant Cugat allá por 2007.