martes, 21 de febrero de 2017

EL NOTARIO

Lo siento, no me caen bien los notarios. En un relato corto que escribí hace años el protagonista consigue, mediante una especie de “fe laica”, que el titular de la notaría en la que trabaja, un impresentable que desprecia a la plebe, acabe como un vegetal en una silla de ruedas. En otro relato un notario bribón se dedica a adueñarse de herencias de personas que viven solas.

La primera historia es fruto de la invención y la segunda es traslación de un hecho real.

Sí, he oído hablar de notarios que, fuera de la mesa de juntas en la que con voz átona te describen la ubicación y medida exacta de la propiedad que acabas de vender o adquirir, la cuantía y condiciones de la transacción y salen como una exhalación tras la firma y un protocolario apretón de manos, son gente normal. Pero yo no los conozco.

Pues bien, recientemente he tenido que recurrir a los servicios de un fedatario, lo que ha removido y confirmado mi animadversión. En esta ocasión el acto era oficiado por un profesional jovenzuelo que con una sonrisa entre estúpida y de autosuficiencia nos leyó como en coña el texto documental más o menos de esta guisa: beeebeee y tal y cual adquiere la propiedad beeebeee y tal y cual – interrupción mirando a la pasante - ¿ya se lo has leído, no?, beebeee, el beeebeee de 2016. Finalmente, Don Miguel, así le trataban en el despacho (ya les vale con tanto vasallaje…) nos dio una mano blandengue y salió, imagino que a sestear, mientras la pasante, que es la que sabe un huevo, se lo curra y le gana la morterada al ex-opositor, nos seguía informando de los pasos y trámites a seguir.

Creo que la explicación de algunas de las patologías de los notarios reside en la magnitud y características de la criba salvaje que les da condición. Tuve una compañera de trabajo que mantuvo durante cinco años a un futuro notario. Siempre nos decía que estaba invirtiendo y era verdad. El día que su marido, un tipo simpático, sin duda, pero que cuando lo conocí en pleno periodo de estudios ya estaba un poco pirado, consiguió la notaría de un pueblo de Lleida, la tía colgó los bártulos y se convirtió en simple consorte. Conozco un par de casos de opositores a los que su madre y compañera dejaba comida y cena junto a la puerta durante años para no interrumpir. Uno de ellos se me quedó mirando fijamente una mañana y me preguntó mientras se reía histéricamente si creía que estaba loco. Esa larga fase de encierro voluntario, aprendiendo de memoria articulados de literatura grandilocuente recitados en tiempos rigurosamente limitados, hace perder el oremus al más pintado, y se nota…

Bueno, igual me he pasado, pero es que cada vez que me acuerdo de Don Miguel me da un apretón.


Y como creo que a ningún músico o cantautor se le ha ocurrido jamás dedicar algo a un fedatario he elegido esta pieza de un “negatario”: “Lo niego todo” por Joaquín Sabina.


miércoles, 1 de febrero de 2017

Enanos

ENANOS


En la ikastola en la que estudiaban mis hijas había una chica con acondroplasia, para entendernos una enana. Recuerdo a esa muchacha aún adolescente con un extraño artilugio metálico rodeándole ambas tibias para crecer apenas diez centímetros, sufriendo fuertes dolores, montada en una silla de ruedas durante un largo periodo,  pero supongo que esperanzada de alcanzar eso que llamamos “normalidad”.

Creo que Augusto Monterroso tenía cierta experiencia cuando, con evidente humor negro, decía  que los enanos tienen un sexto sentido porque se reconocen entre ellos, ya que creo recordar que él, como sus cuentos, era más bien breve. Pero de cualquier forma lo de la altura, como tantas otras cosas, es relativo. 

Coincidí en mi época universitaria con un militante antifranquista acondroplásico. Una mañana, después de una manifestación, nos dijo que se tenía que cambiar de ropa para que la policía no le reconociera. O lo dijo de coña o tenía muy interiorizado que su aspecto externo no dependía enteramente de su medida, o en fin que, como defendía Monterroso, sólo podía ser reconocido por alguien minúsculo como él.

Peter Dinklage
Años después el enanismo puso a prueba mis prejuicios sobre la normalidad. Desarrollaba por entonces una actividad comercial y fui citado telefónicamente por un empresario interesado en el producto. Se trataba de un local público con una oficina anexa. La puerta estaba entreabierta, y al empujarla accedí a un elegante y espacioso despacho con una mesa de juntas. Desde su cabecera más lejana oí la voz de alguien que se asomaba con esfuerzo. Reconozco que la presencia me incomodó, más cuando al ir a darle la mano me di cuenta de que además de acondroplásico era invidente. Dentro del estándar de empresario que yo tenía en la cabeza no estaba desde luego aquel prototipo y ahora, ya mucho después, me veo ridículo y estúpido al recordar aquella incomodidad.

No he visto ni un solo episodio de “Juego de tronos” pero me alegro del éxito de Peter Dinklage, al que descubrí en la preciosa “Vías cruzadas”, también una parábola sobre “anormalidades”, descubriendo que ser enano no está reñido con la belleza y la elegancia. A fin de cuentas solo hace un par de décadas había un impresentable en el País Vasco, alguien que se creía normal,  que se dedicaba a organizar pruebas de lanzamiento de enanos…

Tampoco pude ver en directo a Michel Petrucciani, pero un compañero de trabajo que asistió a uno de sus conciertos me contó que le ayudaban a subir al taburete, desde el que se convertía en un gigante musical al piano. Veamos y oigamos…