lunes, 23 de abril de 2018

La agenda

LA AGENDA
la legendaria Lexycon 80
Hace unos meses, revisando papeles, trastos, desechos, encontré la última agenda de mi padre, que falleció hace más de dos años. Cada dos o tres, también cuando alguien le regalaba una nueva, quizás haciendo juego con una cartera de bolsillo, mi padre dedicaba una o varias jornadas a actualizarla con curiosa dedicación artesana. Quitaba las grapas que cosían el abecedario, extraía cada una de sus letras, y después de mecanografiar nombres apellidos, teléfonos y direcciones con una vieja, pesada y panzuda Lexycon 80, volvía a zurcirla con una paciencia que nunca fue su fuerte.

Al ojearla me di cuenta de que estaba, como la elegante Porky francesa de la que hablaba Eduardo Galeano en “Días y noches de amor y de guerra”, “llena de muertos”. Ahí figuraban sus mejores amigos, sus hermanos, sus cuñados, algunos compañeros de trabajo y profesión...números de teléfono fijo, por supuesto, y domicilios que dejaron de serlo hace ya muchos años. Leyendo nombres y direcciones podía recomponer la mayor parte de la vida de mi padre y recordar los rostros y las voces de quienes la poblaban. Ya no había anotaciones con citas o tareas pendientes, porque imagino que fue la última agenda que rellenó, ya definitivamente jubilado.

La vieja fábrica Hispano Olivetti de Barcelona
Cuando yo lo hice, hace ya dos años, eché de menos la función recordatoria de la agenda de trabajo. Durante meses me perdía entre los días de la semana, los horarios de mañana y tarde, y el cambio de rutinas. No habituado a hacerlo en mi portátil, estuve a punto de agenciarme una moleskine, pero antes descubrí que el móvil no solo contiene un espléndido almacén de contactos, sino un calendario/notificador con imágenes coloridas y alarmas de signo diverso. El de los tiempos...
En cuanto a la Lexycon 80 forma parte del progreso de la segunda mitad del pasado siglo. En su momento fue, junto a otra histórica, la Lettera 22 (conservo una), la máquina de escribir más vendida de Hispano Olivetti, empresa que contó con una impresionante fábrica cerca de la plaza de las Glorias de Barcelona. Una fábrica que llegó a dar trabajo a más de 3.000 obreros. En la época de las históricas huelgas que compartió con Motor Ibérica, Roca, La Seda, Seat etcétera...me tocó hacer alguna pintada por la zona, todo un honor, aunque tengo entendido que actualmente, vencida por el tsunami de las nuevas tecnologías y replegada Olivetti, la empresa matriz, el edificio es hoy un Centro Comercial. Otro signo de los tiempos...

Apoyo el texto con “Life´s work”, de The Weather Station, alias de la cantante canadiense Tamara Lindeman, uno de mis últimos descubrimientos. Aunque ésta sea una canción de su penúltimo disco tiene un toque nostálgico sobre la avatares de la vida y el trabajo que acompañan bien a lo anterior.   

martes, 10 de abril de 2018

El llanto

EL LLANTO
Cuando adquirimos la vivienda en la que vivimos teníamos treinta y seis años, y esa era más o menos la edad media de sus inquilinos. Como el inmueble era nuevo, durante algunas semanas solo estuvieron habitados dos pisos, un primero y el nuestro, en lo más alto del edificio. Recuerdo que a los pocos días me quedé encerrado en el ascensor. Pulsé el botón de emergencia, pero no me oyó nadie, ni nadie supo interpretar el sentido de una alarma desconocida. De repente me di cuenta de que llevaba un destornillador. Creo que durante esos días el taladro, un metro, escarpias, el martillo, aquel destornillador, eran extensiones naturales de mi propio cuerpo, de modo que, no sé muy bien cómo, conseguí salir valiéndome de la herramienta.

La casa fue llenándose poco a poco de gente joven que ya vivía en general en el barrio. Nos encontrábamos en la escalera y nos saludábamos y dábamos ánimo con la alegría que da empezar una nueva vida. Nos invitábamos mutuamente a ver los pisos, e íbamos sabiendo del perfil de unos y otros a través del mobiliario, el color de las paredes, la calidad de los cuadros, el número de libros, el olor de las cocinas… Pero había entonces una característica casi común, algo que acabó perdiéndose con los años: el llanto de los niños. También nosotros, o mejor, nuestra hija mayor, aportaba entonces su granito de arena a un sonido que en ese momento solo cabe asociar al descubrimiento de la enfermedad, el daño físico, la adversidad, pero que cuando desaparece del todo, como así ocurrió hace ya bastantes años, es el rasgo inequívoco de que la casa ha envejecido al ritmo de quienes la habitan. Ya ha sufrido varias operaciones quirúrgicas, y a menudo renquea víctima de una artrosis progresiva. También se ha paseado la parca por la escalera y se ha llevado por delante a algunas vecinas y vecinos queridos, a mis padres en los últimos tres años, pero el edificio ha enraizado profundamente y es ya tan del barrio como las cercanas casas de La Tabacalera, la escuela de la Mina del Morro o la iglesia de San Francisquito.

Esas raíces, las de los vecinos que persistimos, aferrados los unos a los otros, solidarios, creando memoria, son la fuerza que rebrota: vuelve a oírse llorar. Oigo por las mañanas el llanto de esa niña que lleva mal lo de levantarse para ir al colegio y el nocturno de la nieta de la vecina que tiene pesadillas, y algunas veces, cuando mi hija nos trae a nuestro primer nieto, él se añade al llanto coral y colma la casa de savia nueva.  

Lou Reed sacó su tercer disco, “Berlin”, en 1973, una obra conceptual que incluía “The kids”. La canción está dedicada a una joven yonqui a la que los servicios sociales quitan a sus hijos porque es incapaz de cuidarlos. Aunque Jack Bruce era el bajo oficial del LP, Toni Levin le sustituyó para protagonizar uno de los, para mí, mejores momentos del disco, cuando hacia el minuto 5´11” acompaña el llanto desolado de un niño. Sirva de contrapunto…