miércoles, 31 de octubre de 2018

Peter Porter


UN POEMA DE PETER PORTER 

PARA EL DÍA DE LOS DIFUNTOS


Siguiendo la morbosa costumbre de dedicar un poema “ad hoc”, y echando otra vez mano de esos libros olvidados en las baldas de la librería, en este caso “Poesía inglesa contemporánea” ( Ed. Barral – 1975), he escogido para la ocasión unos versos de Peter Porter, poeta australiano ya fallecido.

foto de Peter Porter en el milenio actual
Es curioso releer estas antiguallas cuando la mayoría de sus autores han muerto o dejado de ser lo rebeldes sin o con causa que fueron entonces. Laureados, envejecidos, dedicados a otras cosas, en algunos casos, como en el presente, sus poemas iniciales muestran una frescura a menudo perdida con la artrosis y la “madurez”.

Porter (Brisbane – 1929-2010) es un poeta muy adecuado para el día. Huérfano de madre a los 9 años, su primera esposa, Shirley Jannice Henry, se suicidó en 1974. El mismo Porter lo intentó por dos veces sin éxito, resignándose a que fuera finalmente la “parca” la que eligiera el día y la hora, exactamente a sus 81 años de edad.

El elegido es un poema muy bello que habla de las cosas que se mueren con nosotros. A mí me recuerda a un pequeño relato de León de Aranoa, del que transcribí unas líneas en el blog hace 5 años ( http://charlievedella.blogspot.com/2013/08/leon-de-aranoa-semete-escritor-he-aqui.html ).

RIP.


Lament For A Proprietor

This was the end of a man but also died
Ten suits, twenty shirts, Clare College ties
And scarves, a radiogram, one hundred dance discs
And Vivaldi's Seasons, shells picked up
On Sark and Ibiza, Phaidon and Skira books
Coverless and crooked – twenty invitations
To Balls and Bottle Parties, some still to be held,
Gin, Whisky, Cointreau, Kirsch, Drambuie,
And an unopened letter from his Mother,
An unfinished letter to a Rowing Coach.
As his Granny was still alive the pots of cash
He would inherit did not die, but who
Could breathe life back into his possessions.
Put Humpty Dumpty safe on the high sea wall?
They died for him since he had lived for them.
In death they share a room – nobody knows
He was alive now all his things are dead.
Lamento por un propietario
Este fue el final de un hombre pero también murieron
diez trajes, veinte camisas, corbatas de Clare College
y bufandas, un radiograma, cien discos bailables
y las Cuatro Estaciones de Vivaldi, conchas recogidas
en Sark e Ibiza, libros de Faidón y Skira
sin pastas, retorcidos - veinte invitaciones
para bailes de gala y otros más, aún por celebrar,
Gin, Whisky, Cointreau, Kirsch, Drambuie,
y una carta de su madre sin abrir,
otra inacabada para un entrenador de remo.
Y a su abuelita, todavía viva, las ollas de plata
que él hubiera heredado.
No murieron, pero a sus posesiones
quién podría devolverles la vida.
¿Salvar a Humpty Dumpty * oscilando en un muro
sobre el mar?
Murieron porque él había vivido para ellas.
En la muerte comparten ese cuarto, nadie sabe
que él vivió alguna vez,
ahora que todas sus cosas están muertas.

*Humpty Dumpty es el personaje de una canción popular inglesa que Lewis Carroll introdujo en “A través del espejo...”




Para que ir más lejos… El grupo Travis dedicó una canción de amor al personaje de Humpty Dumpty, y aunque no acabo de entender la referencia en la letra, ahí está para quien sea capaz de desvelarla.



lunes, 8 de octubre de 2018

Catedral


CATEDRAL
Henry Beyle (Grenoble - 1783-1842), entró un día en la Basílica de la Santa Croce de Florencia y le dio un vahído ante la contemplación del templo, un éxtasis que desde entonces es llamado “síndrome de Stendhal”, alias del autor de “Rojo y negro”. Actualmente debería pagar 8 euros, 48 por una visita guiada, para recorrerla entre cientos de turistas que huelen a sudor y protección solar, y pese a que la basílica preserva su esplendor la emoción no sería la misma.
La Pagoda
El fenómeno de la gentrificación, del que ya he hablado en otras ocasiones, hiere la belleza de los templos turísticos, es decir, los mejores, diseñados para enaltecer, asombrar, estremecer, dependiendo del estilo, el volumen o el color y la luz velada que entra por sus rosetones y vidrieras, al eliminar algunas de sus características principales, el silencio y la sensación de soledad compartida.
Iglesia de los Dominicos de Alcobendas
Aunque las iglesias eran el epicentro de la vida social y un lugar de encuentro, y en su interior se producían y reproducen arengas destinadas a amedrentar a los fieles, a salvo de las muchedumbres preservan el sobrecogimiento que impone la intención artística, a veces contenida, otras excesiva, de quiénes las idearon.
Miguel Fisac (Daimiel – 1913-2006) era pariente y paisano de mi abuelo materno. Aunque vivió hasta 2006 no le llegué a conocer, y pese a mi interés por cualquier tipo de expresión artística no lo hice en su caso, creo que por el prejuicio de haber sido el arquitecto estrella del opus-dei durante buena parte de su vida profesional. Para los desatentos a la arquitectura les recuerdo un acontecimiento controvertido que cundió entre los medios periodísticos de la época: la demolición de un edificio emblemático de Madrid llamado La Pagoda. Fisac era el creador de obra tan peculiar. Según las malas lenguas pagó su tosca salida de la secta, así definió al Opus al largarse, y pese a la oposición del colegio de arquitectos, Álvarez del Manzano, alcalde y él mismo miembro de la “obra”, se responsabilizó de su demolición en 1999.
Hablo de Fisac por desagravio personal y porque durante su época religiosa diseñó hasta siete Iglesias, algunas de ellas con una mezcla de sobriedad y luminosidad que impresiona. No en vano tres de sus construcciones están consideradas entre los veinte mejores edificios de Madrid en el siglo XX, entre ellos la iglesia de los dominicos de Alcobendas.
Pero este blog no viene motivado por Stendhal o Fisac, sino por la audición de un viejo vinilo (costumbre anual cuando accedo a los que hibernan desde hace años en Orduña), el que Paul Horn (Nueva York – 1930-2014) grabó en la catedral de Santa María, en San Francisco, principalmente por su último corte, una interpretación de “Jesu, dulcis memoria”, de Tomás Luis de Victoria (Sanchidrián – 1548-1611).

Paul Horn era otro “místico” de la belleza, también dopado por la creencia religiosa, en este caso cristiana, pero en la mayoría de sus discos inclinada al hinduismo. Quería haber incrustado el corte en el blog por una autenticidad sonora en vivo que incluye hasta una tos y su  mayúscula hermosura, pero al buscarlo en internet he visto que el disco no ha sido digitalizado. Se ofrece por un precio módico en Spotify (https://www.merchbar.com/vinyl-records/paul-horn/paul-horn-in-concert-st-marys-cathedral-s-f), en su formato de vinilo inicial, y yo lo presto previa garantía de conservación. He podido incorporar, eso sí, una de las múltiples versiones corales que hay en Youtube.
Catedral de Bilbao 

Sigo con las catedrales para confesar que a veces, en los días desapacibles o multitudinarios, me gusta entrar en la de Bilbao, que en épocas no turísticas es, para un apóstata como yo, un remanso en el que reposar la mente y admirar la hermosura del coro, los vitrales, pero sobre todo del triforio que la rodea. Me apunto por tanto a la heterodoxia de Fisac, que algún crítico calificó de “pagana”, porque me permite suplir la religiosidad por la emoción que Stendhal sintió por la belleza.





Pero para rebajar el famoso síndrome he elegido otro viejo tema en directo, “Cathedral”, de Crosby Stills and Nash, un grito airado y dolorido por ese Cristo “en nombre de quien tantas personas han mentido y muerto”. Amén.