MAMÁ
Mi madre falleció el pasado 28 de febrero. Tenía 95 años, así que presenció y vivió en primera persona los grandes desastres del siglo XX, principalmente la guerra civil. No hizo grandes cosas, si entendemos que no hacer grandes cosas es haber sido una buena madre y abuela, además de ser una “manitas” en todo tipo de bricolaje, y moderna a su manera, se sacó el carnet de conducir en los años sesenta, cosa nada habitual entre las mujeres de su época. En los últimos años ambos pudimos disfrutar de una cercanía que pienso que nos hizo felices. Como no creo en el más allá me quedo con el más acá, que son los buenos recuerdos que uno se lleva de por vida.
Y como hablar de la muerte de una madre es lo más difícil, aprovecho unos versos que le dediqué en vida y un retrato que le hice hace unos pocos años:
ROSELLÓN
– VILADOMAT ( BARCELONA )
Yo
nunca estuve allí, quiero decir,
en
aquel tiempo, porque no había nacido,
su
bandera granate
parece
que te incitara a volver
donde
nunca estuviste,
posar
frente al portal que fue nuevo entonces
esperando
quizás que una señal remota
te
muestre los orígenes,
la
que será mi madre algún tiempo después,
mientras
oye en la radio
que
el Sabaté volvió a fugarse,
y
prepara la mesa con afán diligente,
colmando
la vivienda de olor a bechamel.
He
pensado mucho qué música dedicarle. Entre sus preferidos estaba
Jorge Sepúlveda, que imagino la hizo bailar en su juventud; en los
últimos tiempos, cuando aún tenía bien la cabecita, descubrí que
se sabía muchas letras, un don que yo no he heredado. Pero si me voy
al cajón de su casa en el que guardaba los cassettes descubro que
conservaba tres discografías bastante copiosas: la de María
Dolores Pradera, a la que no se perdía cuando actuaba en Barcelona,
y las de Chavela Vargas y Cecilia. Cuando a los 25 años de su muerte
le dedicaron a esta última un curioso disco de duetos le grabé una copia.
Creo que esta canción era una de sus preferidas y de las de mis dos hijas,
que la cantaban durante los viajes que hacíamos para ir a verla.