sábado, 7 de septiembre de 2019

Orduña


ORDUÑA, 1.200 METROS CUADRADOS 

DE MEMORIA POPULAR

Si te metes en los casi incontestables oráculos de internet, la historia de Orduña es, como siempre, una sucesión de fechas e hitos con apellidos ilustres. Que si primeras referencias en la época de Alfonso III; que si fundada por Lope Díaz de Haro en 1229; que si reconocida como ciudad en 1467 por Enrique IV; incendio en 1535; creación de la aduana en los reinados de Carlos III y IV y…

Cuando los hitos, con la funesta excepción del campo de concentración, por el que pasaron miles de prisioneros republicanos entre 1937 y 1941; digo que cuando los hitos pasaron a mejor vida, por la desaparición de la aduana en el siglo XIX y la decadencia consiguiente, no parece que haya más historia que narrar.

Aquí empieza o sigue, sin embargo, su verdadera historia, la real, la de las personas que la levantaron, sufrieron, disfrutaron…

La pasada primavera, con el esfuerzo desinteresado de un grupo nutrido de orduñes@s y el amparo del ayuntamiento actual, abrió sus puertas el Centro de Exposiciones “Orduña Hiria”, 1.200 metros cuadrados de memoria popular.

Cuando algun@s amig@s que han participado activamente en su creación me hablaron de ello, pensé en un pequeño museo que recopilara trastos en desuso y documentos amarilleados antes de ir al contenedor. No imaginaba para nada que la voluntad y el orgullo ciudadano fuera capaz de convertir lo que fue escuela y luego biblioteca en un centro expositivo de semejantes proporciones y una riqueza cultural incuestionable.

No aparecen en él esos grandes señores de la historia con mayúsculas, pero sí los nombres y apellidos de pequeños empresarios, trabajadoros y artesanos de los tres últimos siglos, precisamente cuando esa historia con mayúsculas dio la espalda a la ciudad.


Comparten ese lugar entrañable, junto a un espacio arqueológico especialmente potente, confiteros, cereros, músicos, carpinteros, zapateros, labradores y yeseros de apellidos reconocibles para el orgullo de sus familias y de quienes, aunque foráneos, amamos a Orduña.

Acompaño enlace a la web ( https://www.orduñahiria.org ) e invito a quienes a menudo olvidan esta ciudad lejana a visitarla. Vale la pena.


Estos días, oyendo una recopilación de cantantes italianos, he tropezado con esta bella canción de Gino Paoli, que me parece adecuada para la ocasión, “L´ufficio delle cose perdute” (La oficina de las cosas perdidas), que he traducido y dado forma con la ayuda de Fabrizio, gran amigo romano.





L´Ufficio delle cose perdute

Nella grande tartaruga


con i tetti a scaglie 
grige
si rincorrono gli odori


i colori

le puttane

n
el gran ventre del paese
ci son posti che
sono strani


certe volte 
anche per me 
Sulla strada che val al porto


dopo un’arco c’e' una piazza


sempre piena di bambini


qualche gatto

un vu cumpra'
tra un negozio di bottoni 

e un tizio che si fa'


c’e' un ufficio senza targa e senza eta'


ed e' un ufficio del vento


cose perdute quelle

che son sparite in fondo


a qualche momento chiuso


Ed e' un ufficio pieno

di vecchie cianfrusaglie


di giorni poco usati e di candeline


di un’altra eta'


Sono andato li a cercare


i capelli che ho perduto

il sorriso di mio padre


ed il canto di un amico
voglio indietro i miei vent’anni
e le speranze in piu'


voglio l’albero dei come

e dei perche'


Ma dentro quel momento


non c’e' nel mio giardino


l’albero che ho piantato


qualche anno fa'
per sempre


Ma nell’ufficio delle

cose perdute devo


in cambio dei vent’anni


ridare tutto
 tutto quello che ho 

E ritorno piano a casa


con le rughe ed i pensieri


lascio li' i miei vent’anni

capelli, i sogni in piu'


mi va bene rimanere


con quello che ho torno a casa


apro la porta

ci sei tu e ci sei tu e ci sei tu.

La oficina de las cosas perdidas

En la gran tortuga
con techos de escamas grises
se persiguen los olores,
los colores
y las putas.
En el gran vientre del país
hay lugares extraños,
algunas veces
hasta para mí.
En el camino que va al puerto,
tras un arco, hay una plaza
siempre llena de niños,
algunos gatos,
un  vendedor ambulante.
Entre una tienda de botones
y un  fulano que se droga
hay una oficina sin registro y sin edad,
una oficina de viento
que tiene al fondo objetos perdidos,
desaparecidos en tiempos pasados.
Es una oficina llena
de viejos perifollos,
de días inútiles y velitas
de otra edad.
Fui allí para buscar
el pelo que he perdido
la sonrisa de mi padre
y la canción de un amigo.
Quiero volver a mis veinte años
con sus grandes esperanzas.
Quiero el árbol del cómo
y del por qué,
pero ya no está
el árbol que planté
para siempre
en mi jardín
hace unos años,
en la oficina de las
cosas perdidas debo
devolver todo, todo lo que tengo 
a cambio de esa edad.
Regreso a casa lentamente
con mis arrugas y mis pensamientos
Dejo allí mis veinte años,
el  cabello, los grandes sueños...

Debo conformarme
con lo que vuelvo a casa.
Y cuando abro la puerta
estás ahí, estás ahí, estás ahí...















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