lunes, 2 de diciembre de 2019

El nombre de los cines





EL NOMBRE DE LOS CINES

Para los pre-millenials, pero sobre todo para los hijos de la posguerra, los cines eran como santuarios lúdicos, el escenario de un paréntesis vital que nos salvaba de la grisura del momento. En apenas ocho manzanas de mi barrio barcelonés había hasta media docena de cines, y si alargaba la vista a la magnitud del barrio puedo recordar hasta una veintena.


Cine Texas, aún en activo
Hace tiempo dediqué un blog al nombre de las calles (https://charlievedella.blogspot.com/2013/12/el-nombre-de-lascalles-hay-quien.html), un tema que sigue siendo motivo de controversia cada vez que hay cambio en el poder municipal. También apuntaba allí que el mejor homenaje que se podía dar a Gabriel Aresti era eliminar su nombre de todo callejero, tal como él había demandado en uno de sus poemas, pero es una petición caída, de momento, en saco roto.

Como en el caso de las calles, muchos cines de Barcelona se vieron obligados a adecuar su nombre, fuera a la realidad republicana o franquista. El cine Urquinaona tuvo su ida y vuelta, al pasar a ser Cine Francisco Ferrer durante la república (en homenaje al pedagogo libertario Ferrer Guardia) y a Cine Borrás, en la dictadura, en referencia al actor Enric Borrás. El cine Manelic (personaje principal de “Terra Baixa”) pasó a llamarse Albéniz; El Esplai (simplemente inadecuado por ser un vocablo catalán) pasó a denominarse Alondra; y así una larga lista de salas.


Más recientemente, y por razones simplemente comerciales, el mítico Texas se llamó Lauren durante algún tiempo. Afortunadamente para mi memoria sentimental ha recobrado su nombre inicial y ahí sigue, con los fantasmas de mis amigos y familiares comiendo pipas y palomitas en sus butacas. Además de esa referencia personal, que puedo asociar a un estreno, a una novia, familiar o amigo, incluso a una redada (sufrí dos en pleno franquismo), los nombres de los cines tienen su porqué.

el Niza, desaparecido en 2005
el teatro-cine Olimpia, en Medina del Campo
Algunos propietarios no se comían mucho la cabeza. Si el cine estaba ubicado en la calle Pelayo o el Paseo Maragall, para qué inventar… Pero los había ligados a la modernidad que supuso el cine en el siglo XX y colocaron a sus salas los apelativos de Nuevo, Novedades, Moderno o Progreso. Los más “cinéfilos” homenajeaban a sus referentes, fueran estos Arkadín, Lumiére, Renoir o Casablanca. Los había americanófilos, supongo que también influenciados por la hegemonía hollywoodense, que recurrieron al renombrado Texas, Atlanta, Florida, Maryland, o simplemente América. Los grandilocuentes lo hacían a la excelencia, y así aparecieron en las carteleras los Excelsior, Delicias, Máximo o Regio Palace. Los imagino recordando su origen, fuera este Bailén, Roquetas, Mahón, Triana, o incluso más lejanos, Provenza, París, Nápoles o Niza, u homenajeando algún referente cultural, principalmente teatrales (no en vano algunos cines nacieron teatros o compartieron ambos recursos), y así subsistieron durante décadas los Alarcón, Calderón o Maragall, pero también los Clavé o Jaume I…

He dado un repaso a los cines de Barcelona, porque mi llegada a Bilbao coincidió con el inicio de la decadencia del negocio, tras la aparición de nuevos formatos, pero imagino que aquí o en cualquier ciudad la gente de mi edad tiene su propia lista e itinerario. Por mi afición al cine y a la arqueología urbana suelo fotografiar locales desaparecidos o en proceso (https://charlievedella.blogspot.com/2013/05/cinema-tognazzi-el-cinematognazzi-esta.html). Mías son las fotos del Texas y el Niza (veo en internet que ya del todo derribado), ambas de hace dos años, y la del Teatro Olimpia de Medina del Campo, de este mismo verano. La del Máximo es una auténtica maravilla que he cazado por ahí.


el Máximo cerró sus taquillas en 1972






El cine Máximo era el más cercano a la casa familiar, dos manzanas exactamente. También, por cierto, el más “pipero” de la zona (así calificaba mi padre a las salas más cutres): un vestíbulo destartalado, una platea con los muelles de las butacas al aire y un acomodador desaseado que hacía la vista gorda a cambio de una peseta. Con doce años de edad pude colarme a una sesión no tolerada junto a una docena de chicos y chicas con ganas de la libertad, ahora francamente naif, que destilaba “Qué noche la de aquel día”. Es sin duda uno de los mejores recuerdos de mi pre adolescencia.





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