TRANSVERSALIDAD
De las palabras sobreutilizadas en el vocabulario político más de
moda hay dos que detesto sobremanera: empoderar y transversal. Como
la primera pertenece más bien a cierto ámbito político, me
dedicaré a la transversal, es decir, a “transversal”, valga la
redundancia.
No deja de ser sospechoso que todo movimiento que se pretende masivo
proclame su transversalidad. Así lo hacen feministas, pensionistas,
secesionistas y unionistas, pro abortistas y pro vida, taurinos,
cazadores y animalistas, en fin, todo quisque que quiera superar los
límites que se le asignan o imaginan.
Ahora lo hace el propio Pablo Casado para que su acólito andaluz
alcance la presidencia de la Junta banalizando la violencia de
género, al convertirla en un elemento más de una más transversal y
más amplia “violencia doméstica”, parte del tributo que le
exige la extrema derecha sin careta.
Por ello la ambigüedad casi siempre medida de la transversalidad, o
usemos otra palabra de moda, su equidistancia social a derecha o
izquierda, un lenguaje simple y muy genérico (“pensiones dignas”,
“la España de las banderas en los balcones”, “defensa de la
vida”, “violencia doméstica”…) que sirve de cajón de sastre
para problemas complejos y grupos que en otro terreno estarían
enfrentados.
De modo, que pese a pecar de anticuado, a mí me sigue pareciendo más
adecuada la palabra “unitario” al hablar de un movimiento social
(a mí solo me interesan los progresistas), porque alude a un acuerdo
coyuntural y parcial, un pacto en el que las partes se dejan pelos en
la gatera en torno a un objetivo común y obvian o demoran conflictos
que en ese momento consideran secundarios, pero ojito, no los
olvidan. En términos pseudo médicos la “unidad” sería algo así
como una anestesia local y la “transversalidad” una amnesia casi
definitiva.
Así que a darle al sudoku y al crucigrama blanco, no vaya a ser que
perdamos la memoria antes de tiempo…
La música más transversal es esa que se escucha en la sala de
espera del dentista, la peluquería o el ascensor, una música que te
mantiene en un extraño estado de letargo y nunca molesta. Brian Eno
creó una obra peculiar en esa línea, “Música para aeropuertos”,
que inició el camino de lo que vino a denominarse “música de
ambiente”.
The Milk Carton Kids es uno de mis últimos descubrimientos. Sus
juegos vocales, que recuerdan a Simon y Garfunkel, (también se les
compara con los más melosos Everly Brothers), parecen acercarse a
esa tonalidad transversal de la “simpleza”, pero hay en sus
letras más profundidad de lo aparente. Yo he elegido ésta que habla de pelea inconformista.