miércoles, 8 de octubre de 2025

KID BANANA


KID BANANA
(último relato corto/deportivo)


Mi abuelo me solía decir que sin su tío Pancri, Kid Banana, nuestra familia hubiera sido anodina. Creo que usaba ese adjetivo poco común porque lo normal era preguntar de inmediato por la rareza de su uso y significado. Además añadía datos que creía o pretendía lo confirmaran.

No tenemos un contrabandista, un futbolista, un ministro o un asesino en serie que meter en el árbol genealógico - decía con cierta sorna - Los bisabuelos labradores, los abuelos albañiles, los hijos abogados y los nietos vagos de remate.

Entre esos nietos sin futuro estaba yo, que cerca de los treinta años apenas acumulaba tres de trabajo. Sin embargo mi abuelo me defendía en los pleitos familiares porque, decía, es el único que ha sacado los pies del tiesto. Todo porque sabía de mi afición y mis pinitos con el dibujo.

Este acabará triunfando, como Picasso - le decía a mi padre cuando este se quejaba de que yo siempre estaba en babia o pintarrajeado con lápices o acuarelas.

El había sido albañil y luego jefe de obra, pero también un lector ferviente que llegó a acuñar una biblioteca más que modesta. En cuanto a Kid Banana, el supuesto alias boxístico del tío Pancri, vio como su entidad corpórea se deshacía en polvo y ceniza cuando murió el abuelo. He aquí la realidad.

Hace algo más de un año, en unos de mis contados viajes a la capital, pasé por el gimnasio Galiana, auténtica catedral del boxeo dedicada a un grande, Fred, a quien en su tiempo llamaban el torero del ring. Según mi abuelo, que me había hablado una y otra vez de aquel gladiador, al que se asociaba con el arte de cúchares por los desplantes que dedicaba a sus contrincantes, allí se había forjado la figura pugilística del tío Pancri, de modo que entré con la intención de saber si aún quedaba alguien que hubiera compartido cuadrilátero con él.

¿Kid Banana? No he oído ese nombre en mi vida - me contestó el dueño del gimnasio - y te juro que no hay boxeador mínimamente bueno al que no conozca.

Eso me descolocó tanto que nada más salir de allí busqué en internet. En la nube virtual solo aparecían dos Kid Banana. Un rapero hondureño y un antiguo boxeador argentino, ya fallecido. Nadie más.

Desconcertado por el resultado negativo de mis pesquisas, consciente de que el argentino, Claudio Bechini en la vida civil, nada tenía que ver con el tío Pancri, llamé a mi madre para preguntarle por el tío-bisabuelo y ella me confesó que no le conoció.

Murió muy joven - me dijo.

Era boxeador ¿no? - le pregunté.

Qué va. No le dio tiempo. Si debió morir con quince o dieciséis años ...

Este dato me dejó definitivamente ko, nunca mejor dicho, porque mi abuelo me había contado las proezas de un púgil que, según decía, había llegado a boxear en el Luna Park de Buenos Aires, el personaje familiar que, a base de mamporrazos, nos había librado del anonimato.

Durante semanas contacté con familiares a los que había perdido de vista hacía años. Se extrañaban de que les preguntara por alguien al que, o bien no recordaban o del que apenas habían oído hablar. Me echaban en cara mi desapego familiar, me preguntaban por mis padres y prometían echarme una mano si descubrían algo relacionado con el tío Pancri. En cuanto a Kid Banana a solo a uno de mis primos sonaba nombre y dedicación.

En pocos meses comprendí que los combates ganados por ko a lo largo de toda España, las peleas encarnizadas con un púgil irlandés y otro nigeriano en el Gran Price de Barcelona, el intento de amaño de un combate que acabó con su periplo americano y una vida privada que le permitió codearse con vedettes y actrices de la época eran fruto de la inventiva del abuelo y de su ahínco por superar la grisura colectiva que creía rodearle.

Los días se dividen en agónicos y apacibles, decía mi abuelo cuando salía de casa a hacer kilómetros, pues así hablaba de sus paseos. Murió sin agonía un día apacible del otoño de hace tres años, veintidós grados y un aire que mezclaba la sombra de los abedules con una brisa que parecía venida de un mediterráneo a casi quinientos kilómetros de distancia, así que no pudo asistir a la presentación, ni saber que le había dedicado mi primer comic, "Kid Banana", la biografía apócrifa del tío Pancri que, espero, siga salvando a nuestra familia de una vida anodina.



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