domingo, 14 de septiembre de 2025

Jaque mate

JAQUE MATE

(sexto relato deportivo)


Esa noche soñó que jugaba en una plaza de toros, con el graderío lleno hasta la bandera por un público entregado.

Lo narra por la televisión un tipo con gafas oscuras que camufla su seseo cordobés con la letra f, afierto, pafienfia, del que dicen que cantó por la radio el gol épico que Zarra, Farra para él, marcó a la pérfida albión en el mundial de 1950. Los locutores deportivos no competían entonces por entonar el gooool más largo y tenían voz de galán y bigote de jefe de Falange.

Algunos seguidores extendieron una pancarta con su nombre, que rimaba con campeón, cuando llegó con aspecto de payaso hippie, saludó al contrincante bielorruso y al público, alentándolo a animarle aplaudiendo al aire, con el gesto tópico de las saltadoras de longitud y triple salto. Se armó la de dios es cristo, como nunca se ha visto en los sueños de los jugadores de ajedrez. Tampoco se ha visto hasta ahora este vestuario extravagante, tan alejado de la severidad austera de los grandes maestros, con una rebeldía similar a la encarnada por Ilie Nastase en los setenta. Hasta entonces los tenistas iban de blanco, con polos Lacoste o Fred Perry, según latitud y herencia cultural, algo que no iba con el rumano, un macarrilla que presumía de haberse acostado con más de 2.000 mujeres. Nastase decidió que a partir de él los tenistas vestirían como les diera la gana y no venerarían al juez de silla como a un santo sacerdote, y así fue.

De modo que además de presentar ese look estrafalario, el ajedrecista se levantará alzando los brazos en V tras cada movimiento y dará unos saltitos provocadores, mientras miles de aficionados corean su nombre enardecidos y hacen la ola.

Sentado frente al tablero hará muecas, gestos alentadores o burlescos que cabrearán al bielorruso, dispuesto en algún momento a abandonar. Finalmente, cuando aseste el jaque mate a un adversario desquiciado, se deshará de la camiseta y dará dos veces la vuelta al ruedo con el torso desnudo ondeando la enseña nacional.

En ese momento su madre entra por la puerta, levanta la persiana y le despierta. Aún aturdido recuerda entonces que hoy su padre le enseñará a mover las piezas de un ajedrez de madera tallada por él mismo, el que le regaló hace unos días por su sexto cumpleaños.