Siguiendo la
costumbre de acercarme a mi vieja colección de vinilos durante los veranos orduñeses, he elegido una vez más un ejemplar casi olvidado, el doble recopilatorio dedicado a Richie Havens (1941-2013)
que Polydor lanzó en España con el rimbombante nombre de POP HISTORY Vol. 11.
Por delante de
número tan aciago la colección había editado antologías de
Jimi Hendrix, Cream, John Mayall, The Who y otros grupos menos
conocidos como Taste o The Spotnicks.
Pop History Vol.11
Se trata de una grabación no muy conseguida, Richie Havens no era ni un buen intérprete – la mayor parte de su repertorio eran versiones – ni desde un luego un creador avanzado, así que el disco contiene, principalmente y como tantas otras cosas, un buen puñado de nostalgia.
Eso sí, Richie
Havens tuvo sus minutos de gloria. Tal día como hoy, 15 de agosto pero de hace la friolera
de 51 años, el músico se subió al escenario e inauguró el mítico
festival de Woodstock. Aunque tenía que salir en quinta posición el retraso de la mayoría de músicos, porque las autopistas estaban
colapsadas, le llevó a presentarlo y a tocar durante tres horas
seguidas, incluso agotando su todavía corto catálogo.
Esa actuación
inicial, recogida en el documental estrenado al año siguiente, le
convirtió en leyenda y permitió vivir de esas rentas artísticas y un
característico rasgueo de guitarra hasta su fallecimiento en 2013.
He elegido una
canción de la que no he encontrado vídeo en directo pero me parece
una de las más conseguidas de las que conozco, “Shouldn't
all
the
world
be
dancing”
(https://youtu.be/8JJO0KLUR5A),
de
la banda sonora del film underground
“Ciao Manhattan”, y “Freedom”
(https://youtu.be/SQ0I0SRW9_U),
incorporada al documental del festival.
Solo a mediados de los años setenta, después de ver “La trama” y tras una conversación absorta con un cinéfilo, descubrí que esa no era la primera película en color de Alfred Hitchock.
Era la consecuencia de conocer la obra de los clásicos en las viejas y pesadas televisiones de las décadas anteriores, con una tecnología que solo permitía su reproducción en blanco y negro. Pero no todo fue malo. Eso ocurría porque, pese a ser tiempos de censura, la televisión única ofrecía ciclos de directores y actores de épocas anteriores.
La calidad de las pelis que dan en la tele ha decaído en paralelo a la de sus programas y protagonistas. Solo algunos canales de pago nos permiten ver paquetes de interés, aunque casi siempre incompletos y repetitivos, obviando gran parte de la filmografía del homenajeado.
También muy de cuando en cuando, zapeando y por pura casualidad, descubres alguna pequeña joya. Hace poco “Mother”, una obra del oscarizado Bong Joon-ho antes de saber quién era y degustar la espléndida “Parásitos”.
Como todo peliculero me gusta saber que tal director o actor, de los que me ha parecido descubrir aspectos positivos, acaban siendo figuras reconocidas por los críticos. También coincidir con un erudito. Hace unos meses me dio un enorme subidón oír decir al compositor Fernando Velázquez, con varios Goyas en sus vitrinas, que la mejor banda sonora que conocía era el plano secuencia de la llegada a Dunquerque de “Expiación”(Oscar a la mejor banda sonora 2007), algo que, con la venia de Tarantino y desde luego que Stanley Donen, vengo defendiendo desde hace años.
Entre la morralla, que a veces sirve apara adormecerte, para confirmar lo fantasmas que son los yanquis cuando se les va la mano, la cantidad de mierda que se filma y proyecta, puede haber sorpresas, un acierto, un apunte, simplemente un detalle que te hace atender las imágenes que surgen de la caja tonta. Así que voy a hablar de dos pelis de tele, esos productos de segunda fila que tienen ese “noséqué”.
Aunque no sea una obra maestra solo la escena inicial de “Tres fugitivos” (Francis Veber – 1989) merece reconocimiento. Versión norteamericana de “Los fugitivos”, del mismo director, repite con exactitud sus escenas más hilarantes, aunque con un nuevo personaje, la hija del frustrado ladrón, interpretado por un notable secundario, Martin Short. El actor principal es mi venerado Nick Nolte, a quien sus diversas adicciones han impedido darnos más alegrías.
La otra peli que me descubrió la tele entre zapeos es otra comedia, en este caso negra, “Un funeral de muerte” (2007). Dirigida por el actor y director Franck Oz, es una gamberrada que pone patas arriba la corrección británica. El reventador principal de un funeral que se prometía dentro de los cánones es Peter Dinklage, el Lannister de “Juego de tronos”. Me hubiera gustado encontrar alguna de las escenas más graciosas pero debo conformarme con el trailer oficial.
Así que nunca es tarde para descubrirlas. Creo que no es difícil encontrarlas husmeando en las redes o, en el peor de los casos, estar al loro para cazarla entre la aburrida programación de alguna cadena. No prometo exclamaciones pero sí divertimento.
Aunque
puede que no guste a quienes me han acompañado en ocasiones diversas
siempre he defendido que mis mejores experiencias viajeras se han
dado cuando me he quedado o las he vivido solo, o casi…
Estoy leyendo la
primera parte de la autobiografía de Joan Margarit, habitual del
blog, y cuenta una experiencia que, unida a emociones recientes, ha
estimulado meterme en estas harinas.
Arenys de Mar, años sesenta
En plena
adolescencia un grupo de boy scouts, entre los que se encuentra el
poeta, decide hacer una excursión a un molino de Montmeló, entonces
un pueblo de apenas mil habitantes. Pese a que sus compañeros no han
llegado al punto de cita, Margarit piensa que cogerán el próximo
tren y embarca solo. No sabe que la excursión se ha suspendido y que
él es el único que no se ha enterado porque sus padres no tienen
teléfono y nadie ha podido avisarle. Sin embargo el viaje, resuelto
de un modo favorable gracias a la hospitalidad de un lugareño, se
convierte en una experiencia que recordará toda su vida.
Con catorce años
hice algo parecido pero de forma voluntaria. Apañé unos ahorros,
les conté alguna media verdad a mis padres y me fui solo a Arenys de
Mar, entonces una bella localidad de la costa pero en invierno
bastante desabrida. Ahora recuerdo aquella aventurilla con cierta
ternura, pero en aquel momento, sin otra perspectiva que vagar por un
pueblo casi desértico, fue tan aburrido que acabé pasando la tarde
en un cine de sesión continua.
Y ahora el
paréntesis emocional y luego sigo. En las últimas semanas he gozado
de dos de esas sorpresas que te hacen disfrutar de la vida. Hace unos
días recibí por guasap la imagen que acompaño, un collage con
fecha de 1980 que no recordaba haber regalado a Fabrizio, un amigo
romano con el que mantengo un contacto virtual reconfortante y me ha
ayudado alguna vez a traducir expresiones coloquiales del italiano en
este blog. El hecho de conservar ese recuerdo “artístico”
demuestra que la amistad no sabe de distancias.
Y bien, este envío
inesperado y entrañable me devuelve a Margarit, porque conocí a
Fabrizio en mi primera visita a Roma, setiembre de 1979, tras un
episodio semejante al que él hace mención.
El collage, tal como me lo ha enviado Fabrizio
Al llegar a Roma
tras un interminable viaje en barco y ferrocarril descubro que mi
contacto, un periodista iraní que colaboraba en Interviu, se había
cruzado conmigo. Mientras yo llegaba a Roma, él lo hacía a
Barcelona y yo no tenía donde ir. Tras una noche en una cochambrosa
y cara pensión cercana a la estación pude contactar con su pareja,
y ella y una amiga me dieron cobijo en el pasillo del piso que tenían
alquilado. Durante toda la semana camino hasta once horas diarias,
sin coger ni un solo medio de transporte, perdido por sus barrios,
fueran estos turísticos o no. Solo al atardecer, cuando las chicas
volvían de sus trabajos, tenían la hospitalidad de enseñarme la
Roma más escondida y nocturna y presentarme a algunos de sus amigos,
entre ellos a Fabrizio. Entre todos los recuerdos uno muy especial:
ver “Nashville” al aire libre en las termas de Caracalla.
Creo que viajar en
soledad te permite degustar, saborear lo que te pasa, aunque sea
anodino, y muchas imágenes o conversaciones, sean interesantes
o triviales, te acompañarán como si se trataran de algo
determinante a lo largo de la vida. Así que además de la imagen
nocturna de las termas de Caracalla me quedo con la lectura de un
relato de Tom Wolfe en el tren que me lleva a Roma, la de un
barrendero que luce una larga cola de caballo en Trastevere, y, desde
luego, la de Fabrizio y sus amigas cenando una enorme pizza al aire libre en una
cálida noche de setiembre. Triviales o no,
ahí siguen, ahí están.
La
segunda sorpresa emocional me la ha dado
Enric, músico, compañero y amigo del colegio que me ha
localizado a través del blog. Sin comunicarnos durante más de
treinta años ambos hemos descubierto que nos seguíamos a distancia,
en un largo viaje solitario y paralelo que ahora se cruza. En mi caso
husmeando en su carrera musical o acercándome a la puerta de su casa
familiar en los cada vez más espaciados viajes a Barcelona, como si
fuera posible que la casualidad nos hiciera encontrarnos. Durante
este mes ambos nos hemos puesto más al día de nuestras cosas, y si
salimos de una vez de esta odisea vírica sé que nos daremos un
abrazo y “recuperaremos” el tiempo que nos queda.
Como es evidente uso
un par de canciones en las que participa para cerrar este recorrido
emocional: “Cristall”, del grupo Naïf, que él compuso, y la
deliciosa “Silvye”, con Les Anciens, un homenaje a la Vartan, en
mi caso al menos, y tras la Hardy, amor platónico de nuestros años
mozos. Por cierto, la música de Enric ya estuvo con anterioridad en estas páginas (https://charlievedella.blogspot.com/2018/03/facebok-2.html).
La Joven Dolores hizo el trayecto Ibiza-Formentera hasta el 2000
Como
tantos ingenuos en los años setenta del pasado siglo, la primera vez
que visité la isla de Formentera pensé que era el lugar ideal para
vivir. Se llegaba al port de la Savina con una barcaza para no más
de treinta pasajeros que temblaba cada vez que un ola de tamaño
medio alcanzaba su estribor, pero una vez en la lengua de arena que
casi alcanza el islote de S´Espalmador era como si entraras a vivir
en una canción de Pink Floyd. Leo ahora que la isla llega a albergar
hasta 60.000 habitantes en verano, cuatro veces su población
habitual, cuando en ninguna de las cuatro veces que la visité en
aquellos tiempos llegué a dormir bajo techo, entre otras cosas
porque no había apenas plazas turísticas donde hacerlo.
Frente
al aroma a pachuli y hachís de los archipiélagos mediterráneos de
los años setenta, las islasde Índico, Pacífico y Caribe tienen una
extensa tradición literaria y fílmica, normalmente en el género de
aventuras. Desde “La Isla del tesoro” hasta “El señor de las
moscas”, pasando por “Robinson Crusoe”, las islas han generado
un espacio imaginario muy atractivo para alguien que siempre quiera
ser niño. De esa época recuerdo una película familiar muy “disney”
que exaltaba mi deseo de que se hiciera realidad, “Los robinsones
de los mares del sur”, que descubro fue el film de acción real más
caro hasta aquella fecha (1960). Entre las más actuales reivindicó
“Náufrago”, que vi por primera vez con mi hija pequeña y ambos
consideramos una de las mejores interpretaciones de Tom Hanks.
Allá
donde el Ibaizabal-Nervión cambia de nombre y género y se convierte en ría
acostumbra a crecer un islote. Lentamente, durante meses, va
apareciendo un pedregal, más adelante arbustos y finalmente un
pequeño arbolado. Supongo que el islote busca pertinaz su sitio
primigenio y acostumbro a enseñar esa pugna de la naturaleza por
recobrar su espacio a los foráneos. Ya adentrados en la curva del
barrio de La Peña el cicerone enseña al forastero que la isla que
allí hubo es el parque que ahora pisa, así que crucemos los dedos
para que el agua no se vengue y recobre su cauce.
Resulta
curioso que al otro lado de la villa ésta haya recuperado una isla, un
pretendido Manhattan bochero (1) de más de dos kilómetros de largo, Zorrozaurre.
Hace unos días la rodeé en cayac, nueva y gratificante afición
deportiva, y observé que de momento las obras solo allanan terrenos
que en un futuro serán ocupados por nuevas edificaciones. Según el
proyecto, y menos mal, con un amplio porcentaje de vivienda
protegida.
Durante
el confinamiento las islas han salido mejor paradas que los
continentes. A fin de cuentas el “aislamiento” es consustancial a
su condición geográfica y eso sufren o disfrutan sus vecinos según
deseo o simple resignación. No sé si las estadísticas siguen
confirmando que en las islas se dan más suicidios y enfermedades
psíquicas como causa de la sensación de encierro y de la
consanguinidad. Imagino que no. De sus puertos y aeropuertos arrancan puentes, autopistas marinas o entre nubes que las unen permanentemente a tierra firme, y
en su mayor parte son ya destinos masivos prestos al mestizaje.
Tal
parece que ocurre en la Formentera paradisíaca de mi juventud, dicen
que convertida en un vertedero turístico de ruido y drogas
sintéticas. Siempre nos quedará Pink Floyd…
(1)
Bocho es una de las denominaciones que los bilbaínos dan a la villa,
a la que asimilan a los hoyos que los críos hacían para jugar a las
canicas.
"More" (1969), ópera prima de Barbet Schroeder, se desarrolla entre Ibiza y Formentera. Su música fue compuesta mayoritariamente por el incombustible Roger Waters o por los cuatro Pink Floyd. Esta pieza corta, "A spanish piece", es la única compuesta e interpretada en solitario por David Gilmour.
La portada "lisérgica" del LP es una foto del Molí Vell de La Mola (Formentera).
Claramunt en su primera etapa gitana a la derecha de la foto
El pintor Luis Claramunt (Barcelona 1951 – Zarautz 2000) decidió convertirse en el heterónimo gitano de sí mismo. Coincidí con él en el viejo claustro de la universidad de Barcelona, aunque desapareció en segundo curso, cuando los aprendices de filósofos tuvimos que trasladar los bártulos a la escuela de Estudios Mercantiles. Creo que nunca llegué a cruzar una palabra con él. Casi siempre solo y con la leyenda parece que falsa de haber participado en una reyerta entre facciones radicales, acostumbraba a dar vueltas a la columnata a paso largo, y en pleno invierno vestía un polo de manga corta de color azul. Una mañana coincidí con él en los wáteres y descubrí que combatía el frío dando tragos de algún licor, seguramente coñac, de una petaca de metal.
En
dos o tres años Claramunt mutó su vestimenta progre por traje con
chaleco oscuro, y aunque siguió llevando el pelo largo, lo engominó
hacia atrás y se elevó sobre botines puncha como el gitano
heterónimo que quería ser. Su prima Silvia Martínez Palou
(file:///C:/Users/charl/Downloads/SMP_TESIS%20(4).pdf),
que le dedicó su tesis doctoral , parafrasea palabras de Michel
Foucault para decir que quiso “hacer de su cuerpo un fragmento de
espacio imaginario”. Solo su apellido catalán le traicionaba. De
saberlo, yo le hubiera podido prestar cualquiera de mis dos Cortés.
Claramunt dejó atrás los escarceos filosóficos y se dedicó a pintar a lo bestia, autodidacta en los recursos pero consciente en los objetivos: arte bruto, expresionismo de colores y formas agrestes, como el paisaje de la Barcelona canalla, lumpen y marginal a la que pertenecía por vocación.
Estación del Norte de Barcelona
Abandoné su recuerdo cuando yo mismo dejé nuestra ciudad natal, y ahora que repaso
su biografía para escribir el blog descubro que vivió en
Bilbao, imagino que en alguno de las zonas gitanas de la villa, y
murió en Zarautz, sin llegar a los cincuenta años de edad. Lo cierto es que, pese a esa coincidencia geo-biográfica, nunca le
volví a ver.
Observo
su obra y me parece sobrevalorada, quizás porque la genialidad, y en
este caso la autenticidad, se mide más por la actitud que por la
aptitud. Juana de Aizpuru, avispada galerista, lo pescó pronto e
imagino que supo venderle como enfant terrible hasta que los
problemas con el alcohol, la enfermedad y la crisis le llevaron a la
decadencia.
Leo
que murió en casa de su hermana Victoria, ayudado económicamente
por esta y el benjamín de la familia. También se dice que el pintor
inspiró al personaje central de la novela “El amante bilingüe”,
de Juan Marsé.
Autorretrato
Helios
Gómez (Sevilla
1905- Barcelona 1956) no necesitaba ir de gitano porque lo
era. Di con él mientras yo mismo preparaba una novela fallida e
inédita, “El retorno de la Columna Durutti”, título basado
expresamente en un equívoco: el de la mítica publicación de la
Internacional Situacionista y del primer disco del grupo de
Manchester, “The Durutti Column”. Creía que el error fonético
atraería los cazadores de gazapos, sabedores de que el líder
anarquista se apellidaba Durruti y no Durutti, que más parece una
marca de fetuccini.
Pero
vayamos al grano. Reconozco que incitado por un prejuicio racista me
llamó la atención la biografía de Helios Gómez, así que localicé
y compré uno de los libros publicados sobre su obra, “La
revolución gráfica”, en 2010. Ahora he repasado el libro y
buscado si la Associació Cultural que fundara su hijo, seguía en
pie. Así es, tiene una estupenda página web
(http://www.heliosgomez.org/associacio.htm)
y veo que ha seguido publicando.
Helios
Gómez fue un excelente y muy reconocido dibujante y cartelista
republicano. Republicano en sentido amplio, porque a lo largo de su
vida transitó por toda su escala ideológica: de la CNT a una
desconocida Liberación Nacional Republicana que él mismo creara en
la posguerra, pasando por el BOC, el PCE o la UGT, además de
colaboraciones, en este caso profesionales en distintos órganos de
otras organizaciones, el POUM, o la milicia cultural que pergeñó
Durruti, para la que creo la revista “El frente”.
Además
de su acercamiento a Durruti, otros dos hechos enlazan con la primera
parte de este blog sobre “Verosímiles...”: que el gurú crítico
Jean Cassou fuera prologuista de sus libros y que coincidiera con Max
Aub en el campo de concentración de Vernet D`Ariége.
La
obra gráfica de Gómez es un compendio de las vanguardias del primer
tercio del siglo XX. Su obra, casi siempre en tinta china negra,
tiene rasgos cubistas, futuristas, constructivistas, pero si hay algo
que la caracteriza es un expresionismo agrio fruto de un espíritu
más rebelde que revolucionario.
Bombardeo de una escuela 1938
De
lo que conozco me quedo con su última época (“Viva octubre”,
“La columna en marcha” y “Horrores de la guerra”) que le
acercan al mundo del cómic, con imágenes colectivas muy detalladas.
Tras
su paso por varios campos de concentración, entre ellos el citado
Vernet D`Ariége, vuelve a Barcelona en 1942 y se aparta de la
ilustración por motivos evidentes de autocensura, pasándose a la
pintura surrealista y al muralismo (Jazz Colón y Residencia Sant
Jaume, ambos desaparecidos).
Mención aparte merece la llamada
Capilla Gitana, mural realizado por Gómez durante su “estancia”
en la cárcel Modelo de Barcelona por propaganda y asociación ilegal
entre 1948 y 1954. Actualmente está tapado por una capa de pintura
en una celda de la cuarta galería y es reivindicado por numerosas
asociaciones en el marco de la recuperación de la cárcel como
museo.
Interesados meteos en la página web de la asociación.
Después
de dos “bichos raros” como Claramunt y Gómez, permanentemente
rebelados contra los estereotipos sociales, habrá que reincidir en
lo musical.
Hace
unas semanas vi una de la primeras películas del reciente
nonagenario Clint Eastwood, “Escalofrío en la noche” (1971), un
thriller vulgar y anticuado que solo salva un Clint en plena forma
física. Pues bien, en la película suena “First
time ever i saw your face”,la
canción que dio su primer Grammy a Roberta Flack.
El
compositor es el cantante folk Ewan MacColl (1915-1989), otro
outsider por su militancia izquierdista. MacColl había compuesto la
canción para Peggy Seeger y detestaba la versión lenta y edulcorada
de Roberta Flack.
Para
los que suene el apellido MacColl, efectivamente, se trata del padre
de Kirsty (1959-2000), muy conocida por la maravillosa “Fairytale
of New York”, que
interpretó junto a los Pogues y
creo haber incluido en el blog hace tiempo.
Cuando la construcción del personaje de una novela te hace dudar de su existencia es que el autor ha hecho bingo. Recuerdo que en mis tiempos de estudiante estuvo de moda un texto del filósofo Della Volpe sobre el concepto de verosimilitud en el cine, que él, cuestionando el dogmatismo neorrealista, ampliaba al terreno de lo poético.
La actualidad, si bien no adornada precisamente por la lírica, parece darle la razón. ¿Alguien en su sano juicio hubiera creído verosímil hace un año que los ciudadanos de todo el mundo paseáramos protegidos por una mascarilla porque un virus maligno se había extendido por los confines de la tierra? ¿Alguna persona minímamente cuerda hubiera considerado verosímil que la primera potencia mundial fuera gobernada durante cuatro años por un ignorante atrevido y temerario como Donald Trump? Pues ahí lo tenéis. La realidad siempre supera a la ficción.
No es el caso de la entrañable “Todo lo que se llevó el diablo”, de Pérez Andújar (San Adriá del Besós 1965), en la que la construcción prolija del ficticio Arcos Paulín, pertrechada de excelentes y bien documentados trampantojos históricos, me llevó a buscar su existencia real por internet. No podía ser que ese dibujante de cómics, que posó junto al mítico Hervé, autor de Tintín, al que no consideraba amigo sino competidor, fuera solo un fantasma de papel tintado.
Pero P. Andújar es un equilibrista del homenaje y la verosimilitud. Así que veamos el laberinto extenuante de nombres fingidos y robados, lo que llamamos heterónimos, que fragua para acreditar al personaje: “El piloto sin rostro”, la obra más famosa de Paulín, que en Bélgica adopta el nombre de Paul D`Arc, existe, pero su autoría le corresponde a un autor real secundario, Jean Graton. P. Andújar convierte al piloto de coches Michel Vaillant, el personaje original, en un piloto de aviones que, como aquel, esconde su rostro en la visera opaca del casco. Para rizar el rizo Paul D`Arc, instalado en París y afiliado al PCF, pasa a colaborar asiduamente en una editorial comunista que, y esto también es verdad, se llamaba curiosamente Vaillant. En la ficción coincide con otro dibujante, José Cabrero, también real, que como Paulín en la novela sobrevivió al campo de concentración de Mauthausen dibujando viñetas pornográficas para los guardianes del campo.
Como puede apreciarse la mejor forma de hacer caer al lector es acompañar al personaje de un cierto número de trampas reales que finjan veracidad. ¿No os suena? Está de moda. Es lo que actualmente llamamos bulos o, en algunos casos, investigación judicial.
Max Aub: No es extraño que Pérez Andújar recoja la figura de Arcos Paulín de un
Foto de los "padres" y de Torres Campalans con Picasso
curioso relato de Max Aub, “Manuscrito Cuervo”,memoria sobre su estancia en el campo de concentración de Vernet D`Ariége.
Max Aub (París 1903 . México 1972) es el bromista por antonomasia del heterónimo. He sabido preparando este blog que, además de sus dos conocidos autores imaginarios, el escritor Luis Petreña y el pintor cubista Jusep Torres Campalans, tuvo la osadía de inventarse una antología de poetas de diversas lenguas y nacionalidades, hasta 69, adornándolos con pequeñas notas biográficas. Habrá que conseguirla como sea porque seguro que da de sí.
Mientras, me ceñiré al caso de Torres Campalans, que es el que conozco porque compré el libro cuando Destino publicó una extraordinaria edición en 1999, pero sobre todo por lo redondo del resultado.
Ya en las primeras páginas coloca Aub el señuelo que acompañará el resto de la historia: un poeta mejicano le presenta a un “hombre, alto de color, seco”, José Torres, que se dedica a no hacer nada y vive “en el monte, con los chamulas”. El escritor tiene dos conversaciones con el pintor, y tiempo después, de vuelta a París, le habla de él a Jean Cassou, en aquellos tiempos el hispanista y crítico de arte de moda, que se sorprende y le enseña catálogos y notas propias. Ya está. Max Aub se mete “de hocico en su vida”, es decir, se ve empujado a escribir su biografía.
No soy un erudito bibliográfico, pero de lo que conozco y he tenido noticia, la biografía imaginaria de Jusep Torres Campalans es el más completo fake new de la literatura, en palabras suyas una historia que tuvo que reconstruir como un rompecabezas. Por el libro pasan multitud de críticos, escritores y artistas reales (además de Cassou, Gris, Picasso, Renau y Malraux, a quien dedica el libro, entre otros). Algunos de ellos le facilitan documentos, incluso catálogos.
Pero los elementos que apuntalan la ficción, los que hicieron dudar de la existencia real del pintor son dos: 1) el hecho de que tanto Cassou como otros críticos y artistas que aparecen en la trama no la desmintieran y 2) la reproducción de cuadros, dibujos, bocetos e incluso fotos de Torres Campalans, así como un catálogo detallado de la obra conservada (58 trabajos), con medidas, material empleado, pequeña descripción y hasta supuesto propietario. Para enredar más la cosa Aub pone en duda la autoría de alguno de los cuadros, lo cual es ya la repera: poner en cuestión la autenticidad de la obra que uno mismo ha inventado.
El cuadro "La venganza será terrible" obra de... obra"
La duda sobre la existencia real del pintor duró dos años, y ello pese a que Max Aub, bromista hasta la sepultura, dejó huellas del engaño, como esos asesinos en serie que buscan reconocimiento retando y dejando rastros a sus perseguidores, principalmente en fechas o con la recreación de artículos periodísticos reales.
Le he dado muchas vueltas al coco para recordar algún caso musical que pudiera servir para la ocasión y he corroborado algo que creía recordar del último LP de Cream, en el que aparecía entre los créditos un desconocido “angelo misterioso”, identidad que por problemas legales ocultaba al beatle George Harrison. El video juega con la querella amorosa por Pattie Boyd, un tanto de revista rosa, pero es el único en el que, aunque en foto, aparece l´angelo.
He
descubierto que podría pertenecer a la tribu de los cebras hace muy poco, en
concreto en el último film de François Ozon, un cineasta que sigo
por su capacidad analítica y de creación de dilemas morales.
En
“Gracias a Dios”, aconsejable incursión en el universo de los
abusos sexuales en el seno de la iglesia católica, uno de las
víctimas es un cebra. Tengo que subrayar que una de las mejores
virtudes de la película es la gama de “abusados”, que van desde
un ultracatólico, precisamente el que inicia el proceso de denuncia,
a un medio anarquista ateo, pasando por el cebra, curiosamente el
personaje más marginal y fracasado.
Pues
bien, la tribu de los cebras la forman las personas con coeficiente intelectual superior a 130. La verdad es que nunca me había puesto a pensar
en ello, seguramente porque tampoco he logrado mostrar esas
supuestas capacidades. De hecho mi familia se ríe sospechosamente cuando hablamos de ello. Me considero, eso sí, un mediocre excelente (qué oxímoron…) y ha sido a raíz de conocer el palabro que me ha
dado por bucear en él y también, por qué no, en ver si algunas
cosas de mi vida pudieran tener explicación en esa hipótesis.
Mientras
cursaba cuarto curso de bachillerato fui valorado por un departamento
de psicometría con un coeficiente intelectual de 145. Con
independencia de la más que discutible validez de ese tipo de test, y a la vista de mi curriculum, he pensado más de
una vez que se trató de un traspapele que me adjudicó la inteligencia de J.Q o M.C, los más brillantes de mis compas de colegio. Pero si no fue así, mi evolución posterior es un caso evidente de desescalada cognitiva, en la línea del título de un libro de Rafael Alberti: "Yo era un tonto y todo lo que he visto me han hecho dos tontos".
En cualquier caso, aquella valoración excelsa y discutible no impidió que al año siguiente batiera el récord del centro, al ser expulsado de clase por todos los profesores excepto el de gimnasia, la única disciplina en la que aspiraba a sacar matrícula (tengo entendido que una década después lo batió un tal Laporta, que llegó y quiere volver a ser presidente del Barça). Especialmente duro fue el castigo del fraile tutor: una semana desterrado y un cero en religión por comer maíces tostados durante el rosario, un “terrible” pecado del que, como es obvio, ni me arrepentí ni me arrepiento. Creo que el hecho de tener retentiva,
que no memoria, sí me sirvió para salir airoso del reto, porque
saqué un 10 en el examen trimestral y me libré de volver en
setiembre.
Ni
hasta entonces ni en el tiempo que siguió fui un estudiante
excepcional. Solo obtuve dos matrículas en todo el bachillerato y mi
puesto entre la media de 42 alumnos que embutíamos las aulas del
colegio marista era un diente de sierra que me llevaba de ser el
primero de la clase al veintitantos de una quincena a otra. No quiero
pasar por alto que yo, como una buena parte de mis compañeros, también
sufrí abusos: en segundo de bachillerato, con solo once años de
edad, un cura salvaje me apalizó por “hacer gestos”, en ese caso
encoger los hombros, otra terrible herejía. Recuerdo como una de las
mayores heroicidades de mi vida haber conseguido mantener el tipo y
las lágrimas en tan sórdida ocasión.
Se
dice de los cebras que son “hiper” casi todo, hipersensibles,
hiperestimulados, hiperestesiados, hiperidealistas, hiperjustos…,
pero también es habitual que no acaben por conseguir su sitio en el
mundo. No sé en cuál de esos “hiper” podría llegar a ubicarme, pero sí me
reconozco en dos de sus características: la dificultad de compaginar una cierta capacidad de concentración, o de abstra/distracción, con la necesidad de frenar la cabeza,
algo que siempre me ha impedido centrarme en algo definitivo, y el
miedo al fracaso. Es como si desde muy joven te pudiera la sensación
de que no vas a tener tiempo ni capacidad para hacer todo lo que
quieres hacer, que no puedes perder mucho tiempo en “esto” porque
también quieres hacer “aquello”, y encima no vas a ser
capaz, y así indefinidamente. Algo que te rebela contra el paso de
tiempo, que es tanto como tener siempre presente que te acabarás
muriendo. Si esto es lo de ser cebra y “no tener sitio en el mundo”, me
apunto: detesto la manía de morir que tenemos los humanos.
Creo
que esta escena de “Blade runner” refleja como ninguna otra la
ira contra un dios creador que te coloca un chip de obsolescencia. No
sé si la secuencia está bien traída, pero creo que el asunto planea a lo
largo del blog y no deja de ser un buen desahogo.
Suelo
poner como ejemplo de la complejidad legislativa y de la necesidad de
hacerlo bien, algo que viví en primera persona cuando estaba en
activo.
Sede del BOE
Para
no aburrir lo simplificaré. Con el fin de ajustar el acceso y
reparto de la pensión de viudedad de ex cónyuges separad@s
o divorciad@s, en 2007 se
modificó la ley general, condicionándolo a que est@s
cobraran pensión compensatoria del/la fallecid@.
El problema es que el legislador utilizó un gerundio, “siendo”,
en vez de un subjuntivo, “sea”.
Un
grupo de avispadas abogadas de Vitoria se dieron cuenta del error y
protagonizaron decenas de demandas que ganaron en todo el escalón
judicial, lo que finalmente obligó a la administración a mover la
semántica legislativa y adoptar el subjuntivo para restablecer el fin perseguido. Fin del rollo
introductor.
Ligo
esto con las dificultades que la administración, no hablo de los
gobiernos, hablo de la administración, es decir, de los servicios
públicos, sufren desde que se desató la pandemia. Esta ha puesto en
la palestra a un colectivo habitualmente denostado, el de los
empleados públicos, dándonos cuenta de que a él pertenece el
personal sanitario, el de correos, los cuerpos de seguridad, la
enseñanza pública, pero también quienes tramitan, resuelven y pagan Ertes y prestaciones sociales.
Y bien, ahora sabemos que el estado español es el quinto
por la cola de la UE en porcentaje de funcionarios por cada mil
habitantes. Por cierto, un tercio son interinos o temporales, algunos
con hasta 35 años de servicios; por cierto de nuevo, en la
Administración del Estado el personal laboral perteneciente a la
última categoría profesional es mileurista (14.573,86 euros anuales
+ trienios); por cierto, finalmente, la edad media de ese colectivo está alrededor de los 55 años.
Con
pocos recursos humanos – en los últimos días hemos sabido que el
Ministerio de Sanidad, es decir, el que está llevando el peso
coordinador de la pandemia solo tiene 6.202 empleados públicos
entre todos sus organismos, y únicamente 1.044 en su núcleo central
– las distintas administraciones se están enfrentando no solo a la
falta de medios sanitarios, de protección, etc., sino también a una
avalancha de normas que tienen que aplicar sobre la marcha, y ahora
enlazo con los primeros párrafos, redactadas bajo presiones
múltiples y contra reloj, es decir, con casi inevitables errores y
contradicciones.
A
efectos comparativos señalaré que en estos cuatro meses el Gobierno
del Estado ha publicado en el BOE 370 órdenes ministeriales, 15 reales
decretos ley y 491 reales decretos. En el caso de los reales decretos
ley se han publicado tantos como los de todo 2019 y ya un 70% en el
de los reales decretos.
A
quienes desde diversos estamentos peleamos cuando estábamos en
activo por la mejora de lo que despectivamente llamamos burocracia
nos apena el tiempo perdido: la mengua progresiva de efectivos, su
envejecimiento, el aparcamiento de los proyectos eternos de “ventana
única” y claridad competencial, de desarrollo del teletrabajo, del
repliegue del acercamiento al ciudadano, sustituido por webs no ya
poco amables, sino absolutamente laberínticas e incapaces de
combinar seguridad y accesibilidad, etc.etc.etc. Recortes,
carencias, falta de herramientas que ahora echamos de menos.
Pero
como dicen los colegas de Eragin, un colectivo de jóvenes peleones
del País Vasco, en un animoso y ojalá no ingenuo slogan:“NO ES
LO QUE HAY”. Ah, me olvidaba, y ¡VIVA EL PRIMERO DE MAYO!
Y
para animar otro poco más, un bailable todavía más esperanzador
que he pillado por casualidad.
Creo que si tuviera idea de fotografía intentaría hacer cosas
parecidas a las que va dejando Eugeni Gay (Txeni) a través de sus libros y
exposiciones. No le veo como esos cazadores de instantáneas que
persiguen estresados lugares propicios, sino más bien merodeando,
paseante como los abuelos de antes, con las manos recogidas en la
espalda, esperando que las imágenes transcurran. Recuerdo las
primeras fotos que le vi en un reportaje sobre el accidente del Yak
que publicó en “El País”, principalmente la de un exprimidor
con el zumo de una naranja en la mesa de la cocina. Esa imagen
cotidiana de los familiares daba una perspectiva personal e íntima
de algo que conocíamos a través de una iconografía truculenta, con
restos de fuselaje, cuerpos y pertenencias desperdigadas por una
ladera envuelta en la niebla.
Su nuevo libro, “A la ville de...” hace referencia a la frase
pronunciada por Juan Antonio Samaranch cuando Barcelona fue elegida
sede olímpica. Corría el año 1986. Como en su anterior publicación
apenas usa palabras, acaso una corta referencia a la alegría del
momento, perdida en una ciudad que incluso para él, que entonces
solo tenía ocho años, es, ahora, cada vez más irreconocible.
Veo el libro como un itinerario que empieza en las afueras, quizás
el delta del Llobregat, con imágenes de marismas, nubes,
cañaverales, plantas invasoras. Tarda en aparecer la mano humana en
un bloque de hormigón, una torre de alta tensión y una primera
persona, una mujer con cachaba sentada en la cuneta de lo que parece
un camino asfaltado. Solo entonces se acelera la aparición del
elemento humano, inicialmente a través de rasgos simbólicos,
señales de tráfico, espejos, huellas, pero con personas casi
siempre sedentarias.
A medida que avanza el libro nos acercamos por fin a la ciudad, a la
Barcelona heredada de los juegos olímpicos del 92, desde las laderas
y los barrios anteriores, los del desarrollismo, a la nueva ciudad,
que apenas se atisba en imágenes de fachadas de cristal, aceras,
cemento, vehículos, los colores y las formas de la modernidad. En
el centro de esa urbe abigarrada las personas transcurren, caminan,
muchas veces parece que deprisa y casi siempre solas, aunque lo hagan
entre una aparente muchedumbre y en el marco de una nueva simbología
tecnológica e industrial.
Quizás echo a faltar alguna imagen de los nuevos habitantes de
Barcelona, aunque sepamos que son, o eran, como los contratos, temporales,
turistas que mayoritariamente van a “estar”, no a conocer esa
ciudad que para mí, que la abandoné hace treinta y cinco años, ya es pura y simple añoranza.
Bueno, Txeni, es mi aportación de “profano” a un libro que me
parece francamente bello. Además, el que quiera peces que se moje,
es decir, ¡¡que lo compre!! He hecho coincidir este blog con la
cercanía al “día del ídem” con toda intención. He aquí la
página web para pedirlo y hacer un buen regalo:http://www.eugenigay.com/books Vídeo presentación del libro con este link: https://vimeo.com/user78447834
Creo
que una de las pocas cosas buenas que aporta este tiempo de
confinamiento, lo que algunos “confiados” y optimistas definieron
inicialmente como “ejercicios espirituales”, es la ausencia de
dos poluciones, la medioambiental y la sonora. Respecto de la primera
ya se habla de una disminución de más del 25% de las emisiones de
CO2, pero como no soy experto no me extenderé.
En
cuanto a la segunda, la ausencia de ruido ambiental y la coincidencia
de la primavera nos reconcilia estas semanas con las voces vecinales.
Bueno, con la voces y los sonidos. Creo que es un universo sonoro que
hemos ido perdiendo a embestidas de modernidad, circulación,
electrodomésticos, incluida la que transportan turistas y viandantes
gritones.
Ilustración de Ana Basarte para mi relato "Patio interior"
Como
una parte de los veranos infantiles los pasé en un lavadero que daba
a un patio interior, identifico ese tiempo con los olores y sonidos
que salían de las ventanas, y vuelven ahora, tanto tiempo después,
con menos diferencias de lo que cabría esperar.
Tengo
que decir que, además de los sonidos caseros, de los que luego
hablaré, hay tres externos pero no muy lejanos que asocio a mi
vivienda actual: el ruido del tren, que solo se oye los días de
viento sur cuando traspasa la curva de La Peña y bordea el parque de
Ollargan; las campanas de la iglesia del Karmelo; y los cohetes con
que se celebran los goles del Athletic. El resto es habitualmente una
mezcolanza monocorde difícil de diseccionar.
De
modo que es tiempo de recobrar las voces y sonidos de nuestro
vecinos, aunque a veces impertinentes, un “te dejo, que me estoy
cagando”, la discusión de una pareja o a ese niño rarito que no
para de llorar por las mañanas. Todo tan real como que en nuestra
pacífica escalera (lo digo en serio) ha habido tres intervenciones
policiales. La primera la instamos cuando en plena madrugada y bronca
se empezó a oír la eclosión de objetos pesados. La segunda, en el
mismo piso, pero con otros inquilinos como instigadores, acabó
igual, con el tipo en la comisaria por violencia de género. La
tercera fue un clásico, reyerta entre hermanos por una herencia con
final sangriento. Pero insisto, pese a lista un tanto truculenta, se
trata de una vecindad amistosa y tranquila.
La
cadena radiofónica, la música, como el olor de las cocinas, nos
describe la idiosincrasia y hasta el poder adquisitivo de los
moradores. Por el patio de manzana, el que da a otras viviendas, se
suele oír música balcánica, supongo que restos de la oleada de
rumanos y búlgaros que llegó al barrio con el milenio; en un piso
cercano canciones amorosas para adolescentes; y pared con pared,
donde hace años soportamos a Laura Pausini a toda pastilla porque al
vecino le había dado por mal beber, se oye la protesta infantil de
su nieta.
Desde
que empezó el confinamiento nos asomamos todas las tardes a las
ventanas y balcones de la calle a aplaudir y vernos la cara. Ahí
están los gemelos. Ya tienen barba y las últimas vergüenzas de
quienes están saliendo de la adolescencia. El tipo del biscuter, el
forofo athlético, no falla ninguna tarde. Saca a pasear el sombrero
rojiblanco y dos pequeños altavoces con el inevitable y combativo
“Resistiré”, dicen que la canción que un tal Toro dedicó a su
padre, un militante comunista, en homenaje a los años de cárcel que se
chupó. Hablando de comunistas, el chico de las juventudes que tenía
al Ché y a Bob Marley pegados en su ventana los quitó poco después
de pasar por el juzgado tras una algarada del 15-M. Y es que
los disgustos represivos siempre moderan. Manolo nos saluda de lejos,
desde los juveniles ochenta y tantos años que ha pactado con el
diablo. Es la hora alborozada de los niños, como ese del segundo de
enfrente, tiene una cara de listo que asusta y es el que más grita
cuando llega el estribillo y toca hacerlo: ¡Resisitiré!. Chaval,
tuyo es el futuro, no lo dudes. De esta saldremos.
Tiene
todo esto un aire épico, una suerte de extraño abrazo colectivo, el
chute de solidaridad que se merecen los pringados del Covid19: los
ancianos, los trabajadores, los pequeños autónomos y la gente de
los servicios públicos, los que de verdad sostienen el país. Que no
decaiga y que no se nos olvide.
Como
“Resistiré” está un poco sobadita y tenemos la esperanza de que
esto se acabe para junio a más tardar, una “canción del verano”,
la de este grupo popero, Villagers, del que recomiendo especialmente
su último cuatro canciones, “The sunday walker”.