viernes, 4 de julio de 2014

MUROS Y VALLAS

En agosto de 1961 la entonces República Democrática Alemana (RDA) construyó en Berlín lo que su gobierno denominaba “muro de protección antifascista”, una empalizada de casi 4 metros de alto que pretendía impedir la fuga masiva de ciudadanos que se venía produciendo desde su territorio en la posguerra (cerca de 3 millones hasta esa fecha; casi 50.000 ese mismo año). El muro, conocido en occidente como “de la vergüenza”, fue derribado en 1989 y supuso la absorción de la RDA por la República Federal Alemana.

Quienes conocimos el muro recordamos la vehemencia con la que era criticado por los políticos españoles de la época como un ejemplo de ataque a la libertad. 

Solo 9 años después de la demolición del muro de Berlín, el gobierno español comenzó a construir la valla de Melilla con el fin de impedir la llegada masiva de emigrantes, principalmente subsaharianos, a territorio español, lo que ellos consideran la primera etapa de su acceso a la Unión Europea (UE). Actualmente la valla tiene 6 metros de altura, y en 2013 el actual ministro del Interior recuperó las famosas concertinas, cuchillas que provocan profundos cortes en manos y piernas de quienes intentan saltar, un método que Zapatero colocó y retiró cuando comprobó que las mutilaciones que producían no cortaban, nunca mejor dicho, a los emigrantes en su intento de llegar al primer mundo.

Tal como recordaba en un blog anterior, los subsaharianos dispuestos a dejarse el pellejo no son 80.000, como dice Fernández Díaz, sino millones. Ese continente olvidado, cuyos padecimientos son pura estadística para los ciudadanos del primer mundo, contiene millones de humanos destinados a morir de hambre o sed, en el peor de los casos, y de peste, malaria o ébola, en el mejor. Sí, es cierto, también genera algunos de los más despóticos y sanguinarios dictadores, y no ha superado - tampoco es que después de lo Yugoeslavia esté la UE para dar lecciones - los enfrentamientos tribales, pero los mandatarios genocidas que los gobiernan son recibidos con parabienes por sus colegas del norte si traen petróleo, gas, diamantes o coltán.

No me puedo imaginar a la República Federal Alemana levantando un muro en 1961 para impedir la llegada masiva de emigrantes del otro lado de Berlín, ni mucho menos el nombre que le hubieran puesto sus aliados, pero desde entonces las cosas han cambiado mucho, a peor.

Por fortuna, nuestro amigo Michael, nigeriano, ha enganchado dos contratos que le permiten sobrevivir en Gipuzkoa; Terry, también nigeriano, ha conseguido superar su estancia en el CIE de Aluche y resiste en nuestro barrio gracias a su simpatía; y hace solo unos días nuestros amigos Xabi y Maitane trajeron de Lagos a una criatura de meses que no necesitará saltar la valla de Melilla para poder tener una vida digna. Enhorabuena.

Como acompañamiento, el más famoso de los músicos nigerianos, el mítico Fela Kuti: