domingo, 26 de diciembre de 2021

El yayo (2)

EL YAYO (2)



primer retrato de Maiu
Hace unos meses, después de decirle que me hacía viejo, mi nieto Aiert me dijo muy serio: yayo, tú no te vas a morir. Creo que alguna vez ya hice referencia a aquella mujer que un día se acercó a un Groucho Marx que entraba en la vejez y le dijo implorante: "no se muera usted, por favor”. Es desde luego lo mejor que alguien puede decirte y desear.

Pues bien, el pasado 20 de diciembre nació mi segundo nieto, Maiu. Como adelanté cuando nació Aiert (https://charlievedella.blogspot.com/2016/08/el-yayo-creo-que-ls-yays-estamos.html), sigo pensando que los abuelos estamos sobrevalorados, seguramente porque este status nos pilla en un estado de gracia del que carecíamos cuando éramos más jóvenes y nos proporciona la sabiduría, más o menos ancha, pero sobre todo la paciencia histórica que no teníamos cuando queríamos tener todo, deseos, objetivos, intereses, al alcance la mano. Suelo decir que los padres educan y los abuelos enseñan, una diferencia sustancial que nos permite ser la faz amable del crecimiento de un niño con ganas de aprender.

Claro, también está la parte artificiosa del pequeño, la fantasía cubriendo los agujeros negros, la necesidad de que alguien les dé seguridad, ya ves tú, como si fueras uno de esos seres aguerridos de los dibujos animados o... sí, ese personaje ya desaparecido o en retirada, el ángel de la guarda, ese viejecito que ilumina todo lo malo que pudo ocurrir a James Stewart en la inevitable pero siempre reconfortante “Qué bello es vivir”.


Cierto es que la primera vez que te corrige piensas, jope, ya se está empezando a dar cuenta... y quieres que descubra cuanto más tarde mejor que su yayo es un tipo mezquino, ruin, cobarde, aburrido; generoso, digno, valiente, divertido, el vizconde mediado del relato de Italo Calvino, siempre dispuesto a dar lo mejor y lo peor, porque es lo que somos, ni más ni menos.

Pero como ambos, Aiert y yo, deseamos que este pequeñajo ría mucho y sea muy pero que muy feliz, le vamos a dedicar la secuencia preferida de su hermano mayor, con ese imperativo que todo abuelo querría cumplir, “haz reír” (Make`em laugh), en una de esas maravillas yanquis (qué cabrones haciendo cine!!!) que no envejecen nunca.