ISLAS
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La Joven Dolores hizo el trayecto Ibiza-Formentera hasta el 2000 |
Como
tantos ingenuos en los años setenta del pasado siglo, la primera vez
que visité la isla de Formentera pensé que era el lugar ideal para
vivir. Se llegaba al port de la Savina con una barcaza para no más
de treinta pasajeros que temblaba cada vez que un ola de tamaño
medio alcanzaba su estribor, pero una vez en la lengua de arena que
casi alcanza el islote de S´Espalmador era como si entraras a vivir
en una canción de Pink Floyd. Leo ahora que la isla llega a albergar
hasta 60.000 habitantes en verano, cuatro veces su población
habitual, cuando en ninguna de las cuatro veces que la visité en
aquellos tiempos llegué a dormir bajo techo, entre otras cosas
porque no había apenas plazas turísticas donde hacerlo.
Frente
al aroma a pachuli y hachís de los archipiélagos mediterráneos de
los años setenta, las islas de Índico, Pacífico y Caribe tienen una
extensa tradición literaria y fílmica, normalmente en el género de
aventuras. Desde “La Isla del tesoro” hasta “El señor de las
moscas”, pasando por “Robinson Crusoe”, las islas han generado
un espacio imaginario muy atractivo para alguien que siempre quiera
ser niño. De esa época recuerdo una película familiar muy “disney”
que exaltaba mi deseo de que se hiciera realidad, “Los robinsones
de los mares del sur”, que descubro fue el film de acción real más
caro hasta aquella fecha (1960). Entre las más actuales reivindicó
“Náufrago”, que vi por primera vez con mi hija pequeña y ambos
consideramos una de las mejores interpretaciones de Tom Hanks.
Allá
donde el Ibaizabal-Nervión cambia de nombre y género y se convierte en ría
acostumbra a crecer un islote. Lentamente, durante meses, va
apareciendo un pedregal, más adelante arbustos y finalmente un
pequeño arbolado. Supongo que el islote busca pertinaz su sitio
primigenio y acostumbro a enseñar esa pugna de la naturaleza por
recobrar su espacio a los foráneos. Ya adentrados en la curva del
barrio de La Peña el cicerone enseña al forastero que la isla que
allí hubo es el parque que ahora pisa, así que crucemos los dedos
para que el agua no se vengue y recobre su cauce.
Resulta
curioso que al otro lado de la villa ésta haya recuperado una isla, un
pretendido Manhattan bochero (1) de más de dos kilómetros de largo, Zorrozaurre.
Hace unos días la rodeé en cayac, nueva y gratificante afición
deportiva, y observé que de momento las obras solo allanan terrenos
que en un futuro serán ocupados por nuevas edificaciones. Según el
proyecto, y menos mal, con un amplio porcentaje de vivienda
protegida.
Durante
el confinamiento las islas han salido mejor paradas que los
continentes. A fin de cuentas el “aislamiento” es consustancial a
su condición geográfica y eso sufren o disfrutan sus vecinos según
deseo o simple resignación. No sé si las estadísticas siguen
confirmando que en las islas se dan más suicidios y enfermedades
psíquicas como causa de la sensación de encierro y de la
consanguinidad. Imagino que no. De sus puertos y aeropuertos arrancan puentes, autopistas marinas o entre nubes que las unen permanentemente a tierra firme, y
en su mayor parte son ya destinos masivos prestos al mestizaje.
Tal
parece que ocurre en la Formentera paradisíaca de mi juventud, dicen
que convertida en un vertedero turístico de ruido y drogas
sintéticas. Siempre nos quedará Pink Floyd…
(1)
Bocho es una de las denominaciones que los bilbaínos dan a la villa,
a la que asimilan a los hoyos que los críos hacían para jugar a las
canicas.
"More" (1969), ópera prima de Barbet Schroeder, se desarrolla entre Ibiza y Formentera. Su música fue compuesta mayoritariamente por el incombustible Roger Waters o por los cuatro Pink Floyd. Esta pieza corta, "A spanish piece", es la única compuesta e interpretada en solitario por David Gilmour.
La portada "lisérgica" del LP es una foto del Molí Vell de La Mola (Formentera).