jueves, 2 de julio de 2020

Islas

ISLAS
La Joven Dolores hizo el trayecto
Ibiza-Formentera hasta el 2000

Como tantos ingenuos en los años setenta del pasado siglo, la primera vez que visité la isla de Formentera pensé que era el lugar ideal para vivir. Se llegaba al port de la Savina con una barcaza para no más de treinta pasajeros que temblaba cada vez que un ola de tamaño medio alcanzaba su estribor, pero una vez en la lengua de arena que casi alcanza el islote de S´Espalmador era como si entraras a vivir en una canción de Pink Floyd. Leo ahora que la isla llega a albergar hasta 60.000 habitantes en verano, cuatro veces su población habitual, cuando en ninguna de las cuatro veces que la visité en aquellos tiempos llegué a dormir bajo techo, entre otras cosas porque no había apenas plazas turísticas donde hacerlo.
Frente al aroma a pachuli y hachís de los archipiélagos mediterráneos de los años setenta, las islas de Índico, Pacífico y Caribe tienen una extensa tradición literaria y fílmica, normalmente en el género de aventuras. Desde “La Isla del tesoro” hasta “El señor de las moscas”, pasando por “Robinson Crusoe”, las islas han generado un espacio imaginario muy atractivo para alguien que siempre quiera ser niño. De esa época recuerdo una película familiar muy “disney” que exaltaba mi deseo de que se hiciera realidad, “Los robinsones de los mares del sur”, que descubro fue el film de acción real más caro hasta aquella fecha (1960). Entre las más actuales reivindicó “Náufrago”, que vi por primera vez con mi hija pequeña y ambos consideramos una de las mejores interpretaciones de Tom Hanks.

Allá donde el Ibaizabal-Nervión cambia de nombre y género y se convierte en ría acostumbra a crecer un islote. Lentamente, durante meses, va apareciendo un pedregal, más adelante arbustos y finalmente un pequeño arbolado. Supongo que el islote busca pertinaz su sitio primigenio y acostumbro a enseñar esa pugna de la naturaleza por recobrar su espacio a los foráneos. Ya adentrados en la curva del barrio de La Peña el cicerone enseña al forastero que la isla que allí hubo es el parque que ahora pisa, así que crucemos los dedos para que el agua no se vengue y recobre su cauce.

Resulta curioso que al otro lado de la villa ésta haya recuperado una isla, un pretendido Manhattan bochero (1) de más de dos kilómetros de largo, Zorrozaurre. Hace unos días la rodeé en cayac, nueva y gratificante afición deportiva, y observé que de momento las obras solo allanan terrenos que en un futuro serán ocupados por nuevas edificaciones. Según el proyecto, y menos mal, con un amplio porcentaje de vivienda protegida.

Durante el confinamiento las islas han salido mejor paradas que los continentes. A fin de cuentas el “aislamiento” es consustancial a su condición geográfica y eso sufren o disfrutan sus vecinos según deseo o simple resignación. No sé si las estadísticas siguen confirmando que en las islas se dan más suicidios y enfermedades psíquicas como causa de la sensación de encierro y de la consanguinidad. Imagino que no. De sus puertos y aeropuertos arrancan puentes, autopistas marinas o entre nubes que las unen permanentemente a tierra firme, y en su mayor parte son ya destinos masivos prestos al mestizaje.

Tal parece que ocurre en la Formentera paradisíaca de mi juventud, dicen que convertida en un vertedero turístico de ruido y drogas sintéticas. Siempre nos quedará Pink Floyd…

(1) Bocho es una de las denominaciones que los bilbaínos dan a la villa, a la que asimilan a los hoyos que los críos hacían para jugar a las canicas.



"More" (1969), ópera prima de Barbet Schroeder, se desarrolla entre Ibiza y Formentera. Su música fue compuesta mayoritariamente por el incombustible Roger Waters o por los cuatro Pink Floyd. Esta pieza corta, "A spanish piece", es la única compuesta e interpretada en solitario por David Gilmour.
La portada "lisérgica" del LP es una foto del Molí Vell de La Mola (Formentera).