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miércoles, 8 de octubre de 2025

KID BANANA


KID BANANA
(último relato corto/deportivo)


Mi abuelo me solía decir que sin su tío Pancri, Kid Banana, nuestra familia hubiera sido anodina. Creo que usaba ese adjetivo poco común porque lo normal era preguntar de inmediato por la rareza de su uso y significado. Además añadía datos que creía o pretendía lo confirmaran.

No tenemos un contrabandista, un futbolista, un ministro o un asesino en serie que meter en el árbol genealógico - decía con cierta sorna - Los bisabuelos labradores, los abuelos albañiles, los hijos abogados y los nietos vagos de remate.

Entre esos nietos sin futuro estaba yo, que cerca de los treinta años apenas acumulaba tres de trabajo. Sin embargo mi abuelo me defendía en los pleitos familiares porque, decía, es el único que ha sacado los pies del tiesto. Todo porque sabía de mi afición y mis pinitos con el dibujo.

Este acabará triunfando, como Picasso - le decía a mi padre cuando este se quejaba de que yo siempre estaba en babia o pintarrajeado con lápices o acuarelas.

El había sido albañil y luego jefe de obra, pero también un lector ferviente que llegó a acuñar una biblioteca más que modesta. En cuanto a Kid Banana, el supuesto alias boxístico del tío Pancri, vio como su entidad corpórea se deshacía en polvo y ceniza cuando murió el abuelo. He aquí la realidad.

Hace algo más de un año, en unos de mis contados viajes a la capital, pasé por el gimnasio Galiana, auténtica catedral del boxeo dedicada a un grande, Fred, a quien en su tiempo llamaban el torero del ring. Según mi abuelo, que me había hablado una y otra vez de aquel gladiador, al que se asociaba con el arte de cúchares por los desplantes que dedicaba a sus contrincantes, allí se había forjado la figura pugilística del tío Pancri, de modo que entré con la intención de saber si aún quedaba alguien que hubiera compartido cuadrilátero con él.

¿Kid Banana? No he oído ese nombre en mi vida - me contestó el dueño del gimnasio - y te juro que no hay boxeador mínimamente bueno al que no conozca.

Eso me descolocó tanto que nada más salir de allí busqué en internet. En la nube virtual solo aparecían dos Kid Banana. Un rapero hondureño y un antiguo boxeador argentino, ya fallecido. Nadie más.

Desconcertado por el resultado negativo de mis pesquisas, consciente de que el argentino, Claudio Bechini en la vida civil, nada tenía que ver con el tío Pancri, llamé a mi madre para preguntarle por el tío-bisabuelo y ella me confesó que no le conoció.

Murió muy joven - me dijo.

Era boxeador ¿no? - le pregunté.

Qué va. No le dio tiempo. Si debió morir con quince o dieciséis años ...

Este dato me dejó definitivamente ko, nunca mejor dicho, porque mi abuelo me había contado las proezas de un púgil que, según decía, había llegado a boxear en el Luna Park de Buenos Aires, el personaje familiar que, a base de mamporrazos, nos había librado del anonimato.

Durante semanas contacté con familiares a los que había perdido de vista hacía años. Se extrañaban de que les preguntara por alguien al que, o bien no recordaban o del que apenas habían oído hablar. Me echaban en cara mi desapego familiar, me preguntaban por mis padres y prometían echarme una mano si descubrían algo relacionado con el tío Pancri. En cuanto a Kid Banana a solo a uno de mis primos sonaba nombre y dedicación.

En pocos meses comprendí que los combates ganados por ko a lo largo de toda España, las peleas encarnizadas con un púgil irlandés y otro nigeriano en el Gran Price de Barcelona, el intento de amaño de un combate que acabó con su periplo americano y una vida privada que le permitió codearse con vedettes y actrices de la época eran fruto de la inventiva del abuelo y de su ahínco por superar la grisura colectiva que creía rodearle.

Los días se dividen en agónicos y apacibles, decía mi abuelo cuando salía de casa a hacer kilómetros, pues así hablaba de sus paseos. Murió sin agonía un día apacible del otoño de hace tres años, veintidós grados y un aire que mezclaba la sombra de los abedules con una brisa que parecía venida de un mediterráneo a casi quinientos kilómetros de distancia, así que no pudo asistir a la presentación, ni saber que le había dedicado mi primer comic, "Kid Banana", la biografía apócrifa del tío Pancri que, espero, siga salvando a nuestra familia de una vida anodina.



martes, 30 de septiembre de 2025

Petanca

PETANCA

(penúltimo relato corto/deportivo)



Tras el último golpe vio el cuello del chaval doblado como el de un muñeco y sus ojos oscuros mirando al infinito. Antes se había oído gritar a sí mismo, ¡Maldito moro!, y el sonido a nuez cascada de la bola en el cráneo del muchacho.

Sus padres le regalaron su primer juego de petanca el verano de 1978, cuando fueron a Narbonne a ver a un amigo de la familia que había recalado allí. Recuerda con precisión aquel verano pese a que solo tenía cinco años porque fue la primera y última vez que vio a aquel hombre, alguien del que la familia hablaba con un raro remilgo, solo porque compartía vivienda con una persona del mismo sexo. Cuando recordaba aquellas imágenes en un sepia absurdo, también oía la música que su padre asignaba a la ciudad, la que Charles Trenet, vecino de la villa y amigo de aquella extraña pareja había compuesto yendo en tren camino de la costa. Una canción que decía así: La mer, qu′on voit danser le long des golfes clairs a des reflets d'argent. La mer, des reflets changeants sous la pluie.(*)

En cuanto al regalo, era un juego de plástico con agarradera que contenía ocho bolas del mismo material con los colores del parchís y un pequeño boliche blanco.

Ahora bajaba una vez a la semana a unas pistas cercanas al club náutico con un compañero de trabajo. Jugaban media docena de partidas con bolas metálicas a 100 euros la esfera y se tomaban un par de jarras de tinto de verano en la única taberna vieja que quedaba en la zona del puerto 

Por los alrededores pululaban grupos de adolescentes, principalmente magrebíes. Algunos jugaban a voleiplaya, hacían ejercicio, también fumaban porros, bromeaban o se metían con las chicas de su edad. Entre ese grupo de chavales había algún que otro descuidero, práctica de toda la vida en lugares concurridos. Se apostaban en el murete que daba a la playa y cuando veían alguna presa fácil saltaban a la arena y en el momento más propicio se llevaban un móvil, un monedero o un reloj y salían pitando.

Él tenía un puntito violento, no cabe duda. No le gustaba perder ni tampoco las bromas porque le parecía que le tomaban el pelo, así que tenía un historial de pequeñas broncas y media docena de puntos en una ceja. Esa tarde estaba caliente. Su pareja de petanca no había tenido su día y estaba quemadete, de modo que cuando vio a los dos chavales corriendo y a una mujer gritando que la habían robado no se lo pensó, cogió una bola y se fue tras ellos. Uno de los chicos tuvo la mala suerte de tropezar y caer al suelo, porque su perseguidor se le echó encima, le empezó a golpear con la bola metálica y no paró hasta que oyó el crujido del cráneo y se dio cuenta de que estaba muerto.


(*) ”El mar, que danza a lo largo de los golfos cristalinos tiene reflejos de plata. El mar, con reflejos cambiantes bajo la lluvia”.



domingo, 14 de septiembre de 2025

Jaque mate

JAQUE MATE

(sexto relato deportivo)


Esa noche soñó que jugaba en una plaza de toros, con el graderío lleno hasta la bandera por un público entregado.

Lo narra por la televisión un tipo con gafas oscuras que camufla su seseo cordobés con la letra f, afierto, pafienfia, del que dicen que cantó por la radio el gol épico que Zarra, Farra para él, marcó a la pérfida albión en el mundial de 1950. Los locutores deportivos no competían entonces por entonar el gooool más largo y tenían voz de galán y bigote de jefe de Falange.

Algunos seguidores extendieron una pancarta con su nombre, que rimaba con campeón, cuando llegó con aspecto de payaso hippie, saludó al contrincante bielorruso y al público, alentándolo a animarle aplaudiendo al aire, con el gesto tópico de las saltadoras de longitud y triple salto. Se armó la de dios es cristo, como nunca se ha visto en los sueños de los jugadores de ajedrez. Tampoco se ha visto hasta ahora este vestuario extravagante, tan alejado de la severidad austera de los grandes maestros, con una rebeldía similar a la encarnada por Ilie Nastase en los setenta. Hasta entonces los tenistas iban de blanco, con polos Lacoste o Fred Perry, según latitud y herencia cultural, algo que no iba con el rumano, un macarrilla que presumía de haberse acostado con más de 2.000 mujeres. Nastase decidió que a partir de él los tenistas vestirían como les diera la gana y no venerarían al juez de silla como a un santo sacerdote, y así fue.

De modo que además de presentar ese look estrafalario, el ajedrecista se levantará alzando los brazos en V tras cada movimiento y dará unos saltitos provocadores, mientras miles de aficionados corean su nombre enardecidos y hacen la ola.

Sentado frente al tablero hará muecas, gestos alentadores o burlescos que cabrearán al bielorruso, dispuesto en algún momento a abandonar. Finalmente, cuando aseste el jaque mate a un adversario desquiciado, se deshará de la camiseta y dará dos veces la vuelta al ruedo con el torso desnudo ondeando la enseña nacional.

En ese momento su madre entra por la puerta, levanta la persiana y le despierta. Aún aturdido recuerda entonces que hoy su padre le enseñará a mover las piezas de un ajedrez de madera tallada por él mismo, el que le regaló hace unos días por su sexto cumpleaños.


viernes, 5 de septiembre de 2025

Memorias


MEMORIAS

(quinto relato corto/deportivo del verano)

Vio a Delfín Fernández caminando por la acera de enfrente y cruzó y apretó el paso para alcanzarle. Hacía muchos años que no le veía. Le pasaba con casi todos los amigos con los que había coincidido en el colegio o en las calles del barrio, porque raro era el que no había emigrado, incluso a otras poblaciones y comunidades.

Al llegar a su altura le adelantó y se plantó delante mientras le preguntaba: ¿Qué pasa? ¿No me reconoces?

Fernández se paró, puso cara de sorpresa y pareció dudar unos segundos.

Juan, Juan... - dijo mientras intentaba recordar el apellido, sonreía y gesticulaba insinuando que no hacerlo era un error imperdonable.

Beltrán. Juan Beltrán, para servir a dios y a usted - contestó Beltrán para descafeinar el hecho de que no recordara su apellido -Joder, hacía mucho que no coincidíamos. Sé por la prensa que te va muy bien. Pero, joder, qué años aquellos, qué intensidad, qué bien lo pasamos...

Sí. No me puedo quejar - le dice Fernández.

Beltrán y Fernández coincidieron en el Iuventus, un equipo de barrio de cierta categoría en los años ochenta del pasado siglo, cuando casi todos los campos eran de tierra y los vestuarios tenían un depósito de agua caliente que apenas llegaba para la mitad de la plantilla.

-Joder, Delfín, tenías una zurda con guante de seda. Eras demasiado fino para aquellos patatales. Qué campos...No me extraña que Pradera acabara llevando pantalón largo porque terminaba los partidos con los muslos llenos de raspaduras sanguinolentas. ¿Te acuerdas de Pradera, el cancerbero? A él le gustaba que le citaramos así, el cancerbero. Me enteré que había fallecido hace unos tres o cuatro años porque vi su esquela en un periódico. Demasiado joven...

- Sí. Le recuerdo, vagamente pero le recuerdo. Un chico rubio, muy alto...

- Era alto pero muy moreno - le interrumpió Beltrán - El rubio al que te refieres debe ser Sagarduy, uno grande que jugaba de central. Solía decir que la pelota puede que pasara pero no el jugador. En un córner le pegó un codazo al delantero centro del Padilla y lo dejó KO. Llegamos a pensar que lo había matado. Pero lo más bestia fue el viaje que le dio Valerio a otro fulano ¿Te acuerdas de Valerio? ¿Uno que parecía gitano? Jugaba de lateral.

- Ahora mismo... - balbuceó Fernández.

- Sí, joder, moreno, flacucho, con el pelo hasta los hombros. Pilló a un extremo con las dos piernas y también lo envió al hospital. A los dos o tres años vimos al menda y seguía cojo. Luego supimos que para siempre. ¿Y no ves a nadie de aquellos tiempos? - le preguntó, sabiendo que era difícil, que Fernández viviría en la parte alta de la ciudad o en alguna de las urbanizaciones de lujo de la sierra. Que no frecuentaba el barrio porque sus padres habían fallecido hacía mucho tiempo, y siendo como era directivo de un grupo bancario pertenecía a otro mundo, a otra memoria, a otra dimensión.

- No. La verdad es que he perdido el contacto. Ya sabes. Te cambia la vida...mis padres murieron y vendimos el piso. No sé. Alguna vez me he encontrado con Sánchez. ¿Era Sánchez? Uno bajito que jugaba de extremo. Que era muy rápido, zurdo…

- Santos. Miguel Santos, el cirujano. Joder, cómo corría el cabrón. Pero ese solo jugó un par de temporadas. Se fue al equipo de la universidad y nunca más se supo. Sé que es cirujano porque operó a un amigo mío de cáncer de colon. En su lugar vino un argentino, Cassari, un exiliado ya mayorcete amigo de Sagarduy. Le recuerdo muy bien porque decía que jugaba de güin, de extremo, y era muy supersticioso. Se ponía una media de cada color, y como el refer, así llamaba al árbitro, no le dejaba, las llevaba debajo de las oficiales. Le veías las pantorrillas y parecían las patas de un hipopótamo. Tenía más manías. Santiguarse al revés, salir al campo el último, no jugar los días 13… ¿No lo recuerdas? Cuando marcaba un gol le tarareábamos Superstition, una canción de Stevie Wonder que estaba de moda. Le he visto alguna vez con su mujer.  Era un bellezón...

- Le recuerdo. Tocaba muy bien la guitarra. - apuntilló Fernández.

Era cierto. Alberto Cassari se había tenido que exiliar a finales de los años setenta porque los militares que gobernaban Argentina le consideraban un subversivo. Su principal fechoría era cantar canciones de Jorge Cafrune en un pequeño bar de Buenos Aires. Cuando llegó a España ya tenía treinta y un años, de modo que con Eduardo Bruceño era el veterano del equipo.

- Bruceño también murió. Era mi mentor, el que me enseñó el abc del fútbol, a desmarcarme, a abrir huecos, a tirar las faltas. Claro, es que nos llevaba diez años. Le seguí viendo hasta que se divorció y se fue a vivir con una hermana. Ella me avisó de su muerte. Se pegó un hostión yendo de vacaciones, creo que cerca de Aranda del Duero.

- No le había vuelto a ver - dijo Fernández - recuerdo que fumaba mucho.

- Mucho no, todo. A veces en el vestuario, en el descanso. Tampoco era lo peor. Izquierdo se tomaba un captagón media hora antes, y Carlitos Badosa, un sol y sombra, decía que para entrar en calor. En fin, Delfín...- la rima improvisada le hizo sonreír pero al momento prosiguió - Joder...me ha salido un pareado. Decía que en fin, que nos hacemos viejos...A veces sueño que todavía juego a fútbol, creo que en blanco y negro, y sueles salir tú, en una de esas pesadillas que se repiten. Estás en el centro del campo, te zafas de tu marcaje y lanzas un balón al hueco. Yo corro y corro y corro y corro y cuando pillo la pelota y ya he esquivado al portero me resbalo y veo como el balón se escapa mansamente por la linea de fondo. Joder...lo que daría por volver a jugar, por tener aquella edad...

- No conocemos el valor de las cosas hasta que las perdemos - cerró Fernández.

Se despidieron no sin antes desear volver a verse, pero ni siquiera se dieron el número del móvil, porque ambos sabían que no sería así.

Se había hecho tarde y empezaba a anochecer. Las farolas, recién encendidas, desprendían la luz distinta del verano sobre los plátanos y la tierra reseca y pedregosa del paseo, una luz que Juan Beltrán asociaba a los años dorados de su juventud.


miércoles, 20 de agosto de 2025

Jabalina

JABALINA

(cuarto relato corto del verano)

Valentina se jugaba ir a los europeos en aquel concurso y también, de refilón, su quinto título nacional. La televisión la enfocaba resaltando esa circunstancia y la mala suerte que la acompañó durante la temporada, con lumbalgias que habían impedido regularidad en el entrenamiento. 

Con cintura y espalda protegidas con una faja, Valentina saludó al público al ser presentada, se despojó del pantalón del chándal y empezó a hacer ligeros estiramientos. Aunque se trate de una prueba que requiere fuerza, también precisa de gran rigor técnico, una característica cada vez más común en los lanzamientos, lo que hace que los cuerpos de sus ejecutoras sean también más equilibrados y menos pesados. Valentina Setroksova destacaba por su metro noventa y una estampa escultórica, por encima de la de sus compañeras de fatigas.

En su primer lanzamiento pasó de los sesenta metros, pero quedó por detrás de su gran adversaria, Sara Pinia, y lo que era peor, por debajo de la marca mínima para ir al europeo, que ese año se celebraba en Milán.

Hizo dos lanzamientos más, pero algo desconcentrada por el chandrío que se daba cada vez que la megafonía presentaba a velocistas, corredores de mediofondo y saltadores varios, perdió la oportunidad de mejora con dos nulos, tres puestos en la clasificación y por poco no colarse en la repesca.

En el primero de los tres intentos de regalo mejoró doce centímetros pero tampoco pudo superar la distancia impuesta por la federación. Después vino otro nulo y la desesperación de Valentina, que se dirigió hacia la grada para recoger alguna indicación o simplemente el consuelo de su entrenador. Allí anduvieron analizando la altura del brazo, la carrera, el paso, la posición del tronco, el ángulo, el impulso...

Cuando volvió a la zona de lanzamiento algunas atletas vieron en su mirada que no lo daba todo por perdido. Sentada en el banquillo de descanso con los ojos cerrados, Valentina imaginó los movimientos que luego ejecutaría con la rabia que da sentir que ese verano podía acabar siguiendo los campeonatos de Europa por la televisión, si no era capaz de llegar a la distancia requerida. Se acercó a la raya con los pasos medidos, elevó el venablo a la altura precisa, arqueó el torso y lo lanzó con un ángulo que parecía ideal al objetivo.

El graderío vio primero volar la barra y, ya en el aire, convertirse en un arma arrojadiza, caer casi plana en la superficie del estadio, resbalar unas decenas de metros y alcanzar a uno de los corredores de ochocientos en la curva que conducía a la recta de meta.

Dicen que las armas las carga el diablo y esta tampoco era la primera vez que alguien se cruzaba en el itinerario de un objeto más parecido a una lanza que a una herramienta atlética. Unos años antes un chavalote de 17 años se había cargado a un árbitro de un saetazo en Alemania, pero en este caso el mediofondista solo vio frenada su cabalgada hacia la meta con el talón dañado, así que en vez del podio visitó el servicio de urgencias del hospital provincial, donde le colocaron una férula que le  llegaba a  la rodilla.

En el cono de lanzamiento primero cundió el desconcierto, y más tarde, a medida que se comprendió que el intento había sido invalidado, la desolación, ya que, de ser refrendado, hubiera supuesto récord nacional y mínima europea. Pero el reglamento deja claro que la atleta tiene que clavar la jabalina en la hierba y no en el talón del aquiles que pasa por allí para que la marca tenga validez.


domingo, 6 de julio de 2025

Caída

(Segundo relato deportivo)

CAÍDA

Decían que Biliardo era un suicida bajando, de modo que, incluso cuando se le vio llegar con algo más de un minuto de retraso a la cima, ningún comentarista arriesgó a darle la etapa y el Giro por perdidos.

Al cruzar la pancarta del puerto, tercero tras dos escapados, sacó una especie de chaquetilla impermeable de no se sabe dónde y se la puso con una calma chicha que permitió llegar a su altura a un colombiano, adelantado durante parte de la subida pero al que habían acabado rebasando.

Le dejó que le abriera camino la media docena de curvas suaves que abrían el descenso, y a la séptima le pasó por la izquierda como una exhalación. El colombiano apenas le cogió rueda los trescientos metros que les separaban del primer giro de herradura, porque allí el italiano empezó una bajada a tumba abierta que, por momentos, alcanzó los 100 kms. por hora, según declaró horas después el motorista de la RAI que le daba cobertura. 

Este había decidido dejarle unos metros de vidilla cuando le perdió al salir de una curva que parecía abierta. Como no le veía metió gas y llegó a ver a lo lejos a los dos escapados pero no a Biliardo. Estaba claro. Se había esfumado en algún tramo anterior, así que avisó a la dirección de carrera e inmediatamente se inició la búsqueda. 

Lo que pasó es que Biliardo había patinado en una pequeña mancha de aceite e ido terraplén abajo por una zona boscosa. Tumbado sobre una manta de líquenes, helechos y zarzales, tuvo la suerte de no golpearse con ningún árbol al caer, de modo que pronto hizo su propio pronóstico: clavícula y rodilla derecha, retirada segura. Pero podía andar y escalar aunque fuera con dificultad, así que empezó a hacerlo ayudándose de troncos y ramajes que usaba para auparse y empujarse. De ese modo, renqueante, con la ropa hecha jirones y el cuerpo lleno cortes y  rasguños consiguió alcanzar la cuneta y ser atendido por las primeras asistencias.

Mientras, otro equipo de emergencia hurgaba medio kilómetro más adelante, en la creencia de que la caída también se podía haber producido en esa zona. Fue allí, en un lugar muy cerrado por los matorrales, donde un joven voluntario encontró algo sorprendente. Era el cadáver momificado de alguien vestido de ciclista, del que, pese al tiempo transcurrido desde su desaparición, pronto se conoció la identidad. Se trataba de Miquele Cortese, vecino de un pueblo no muy lejano, desaparecido diecinueve años antes. 

Su familia declaró que solía subir los picos de los alrededores del pueblo, pero parece que ese día se alejó algo más de la cuenta y seguramente cayó por causas desconocidas en aquella zona frondosa. Aun así, nadie se explicaba que no hubiera sido localizado con anterioridad.

Pese a la expectación que genera el Giro, los titulares se centraron al día siguiente en la noticia del cadáver, que en los medios aparecía pixelado con ropa ciclista de los años noventa, y solo en la crónica de la etapa y en páginas interiores en Biliardo y en el holandés De Graaf que, en esa misma jornada, ganó la etapa y se enfundó la maglia rosa. Fue sin duda el gran día de gloria de Miquele Cortese, vulgar ciclista aficionado.


martes, 7 de enero de 2025

La pipa

LA PIPA

A raíz de la visión de "Los que se quedan",  hermosa película destinada a convertirse en clásico de navidad, y de "El 47", epopeya vecinal del barrio Torre Baró de Barcelona, me acordé de la pipa, no la de girasol, sino del instrumento que en tiempos pretéritos, los alter ego de Giamatti y Fernández en los setenta del pasado siglo, se usaba para fumar. 

No es que fumar en pipa te permitiera completar la lectura del "Ulises"de Joyce o entender "Materialismo y empirocriticismo" de Lenin, pero quienes alguna vez probamos un artefacto que había que re-encender repetidamente, pensábamos que ello te dotaba de un plus cultural, como cuando en los exámenes metías algún latinajo, cita o barbarismo sin venir a cuento, para ver si colaba y pasabas del aprobado justo. Confieso que a mí no me duró mucho la experiencia, creo que un par de pipas que, como es obvio, no conservo. 

Ya nadie fuma en pipa, salvo que se trate de algún rito narcótico e imagino que los jóvenes no entenderán expresiones ligadas a ese objeto: estoy que fumo en pipa o fumemos la pipa de la paz. Hace tantos años que dejó su sitio entre la parafernalia personal que el último usuario conocido, un compañero, técnico de la administración, tenía el apodo de "el pipas", si bien creo que también abandonó la costumbre hace unos años.

La pipa tenía un ritual previo que parecía el preámbulo de un gran acontecimiento. Había que elegir el tabaco apropiado, en mi época el dulzón y aromático  Amsterdam, que leo aún existe, y prensarlo con cuidado en la cazoleta. Cánula y boquilla habrían sido limpiadas previamente con una especie de escobilla para eliminar los restos de nicotina, y solo en ese momento se podía encender el contenido con cuidado de no quemarte con el mechero.

Supongo que su prestigio venía dado por los hombres que la popularizaron, Henry Miller, Bertrand Russell, Jean Paul Sartre, célebres intelectuales de su época dorada, mediados del siglo XX. No en vano y años antes Valle Inclán había dedicado un poema a la "pipa del kif", con esos versos que describe que "en mi pipa el humo da su grito azul, mi sangre gozosa claridad asiste si quemo la verde yerba de Estambul."

Al no recordar a ninguna mujer fumadora de pipa he recurrido a internet y solo he reconocido a Margarita Landi, la llamada "dama del crimen", por su larga producción de noticia negra en El Caso e Interviú. Imagino que la afición le venía de otro celebre fumador del mundo policiaco, en este caso ficticio, Sherlock Holmes. Pero si hay un personaje para el que la pipa era un apéndice físico ese era el gran Jacques Tati, de quien he seleccionado el entrañable trailer de "Mon oncle" (Mi tío).


Nota: leo alarmado que las cazoletas solían estar aisladas con amianto, riesgo añadido al mero hábito de fumar, todo tan lejos del temerario reclamo de Sara Montiel: fumar es un placer genial, sensual...



miércoles, 12 de junio de 2024

Tauromaquia

TAUROMAQUIA

Mi nieto mayor y yo estamos convencidos, sin demasiada base científica, todo hay que decirlo, de que la mosca es el animal doméstico más tonto. Le abres la ventana para que escape por la bocana libre y acaba chocando una y otra vez con el muro de cristal. 
Al hilo de esa reflexión le mostré a mi nieto la técnica que la gente de campo tiene para acabar con las moscas “inevitables golosas”, que cantara Machado: esperar con la mano a pillarlas en su inconsciente huida hacia delante. 
Esta pequeña introducción sirva para decir que a mi nieto no le gustó la idea de capturarla. “Tendrá ama y aita y la echarán de menos”, me dijo, algo que me recordó a mi padre reprendiéndonos a mi hermano y a mí por pisar o incordiar a una hilera de hormigas cuando éramos niños.

Las moscas nunca han estado de moda. Forman parte de la tradición e incluso de la cultura peninsular, pero en su calidad de seres vulgares, pertinaces, revoltosos, “que ni labráis como abejas, ni brilláis cual mariposas”. De nuevo Machado. 

Mejor imagen tiene el toro bravo, sea como imagen de Osborne o res para la lidia, algo que una parte de la sociedad considera un arte, el de Cúchares, apodo de Francisco Arjona Herrera. Este torero desarrolló el pase de muleta y alargó la faena, un eufemismo que define el periodo de sangría que media entre la entrada del toro en el coso y su muerte por estocada y/o descabello.

Grupo de jóvenes y niños
en la escuela "El Yiyo"
Si Cúchares, niño huérfano en la Sevilla de primeros del siglo XIX, fue alumno aventajado de la Escuela de Tauromaquia fundada por el inefable Fernando VII, el arrebato de los taurinos a que el Ministerio de Cultura les quite privilegios reabre escuelas, como la del “Yiyo”, en Madrid, bajo la divisa de “escuela de valores y de vida”, y alienta nuevas subvenciones en las comunidades gobernadas por las derechas. Siempre en vanguardia de la España cañí, la misma Comunidad de Madrid ha creado una Dirección General de Asuntos Taurinos, con matador de jefe y una pasta de ingresos fijos.
Y es que los estudiosos del tema hablan de hasta 500 millones en ayudas indirectas a las ganaderías a través, ¡sorpresa!, del Plan Agrario Común (PAC) europeo, y directas a la tauromaquia de más de 10 kilos. Hay que subrayar que uno de los ex responsables del PAC, el ex ministro de Agricultura Arias Cañete, está casado con una Domecq, familia de raigambre taurina.

En lo que respecta al debate cultural hay que aceptar que la tauromaquia sí tiene un itinerario más o menos ligado a la cultura, incluso un lenguaje atractivo a la literatura y el periodismo: suerte de varas, chicuelina, rejón, montera, monosabio... Muchos intelectuales de signo y épocas diversas han sentido fascinación por ese léxico y un universo conceptual de bravura, valentía, temeridad, sacando chispas artísticas y literarias a la peculiariedad de una “fiesta” que ahora leo se remonta a la era del bronce, cuando jóvenes gimnastas de Creta y Tesalia hacían acrobacias apoyándose en los cuernos de toros bravos. 

Picasso taurino
Goya o Picasso han dejado numerosos grabados sobre el asunto, y en el caso del primero hasta un modelo de vestimenta, la goyesca, que aún se utiliza en los festejos de la corte. Con un par de capotazos mirando al tendido los taurinos de derechas se han hecho lorquianos de repente, al recordar el “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías” que Lorca dedicó al mecenas de la Generación del 27. Y es que el torero, él mismo escritor aficionado, auspició el homenaje a Góngora que forjó la existencia del grupo literario. Omiten, eso sí, que el poeta no era demasiado aficionado al arte de Cúchares y que fue asesinado junto a dos banderilleros anarquistas, Arcollas y Galadí.
Creo que este hecho, quizás también el contenido popular y de clase de la torería hasta casi finales del siglo XX, fomentó el acercamiento de intelectuales de izquierdas al fenómeno taurino. A la fascinación que produce el animal se une el hecho de que las cuadrillas estaban compuestas de jóvenes que huían de la miseria rural y se dirigían a las plazas ciudadanas en busca de fama y modus vivendi, algo que empieza a torcerse cuando el papel cuché da portadas a la boda de toreros con cantantes, actrices, incluso aristócratas, y la tauromaquia, salvo excepciones, pasa a ser un mundo endogámico, de sagas de señoritos que torean cuadrúpedos afeitados. Esta doble realidad, la de chavales que torean furtivamente en las dehesas y llegan a la ciudad con un hatillo y una muleta de avellano, y la de los toreros que triunfan y casan con tonadilleras, ha sido ampliamente reflejada en el cine, pudiéndose hablar incluso de género taurino: desde “Los golfos” o “Jamón, jamón” a “Manolete” o “Aprendiendo a morir”, pasando por “El último cuplé” o la maravillosa serie “Juncal”, con un Rabal en estado de gracia.
La gente de mi edad no es ajena al mundo de la tauromaquia. Asocio algunos veranos de infancia y adolescencia a la conexión que la única televisión del régimen establecía con las plazas de Pamplona o San Sebastián a las “cinco de la tarde”, como repite el poema lorquiano, quien sabe si porque la primera era un coso ligado al “alzamiento”, y el segundo el de la ciudad donde el dictador pasaba parte de los veranos. Tenía unos trece años cuando asistí por dos únicas veces a una corrida de toros. Un familiar que trabajaba en el ayuntamiento de Barcelona había conseguido varias entradas, ni más ni menos que para ver al torero del momento, Manuel Benítez, “El Cordobés”. El caso es que, pese a lo mayúsculo del cartel, apenas hubo media entrada, en gran parte de guiris que llegaban en autocares de destinos playeros. Sirva este ejemplo sesentero para destacar la indiferencia de la ciudad hacia la fiesta nacional, algo que se ha ido extendiendo a lo largo de la “piel de toro” hasta nuestros días. Creo que sin subvenciones y premios onerosos la tauromaquia tendría los días contados.

Vuelvo a la inocencia de mi nieto, que ve en cualquier ser con vida a alguien que merece conservarla, aún inconsciente de que gran parte de cuanto comemos es sacrificado para que seamos nosotros quienes sobrevivamos. Pero no es un mal principio. Seguramente quienes no tienen ese impulso primario de empatía disfruten con el salpicadero de sangre que es la llamada “fiesta nacional” y deseen que haya jóvenes, mejor si son de las castas inferiores, que aprendan a jugarse la vida ante un morlaco de 500 kilos a beneficio de un espectáculo lleno de sadismo. 

Hay mucha música y canción dedicada al “arte de Cúchares”, pero entre que es un tanto casposa y que por el camino se me ha cruzado este pedazo de versión del “Sultans of swing” de Dire Straits con Pedro Javier González (habitual con El último de la fila, Manolo García, Serrat y tantos otrísimos, además de una decena de proyectos propios) y un grupo de colegas (Tommy Emmanuel y Jhon Jorgenson), me he dejado llevar…



jueves, 24 de noviembre de 2022

Irene Vallejo

PROGRESO 

Dos textos sobre progreso y conservación del  imprescindible “El infinito en un junco” de Irene Vallejo me han llevado a reproducirlos tal cual y aprovechar el empujón para contar algunas impresiones personales sobre el tema.

Vaya por delante que no soy enemigo de la modernidad, eso sería una estupidez, pero sí creo que a los “modernos”, me refiero a los impulsores de las nuevas tecnologías, les suele faltar espíritu  autocrítico de tan pavos como están de sus conquistas. Me refiero desde luego al tipo de superdotados místicos que tan bien refleja el personaje de Peter Isherwell en “No mires hacia arriba”, gente que hace del progreso una especie de extraño culto religioso del que, por descontado, ellos son entre dioses y pontífices, pero también de sus feligreses, que se creen más listos porque profesan la fe y son capaces de manejar cuatro aplicaciones más que su vecino. 

El iluminado Peter Isherwell

Como en la película y en el segundo texto de Irene Vallejo, esa petulancia lleva a menudo a la devastación. En mis último años de actividad profesional discutí varias veces sobre el tema con directivos de la Seguridad Social que defendían la digitalización exprés que se impulsaba desde Madrid y el consiguiente cierre de oficinas y mengua de empleados públicos. Hace tiempo que no les veo, pero cada vez que he tenido que ayudar a algún amigo o conocido a solicitar, tramitar, consultar o pedir una cita por internet me acuerdo de ellos, por no decir de sus muertos, porque esos no tienen la culpa. En alguna charla sobre el tema de la brecha digital me ha gustado subrayar el sobre-esfuerzo de los ciudadanos por ponerse al día (en la última en un pequeño pueblo de la costa la asociación de jubiladxs había empezado un ciclo formativo sobre digitalización de cinco semanas) comparado con la inanidad de la administración, incapaz de interoperar digitalmente y cumplir sus propias leyes, en este caso la Ley de Procedimiento Administrativo Común, tras siete años desde su entrada en vigor. Lo de la banca es otra cosa. De esos no se espera nada porque están a lo suyo: la avaricia.

Los pontífices de ese modelo de progreso se vanaglorian de que un médico te pueda atender por internet pero le piden a otra médico de atención primaria una copia del título porque no pueden acceder a una base de datos del propio sistema de salud (experiencia que me contó la “víctima” el pasado lunes).

Pero tras el rollo aledaño nada mejor que transcribir los dos textos de Irene Vallejo sobre progresos, “conservaciones” y pérdidas.

un libro imprescindible

1) "Cuando comparamos algo viejo y algo nuevo —como un libro y una tableta, o una monja sentada junto a un adolescente que chatea en el metro—, creemos que lo nuevo tiene más futuro. En realidad, sucede lo contrario. Cuantos más años lleva un objeto o una costumbre entre nosotros, más porvenir tiene. Lo más nuevo, como promedio, perece antes. Es más probable que en el siglo XXII haya monjas y libros que WhatsApp y tabletas. En el futuro habrá sillas y mesas, pero quizá no pantallas de plasma o teléfonos móviles. Seguiremos celebrando con fiestas el solsticio de invierno cuando ya hayamos dejado de tostarnos con rayos UVA. Un invento tan antediluviano como el dinero tiene muchas posibilidades de sobrevivir al cine 3D, a los drones y a los coches eléctricos. Muchas tendencias que nos parecen incuestionables —desde el consumismo desenfrenado a las redes sociales— remitirán. Y viejas tradiciones que nos han acompañado desde tiempo inmemorial —de la música a la búsqueda de la espiritualidad— no se irán nunca. Al visitar las naciones socioeconómicamente más avanzadas del mundo, en realidad sorprende su amor por los arcaísmos —de la monarquía al protocolo y los ritos sociales, pasando por la arquitectura neoclásica o los vetustos tranvías—.

La fregona, gran invento español
Si el poeta Marcial pudiese agenciarse una máquina del tiempo y visitar esta tarde mi casa, encontraría pocos objetos conocidos. Le asombrarían los ascensores, el timbre de la puerta, el router, los cristales de las ventanas, el frigorífico, las bombillas, el microondas, las fotografías, los enchufes, el ventilador, la caldera, la cadena del váter, las cremalleras, los tenedores y el abrelatas. Se asustaría al escuchar el silbido de la olla exprés y daría un respingo cuando empezasen las embestidas de la lavadora. Alarmado, buscaría dónde se esconden las personas que hablan desde la radio. Le angustiaría —como a mí, por otro lado— el pitido de la alarma del despertador. A simple vista, no tendría ni la más remota idea de la utilidad de los esparadrapos, los sprays, el sacacorchos, la fregona, las brocas, el secador, el exprimelimones, los discos de vinilo, la maquinilla de afeitar, los cierres de velcro, la grapadora, el pintalabios, las gafas de sol, el sacaleches o los tampones. Pero entre mis libros se sentiría cómodo. Los reconocería. Sabría sujetarlos, abrirlos, pasar las páginas. Seguiría el surco de las líneas con su dedo índice. Sentiría alivio —algo queda de su mundo entre nosotros—."

2) "En el siglo XX, el cine ha sufrido sucesivas oleadas de destrucción producidas por los cambios de soportes. Agustín Sánchez Vidal ofrece un cómputo de pérdidas: «El material más afectado es el anterior a 1920, ya que hacia esa fecha las cintas son destruidas, al pasar las películas de una o dos bobinas (con una duración de entre diez y treinta minutos) a la duración estándar de hora y media. La emulsión se aprovecha para recuperar las sales de plata, y el soporte de celulosa, para fabricar peines y otros objetos. Las pérdidas por este concepto rondan el 80 por ciento. En torno a 1930 se pierde cerca de un 70 por ciento al producirse una oleada de destrucciones, todavía más sistemáticas, debidas al paso del cine mudo al sonoro. Y en la década de los cincuenta tiene lugar la tercera, al sustituir la película inflamable de nitrocelulosa por la seguridad del acetato. En este caso las pérdidas no resultan fáciles de cuantificar. Si se toma como ejemplo nuestro país, puede estimarse que se conserva solo un 50 por ciento de la películas del periodo sonoro hasta 1954». Cada paso del progreso ha supuesto a su vez una devastación."

El progreso también nos permite conocer la música y la vida de alguien después de muerta, en este caso de la cantante y trompetista Jaimie Branch, fallecida hace apenas unos meses. Creo que esta larga pieza, “Prayer for Amerikkka pt. 1 y 2” sobre la agresión racista a una chica de 19 años,  resume muy bien la belleza desagarrada de su jazz-punk. Sé que es un poco fuerte pero vale la pena verla y escucharla entera y más de una vez.

sábado, 30 de octubre de 2021

Begoña M. Rueda

DOS POEMAS DE BEGOÑA M. RUEDA 

PARA EL DÍA DE LOS DIFUNTOS

Creo que la primera vez que le dediqué un blog al día de los difuntos dije no ser amigo de efemérides, pero lo cierto es que, contrariamente a lo afirmado, mi cita anual con los muertos se ha convertido en un ritual que me invita acercarme a algún/a poeta. No en vano la muerte es un tema manido, fácil para el verso.

Tres días antes de que se decretara el primer estado de alarma asistí a un recital de poesía en la biblioteca de Bidebarrieta. L@s invitad@s eran Juan Carlos Mestre e Isla Correyero (creo recordar que había algún tercero pero tal era la fuerza de estos dos que no recuerdo su nombre). Lo cierto es que yo había asistido para escuchar a Isla, de la que en enero había adquirido “Mi bien”, su antología poética, y dedicado un primer blog (https://charlievedella.blogspot.com/2019/12/isla-correyero.html?m=0), así que cuando acabó le pedí que me correspondiera con la suya de puño y letra y, aún sin mascarilla, estuvimos hablando de lo que parecía venírsenos encima.

Viene esta referencia al encuentro con Correyero, porque Begoña M. Rueda, última ganadora del Premio Hiperión, podría ser considerada una especie de hija o cuanto menos relevo poético de aquélla, tanto por su cercanía profesional, una enfermera y la otra auxiliar en un hospital, como por su estilo desgarrado, “humano, demasiado humano”.

Con 29 años Begoña M. Rueda (Jaén, 1992) ha ganado ya el ramillete de los mejores premios de poesía, uno por cada uno de sus siete libros publicados, entre ellos el prestigioso Hiperión con “Servicio de lavandería”. Solo he leído este último y algunos poemas sueltos anteriores, y aprecio un camino que va madurando desde una temática más amorosa y adolescente, también más metafórica, al desgarro del que hablaba anteriormente desde la experiencia cercana de la enfermedad, el deterioro físico, la muerte, e incluso el lenguaje, el argot del trabajo en esa lavandería de hospital.

Así que creo que Rueda podría suscribir los versos de Isla Correyero en uno de los mejores poemas de su “Diario de una enfermera”: “Escúchame, Paolo, yo quisiera escribir para todos los que/sufren en esta larga galería de la muerte”. He aquí dos pruebas casi complementarias:


A 23 de marzo de 2019

De camino a la cafetería

atajo por los pasillos de urgencias.

Me pregunto por aquel paciente

de aspecto enjuto, macilento,

al que parecían agarrarle las vísceras

las hondas raíces de la quimioterapia

mientras esperaba a saber qué,

rendido en uno de los asientos del pasillo

junto al soporte del suero.

Hace un año que me lo encontré allí,

con la cabeza lisa y una delgadez extrema,

la boca entreabierta y unos ojos

perdidos

en algún recuerdo remoto

como remota es la vida

para quien espera sabe Dios qué o a quién

con un pijama de listas verdes

en los pasillos de un hospital

donde todos los días muere un hombre

o una mujer da a luz a un niño,

así,

me pregunto si logró salir adelante,

ponerse en pie aquel día, arrastrar

sus zapatillas de estar en casa

hasta la planta de oncología,

tumbarse en la cama y apretar

la mano de su esposa

hasta recobrar poco a poco la salud,

o si en cambio

no tuvo otro remedio

que continuar esperando sepa Dios qué cosa

en ese maldito pasillo de bombillas parpadeantes

hasta que la muerte, con su bata blanca,

se dignara por fin

recogerle.

A 11 de abril de 2019

A pesar de que la ropa es lavada

a temperatura de ochenta grados

y tratada con detergentes específicos,

productos neutralizadores de cloro,

lejías y suavizantes,

no es raro percibir un leve aroma a perfume

al doblar las camisas de los pijamas.

Sé a qué huelen los enfermos

antes de fallecer,

sé que algunos se peinan, se afeitan,

y se empapan de Varón Dandy

como si morir

no consistiera sino en dar otro de muchos paseos

los domingos por la mañana.


Mi amigo Enric me descubrió hace unas semanas a este viejales rarete y vital, Dan Reeder, un músico/artista/productor... tan autosuficiente que cuanto suena en sus canciones es solo él. Sin embargo he elegido una versión, la de la maravilla que crearon los Procol Harum hace ya más de cinco décadas, "A wither shade of pale" (segunda vez que viene al blog), con esa poética visión de "cipreses que se mecen con el viento nocturnal"...




lunes, 16 de agosto de 2021

El nervio óptico

 PASTELES GUIADOS POR “EL NERVIO ÓPTICO”

PASTELES Y COPIAS.- Con la pandemia he vuelto a sacar los pasteles – me refiero a esa especie de tizas polvorientas – una técnica que, aunque sucia, te permite trabajar en pequeños formatos. Hace ya muchos años solía coger la bicicleta, un bloc y una caja de pasteles e irme a pintar por el valle de Arratia.

También con la pandemia me he atrevido con una disciplina que siempre había entre rechazado y menospreciado, el copismo, seguramente porque era y soy incapaz de hacerlo medianamente bien, pero nunca es tarde…, así que hace unos dos o tres meses me lancé a ello y, chulo que es uno, nada menos que con Tintoretto y El Greco…

En ello estaba cuando se cruza en mi camino uno de esos libros que se compran esperando tiempos mejores, “El nervio óptico”, de María Gaínza (Buenos Aires – 1975), literatura inclasificable y compleja, relatos?, ensayo?, pero tan atractiva que pide una doble o hasta triple lectura para desentrañarla.

Crítica de arte con un gusto un tanto peculiar, pienso que irónico, Gaínza traslada su mirada a una serie de cuadros de pintores “raros”, que enaltece creando un relato autobiográfico paralelo. El caso es que pensé que selección tan singular, en algún caso “feísta”, me permitía abordar la copia con un desenfado indulgente, así que manos y tizas a la obra... El resultado son los cuadritos sobre papel que acompañan a los textos de "El nervio óptico", de los que tengo que decir en mi defensa que ejecutados en apenas hora y media y sin dibujo previo. Quien quiera ver el original que se lo curre en internet. No voy a ser yo el idiota que desentrañe la imperfección de la copia...



ALGUNOS CUADROS Y TEXTOS DE “EL NERVIO ÓPTICO”.- 
El libro demuestra que el nervio óptico de María Gaínza, un filamento que agrupa y conecta más de un millón de fibras nerviosas al cerebro, está en perfecto estado, y aunque no su gusto pictórico sí una escritura que enternece ciervos, ruinas y mares borrascosos. He aquí algunos ejemplos.

DE “EL CIERVO DE DREUX”“...Hay, en realidad, dos Dreux en ese salón, dos escenas de caza pintadas a mediados del siglo XIX, pero a mí se me van los ojos hacia una, y aunque la descripción de cuadros sea siempre un incordio, no tengo opción: es una pintura vertical, en ella una jauría de perros acorrala a un ciervo, el combate animal está apilado en la parte baja del cuadro y en la parte alta, que juraría fue agregada después para adaptar la pintura a los altos techos del salón, hay un paisaje de cielos celestes, nubes encrespadas y un árbol genérico que podría ser cualquiera. Es una pintura bastante convencional, no se lo voy a negar, pero aun así me atrae. Es más, me pone nerviosa...

"...El ciervo ha sido pintado pocos segundos antes de morir. Un perro le muerde el lomo; otro, una pata. El animal está a punto de desplomarse, la lengua afuera, el cuello en una contracción exagerada, los ojos mirándonos con el mismo desamparo con que la liebre miraba al príncipe en El Gatopardo de Lampedusa..."

"...Avanzaron despacio, había barro en el camino y el viento soplaba entre las casuarinas. «Es época de liebres, por ahí vemos alguna», dijo el chico. Cuando llegaron al final de la avenida pegaron la vuelta. A lo lejos, desde el bosque vecino, sonó un cuerno. Alguien llamaba a los perros para que regresaran. En ese momento a mi amiga se le hundió una bota en el barro. Forcejeó un poco para liberarla. Medio metro adelante, su compañero le ofreció la mano pero ella se negó: «Puedo sola», murmuró impaciente; un segundo después una bala perdida le entraba por la espalda a la altura del pulmón.
Se desplomó sobre el barro; el francés dijo que en su cara solo había sorpresa: «¿Esto era todo?», parecía decir. «¿Ya está?»...”

DE “EL ENCANTO DE LAS RUINAS”“...Hubert Robert no inventó la estética del colapso pero la llevó a su gloria. La poética de la ruina era la moda a fines del siglo XVIII y el joven Robert la había conocido a través de su maestro René Slodtz...

"...Robert era un hombre celebrado por su época cuando la suerte se le agotó. De golpe, todos sus hijos murieron, uno detrás del otro: Gabriel, Adelaide, Charles y Adèle. Cuando Napoleón llegó al poder lo expulsó de la Academia. Prisionero en Saint-Lazare, compartiendo celda con el marqués de Sade, en la cárcel donde un siglo antes se encerraba a las ovejas negras de las buenas familias, escapó por muy poco de la guillotina cuando, por error, otro prisionero fue ejecutado en su lugar. Una vez en libertad, fue uno de los cinco asesores en la creación del Louvre; su sueldo era simbólico, apenas le alcanzaba para el almuerzo. Una medianoche, llegaba de trabajar en los planos del futuro museo cuando, al entrar en su taller, que era muy pequeño y abarrotado, se tropezó. Así imagino yo que murió Hubert Robert, desnucado por su atril romano. Tenía setenta y cinco años, ya no le quedaba nadie en el mundo y debía nueve meses de alquiler….”

DE “REFUCILOS SOBRE EL AGUA”“...El cuadro se llama Mar borrascoso y está en el Museo Nacional de Bellas Artes. Mer orageuse se dice en francés, y la gárgara rasposa que producen las consonantes replica el rugir de las olas. En primer plano una ola cargada de espuma rompe contra las rocas; a la altura del horizonte, el agua y el aire se mezclan; más arriba, el cielo se desfleca en nubes rosadas. Es un óleo realizado en 1869 y mide casi un metro por un metro, el tamaño justo para colgar sobre la chimenea, si tuviera una. ¡Qué lindo ver arder un fuego debajo de ese mar!..."

"...Como pintor, Courbet era territorial, instintivo como un perro. Había crecido cerca de la cordillera del Jura, en una zona lluviosa donde el agua se filtra por la piedra caliza, los acantilados, las cuevas y los valles formando canales subterráneos. El mar de Courbet encuentra su textura en ese paisaje. La forma en que el pintor usa la espátula es diabólica: rasquetea la tela, raspa el óleo como si quisiera marcar una roca. Aun con toda su pose de machote del arte, sus tácticas y estrategias para ganar notoriedad, Courbet no deja de volver una y otra vez a la región de su infancia. Pinta el agua como un mineral fosilizado, una malaquita partida al medio…"

"...Una sola vez ella me habló a mí; fue la tarde en que nos íbamos. Me llevó a su cuarto y me mostró las paredes todas cubiertas por los collages. Fue como ver la ola de Courbet desde adentro.
—Ya casi terminé —dijo ella sonriendo, un poco demasiado, como alguien que lo ha perdido todo.
Meses más tarde supe que se había ahogado, cerca de la escollera del norte, una tarde en que el cielo estaba celeste y desflecado por nubes rosadas
Nos llamábamos igual, mi prima y yo. Recién ahora me doy cuenta de que nuestro nombre contiene al mar como un llamado, como una premonición…”






Creo que Coldplay, con esta maravilla que dicen estimulada por un cuadro de Frida Kahlo, puso su listón musical demasiado pronto y demasiado alto. 






https://youtu.be/dvgZkm1xWPE

lunes, 14 de diciembre de 2020

Cosecha Roja

 COSECHA ROJA

“Si no puedes alimentar a tu equipo de trabajo 

con dos pizzas, es que es demasiado grande”

Jeff Bezos

EL AGENTE HAMMETT

Dashiell Hammett, si no el mejor sí el escritor que más ha influido en la historia de la novela negra, trabajó para la agencia de detectives Pinkerton entre 1915 y 1922. Sabía por tanto de qué hablaba cuando solo un año después creó al agente de La Continental, un tipo bajo y regordete, hermético y sagaz, cuya amante nocturna más preciada era una botella de güisqui King George. Si no habláramos de un personaje de novela que trabaja en la sucursal de San Francisco (USA) creeríamos que se trata del mismísimo Villarejo, ese hombre bajo, regordete, hermético y sagaz que mantiene en vilo al Estado y a buena parte de la clase política y empresarial. La única diferencia es que en el fondo el agente de La Continental, como el propio Hammett, era un sentimental que valoraba una cierto modelo de lealtad. 

La agencia Pinkerton tiene una “inmaculada” hoja al servicio de grandes empresas y corporaciones. En 1875 detectives infiltrados acabaron con las revueltas de los Molly Maguires, un movimiento de origen irlandés que reivindicaba mejores condiciones laborales. Diez de sus dirigentes fueron ahorcados en 1877, tras un juicio lleno de irregularidades. En 1886 trescientos de sus agentes más aguerridos se trasladaron a Chicago para acabar con los últimos rescoldos de la huelga por la jornada de ocho horas que dio pie a la consagración del primero de mayo como día de los trabajadores. La agencia tampoco fue ajena a las masacres de la plaza de Homestead y Ludlow, en 1892 y 1914, y solo pasó a un segundo plano cuando la represión fue asumida por las policías de condado y se produjo un avance en los derechos laborales de los trabajadores a partir de la segunda década del pasado siglo.

AMAZON RESUCITA A LA PINKERTON

La noticia de que la Pinkerton viene trabajando para Amazon desde hace al menos dos años me ha llevado a revisar esa etapa más cruenta y visible de la agencia, desconociendo que seguía vivita y coleando, y de qué manera…

La agencia de detectives Pinkerton ya no necesita matones con más o menos modernas armas de repetición. Ahora todo es más sutil pero no menos contundente. Integrada como división de “inteligencia” y “protección” de la potente empresa sueca Securitas AB, su reaparición en los medios durante el presente siglo se produjo en la Universidad de York (Toronto) en 2003, cuando un pequeño grupo de detectives escoltó al activista de extrema derecha y ex asesor de Bush y Giuliani, Daniel Pipes. Pero su retorno al pasado anti sindical, algo más de cien años después de la masacre de Ludlow, se da en 2018, cuando trabajadores de Frontier Communications, en ese momento octava empresa proveedora de manga ancha en USA y en quiebra desde abril de 2020, denuncian que son seguidos e intimidados por miembros de Pinkerton. 

Según diversas fuentes el trabajo para Amazon comienza en 2019, cuando la empresa de comercio electrónico introduce a “espías” de la Pinkerton en un almacén de Wroclaw (Polonia) alegando un supuesto fraude en la contratación de trabajadores. Según la portavoz de la empresa, Amazon  solo pretendía "asegurar los envíos de alto valor en tránsito", no reunir información de inteligencia sobre los trabajadores del almacén; todas las actividades están "totalmente en consonancia con las leyes locales", pero lo cierto es que el Centro de Operaciones de Seguridad Global de Amazon, (a que acojona el nombre…) puso a sus analistas de datos a rastrear las actividades de las incipientes organizaciones sindicales, incluidas fecha, hora y lugar de sus reuniones. 

Ese mismo año Amazon parece resuelta a cercenar el movimiento iniciado con las  huelgas de 2018 en el centro de San Fernando de Henares, ahora en España, que pretendía relanzarse aprovechando el Black Friday. Además de las técnicas habituales de la compañía, entre las que se incluye la existencia de un video de “capacitación para acabar con los sindicatos” de casi treinta minutos, la multinacional se pone en comunicación con el hombre de la Pinkerton en nuestro país, Julián Peribáñez, propietario de la agencia de detectives Castor & Polux y autor del libro “Descubriendo el laberinto rojo”, sobre el nacimiento de Podemos. El encargo consiste en espiar las huelgas previstas durante el otoño de 2019, así como toda información colateral, principalmente periodística. El Diario.es habla específicamente de una especie de lista negra, en la que aparecería Juan Martínez, a quien los documentos internos de Amazon definen como “un periodista habitualmente crítico y muy próximo a los sindicatos". Según ese mismo diario en el encargo para espiar la huelga del 30 de octubre de 2019 en Barcelona, Castor & Polux contó con la colaboración de Antonio Giménez Raso, el hombre de Villarejo en Catalunya.

CONSPIRACIÓN Y CONTROL SOCIAL

Como husmeador de redes varias, he frecuentado durante la pandemia comentarios que achacan el virus a una conspiración universal con un objetivo final: insertarnos un chip, financiado por Soros y Bill Gates, con el que los enviados del diablo nos controlarían definitivamente.

Lo paradójico es que quienes defienden esas tesis lo hacen a menudo de forma hiperactiva a través de Goggle y un móvil cuyo mantenimiento en línea les cuesta una pasta mensual, es decir, de redes que saben hasta la talla de sus bragas o calzoncillos. Amazon no es una excepción: su base de 30 millones de clientes en 2010 o sus más de 200 millones de apuntados al Prime Day en 2017 son datos desfasados. En el interín Jeff Bezos, el fundador, se ha convertido en el tipo más rico del mundo vendiendo únicamente el 2% de su participación en la sociedad. El futuro pasa sin duda por él, un poder omnímodo que igual sirve para meterte un espía en casa (Alexa), colaborar con la CIA, financiar las tesis de grupos políticos que niegan el cambio climático y, desde luego, atacar cualquier intento de sindicación, o sea, de “sedición” de sus trabajadores. Si es difícil que a través de sus métodos de contratación se le cuele algún rojo, más difícil es que alguien conserve el puesto de trabajo si enrojece al ver las deplorables condiciones de trabajo en sus almacenes.

COSECHA ROJA

El primer personaje de la novela del mismo nombre es Bill Quint, un sindicalista de Chicago que pronto desaparece, quizás porque Dashiell Hammett, el autor y ex agente de la Pinkerton, quería subrayar que lo que se cuece casi siempre, en ese caso en Poisonville (“ciudad venenosa”), no es una reivindicación laboral, sino quién manda en la ciudad. 

Hammett abandonó la escritura en 1934, veintisiete años antes de su fallecimiento, y apenas siguió escribiendo guiones cinematográficos que le servían para sobrevivir. Desde entonces se dedicó a desarrollar decenas de actividades por los derechos civiles que acumularon casi 300 páginas en los archivos del FBI y le llevaron una temporada a la cárcel. Todo ello, sin embargo, teñido del pesimismo profético y lúcido de quien siempre se supo perdedor.


El año de la publicación de "Cosecha roja" hubo por lo menos una buena recolección de canciones: entre otras "Aquellos ojos verdes", "Guantanamera", "More thank you now", "Siboney", la mismísima "Singin´in the rain" o "Lágrimas negras", lo que indica la importancia de la música cubana en esa época. De esta última hay numerosísimas versiones, pero yo me quedo con esta, callejera e improvisada, del documental "Cuba feliz".