A raíz de la visión de "Los que se quedan", hermosa película destinada a convertirse en clásico de navidad, y de "El 47", epopeya vecinal del barrio Torre Baró de Barcelona, me acordé de la pipa, no la de girasol, sino del instrumento que en tiempos pretéritos, los alter ego de Giamatti y Fernández en los setenta del pasado siglo, se usaba para fumar.
No es que fumar en pipa te permitiera completar la lectura del "Ulises"de Joyce o entender "Materialismo y empirocriticismo" de Lenin, pero quienes alguna vez probamos un artefacto que había que re-encender repetidamente, pensábamos que ello te dotaba de un plus cultural, como cuando en los exámenes metías algún latinajo, cita o barbarismo sin venir a cuento, para ver si colaba y pasabas del aprobado justo. Confieso que a mí no me duró mucho la experiencia, creo que un par de pipas que, como es obvio, no conservo.
Ya nadie fuma en pipa, salvo que se trate de algún rito narcótico e imagino que los jóvenes no entenderán expresiones ligadas a ese objeto: estoy que fumo en pipa o fumemos la pipa de la paz. Hace tantos años que dejó su sitio entre la parafernalia personal que el último usuario conocido, un compañero, técnico de la administración, tenía el apodo de "el pipas", si bien creo que también abandonó la costumbre hace unos años.
La pipa tenía un ritual previo que parecía el preámbulo de un gran acontecimiento. Había que elegir el tabaco apropiado, en mi época el dulzón y aromático Amsterdam, que leo aún existe, y prensarlo con cuidado en la cazoleta. Cánula y boquilla habrían sido limpiadas previamente con una especie de escobilla para eliminar los restos de nicotina, y solo en ese momento se podía encender el contenido con cuidado de no quemarte con el mechero.
Supongo que su prestigio venía dado por los hombres que la popularizaron, Henry Miller, Bertrand Russell, Jean Paul Sartre, célebres intelectuales de su época dorada, mediados del siglo XX. No en vano y años antes Valle Inclán había dedicado un poema a la "pipa del kif", con esos versos que describe que "en mi pipa el humo da su grito azul, mi sangre gozosa claridad asiste si quemo la verde yerba de Estambul."
Al no recordar a ninguna mujer fumadora de pipa he recurrido a internet y solo he reconocido a Margarita Landi, la llamada "dama del crimen", por su larga producción de noticia negra en El Caso e Interviú. Imagino que la afición le venía de otro celebre fumador del mundo policiaco, en este caso ficticio, Sherlock Holmes. Pero si hay un personaje para el que la pipa era un apéndice físico ese era el gran Jacques Tati, de quien he seleccionado el entrañable trailer de "Mon oncle" (Mi tío).
Nota: leo alarmado que las cazoletas solían estar aisladas con amianto, riesgo añadido al mero hábito de fumar, todo tan lejos del temerario reclamo de Sara Montiel: fumar es un placer genial, sensual...
Mi nieto mayor y yo estamos convencidos, sin demasiada base científica, todo hay que decirlo, de que la mosca es el animal doméstico más tonto. Le abres la ventana para que escape por la bocana libre y acaba chocando una y otra vez con el muro de cristal. Al hilo de esa reflexión le mostré a mi nieto la técnica que la gente de campo tiene para acabar con las moscas “inevitables golosas”, que cantara Machado: esperar con la mano a pillarlas en su inconsciente huida hacia delante.
Esta pequeña introducción sirva para decir que a mi nieto no le gustó la idea de capturarla. “Tendrá ama y aita y la echarán de menos”, me dijo, algo que me recordó a mi padre reprendiéndonos a mi hermano y a mí por pisar o incordiar a una hilera de hormigas cuando éramos niños.
Las moscas nunca han estado de moda. Forman parte de la tradición e incluso de la cultura peninsular, pero en su calidad de seres vulgares, pertinaces, revoltosos, “que ni labráis como abejas, ni brilláis cual mariposas”. De nuevo Machado.
Mejor imagen tiene el toro bravo, sea como imagen de Osborne o res para la lidia, algo que una parte de la sociedad considera un arte, el de Cúchares, apodo de Francisco Arjona Herrera. Este torero desarrolló el pase de muleta y alargó la faena, un eufemismo que define el periodo de sangría que media entre la entrada del toro en el coso y su muerte por estocada y/o descabello.
Grupo de jóvenes y niños en la escuela "El Yiyo"
Si Cúchares, niño huérfano en la Sevilla de primeros del siglo XIX, fue alumno aventajado de la Escuela de Tauromaquia fundada por el inefable Fernando VII, el arrebato de los taurinos a que el Ministerio de Cultura les quite privilegios reabre escuelas, como la del “Yiyo”, en Madrid, bajo la divisa de “escuela de valores y de vida”, y alienta nuevas subvenciones en las comunidades gobernadas por las derechas. Siempre en vanguardia de la España cañí, la misma Comunidad de Madrid ha creado una Dirección General de Asuntos Taurinos, con matador de jefe y una pasta de ingresos fijos.
Y es que los estudiosos del tema hablan de hasta 500 millones en ayudas indirectas a las ganaderías a través, ¡sorpresa!, del Plan Agrario Común (PAC) europeo, y directas a la tauromaquia de más de 10 kilos. Hay que subrayar que uno de los ex responsables del PAC, el ex ministro de Agricultura Arias Cañete, está casado con una Domecq, familia de raigambre taurina.
En lo que respecta al debate cultural hay que aceptar que la tauromaquia sí tiene un itinerario más o menos ligado a la cultura, incluso un lenguaje atractivo a la literatura y el periodismo: suerte de varas, chicuelina, rejón, montera, monosabio... Muchos intelectuales de signo y épocas diversas han sentido fascinación por ese léxico y un universo conceptual de bravura, valentía, temeridad, sacando chispas artísticas y literarias a la peculiariedad de una “fiesta” que ahora leo se remonta a la era del bronce, cuando jóvenes gimnastas de Creta y Tesalia hacían acrobacias apoyándose en los cuernos de toros bravos.
Picasso taurino
Goya o Picasso han dejado numerosos grabados sobre el asunto, y en el caso del primero hasta un modelo de vestimenta, la goyesca, que aún se utiliza en los festejos de la corte. Con un par de capotazos mirando al tendido los taurinos de derechas se han hecho lorquianos de repente, al recordar el “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías” que Lorca dedicó al mecenas de la Generación del 27. Y es que el torero, él mismo escritor aficionado, auspició el homenaje a Góngora que forjó la existencia del grupo literario. Omiten, eso sí, que el poeta no era demasiado aficionado al arte de Cúchares y que fue asesinado junto a dos banderilleros anarquistas, Arcollas y Galadí.
Creo que este hecho, quizás también el contenido popular y de clase de la torería hasta casi finales del siglo XX, fomentó el acercamiento de intelectuales de izquierdas al fenómeno taurino. A la fascinación que produce el animal se une el hecho de que las cuadrillas estaban compuestas de jóvenes que huían de la miseria rural y se dirigían a las plazas ciudadanas en busca de fama y modus vivendi, algo que empieza a torcerse cuando el papel cuché da portadas a la boda de toreros con cantantes, actrices, incluso aristócratas, y la tauromaquia, salvo excepciones, pasa a ser un mundo endogámico, de sagas de señoritos que torean cuadrúpedos afeitados. Esta doble realidad, la de chavales que torean furtivamente en las dehesas y llegan a la ciudad con un hatillo y una muleta de avellano, y la de los toreros que triunfan y casan con tonadilleras, ha sido ampliamente reflejada en el cine, pudiéndose hablar incluso de género taurino: desde “Los golfos” o “Jamón, jamón” a “Manolete” o “Aprendiendo a morir”, pasando por “El último cuplé” o la maravillosa serie “Juncal”, con un Rabal en estado de gracia.
La gente de mi edad no es ajena al mundo de la tauromaquia. Asocio algunos veranos de infancia y adolescencia a la conexión que la única televisión del régimen establecía con las plazas de Pamplona o San Sebastián a las “cinco de la tarde”, como repite el poema lorquiano, quien sabe si porque la primera era un coso ligado al “alzamiento”, y el segundo el de la ciudad donde el dictador pasaba parte de los veranos. Tenía unos trece años cuando asistí por dos únicas veces a una corrida de toros. Un familiar que trabajaba en el ayuntamiento de Barcelona había conseguido varias entradas, ni más ni menos que para ver al torero del momento, Manuel Benítez, “El Cordobés”. El caso es que, pese a lo mayúsculo del cartel, apenas hubo media entrada, en gran parte de guiris que llegaban en autocares de destinos playeros. Sirva este ejemplo sesentero para destacar la indiferencia de la ciudad hacia la fiesta nacional, algo que se ha ido extendiendo a lo largo de la “piel de toro” hasta nuestros días. Creo que sin subvenciones y premios onerosos la tauromaquia tendría los días contados.
Vuelvo a la inocencia de mi nieto, que ve en cualquier ser con vida a alguien que merece conservarla, aún inconsciente de que gran parte de cuanto comemos es sacrificado para que seamos nosotros quienes sobrevivamos. Pero no es un mal principio. Seguramente quienes no tienen ese impulso primario de empatía disfruten con el salpicadero de sangre que es la llamada “fiesta nacional” y deseen que haya jóvenes, mejor si son de las castas inferiores, que aprendan a jugarse la vida ante un morlaco de 500 kilos a beneficio de un espectáculo lleno de sadismo.
Hay mucha música y canción dedicada al “arte de Cúchares”, pero entre que es un tanto casposa y que por el camino se me ha cruzado este pedazo de versión del “Sultans of swing” de Dire Straits con Pedro Javier González (habitual con El último de la fila, Manolo García, Serrat y tantos otrísimos, además de una decena de proyectos propios) y un grupo de colegas (Tommy Emmanuel y Jhon Jorgenson), me he dejado llevar…
Dos textos sobre progreso y conservación del imprescindible “El infinito en un junco” de Irene Vallejo me han llevado a reproducirlos tal cual y aprovechar el empujón para contar algunas impresiones personales sobre el tema.
Vaya por delante que no soy enemigo de la modernidad, eso sería una estupidez, pero sí creo que a los “modernos”, me refiero a los impulsores de las nuevas tecnologías, les suele faltar espíritu autocrítico de tan pavos como están de sus conquistas. Me refiero desde luego al tipo de superdotados místicos que tan bien refleja el personaje de Peter Isherwell en “No mires hacia arriba”, gente que hace del progreso una especie de extraño culto religioso del que, por descontado, ellos son entre dioses y pontífices, pero también de sus feligreses, que se creen más listos porque profesan la fe y son capaces de manejar cuatro aplicaciones más que su vecino.
El iluminado Peter Isherwell
Como en la película y en el segundo texto de Irene Vallejo, esa petulancia lleva a menudo a la devastación. En mis último años de actividad profesional discutí varias veces sobre el tema con directivos de la Seguridad Social que defendían la digitalización exprés que se impulsaba desde Madrid y el consiguiente cierre de oficinas y mengua de empleados públicos. Hace tiempo que no les veo, pero cada vez que he tenido que ayudar a algún amigo o conocido a solicitar, tramitar, consultar o pedir una cita por internet me acuerdo de ellos, por no decir de sus muertos, porque esos no tienen la culpa. En alguna charla sobre el tema de la brecha digital me ha gustado subrayar el sobre-esfuerzo de los ciudadanos por ponerse al día (en la última en un pequeño pueblo de la costa la asociación de jubiladxs había empezado un ciclo formativo sobre digitalización de cinco semanas) comparado con la inanidad de la administración, incapaz de interoperar digitalmente y cumplir sus propias leyes, en este caso la Ley de Procedimiento Administrativo Común, tras siete años desde su entrada en vigor. Lo de la banca es otra cosa. De esos no se espera nada porque están a lo suyo: la avaricia.
Los pontífices de ese modelo de progreso se vanaglorian de que un médico te pueda atender por internet pero le piden a otra médico de atención primaria una copia del título porque no pueden acceder a una base de datos del propio sistema de salud (experiencia que me contó la “víctima” el pasado lunes).
Pero tras el rollo aledaño nada mejor que transcribir los dos textos de Irene Vallejo sobre progresos, “conservaciones” y pérdidas.
un libro imprescindible
1) "Cuando comparamos algo viejo y algo nuevo —como un libro y una tableta, o una monja sentada junto a un adolescente que chatea en el metro—, creemos que lo nuevo tiene más futuro. En realidad, sucede lo contrario. Cuantos más años lleva un objeto o una costumbre entre nosotros, más porvenir tiene. Lo más nuevo, como promedio, perece antes. Es más probable que en el siglo XXII haya monjas y libros que WhatsApp y tabletas. En el futuro habrá sillas y mesas, pero quizá no pantallas de plasma o teléfonos móviles. Seguiremos celebrando con fiestas el solsticio de invierno cuando ya hayamos dejado de tostarnos con rayos UVA. Un invento tan antediluviano como el dinero tiene muchas posibilidades de sobrevivir al cine 3D, a los drones y a los coches eléctricos. Muchas tendencias que nos parecen incuestionables —desde el consumismo desenfrenado a las redes sociales— remitirán. Y viejas tradiciones que nos han acompañado desde tiempo inmemorial —de la música a la búsqueda de la espiritualidad— no se irán nunca. Al visitar las naciones socioeconómicamente más avanzadas del mundo, en realidad sorprende su amor por los arcaísmos —de la monarquía al protocolo y los ritos sociales, pasando por la arquitectura neoclásica o los vetustos tranvías—.
La fregona, gran invento español
Si el poeta Marcial pudiese agenciarse una máquina del tiempo y visitar esta tarde mi casa, encontraría pocos objetos conocidos. Le asombrarían los ascensores, el timbre de la puerta, el router, los cristales de las ventanas, el frigorífico, las bombillas, el microondas, las fotografías, los enchufes, el ventilador, la caldera, la cadena del váter, las cremalleras, los tenedores y el abrelatas. Se asustaría al escuchar el silbido de la olla exprés y daría un respingo cuando empezasen las embestidas de la lavadora. Alarmado, buscaría dónde se esconden las personas que hablan desde la radio. Le angustiaría —como a mí, por otro lado— el pitido de la alarma del despertador. A simple vista, no tendría ni la más remota idea de la utilidad de los esparadrapos, los sprays, el sacacorchos, la fregona, las brocas, el secador, el exprimelimones, los discos de vinilo, la maquinilla de afeitar, los cierres de velcro, la grapadora, el pintalabios, las gafas de sol, el sacaleches o los tampones. Pero entre mis libros se sentiría cómodo. Los reconocería. Sabría sujetarlos, abrirlos, pasar las páginas. Seguiría el surco de las líneas con su dedo índice. Sentiría alivio —algo queda de su mundo entre nosotros—."
2) "En el siglo XX, el cine ha sufrido sucesivas oleadas de destrucción producidas por los cambios de soportes. Agustín Sánchez Vidal ofrece un cómputo de pérdidas: «El material más afectado es el anterior a 1920, ya que hacia esa fecha las cintas son destruidas, al pasar las películas de una o dos bobinas (con una duración de entre diez y treinta minutos) a la duración estándar de hora y media. La emulsión se aprovecha para recuperar las sales de plata, y el soporte de celulosa, para fabricar peines y otros objetos. Las pérdidas por este concepto rondan el 80 por ciento. En torno a 1930 se pierde cerca de un 70 por ciento al producirse una oleada de destrucciones, todavía más sistemáticas, debidas al paso del cine mudo al sonoro. Y en la década de los cincuenta tiene lugar la tercera, al sustituir la película inflamable de nitrocelulosa por la seguridad del acetato. En este caso las pérdidas no resultan fáciles de cuantificar. Si se toma como ejemplo nuestro país, puede estimarse que se conserva solo un 50 por ciento de la películas del periodo sonoro hasta 1954». Cada paso del progreso ha supuesto a su vez una devastación."
El progreso también nos permite conocer la música y la vida de alguien después de muerta, en este caso de la cantante y trompetista Jaimie Branch, fallecida hace apenas unos meses. Creo que esta larga pieza, “Prayer for Amerikkka pt. 1 y 2” sobre la agresión racista a una chica de 19 años, resume muy bien la belleza desagarrada de su jazz-punk. Sé que es un poco fuerte pero vale la pena verla y escucharla entera y más de una vez.
Creo que la primera
vez que le dediqué un blog al día de los difuntos dije no ser amigo
de efemérides, pero lo cierto es que, contrariamente a lo afirmado,
mi cita anual con los muertos se ha convertido en un ritual que me
invita acercarme a algún/a poeta. No en vano la muerte es un tema
manido, fácil para el verso.
Tres días antes de que se decretara el primer estado de alarma asistí a un recital de poesía en la biblioteca de Bidebarrieta. L@s invitad@s eran Juan Carlos Mestre e Isla Correyero (creo recordar que había algún tercero pero tal era la fuerza de estos dos que no recuerdo su nombre). Lo cierto es que yo había asistido para escuchar a Isla, de la que en enero había adquirido “Mi bien”, su antología poética, y dedicado un primer blog (https://charlievedella.blogspot.com/2019/12/isla-correyero.html?m=0), así que cuando acabó le pedí que me correspondiera con la suya de puño y letra y, aún sin mascarilla, estuvimos hablando de lo que parecía venírsenos encima.
Viene
esta referencia al encuentro con Correyero, porque Begoña M. Rueda,
última ganadora del Premio Hiperión, podría ser considerada una
especie de hija o cuanto menos relevo poético de aquélla, tanto por
su cercanía profesional, una enfermera y la otra auxiliar en un
hospital, como por su
estilo desgarrado, “humano, demasiado humano”.
Con
29 años Begoña M. Rueda (Jaén,
1992) ha ganado ya el
ramillete de los mejores premios de poesía, uno por cada uno de sus siete libros publicados, entre ellos el
prestigioso Hiperión
con “Servicio de lavandería”. Solo he
leído este último y algunos poemas sueltos anteriores,
y aprecio un camino que va madurando desde una temática más amorosa
y adolescente, también más metafórica, al desgarro del que hablaba
anteriormente desde la experiencia cercana
de la enfermedad, el deterioro físico, la muerte, e incluso
el lenguaje, el argot
del
trabajo en esa
lavandería de hospital.
Así que creo
que Rueda podría suscribir los versos de Isla Correyero en uno de
los mejores poemas de su “Diario de una enfermera”: “Escúchame,
Paolo, yo quisiera escribir para todos los que/sufren en esta larga
galería de la muerte”.
He aquí dos
pruebas casi
complementarias:
A
23 de marzo de 2019
De
camino a la cafetería
atajo
por los pasillos de urgencias.
Me
pregunto por aquel paciente
de
aspecto enjuto, macilento,
al
que parecían agarrarle las vísceras
las
hondas raíces de la quimioterapia
mientras
esperaba a saber qué,
rendido
en uno de los asientos del pasillo
junto
al soporte del suero.
Hace
un año que me lo encontré allí,
con
la cabeza lisa y una delgadez extrema,
la
boca entreabierta y unos ojos
perdidos
en
algún recuerdo remoto
como
remota es la vida
para
quien espera sabe Dios qué o a quién
con
un pijama de listas verdes
en
los pasillos de un hospital
donde
todos los días muere un hombre
o
una mujer da a luz a un niño,
así,
me
pregunto si logró salir adelante,
ponerse
en pie aquel día, arrastrar
sus
zapatillas de estar en casa
hasta
la planta de oncología,
tumbarse
en la cama y apretar
la
mano de su esposa
hasta
recobrar poco a poco la salud,
o
si en cambio
no
tuvo otro remedio
que
continuar esperando sepa Dios qué cosa
en
ese maldito pasillo de bombillas parpadeantes
hasta
que la muerte, con su bata blanca,
se
dignara por fin
recogerle.
A
11 de abril de 2019
A
pesar de que la ropa es lavada
a
temperatura de ochenta grados
y
tratada con detergentes específicos,
productos
neutralizadores de cloro,
lejías
y suavizantes,
no
es raro percibir un leve aroma a perfume
al
doblar las camisas de los pijamas.
Sé
a qué huelen los enfermos
antes
de fallecer,
sé
que algunos se peinan, se afeitan,
y
se empapan de Varón Dandy
como
si morir
no
consistiera sino en dar otro de muchos paseos
los
domingos por la mañana.
Mi amigo Enric me descubrió hace unas semanas a este viejales rarete y vital, Dan Reeder, un músico/artista/productor... tan autosuficiente que cuanto suena en sus canciones es solo él. Sin embargo he elegido una versión, la de la maravilla que crearon los Procol Harum hace ya más de cinco décadas, "A wither shade of pale" (segunda vez que viene al blog), con esa poética visión de "cipreses que se mecen con el viento nocturnal"...
PASTELES Y COPIAS.- Con la pandemia he vuelto a sacar los pasteles – me refiero a esa especie de tizas polvorientas – una técnica que, aunque sucia, te permite trabajar en pequeños formatos. Hace ya muchos años solía coger la bicicleta, un bloc y una caja de pasteles e irme a pintar por el valle de Arratia.
También con la pandemia me he atrevido con una disciplina que siempre había entre rechazado y menospreciado, el copismo, seguramente porque era y soy incapaz de hacerlo medianamente bien, pero nunca es tarde…, así que hace unos dos o tres meses me lancé a ello y, chulo que es uno, nada menos que con Tintoretto y El Greco…
En ello estaba cuando se cruza en mi camino uno de esos libros que se compran esperando tiempos mejores, “El nervio óptico”, de María Gaínza (Buenos Aires – 1975), literatura inclasificable y compleja, relatos?, ensayo?, pero tan atractiva que pide una doble o hasta triple lectura para desentrañarla.
Crítica de arte con un gusto un tanto peculiar, pienso que irónico, Gaínza traslada su mirada a una serie de cuadros de pintores “raros”, que enaltece creando un relato autobiográfico paralelo. El caso es que pensé que selección tan singular, en algún caso “feísta”, me permitía abordar la copia con un desenfado indulgente, así que manos y tizas a la obra... El resultado son los cuadritos sobre papel que acompañan a los textos de "El nervio óptico", de los que tengo que decir en mi defensa que ejecutados en apenas hora y media y sin dibujo previo. Quien quiera ver el original que se lo curre en internet. No voy a ser yo el idiota que desentrañe la imperfección de la copia...
ALGUNOS CUADROS Y TEXTOS DE “EL NERVIO ÓPTICO”.-
El libro demuestra que el nervio óptico de María Gaínza, un filamento que agrupa y conecta más de un millón de fibras nerviosas al cerebro, está en perfecto estado, y aunque no su gusto pictórico sí una escritura que enternece ciervos, ruinas y mares borrascosos. He aquí algunos ejemplos.
DE “EL CIERVO DE DREUX”“...Hay, en realidad, dos Dreux en ese salón, dos escenas de caza pintadas a mediados del siglo XIX, pero a mí se me van los ojos hacia una, y aunque la descripción de cuadros sea siempre un incordio, no tengo opción: es una pintura vertical, en ella una jauría de perros acorrala a un ciervo, el combate animal está apilado en la parte baja del cuadro y en la parte alta, que juraría fue agregada después para adaptar la pintura a los altos techos del salón, hay un paisaje de cielos celestes, nubes encrespadas y un árbol genérico que podría ser cualquiera. Es una pintura bastante convencional, no se lo voy a negar, pero aun así me atrae. Es más, me pone nerviosa...
"...El ciervo ha sido pintado pocos segundos antes de morir. Un perro le muerde el lomo; otro, una pata. El animal está a punto de desplomarse, la lengua afuera, el cuello en una contracción exagerada, los ojos mirándonos con el mismo desamparo con que la liebre miraba al príncipe en El Gatopardo de Lampedusa..."
"...Avanzaron despacio, había barro en el camino y el viento soplaba entre las casuarinas. «Es época de liebres, por ahí vemos alguna», dijo el chico. Cuando llegaron al final de la avenida pegaron la vuelta. A lo lejos, desde el bosque vecino, sonó un cuerno. Alguien llamaba a los perros para que regresaran. En ese momento a mi amiga se le hundió una bota en el barro. Forcejeó un poco para liberarla. Medio metro adelante, su compañero le ofreció la mano pero ella se negó: «Puedo sola», murmuró impaciente; un segundo después una bala perdida le entraba por la espalda a la altura del pulmón. Se desplomó sobre el barro; el francés dijo que en su cara solo había sorpresa: «¿Esto era todo?», parecía decir. «¿Ya está?»...”
DE “EL ENCANTO DE LAS RUINAS”“...Hubert Robert no inventó la estética del colapso pero la llevó a su gloria. La poética de la ruina era la moda a fines del siglo XVIII y el joven Robert la había conocido a través de su maestro René Slodtz...
"...Robert era un hombre celebrado por su época cuando la suerte se le agotó. De golpe, todos sus hijos murieron, uno detrás del otro: Gabriel, Adelaide, Charles y Adèle. Cuando Napoleón llegó al poder lo expulsó de la Academia. Prisionero en Saint-Lazare, compartiendo celda con el marqués de Sade, en la cárcel donde un siglo antes se encerraba a las ovejas negras de las buenas familias, escapó por muy poco de la guillotina cuando, por error, otro prisionero fue ejecutado en su lugar. Una vez en libertad, fue uno de los cinco asesores en la creación del Louvre; su sueldo era simbólico, apenas le alcanzaba para el almuerzo. Una medianoche, llegaba de trabajar en los planos del futuro museo cuando, al entrar en su taller, que era muy pequeño y abarrotado, se tropezó. Así imagino yo que murió Hubert Robert, desnucado por su atril romano. Tenía setenta y cinco años, ya no le quedaba nadie en el mundo y debía nueve meses de alquiler….”
DE “REFUCILOS SOBRE EL AGUA”“...El cuadro se llama Mar borrascoso y está en el Museo Nacional de Bellas Artes. Mer orageuse se dice en francés, y la gárgara rasposa que producen las consonantes replica el rugir de las olas. En primer plano una ola cargada de espuma rompe contra las rocas; a la altura del horizonte, el agua y el aire se mezclan; más arriba, el cielo se desfleca en nubes rosadas. Es un óleo realizado en 1869 y mide casi un metro por un metro, el tamaño justo para colgar sobre la chimenea, si tuviera una. ¡Qué lindo ver arder un fuego debajo de ese mar!..."
"...Como pintor, Courbet era territorial, instintivo como un perro. Había crecido cerca de la cordillera del Jura, en una zona lluviosa donde el agua se filtra por la piedra caliza, los acantilados, las cuevas y los valles formando canales subterráneos. El mar de Courbet encuentra su textura en ese paisaje. La forma en que el pintor usa la espátula es diabólica: rasquetea la tela, raspa el óleo como si quisiera marcar una roca. Aun con toda su pose de machote del arte, sus tácticas y estrategias para ganar notoriedad, Courbet no deja de volver una y otra vez a la región de su infancia. Pinta el agua como un mineral fosilizado, una malaquita partida al medio…"
"...Una sola vez ella me habló a mí; fue la tarde en que nos íbamos. Me llevó a su cuarto y me mostró las paredes todas cubiertas por los collages. Fue como ver la ola de Courbet desde adentro. —Ya casi terminé —dijo ella sonriendo, un poco demasiado, como alguien que lo ha perdido todo. Meses más tarde supe que se había ahogado, cerca de la escollera del norte, una tarde en que el cielo estaba celeste y desflecado por nubes rosadas Nos llamábamos igual, mi prima y yo. Recién ahora me doy cuenta de que nuestro nombre contiene al mar como un llamado, como una premonición…”
Creo que Coldplay, con esta maravilla que dicen estimulada por un cuadro de Frida Kahlo, puso su listón musical demasiado pronto y demasiado alto.
Dashiell Hammett, si no el mejor sí el escritor que más ha influido en la historia de la novela negra, trabajó para la agencia de detectives Pinkerton entre 1915 y 1922. Sabía por tanto de qué hablaba cuando solo un año después creó al agente de La Continental, un tipo bajo y regordete, hermético y sagaz, cuya amante nocturna más preciada era una botella de güisqui King George. Si no habláramos de un personaje de novela que trabaja en la sucursal de San Francisco (USA) creeríamos que se trata del mismísimo Villarejo, ese hombre bajo, regordete, hermético y sagaz que mantiene en vilo al Estado y a buena parte de la clase política y empresarial. La única diferencia es que en el fondo el agente de La Continental, como el propio Hammett, era un sentimental que valoraba una cierto modelo de lealtad.
La agencia Pinkerton tiene una “inmaculada” hoja al servicio de grandes empresas y corporaciones. En 1875 detectives infiltrados acabaron con las revueltas de los Molly Maguires, un movimiento de origen irlandés que reivindicaba mejores condiciones laborales. Diez de sus dirigentes fueron ahorcados en 1877, tras un juicio lleno de irregularidades. En 1886 trescientos de sus agentes más aguerridos se trasladaron a Chicago para acabar con los últimos rescoldos de la huelga por la jornada de ocho horas que dio pie a la consagración del primero de mayo como día de los trabajadores. La agencia tampoco fue ajena a las masacres de la plaza de Homestead y Ludlow, en 1892 y 1914, y solo pasó a un segundo plano cuando la represión fue asumida por las policías de condado y se produjo un avance en los derechos laborales de los trabajadores a partir de la segunda década del pasado siglo.
AMAZON RESUCITA A LA PINKERTON
La noticia de que la Pinkerton viene trabajando para Amazon desde hace al menos dos años me ha llevado a revisar esa etapa más cruenta y visible de la agencia, desconociendo que seguía vivita y coleando, y de qué manera…
La agencia de detectives Pinkerton ya no necesita matones con más o menos modernas armas de repetición. Ahora todo es más sutil pero no menos contundente. Integrada como división de “inteligencia” y “protección” de la potente empresa sueca Securitas AB, su reaparición en los medios durante el presente siglo se produjo en la Universidad de York (Toronto) en 2003, cuando un pequeño grupo de detectives escoltó al activista de extrema derecha y ex asesor de Bush y Giuliani, Daniel Pipes. Pero su retorno al pasado anti sindical, algo más de cien años después de la masacre de Ludlow, se da en 2018, cuando trabajadores de Frontier Communications, en ese momento octava empresa proveedora de manga ancha en USA y en quiebra desde abril de 2020, denuncian que son seguidos e intimidados por miembros de Pinkerton.
Según diversas fuentes el trabajo para Amazon comienza en 2019, cuando la empresa de comercio electrónico introduce a “espías” de la Pinkerton en un almacén de Wroclaw (Polonia) alegando un supuesto fraude en la contratación de trabajadores. Según la portavoz de la empresa, Amazon solo pretendía "asegurar los envíos de alto valor en tránsito", no reunir información de inteligencia sobre los trabajadores del almacén; todas las actividades están "totalmente en consonancia con las leyes locales", pero lo cierto es que el Centro de Operaciones de Seguridad Global de Amazon, (a que acojona el nombre…) puso a sus analistas de datos a rastrear las actividades de las incipientes organizaciones sindicales, incluidas fecha, hora y lugar de sus reuniones.
Ese mismo año Amazon parece resuelta a cercenar el movimiento iniciado con las huelgas de 2018 en el centro de San Fernando de Henares, ahora en España, que pretendía relanzarse aprovechando el Black Friday. Además de las técnicas habituales de la compañía, entre las que se incluye la existencia de un video de “capacitación para acabar con los sindicatos” de casi treinta minutos, la multinacional se pone en comunicación con el hombre de la Pinkerton en nuestro país, Julián Peribáñez, propietario de la agencia de detectives Castor & Polux y autor del libro “Descubriendo el laberinto rojo”, sobre el nacimiento de Podemos. El encargo consiste en espiar las huelgas previstas durante el otoño de 2019, así como toda información colateral, principalmente periodística. El Diario.es habla específicamente de una especie de lista negra, en la que aparecería Juan Martínez, a quien los documentos internos de Amazon definen como “un periodista habitualmente crítico y muy próximo a los sindicatos". Según ese mismo diario en el encargo para espiar la huelga del 30 de octubre de 2019 en Barcelona, Castor & Polux contó con la colaboración de Antonio Giménez Raso, el hombre de Villarejo en Catalunya.
CONSPIRACIÓN Y CONTROL SOCIAL
Como husmeador de redes varias, he frecuentado durante la pandemia comentarios que achacan el virus a una conspiración universal con un objetivo final: insertarnos un chip, financiado por Soros y Bill Gates, con el que los enviados del diablo nos controlarían definitivamente.
Lo paradójico es que quienes defienden esas tesis lo hacen a menudo de forma hiperactiva a través de Goggle y un móvil cuyo mantenimiento en línea les cuesta una pasta mensual, es decir, de redes que saben hasta la talla de sus bragas o calzoncillos. Amazon no es una excepción: su base de 30 millones de clientes en 2010 o sus más de 200 millones de apuntados al Prime Day en 2017 son datos desfasados. En el interín Jeff Bezos, el fundador, se ha convertido en el tipo más rico del mundo vendiendo únicamente el 2% de su participación en la sociedad. El futuro pasa sin duda por él, un poder omnímodo que igual sirve para meterte un espía en casa (Alexa), colaborar con la CIA, financiar las tesis de grupos políticos que niegan el cambio climático y, desde luego, atacar cualquier intento de sindicación, o sea, de “sedición” de sus trabajadores. Si es difícil que a través de sus métodos de contratación se le cuele algún rojo, más difícil es que alguien conserve el puesto de trabajo si enrojece al ver las deplorables condiciones de trabajo en sus almacenes.
COSECHA ROJA
El primer personaje de la novela del mismo nombre es Bill Quint, un sindicalista de Chicago que pronto desaparece, quizás porque Dashiell Hammett, el autor y ex agente de la Pinkerton, quería subrayar que lo que se cuece casi siempre, en ese caso en Poisonville (“ciudad venenosa”), no es una reivindicación laboral, sino quién manda en la ciudad.
Hammett abandonó la escritura en 1934, veintisiete años antes de su fallecimiento, y apenas siguió escribiendo guiones cinematográficos que le servían para sobrevivir. Desde entonces se dedicó a desarrollar decenas de actividades por los derechos civiles que acumularon casi 300 páginas en los archivos del FBI y le llevaron una temporada a la cárcel. Todo ello, sin embargo, teñido del pesimismo profético y lúcido de quien siempre se supo perdedor.
El año de la publicación de "Cosecha roja" hubo por lo menos una buena recolección de canciones: entre otras "Aquellos ojos verdes", "Guantanamera", "More thank you now", "Siboney", la mismísima "Singin´in the rain" o "Lágrimas negras", lo que indica la importancia de la música cubana en esa época. De esta última hay numerosísimas versiones, pero yo me quedo con esta, callejera e improvisada, del documental "Cuba feliz".
Cuando la construcción del personaje de una novela te hace dudar de su existencia es que el autor ha hecho bingo. Recuerdo que en mis tiempos de estudiante estuvo de moda un texto del filósofo Della Volpe sobre el concepto de verosimilitud en el cine, que él, cuestionando el dogmatismo neorrealista, ampliaba al terreno de lo poético.
La actualidad, si bien no adornada precisamente por la lírica, parece darle la razón. ¿Alguien en su sano juicio hubiera creído verosímil hace un año que los ciudadanos de todo el mundo paseáramos protegidos por una mascarilla porque un virus maligno se había extendido por los confines de la tierra? ¿Alguna persona minímamente cuerda hubiera considerado verosímil que la primera potencia mundial fuera gobernada durante cuatro años por un ignorante atrevido y temerario como Donald Trump? Pues ahí lo tenéis. La realidad siempre supera a la ficción.
No es el caso de la entrañable “Todo lo que se llevó el diablo”, de Pérez Andújar (San Adriá del Besós 1965), en la que la construcción prolija del ficticio Arcos Paulín, pertrechada de excelentes y bien documentados trampantojos históricos, me llevó a buscar su existencia real por internet. No podía ser que ese dibujante de cómics, que posó junto al mítico Hervé, autor de Tintín, al que no consideraba amigo sino competidor, fuera solo un fantasma de papel tintado.
Pero P. Andújar es un equilibrista del homenaje y la verosimilitud. Así que veamos el laberinto extenuante de nombres fingidos y robados, lo que llamamos heterónimos, que fragua para acreditar al personaje: “El piloto sin rostro”, la obra más famosa de Paulín, que en Bélgica adopta el nombre de Paul D`Arc, existe, pero su autoría le corresponde a un autor real secundario, Jean Graton. P. Andújar convierte al piloto de coches Michel Vaillant, el personaje original, en un piloto de aviones que, como aquel, esconde su rostro en la visera opaca del casco. Para rizar el rizo Paul D`Arc, instalado en París y afiliado al PCF, pasa a colaborar asiduamente en una editorial comunista que, y esto también es verdad, se llamaba curiosamente Vaillant. En la ficción coincide con otro dibujante, José Cabrero, también real, que como Paulín en la novela sobrevivió al campo de concentración de Mauthausen dibujando viñetas pornográficas para los guardianes del campo.
Como puede apreciarse la mejor forma de hacer caer al lector es acompañar al personaje de un cierto número de trampas reales que finjan veracidad. ¿No os suena? Está de moda. Es lo que actualmente llamamos bulos o, en algunos casos, investigación judicial.
Max Aub: No es extraño que Pérez Andújar recoja la figura de Arcos Paulín de un
Foto de los "padres" y de Torres Campalans con Picasso
curioso relato de Max Aub, “Manuscrito Cuervo”,memoria sobre su estancia en el campo de concentración de Vernet D`Ariége.
Max Aub (París 1903 . México 1972) es el bromista por antonomasia del heterónimo. He sabido preparando este blog que, además de sus dos conocidos autores imaginarios, el escritor Luis Petreña y el pintor cubista Jusep Torres Campalans, tuvo la osadía de inventarse una antología de poetas de diversas lenguas y nacionalidades, hasta 69, adornándolos con pequeñas notas biográficas. Habrá que conseguirla como sea porque seguro que da de sí.
Mientras, me ceñiré al caso de Torres Campalans, que es el que conozco porque compré el libro cuando Destino publicó una extraordinaria edición en 1999, pero sobre todo por lo redondo del resultado.
Ya en las primeras páginas coloca Aub el señuelo que acompañará el resto de la historia: un poeta mejicano le presenta a un “hombre, alto de color, seco”, José Torres, que se dedica a no hacer nada y vive “en el monte, con los chamulas”. El escritor tiene dos conversaciones con el pintor, y tiempo después, de vuelta a París, le habla de él a Jean Cassou, en aquellos tiempos el hispanista y crítico de arte de moda, que se sorprende y le enseña catálogos y notas propias. Ya está. Max Aub se mete “de hocico en su vida”, es decir, se ve empujado a escribir su biografía.
No soy un erudito bibliográfico, pero de lo que conozco y he tenido noticia, la biografía imaginaria de Jusep Torres Campalans es el más completo fake new de la literatura, en palabras suyas una historia que tuvo que reconstruir como un rompecabezas. Por el libro pasan multitud de críticos, escritores y artistas reales (además de Cassou, Gris, Picasso, Renau y Malraux, a quien dedica el libro, entre otros). Algunos de ellos le facilitan documentos, incluso catálogos.
Pero los elementos que apuntalan la ficción, los que hicieron dudar de la existencia real del pintor son dos: 1) el hecho de que tanto Cassou como otros críticos y artistas que aparecen en la trama no la desmintieran y 2) la reproducción de cuadros, dibujos, bocetos e incluso fotos de Torres Campalans, así como un catálogo detallado de la obra conservada (58 trabajos), con medidas, material empleado, pequeña descripción y hasta supuesto propietario. Para enredar más la cosa Aub pone en duda la autoría de alguno de los cuadros, lo cual es ya la repera: poner en cuestión la autenticidad de la obra que uno mismo ha inventado.
El cuadro "La venganza será terrible" obra de... obra"
La duda sobre la existencia real del pintor duró dos años, y ello pese a que Max Aub, bromista hasta la sepultura, dejó huellas del engaño, como esos asesinos en serie que buscan reconocimiento retando y dejando rastros a sus perseguidores, principalmente en fechas o con la recreación de artículos periodísticos reales.
Le he dado muchas vueltas al coco para recordar algún caso musical que pudiera servir para la ocasión y he corroborado algo que creía recordar del último LP de Cream, en el que aparecía entre los créditos un desconocido “angelo misterioso”, identidad que por problemas legales ocultaba al beatle George Harrison. El video juega con la querella amorosa por Pattie Boyd, un tanto de revista rosa, pero es el único en el que, aunque en foto, aparece l´angelo.
Espero
que el fichaje de Rosa Díez frene este domingo el auge en los sondeos del PP, dada su reconocida categoría de persona gafe y perdedora que acaba aniquilando casi
todo lo que toca. Y si de paso arrastra al resto de la derechona cutre, albricias!!! porque lo del PSOE parece inevitable...
No
es el caso, pero las personas gafes son atractivas por su exotismo y
peculiaridad, aunque dé cierto yuyu cuando las conoces, tratas y
tienes alguna relación personal o profesional. Durante varios años
tuve esa relación con un informático que cada vez que tocaba A
terminaba “jorobando” B. Evidentemente en broma, porque nada más
lejos de mis intenciones que estigmatizar a un compañero, comenté
en “petit comité” que era gafe. Mientras otra compañera le
defendía, porque además de colega habían sido alumnos del mismo
instituto, recordó que en el viaje de fin de curso el autocar les
dejó tirados, creo recordar que en Turquía. Como es lógico nos
entró la risa.
Imagino
que acabamos endilgando a una persona meras casualidades. Por
ejemplo, en ambos casos se podía acusar a la compañera y no al
informático de esos accidentes, ya que también estaba presente en
ambos escenarios.
He
estado buscando películas sobre gafes, porque no recordaba el nombre
de una relativamente reciente, y he encontrado una lista más que
potable.
Haré
una primera referencia al gran clásico del cine español, “El
gafe”, con un reparto que a la gente de mi época sonará a
entrañable: José Luis Ozores, Antonio Garisa (al que nombro en un
pequeño relato), María Isbert, Julia Caba Alba…No recuerdo su
contenido, y eso que seguro que la vi más de una vez, pero con ese
reparto sería difícil aburrirse.
La
segunda, “The cooler”, que no he visto pero habrá que estar a
ello, aborda la figura de la leyenda urbana del “enfriador”
(traducción de cooler), un personaje contratado por casinos y salas
de juego para cambiar el rumbo de la noche mediante artimañas
diversas, en muchos casos una rubia despampanante que distraía al
tahúr; el más directo, un gafe de reconocida solvencia, en este
caso interpretado por el siempre efectivo William H. Macy
Horacio Quiroga, gafe de manual
El
tercer encuentro es el de la peli que buscaba, tirando del recuerdo
de que uno de los protagonistas era el también impecable Eusebio
Poncela. “Intacto” es un thriller algo asfixiante con una maraña
de gafes y supervivientes que creo aconsejable revisar.
En
cuanto a la literatura he descubierto que uno de los pequeños
narradores que más me impresionaron en su momento, Horacio Quiroga
(Uruguay 1878-1937), fue un gafe de manual, dejando tras de sí
varias decenas de suicidas, dos de sus cónyuges y él mismo, e incluso un
homicidio involuntario, el de su amigo y colega, el poeta Federico
Ferrando. Recomiendo recurrir a su biografía porque no tiene
desperdicio.
Bueno,
que la sangre no llegue al río, pero que la ex líder del PSOE y UPD cumpla con su
condición de persona aciaga y nos libre, como dice el rezo, de todo mal, o por lo menos del peor de ellos...
No
exactamente sobre gafes pero sí sobre malos farios esta canción de
Manolo Tena que, como en otras ocasiones, asocio a viajes en coche
con toda mi familia cantándola con más o menos tino o tono: “Tocar
madera”.
Supongo que por la veteranía que se presupone a gente de mi edad,
pero sobre todo por razones de amistad, soy miembro del jurado de un
concurso literario en los dos últimos años. Se trata de un certamen
humilde en la cuantía y valor de sus premios, pero generoso en el
ámbito y cantidad de los que concede, dado que uno de sus objetivos
es motivar la escritura en las nuevas generaciones. Así que además
del concurso de relato corto y poesía para adultos, tanto en euskera
como en castellano, las entidades que lo promueven auspician otros
cuatro premios infantiles y juveniles.
Aunque no se trata de decidir la inocencia o culpabilidad de alguien,
ni por tanto de asumir el papel de un Henry Fonda enfrentado a once
hombres sin piedad (https://www.filmaffinity.com/es/film695552.html),
hacerlo de la bondad o no de una obra creativa también tiene su
exigencia. Como he sido circunstancialmente premiado y finalista en
certámenes, en general también humildes, sé que, cualquier éxito,
por sencillo que sea, el mero reconocimiento de una obra que te ha
llegado a quitar el sueño, recompensa la pelea contra el papel en
blanco y el reto de la expresión de ideas, de emociones, de la
memoria y sus demonios.
Una votación del jurado en "Doce hombres sin piedad"
Tengo que decir que es seguramente en estos premios en los que el
jurado más en serio se lo toma, ya que es sabido, y ni se oculta,
que muchos de los grandes certámenes literarios se resuelven por
encargo al prefijado ganador o ganadora. Hace unos años, por cierto,
me enteré con gran decepción que un poeta muy reconocido, cercano
ideológicamente a mí, participaba de ese pasteleo en concursos de
mediana cuantía. También sé, porque he sido bendecido por alguna
de sus decisiones, que los hay profesionales del oficio, lo que les
supone una fuente complementaria de ingresos e invitaciones.
El jurado del que hablo está compuesto por voluntarios y
voluntariosos aficionados a la escritura, profesores, algún o alguna
periodista, dispuestos a tirarnos tres o cuatro semanas leyendo todo
tipo de escritura. En estos dos años cosas interesantes, gente con
oficio, alumnos de talleres; también, todo hay que decirlo, bisoñez,
porque algunas/os de sus autores no han traspasado la barrera que separa un diario
privado de un relato y, además, aún no han vivido lo suficiente
para que sus vidas tenga demasiado interés, pero como he dicho más
de una vez, el solo hecho de superar el vértigo del papel en blanco
tiene su mérito.
Yo creo, por lo menos para mí, que el veredicto más difícil es el
correspondiente a los apartados juvenil e infantil. Decía con ironía
uno de los miembros del jurado que las chicas no sólo están
permanentemente enamoradas, sino que además lo cuentan. Es cierto
que abunda ese desamor tan propio de la adolescencia, pero no falta
la crítica social y el despecho intergeneracional. Sin embargo, ¿qué
cabe valorar en esos casos? Porque en los adultos hay menos dudas. No
se puede pasar por alto una escritura pesada, en la que se adivina la
figura literaria forzada, mucho menos los anacronismos, las faltas
sintácticas u ortográficas, pero tampoco los lugares comunes, ese
déjà vu que calca algo ya leído. Ahora bien, a un niño o niña de
diez o doce años, ¿qué le puedes exigir? Detrás de un poema lleno
de ripios, corto en vocabulario, puede haber una inocencia que
fascina, y ante un relato que discurre por espacios y tiempos
lejanos el esfuerzo de una imaginación que se descontrola. Uff! Qué
responsabilidad cuando lo que se juega esa muchacha o chico que ha
empezado a escribir es ver publicado el relato después de subir a un
escenario a recoger un premio, algo que quizás le aliente a seguir
por ese camino. Tengo entendido que anteriores ganadores/as juveniles
ya son periodistas profesionales y han publicado su primer libro.
Así que menos mal que el equilibrio que dan seis jurados no precisa
de un Henry Fonda dispuesto a jugarse el tipo por una decisión
justa…
Uno de los casos más populares de jurado injusto fue el que, formado
por doce blancos, condenó al boxeador Rubin “Hurricane” Carter a
cadena perpetua en 1967, una decisión que fue anulada 18 años
después tras un calvario de apelaciones. Bob Dylan le dedicó una de
mis canciones preferidas en 1975.