jueves, 4 de febrero de 2021

La llave del gas

 LA LLAVE DEL GAS

Una de las obsesiones de mi madre cuando salíamos de casa era cerrar la llave del gas. Pese a que recuerdo permanentemente abierta la ventana de la cocina, en uno de cuyos rincones estaba la caldera que había pasado del carbón al gas, mi madre lo cerraba todas las noches y ese, su cierre, era también el último gesto antes de salir de viaje.

Muchos años después, mientras compartía ese mismo piso con uno de mis mejores amigos, estuvimos a punto de saltar por los aires si él, al llegar a casa, no hubiera detectado un tremendo olor a gas. La goma que unía la instalación general con los fogones de la cocina estaba rajada y nosotros no teníamos la misma precaución que mi madre.

La foto que acompaño no es una llave de paso pero sí una llave del gas, la que mediante un simple giro manual a ciegas, es decir, sin graduación alguna, eleva la presión de la caldera de casa. Hace ya años que le serví en bandeja a un familiar de mi mujer, ingeniero experto en termodinámica, la posibilidad de hacernos ricos. La idea era simple: diseñar un sistema medible que sustituyera la endiablada llave. Como el hombre llevaba tiempo retirado decidió no complicarse la vida enriqueciéndose, de modo que seguí con la vieja y clásica llave del gas.

Cuando renovamos la caldera hace ahora unos tres años pensé que la cosa cambiaría. El instalador, tras confesarme que la caldera desahuciada, con cinco lustros de buen servicio, era la más vieja de la provincia, me advirtió que la nueva no sería tan longeva. Como bien recoge Santiago Niño en su último libro (“Capitalismo 1679-2065” – Ed. Ariel), más que recomendable imprescindible para entender la evolución de ese sistema, “hoy en día las inversiones en I+D son para ver cómo reducir la durabilidad de los aparatos, más que para mejorarlos para el consumidor”. Estamos hablando de la maldita obsolescencia programada, que el autor de la frase, Benito Muro, denuncia y combate desde una fundación ad hoc.

No obstante, el nuevo diseño y una aplicación informática para móvil que te permite encender la calefacción a la temperatura que quieras desde Houston o Reikiavik alentaron mi esperanza de que la modernidad llegara por fin a la cocina de casa. En vano. La llave sigue ahí.

De vez en cuando, afortunadamente, el móvil me avisa de que la presión ha variado a situación de emergencia, aunque uno siga de vacaciones en una de esas ciudades lejanas. Los alardes de la tecnología... Solo hay un problema, para recuperar el tono barométrico deberé trasladarme al aeropuerto, coger el primer avión, y ya una vez en casa mover la llave hacia la pared con cuidado. La mitad del camino ha sido recorrido. Solo queda mirar durante horas el indicador luminoso de la caldera, porque es habitual que el giro manual no guarde la precisión de muñeca de un jugador de tenis o pingpong, y uno se quede corto o se pase. En el primer caso habrá que insistir, y en el segundo que recurrir al desagüe, también manual claro está, de los radiadores. Tranquilos, el proceso solo suele durar unas tres o cuatro horas. Superado el mal trago puedes volver a seguir tus vacaciones en alguna playa de las Maldivas.

Y bien, valga este relato exhaustivo sobre mi prolongado litigio con las llaves de gas como una metáfora de las contradicciones en el mundo de las nuevas tecnologías, en su uso perverso o simplemente torpe y despreocupado por parte de los fabricantes. Por cierto, si a algún ingeniero o simple fontanero se le ocurre una solución, bienvenido sea. Le pago la patente.


La obsolescencia programada en el caso de las personas genera bromas macabras. Mientras redactaba este blog se corrió como la pólvora que había fallecido Eric Burdon, cantante que fue de los queridos Animals de mi adolescencia (mi amigo "Patato" me llamaba Chas en honor de su bajista, Chas Chandler, y así firmaba yo mis cosas por entonces/ambos, mi amigo y Chandler sí cayeron hace años). 

Esta actuación de los Animals cantando el "Boom, boom" de John Lee Hooker con una fuerza salvaje en Wembley-1965 va por todos ellos.