jueves, 12 de octubre de 2017

Joan Margarit 2

LA MÚSICA CONSUELA (2)

Joan Margarit pertenece a una generación muy influenciada por la cultura y la canción francesa. Para un catalán nacido a pocos kilómetros de su frontera, el país cercano y sobre todo París era un destino que contrastaba con la grisura de la dictadura franquista. En un primer momento, en sus poemarios de la época, como referencia presente. Más adelante como una muestra del tiempo irrecuperable. No en vano Joan Margarit dedicó un libro a la “Estació de França” en 1999, una clara metáfora de la puerta de “hierro y de cristal” “con olor a carbón en los andenes/ y el mostrador mojado en la cantina”, que conducía a la libertad.

Ejemplos de esta influencia son:
“Ciutat d´ahir/Ciudad de ayer”, en el que homenajea a cantautores de ayer, como Leo Ferré o Paco Ibáñez, pero coloca a la misma altura que Lucho Gatica, cuyos  boleros, “en la muerte seguiremos bailando”.
“Sonets a dues ciutats/Sonetos en dos ciudades”, en el que ambas, Barcelona y París, se unen en la cita de una canción de Leo Ferré, “Thank you Satan” (“El rojo para nacer en Barcelona,/el negro para morir en París”).
En “Últims combats/Últimos combates” la canción francesa acompaña a “Franco en los periódicos y Marx en los discursos clandestinos”.
En “Mentre tu dorms/Mientras tú duermes” (un poema que se incluye como poema prólogo de la antología de “Poesía amorosa completa”, publicada por Hiperión en 2001) la música, “una voz ronca de canción francesa”, es el fondo de las primeras fases de su historia de amor con Mariona Ribalta, su mujer.
“Fars en la nit/Faros en la noche” recurre a una de las constantes de su poesía, la vuelta del pasado. En este caso a través de la imagen de un coche que le lanza una ráfaga de luces, quizás “el dos caballos/de los años sesenta hacia París/Je ne regrette rien canta Edith Piaff”.

Pero para la ocasión he querido transcribir la totalidad de dos espléndidos poemas, “Fulgors/Fulgores”, una suerte de manifiesto poético en el que Margarit relativiza el valor de la poesía y de la música, pero insiste en su capacidad de consuelo; y “Quadres d´una exposició/Cuadros de una exposición”, el nombre de una suite de Mussorgsky, escrito en 1995 en un tono nostálgico y lleno de referencias a la cultura y la canción francesa.

FULGORS
                            "Nadie es la patria."
                                       J. L. Borges

Res ni ningú no és la poesia.
Ni el personatge sol en una roca
mirant com bat el mar. Ni el mar, que és l'únic
que ha perdurat de la mitologia.
Poesia no ets tu. Ni cap crepuscle,
ni el vell prestigi inútil de la rosa,
ni escriure el vers més trist aquesta nit.
Res ni ningú no és la poesia.
Ni cendra i marbre, aparellats pels clàssics,
ni els molls a l'alba, ni les fulles mortes,
ni escoltar la cançó Les feuilles mortes.
Res ni ningú no és la poesia.
Ni les cartes de Rilke, ni Venècia,
ni la bala en el cap de Maiacovski,
ni la llum del fanal entre la boira
on sempre esperarà Lili Marlene.
Res ni ningú no és la poesia,
però és ella qui em salva d'aquest monstre
que és a l'aguait en algun lloc dins meu,
la meva bèstia de companyia.
FULGORES
                             "Nadie es la patria."
                                         J. L. Borges

Nada ni nadie es la poesía.
Ni el personaje solo en una roca
que mira los embates
del mar. Ni el mar, lo único
que ha perdurado en la mitología.
Poesía no eres tú. Ni los crepúsculos,
ni el inútil prestigio de la rosa,
ni haber escrito el verso más triste alguna noche.
Nada ni nadie es la poesía.
Ni el ínfimo temblor de las estrellas,
ni mármol y ceniza, reunidos por los clásicos,
ni los muelles al alba, ni las hojas muertas,
ni escuchar la canción Les feuilles mortes.
Nada ni nadie es la poesía.
Ni las cartas de Rilke, ni Venecia,
ni la bala en la sien de Maiacovski,
ni la luz del farol entre la niebla
donde siempre esperará Lili Marlene.
Nada ni nadie es la poesía,
pero ella es quien me salva de este monstruo
que acecha en un lugar dentro de mí,
la bestia que me hace compañía.
QUADRES D´UNA EXPOSICIÓ
                                        A la Raquel
Tu i jo sempre hem tornat junts a París.
L´Estació de França queda enrere
-uns ferros dins la nit- com el passat.
És blavosa la lluna vista des del tren,
la lluna feta de records de l´ombra,
com, per a mi, el París de fa trenta anys
en els teus ulls
-vull dir els d´aquella noia:
literatura, exili, la cançó francesa.
Érem joves, buscàvem les ciutats
plujoses amb mansardes de pissarra,
les ciutats sota zero de grans guerres
i grans poetes. Ens feien sentir herois,
politics, cultes,
perseguidors d´una literature
que s´ha acabat per sempre. Sartre dorm
en la grisa tardor de Montparnasse,
a prop de Baudelaire, les flors marcides
i una nota d´agenda d´una desconeguda,
lletra mig esborrada per la pluja.
Ara podem entendre aquest verd fosc
dels racons més ombrívols de Cézanne
i la plujosa llum de Montparnasse
sota els alts castanyers de branques nues,
on Simone de Beauvoir,
com tots els de llavors, també dorm, ja,
en l´exposició de quadres d´ombra.
Tu i jo sempre hem tornat junts a París.
I ara que de Cézanne ja fa cent anys,
qué significa per a ell el quadre
del pont, que tant t´estimes?
Ara mirem en una sala càlida
el drap blanco on rodolen pomes roges,
verdes, blaves: la nostra joventut.
Tots els paisatges d´aquest verd lluent,
què són dins la seva ombra sense quadres?
Amb la mirada malva dels joueurs de cartes
i amb aquells negres ulls desconfiats
dels seus autoretrats,
Cézanne va mirar un dia aquest llac verd
profunsíssim de fosca
que mirem entre quadres i murmuris
sota els llums tenues del Grand Palais:
una dona de cinquanta anys
i un home seixanta
busquen noves nostàlgies.
Tornem al metro que, sense adonar-nos-en,
ha anat modernitzant els vells vagons.
Ja és difícil sentir Leo Ferré,
però encara és la pluja de París.
En un p
etit hotel de nom terrible
-Hôtel de l´Avenir-
vora la fosca, gran com un Cézanne,
dels jardins verd obscur del Luxembourg,
una nit de noviembre del noranta-cinc,
escric aquest poema.


CUADROS DE UNA EXPOSICIÓN
                                           A Raquel
Siempre hemos vuelto juntos a París.
Atrás dejamos – hierros en la noche-
nuestro pasado, la Estación de Francia.
La luna es azulada desde el tren,
una luna de recuerdos de sombra,
igual que aquel París de hace treinta años
en tos ojos
-quiero decir en los de aquella chica:
literatura, exilio, la canción francesa.
Éramos jóvenes, buscábamos ciudades
lluviosas, con mansardas de pizarra,
ciudades bajo cero de dos guerras
y de grandes poetas. Nos hacían
sentir políticos, heroicos, cultos,
y perseguir una literatura
que acabó para siempre. Sartre duerme
en el otoño gris de Montparnasse,
cerca de Baudelaire, las flores mustias
y una nota de agenda de una desconocida,
letra medio borrada por la lluvia.
Ahora entendemos este verde oscuro
de rincones sombríos de Cézanne
y la lluviosa luz de Montparnasse
bajo castaños de desnudas ramas,
con Simone de Beauvoir que, como todos
los de entonces, también está dormida
en esta exposición de los cuadros de sombra.
Siempre hemos vuelto juntos a París.
Y hoy que de Cézanne hace ya cien años,
¿qué significa para él el cuadro
del puente que tanto amas?
Ahora miramos en la sala cálida
el trapo blanco con manzanas rojas,
verdes, azules: nuestra juventud.
Estos paisajes de un brillante verde
¿qué son en una sombra sin los cuadros?
Con la mirada malva de los joueurs de cartes
y con los negros ojos desconfiados
de sus autorretratos,
Cézanne contempló un día el lago verde
que, de sombra, ahora miramos
entre los cuadros y entre los murmullos
bajo la tenue luz del Grand Palais:
una mujer de cincuenta años
y un hombre de sesenta
buscando nuevas nostalgias.
Vamos en metro, que ha modernizado,
sin que nos demos cuenta, sus vagones.
Ya es difícil oír a Leo Ferré,
pero aún es la lluvia de París.
En un pequeño hotel con un nombre terrible
-Hôtel de l´Avenir- junto a la sombra,
grande como un Cézanne, de los jardines del Louxembourg, de un color verde oscuro,
una noche de noviembre del noventa y cinco,
escribo este poema.

Como fondo musical he elegido a un asiduo de Margarit, también asiduo de este blog, Leo Ferré. Se trata de una interpretación de “La melancolie” en el Olympia de París en  1972. Es emocionante ver a ese hombre, ya muy mayor, cantando ese precioso poema con el solo acompañamiento de un piano y oír, por ejemplo, una bellísima, simple y sutil definición de la melancolía: “volver a ver a Charlot a la edad de Chaplin”.

Que el pasado, la poesía y la música os consuele…