VOCES Y SONIDOS
Creo
que una de las pocas cosas buenas que aporta este tiempo de
confinamiento, lo que algunos “confiados” y optimistas definieron
inicialmente como “ejercicios espirituales”, es la ausencia de
dos poluciones, la medioambiental y la sonora. Respecto de la primera
ya se habla de una disminución de más del 25% de las emisiones de
CO2, pero como no soy experto no me extenderé.
En
cuanto a la segunda, la ausencia de ruido ambiental y la coincidencia
de la primavera nos reconcilia estas semanas con las voces vecinales.
Bueno, con la voces y los sonidos. Creo que es un universo sonoro que
hemos ido perdiendo a embestidas de modernidad, circulación,
electrodomésticos, incluida la que transportan turistas y viandantes
gritones.
![]() |
Ilustración de Ana Basarte para mi relato "Patio interior" |
Como
una parte de los veranos infantiles los pasé en un lavadero que daba
a un patio interior, identifico ese tiempo con los olores y sonidos
que salían de las ventanas, y vuelven ahora, tanto tiempo después,
con menos diferencias de lo que cabría esperar.
Tengo
que decir que, además de los sonidos caseros, de los que luego
hablaré, hay tres externos pero no muy lejanos que asocio a mi
vivienda actual: el ruido del tren, que solo se oye los días de
viento sur cuando traspasa la curva de La Peña y bordea el parque de
Ollargan; las campanas de la iglesia del Karmelo; y los cohetes con
que se celebran los goles del Athletic. El resto es habitualmente una
mezcolanza monocorde difícil de diseccionar.
De
modo que es tiempo de recobrar las voces y sonidos de nuestro
vecinos, aunque a veces impertinentes, un “te dejo, que me estoy
cagando”, la discusión de una pareja o a ese niño rarito que no
para de llorar por las mañanas. Todo tan real como que en nuestra
pacífica escalera (lo digo en serio) ha habido tres intervenciones
policiales. La primera la instamos cuando en plena madrugada y bronca
se empezó a oír la eclosión de objetos pesados. La segunda, en el
mismo piso, pero con otros inquilinos como instigadores, acabó
igual, con el tipo en la comisaria por violencia de género. La
tercera fue un clásico, reyerta entre hermanos por una herencia con
final sangriento. Pero insisto, pese a lista un tanto truculenta, se
trata de una vecindad amistosa y tranquila.
La
cadena radiofónica, la música, como el olor de las cocinas, nos
describe la idiosincrasia y hasta el poder adquisitivo de los
moradores. Por el patio de manzana, el que da a otras viviendas, se
suele oír música balcánica, supongo que restos de la oleada de
rumanos y búlgaros que llegó al barrio con el milenio; en un piso
cercano canciones amorosas para adolescentes; y pared con pared,
donde hace años soportamos a Laura Pausini a toda pastilla porque al
vecino le había dado por mal beber, se oye la protesta infantil de
su nieta.
Desde
que empezó el confinamiento nos asomamos todas las tardes a las
ventanas y balcones de la calle a aplaudir y vernos la cara. Ahí
están los gemelos. Ya tienen barba y las últimas vergüenzas de
quienes están saliendo de la adolescencia. El tipo del biscuter, el
forofo athlético, no falla ninguna tarde. Saca a pasear el sombrero
rojiblanco y dos pequeños altavoces con el inevitable y combativo
“Resistiré”, dicen que la canción que un tal Toro dedicó a su
padre, un militante comunista, en homenaje a los años de cárcel que se
chupó. Hablando de comunistas, el chico de las juventudes que tenía
al Ché y a Bob Marley pegados en su ventana los quitó poco después
de pasar por el juzgado tras una algarada del 15-M. Y es que
los disgustos represivos siempre moderan. Manolo nos saluda de lejos,
desde los juveniles ochenta y tantos años que ha pactado con el
diablo. Es la hora alborozada de los niños, como ese del segundo de
enfrente, tiene una cara de listo que asusta y es el que más grita
cuando llega el estribillo y toca hacerlo: ¡Resisitiré!. Chaval,
tuyo es el futuro, no lo dudes. De esta saldremos.
Tiene
todo esto un aire épico, una suerte de extraño abrazo colectivo, el
chute de solidaridad que se merecen los pringados del Covid19: los
ancianos, los trabajadores, los pequeños autónomos y la gente de
los servicios públicos, los que de verdad sostienen el país. Que no
decaiga y que no se nos olvide.
Como
“Resistiré” está un poco sobadita y tenemos la esperanza de que
esto se acabe para junio a más tardar, una “canción del verano”,
la de este grupo popero, Villagers, del que recomiendo especialmente
su último cuatro canciones, “The sunday walker”.