jueves, 8 de enero de 2015

Suicidio

SUICIDIO

Hace apenas un mes una persona próxima a nuestra familia se suicidó tirándose por la ventana. Enseguida se hicieron cábalas sobre los motivos de tal decisión, salud, problemas familiares, de trabajo…Supongo que en este caso algo había de todo eso, pero no hay suicidio que no se achaque a la desesperación, como si fuera imposible el efecto de una decisión razonada. Todo ello sin entrar en otras valoraciones. No hay que olvidar que se sigue acusando al suicidado de cobardía, como si ante un futuro vital no halagüeño éste tuviera que hacer de tripas corazón y ofrecerse sin más a un martirio prolongado. Ya que lo habitual es no poder conducir la mayor parte de nuestras vidas, qué mejor que decidir cuándo y cómo nos morimos…

El suicidio ha sido un elemento literario muy socorrido, además de un final repetido entre la gente de la cultura. Suelo recurrir a la paradoja de Mayakovski, que dedicó un poema a su amigo Esenin, recién suicidado, con ese “¿Para qué aumentar el número de suicidios? Es mejor aumentar la producción de tinta”, cuando él mismo acabó con su vida años después de un disparo en el corazón. Y es que la frecuencia del suicidio entre los escritores es más notable que entre los fontaneros o los trabajadores de la construcción, por ejemplo. Quizá tenga que ver con la esquizofrenia que genera vivir dos, tres o cuatro vidas, la propia, la carnal, y las ficticias, fruto de la invención y la fantasía.

Los artistas suicidas suelen ser muy rentables para sus herederos familiares y profesionales. El suicidio les envuelve en un aura de malditismo que da plus a la obra. Así que la nómina de suicidas famosos sigue aumentando exponencialmente, extendiéndose a otras profesiones, como el deporte o la tauromaquia. En lo que se refiere a esta última diría que es un oficio consustancial a una cierta temeridad suicida. No hay más que ver a José Tomás… Aunque los hubo que lo hicieron fuera de la plaza y por razones, subrayaría lo de “razones”, diversas. Es el caso de Nimeño II, el mexicano Silvetti, o el más famoso en nuestras latitudes, Juan Belmonte, personaje literario en dos de las novelas de otro suicida insigne, Ernest Hemingway.

René Pottier
Ahora que se discute si Pantani se suicidó o fue una simple víctima de sus adicciones, no estaría mal recordar al primer ciclista que lo hizo. Se llamaba René Pottier y acababa de ganar el tour de Francia celebrado en 1906.  Pottier era un ciclista serio e introvertido, del que se decía que tenía un corazón que no le cabía en el pecho. En enero de 1907, pocos meses después de su triunfo en el tour,  Pottier se colgó en un taller de la Peugeot, la marca que le patrocinaba, porque había descubierto que su novia le engañaba mientras él se jugaba el tipo y la salud por las entonces infames carreteras de Europa.

Este fue un caso claro, pero por su mala prensa, el suicidio es a menudo discutido y se intenta enmascarar. Como en el caso de Pantani, también se discutió si Ocaña, José Agustín Goytisolo o Chet Baker, por citar casos diversos, se habían suicidado o eran víctimas de accidentes o asesinatos. Yo mismo me atreví a discutir el probable suicidio de Goytisolo con una carta al director de El País, basándome en algunas de sus  declaraciones inmediatamente anteriores a su muerte.

Joan Margarit, a quien Goytisolo había incluido en su Antología de Poetas catalanes para el siglo XXI, dedicó un poema al suceso:
UNA FINESTRA AL CARRER MARIÀ CUBÍ
El vaig conèixer els dies de Los pasos
del cazador.
No sé si vam ser amics. Ell tant podia ser
la tendresa que ve de la desemparança
com la fatxenderia de la por.
Generós però alhora iracund i mentider.
Ens unia una certa desesperació:
ell pel seu nét, jo per la meva filla.
Negava constantment la realitat,
més com més la batalla era perduda.
Jo me’l vaig estimar. M’agrada molt
la seva poesia quan evoca
darrere els ulls d’un home o d’una dona
el silenci dels camps sense ningú.
Va caure segant l’aire, amb un cop sord.
Una paròdia de l’au
abatuda pel tret del caçador.

UNA VENTANA A LA CALLE MARIANO CUBÍ
Lo conocí en los días de Los pasos del cazador.
No sé si fuimos amigos. Él podía encarnar la ternura que viene de la desesperanza
o la chulería que nace del miedo.
Generoso y a la vez iracundo y mentiroso,
nos unía una cierta desesperación:
él por su nieto, yo por mi hija.
Negaba constantemente la realidad,
aún más cuando la batalla estaba perdida.
Le quise. Me gusta
su poesía cuando evoca
tras los ojos de un hombre o de una mujer
el silencio de los campos desiertos.
Cayó segando el aire, con un golpe sordo.
Una parodia del ave
abatida por el disparo del cazador.




Y como antes he nombrado a Baker, qué mejor que aliñar el texto con una de sus interpretaciones de crooner triste y melancólico: