domingo, 11 de febrero de 2024

Botones

BOTONES

Hace unos días, hablándole a mi nieto mayor de juegos de infancia, me di cuenta de la paulatina desaparición del botón. Fue a cuenta de la colección de chapas, "iturris" en la zona de Bilbao, que él ha empezado hace unas semanas.

Yo también recuerdo haber recolectado un puñado de chapas, pero sin demasiado futuro ni consistencia. El botón era otra cosa. Antes de cumplir los diez años ya había completado con mi hermano una docena de partidos de la máxima, de modo que cuando en nuestra vida se cruzó un grupo de colegas de barrio aficionados al botonaje, compramos una copa de latón a escote e iniciamos un campeonato que yo mismo acabaría ganando en campo ajeno. ¿Campo ajeno? El campo no era especial, sino la primera mesa que se nos dejara pillar, y ajeno porque en casa la cancha era el suelo de baldosa; ¡no iba a dejar mi madre que le destrozaramos la del comedor…!

Para jugar no servía cualquier tipo de botón. Como pelota uno pequeño de cuello o puño de camisa y para el juego de campo, de tamaño medio y un lado plano. La medida del cancerbero requería una botonadura de gabán, cuanto más ancha y alta más inexpugnable.

Lo entonces tan sencillo como recurrir a la caja de costura de casa, donde los botones se agrupaban por tamaño y color, ahora entraña cierta dificultad. Impuesta la cremallera, el velcro y el corchete como modos de cierre, creo que hoy sería difícil alinear un once de cierta calidad competitiva. También menguan las mercerías, exposiciones coloristas de hilados y madejas, y donde sobreviven, recuerdo dos desaparecidas cerca de casa, imagino al botón algo arrumbado, probablemente encarecido. Pese a todo o por esa razón aún sobrevivan 1.200 talleres o fábricas de botones a lo largo de la península y por lo que veo en internet el fútbol botonero, eso sí, con canchas más apropiadas que el suelo de baldosa y una mesa de comedor.

Aunque hay muestras hechas con conchas de moluscos con una antigüedad de más de 4.000 años, el botón con ojal, el que nosotros conocemos y usamos, nace y se desarrolla a partir de la Edad Media. Leo que estos pueden clasificarse por el material de confección, madera, metal, hueso, cerámica, plástico; por su tipología, de ojal, remache, giro, presilla; y entre las curiosidades que esa secta curiosa de la américa profunda, los amish, no los usa porque lo asocia a lo militar. Como es evidente nuestros mejores jugadores eran de plástico, ni muy ligero ni muy pesado, y tampoco, salvo el portero, demasiado gruesos.

Como en toda vestimenta el botón era/es a menudo muestra de ostentación. No sé si de ahí viene eso de “para muestra un botón”, pero lo cierto es que los botones de concha, nácar, y no digamos de metales o piedras más o menos preciosas dan un valor añadido a la prenda. Ello no contradice que el sustantivo “botones” se use para citar a los mozos de equipaje de los hoteles de prestigio, que normalmente y todavía cierran sus levitas con botonadura metálica y cruzada.

Ese valor añadido es el epicentro de “La guerra de los botones”, novela escrita por Louis Pergaud (Belmont-Francia 1882-1915) y ya con tres versiones cinematográficas desde 1962. Se trata de un film entrañable para mi generación, ya que además de dar protagonismo a chavales de nuestra edad contenía palabrería malsonante para el momento y creo recordar que incluso la aparición de algún “calvo/culo”, algo que inevitablemente provocaba la hilaridad del anfiteatro. En ella, los botones capturados al enemigo son, como es obvio, el tesoro a conseguir por los chavales de dos pueblos rivales.


Valga este blog nostálgico para mi amigo Toni, porque en el altillo de la pollería que regentaba Rosa, su madre, gané aquella primera copa. Y desde luego que para mi nieto Aiert. El mundo de la ilusión nunca se para.

No he encontrado ninguna canción dedicada a la botonería, seguro que haylas, así que me conformo con esta maravilla de video barcelonés de La Pegatina con Macaco: