miércoles, 29 de julio de 2020

Pelis de tele

PELIS DE TELE

Solo a mediados de los años setenta, después de ver “La trama” y tras una conversación absorta con un cinéfilo, descubrí que esa no era la primera película en color de Alfred Hitchock.

Era la consecuencia de conocer la obra de los clásicos en las viejas y pesadas televisiones de las décadas anteriores, con una tecnología que solo permitía su reproducción en blanco y negro. Pero no todo fue malo. Eso ocurría porque, pese a ser tiempos de censura, la televisión única ofrecía ciclos de directores y actores de épocas anteriores.

La calidad de las pelis que dan en la tele ha decaído en paralelo a la de sus programas y protagonistas. Solo algunos canales de pago nos permiten ver paquetes de interés, aunque casi siempre incompletos y repetitivos, obviando gran parte de la filmografía del homenajeado.

También muy de cuando en cuando, zapeando y por pura casualidad, descubres alguna pequeña joya. Hace poco “Mother”, una obra del oscarizado Bong Joon-ho antes de saber quién era y degustar la espléndida “Parásitos”.

Como todo peliculero me gusta saber que tal director o actor, de los que me ha parecido descubrir aspectos positivos, acaban siendo figuras reconocidas por los críticos. También coincidir con un erudito. Hace unos meses me dio un enorme subidón oír decir al compositor Fernando Velázquez, con varios Goyas en sus vitrinas, que la mejor banda sonora que conocía era el plano secuencia de la llegada a Dunquerque de “Expiación”(Oscar a la mejor banda sonora 2007), algo que, con la venia de Tarantino y desde luego que Stanley Donen, vengo defendiendo desde hace años.


Entre la morralla, que a veces sirve apara adormecerte, para confirmar lo fantasmas que son los yanquis cuando se les va la mano, la cantidad de mierda que se filma y proyecta, puede haber sorpresas, un acierto, un apunte, simplemente un detalle que te hace atender las imágenes que surgen de la caja tonta. Así que voy a hablar de dos pelis de tele, esos productos de segunda fila que tienen ese “noséqué”.

Aunque no sea una obra maestra solo la escena inicial de “Tres fugitivos” (Francis Veber – 1989) merece reconocimiento. Versión norteamericana de “Los fugitivos”, del mismo director, repite con exactitud sus escenas más hilarantes, aunque con un nuevo personaje, la hija del frustrado ladrón, interpretado por un notable secundario, Martin Short. El actor principal es mi venerado Nick Nolte, a quien sus diversas adicciones han impedido darnos más alegrías.


La otra peli que me descubrió la tele entre zapeos es otra comedia, en este caso negra, “Un funeral de muerte” (2007). Dirigida por el actor y director Franck Oz, es una gamberrada que pone patas arriba la corrección británica. El reventador principal de un funeral que se prometía dentro de los cánones es Peter Dinklage, el Lannister de “Juego de tronos”. Me hubiera gustado encontrar alguna de las escenas más graciosas pero debo conformarme con el trailer oficial.




Así que nunca es tarde para descubrirlas. Creo que no es difícil encontrarlas husmeando en las redes o, en el peor de los casos, estar al loro para cazarla entre la aburrida programación de alguna cadena. No prometo exclamaciones pero sí divertimento.

martes, 14 de julio de 2020

Viajes...

DE VIAJES...

Aunque puede que no guste a quienes me han acompañado en ocasiones diversas siempre he defendido que mis mejores experiencias viajeras se han dado cuando me he quedado o las he vivido solo, o casi…

Estoy leyendo la primera parte de la autobiografía de Joan Margarit, habitual del blog, y cuenta una experiencia que, unida a emociones recientes, ha estimulado meterme en estas harinas.
Arenys de Mar, años sesenta


En plena adolescencia un grupo de boy scouts, entre los que se encuentra el poeta, decide hacer una excursión a un molino de Montmeló, entonces un pueblo de apenas mil habitantes. Pese a que sus compañeros no han llegado al punto de cita, Margarit piensa que cogerán el próximo tren y embarca solo. No sabe que la excursión se ha suspendido y que él es el único que no se ha enterado porque sus padres no tienen teléfono y nadie ha podido avisarle. Sin embargo el viaje, resuelto de un modo favorable gracias a la hospitalidad de un lugareño, se convierte en una experiencia que recordará toda su vida.

Con catorce años hice algo parecido pero de forma voluntaria. Apañé unos ahorros, les conté alguna media verdad a mis padres y me fui solo a Arenys de Mar, entonces una bella localidad de la costa pero en invierno bastante desabrida. Ahora recuerdo aquella aventurilla con cierta ternura, pero en aquel momento, sin otra perspectiva que vagar por un pueblo casi desértico, fue tan aburrido que acabé pasando la tarde en un cine de sesión continua.

Y ahora el paréntesis emocional y luego sigo. En las últimas semanas he gozado de dos de esas sorpresas que te hacen disfrutar de la vida. Hace unos días recibí por guasap la imagen que acompaño, un collage con fecha de 1980 que no recordaba haber regalado a Fabrizio, un amigo romano con el que mantengo un contacto virtual reconfortante y me ha ayudado alguna vez a traducir expresiones coloquiales del italiano en este blog. El hecho de conservar ese recuerdo “artístico” demuestra que la amistad no sabe de distancias.

Y bien, este envío inesperado y entrañable me devuelve a Margarit, porque conocí a Fabrizio en mi primera visita a Roma, setiembre de 1979, tras un episodio semejante al que él hace mención.

El collage, tal como me lo ha enviado Fabrizio
Al llegar a Roma tras un interminable viaje en barco y ferrocarril descubro que mi contacto, un periodista iraní que colaboraba en Interviu, se había cruzado conmigo. Mientras yo llegaba a Roma, él lo hacía a Barcelona y yo no tenía donde ir. Tras una noche en una cochambrosa y cara pensión cercana a la estación pude contactar con su pareja, y ella y una amiga me dieron cobijo en el pasillo del piso que tenían alquilado. Durante toda la semana camino hasta once horas diarias, sin coger ni un solo medio de transporte, perdido por sus barrios, fueran estos turísticos o no. Solo al atardecer, cuando las chicas volvían de sus trabajos, tenían la hospitalidad de enseñarme la Roma más escondida y nocturna y presentarme a algunos de sus amigos, entre ellos a Fabrizio. Entre todos los recuerdos uno muy especial: ver “Nashville” al aire libre en las termas de Caracalla.

Creo que viajar en soledad te permite degustar, saborear lo que te pasa, aunque sea anodino, y muchas imágenes o conversaciones, sean interesantes o triviales, te acompañarán como si se trataran de algo determinante a lo largo de la vida. Así que además de la imagen nocturna de las termas de Caracalla me quedo con la lectura de un relato de Tom Wolfe en el tren que me lleva a Roma, la de un barrendero que luce una larga cola de caballo en Trastevere, y, desde luego, la de Fabrizio y sus amigas cenando una enorme pizza al aire libre en una cálida noche de setiembre. Triviales o no, ahí siguen, ahí están.

La segunda sorpresa emocional me la ha dado Enric, músico, compañero y amigo del colegio que me ha localizado a través del blog. Sin comunicarnos durante más de treinta años ambos hemos descubierto que nos seguíamos a distancia, en un largo viaje solitario y paralelo que ahora se cruza. En mi caso husmeando en su carrera musical o acercándome a la puerta de su casa familiar en los cada vez más espaciados viajes a Barcelona, como si fuera posible que la casualidad nos hiciera encontrarnos. Durante este mes ambos nos hemos puesto más al día de nuestras cosas, y si salimos de una vez de esta odisea vírica sé que nos daremos un abrazo y “recuperaremos” el tiempo que nos queda.

Como es evidente uso un par de canciones en las que participa para cerrar este recorrido emocional: “Cristall”, del grupo Naïf, que él compuso, y la deliciosa “Silvye”, con Les Anciens, un homenaje a la Vartan, en mi caso al menos, y tras la Hardy, amor platónico de nuestros años mozos. Por cierto, la música de Enric ya estuvo con anterioridad en estas páginas (https://charlievedella.blogspot.com/2018/03/facebok-2.html).






jueves, 2 de julio de 2020

Islas

ISLAS
La Joven Dolores hizo el trayecto
Ibiza-Formentera hasta el 2000

Como tantos ingenuos en los años setenta del pasado siglo, la primera vez que visité la isla de Formentera pensé que era el lugar ideal para vivir. Se llegaba al port de la Savina con una barcaza para no más de treinta pasajeros que temblaba cada vez que un ola de tamaño medio alcanzaba su estribor, pero una vez en la lengua de arena que casi alcanza el islote de S´Espalmador era como si entraras a vivir en una canción de Pink Floyd. Leo ahora que la isla llega a albergar hasta 60.000 habitantes en verano, cuatro veces su población habitual, cuando en ninguna de las cuatro veces que la visité en aquellos tiempos llegué a dormir bajo techo, entre otras cosas porque no había apenas plazas turísticas donde hacerlo.
Frente al aroma a pachuli y hachís de los archipiélagos mediterráneos de los años setenta, las islas de Índico, Pacífico y Caribe tienen una extensa tradición literaria y fílmica, normalmente en el género de aventuras. Desde “La Isla del tesoro” hasta “El señor de las moscas”, pasando por “Robinson Crusoe”, las islas han generado un espacio imaginario muy atractivo para alguien que siempre quiera ser niño. De esa época recuerdo una película familiar muy “disney” que exaltaba mi deseo de que se hiciera realidad, “Los robinsones de los mares del sur”, que descubro fue el film de acción real más caro hasta aquella fecha (1960). Entre las más actuales reivindicó “Náufrago”, que vi por primera vez con mi hija pequeña y ambos consideramos una de las mejores interpretaciones de Tom Hanks.

Allá donde el Ibaizabal-Nervión cambia de nombre y género y se convierte en ría acostumbra a crecer un islote. Lentamente, durante meses, va apareciendo un pedregal, más adelante arbustos y finalmente un pequeño arbolado. Supongo que el islote busca pertinaz su sitio primigenio y acostumbro a enseñar esa pugna de la naturaleza por recobrar su espacio a los foráneos. Ya adentrados en la curva del barrio de La Peña el cicerone enseña al forastero que la isla que allí hubo es el parque que ahora pisa, así que crucemos los dedos para que el agua no se vengue y recobre su cauce.

Resulta curioso que al otro lado de la villa ésta haya recuperado una isla, un pretendido Manhattan bochero (1) de más de dos kilómetros de largo, Zorrozaurre. Hace unos días la rodeé en cayac, nueva y gratificante afición deportiva, y observé que de momento las obras solo allanan terrenos que en un futuro serán ocupados por nuevas edificaciones. Según el proyecto, y menos mal, con un amplio porcentaje de vivienda protegida.

Durante el confinamiento las islas han salido mejor paradas que los continentes. A fin de cuentas el “aislamiento” es consustancial a su condición geográfica y eso sufren o disfrutan sus vecinos según deseo o simple resignación. No sé si las estadísticas siguen confirmando que en las islas se dan más suicidios y enfermedades psíquicas como causa de la sensación de encierro y de la consanguinidad. Imagino que no. De sus puertos y aeropuertos arrancan puentes, autopistas marinas o entre nubes que las unen permanentemente a tierra firme, y en su mayor parte son ya destinos masivos prestos al mestizaje.

Tal parece que ocurre en la Formentera paradisíaca de mi juventud, dicen que convertida en un vertedero turístico de ruido y drogas sintéticas. Siempre nos quedará Pink Floyd…

(1) Bocho es una de las denominaciones que los bilbaínos dan a la villa, a la que asimilan a los hoyos que los críos hacían para jugar a las canicas.



"More" (1969), ópera prima de Barbet Schroeder, se desarrolla entre Ibiza y Formentera. Su música fue compuesta mayoritariamente por el incombustible Roger Waters o por los cuatro Pink Floyd. Esta pieza corta, "A spanish piece", es la única compuesta e interpretada en solitario por David Gilmour.
La portada "lisérgica" del LP es una foto del Molí Vell de La Mola (Formentera).