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miércoles, 8 de octubre de 2025

KID BANANA


KID BANANA
(último relato corto/deportivo)


Mi abuelo me solía decir que sin su tío Pancri, Kid Banana, nuestra familia hubiera sido anodina. Creo que usaba ese adjetivo poco común porque lo normal era preguntar de inmediato por la rareza de su uso y significado. Además añadía datos que creía o pretendía lo confirmaran.

No tenemos un contrabandista, un futbolista, un ministro o un asesino en serie que meter en el árbol genealógico - decía con cierta sorna - Los bisabuelos labradores, los abuelos albañiles, los hijos abogados y los nietos vagos de remate.

Entre esos nietos sin futuro estaba yo, que cerca de los treinta años apenas acumulaba tres de trabajo. Sin embargo mi abuelo me defendía en los pleitos familiares porque, decía, es el único que ha sacado los pies del tiesto. Todo porque sabía de mi afición y mis pinitos con el dibujo.

Este acabará triunfando, como Picasso - le decía a mi padre cuando este se quejaba de que yo siempre estaba en babia o pintarrajeado con lápices o acuarelas.

El había sido albañil y luego jefe de obra, pero también un lector ferviente que llegó a acuñar una biblioteca más que modesta. En cuanto a Kid Banana, el supuesto alias boxístico del tío Pancri, vio como su entidad corpórea se deshacía en polvo y ceniza cuando murió el abuelo. He aquí la realidad.

Hace algo más de un año, en unos de mis contados viajes a la capital, pasé por el gimnasio Galiana, auténtica catedral del boxeo dedicada a un grande, Fred, a quien en su tiempo llamaban el torero del ring. Según mi abuelo, que me había hablado una y otra vez de aquel gladiador, al que se asociaba con el arte de cúchares por los desplantes que dedicaba a sus contrincantes, allí se había forjado la figura pugilística del tío Pancri, de modo que entré con la intención de saber si aún quedaba alguien que hubiera compartido cuadrilátero con él.

¿Kid Banana? No he oído ese nombre en mi vida - me contestó el dueño del gimnasio - y te juro que no hay boxeador mínimamente bueno al que no conozca.

Eso me descolocó tanto que nada más salir de allí busqué en internet. En la nube virtual solo aparecían dos Kid Banana. Un rapero hondureño y un antiguo boxeador argentino, ya fallecido. Nadie más.

Desconcertado por el resultado negativo de mis pesquisas, consciente de que el argentino, Claudio Bechini en la vida civil, nada tenía que ver con el tío Pancri, llamé a mi madre para preguntarle por el tío-bisabuelo y ella me confesó que no le conoció.

Murió muy joven - me dijo.

Era boxeador ¿no? - le pregunté.

Qué va. No le dio tiempo. Si debió morir con quince o dieciséis años ...

Este dato me dejó definitivamente ko, nunca mejor dicho, porque mi abuelo me había contado las proezas de un púgil que, según decía, había llegado a boxear en el Luna Park de Buenos Aires, el personaje familiar que, a base de mamporrazos, nos había librado del anonimato.

Durante semanas contacté con familiares a los que había perdido de vista hacía años. Se extrañaban de que les preguntara por alguien al que, o bien no recordaban o del que apenas habían oído hablar. Me echaban en cara mi desapego familiar, me preguntaban por mis padres y prometían echarme una mano si descubrían algo relacionado con el tío Pancri. En cuanto a Kid Banana a solo a uno de mis primos sonaba nombre y dedicación.

En pocos meses comprendí que los combates ganados por ko a lo largo de toda España, las peleas encarnizadas con un púgil irlandés y otro nigeriano en el Gran Price de Barcelona, el intento de amaño de un combate que acabó con su periplo americano y una vida privada que le permitió codearse con vedettes y actrices de la época eran fruto de la inventiva del abuelo y de su ahínco por superar la grisura colectiva que creía rodearle.

Los días se dividen en agónicos y apacibles, decía mi abuelo cuando salía de casa a hacer kilómetros, pues así hablaba de sus paseos. Murió sin agonía un día apacible del otoño de hace tres años, veintidós grados y un aire que mezclaba la sombra de los abedules con una brisa que parecía venida de un mediterráneo a casi quinientos kilómetros de distancia, así que no pudo asistir a la presentación, ni saber que le había dedicado mi primer comic, "Kid Banana", la biografía apócrifa del tío Pancri que, espero, siga salvando a nuestra familia de una vida anodina.



martes, 30 de septiembre de 2025

Petanca

PETANCA

(penúltimo relato corto/deportivo)



Tras el último golpe vio el cuello del chaval doblado como el de un muñeco y sus ojos oscuros mirando al infinito. Antes se había oído gritar a sí mismo, ¡Maldito moro!, y el sonido a nuez cascada de la bola en el cráneo del muchacho.

Sus padres le regalaron su primer juego de petanca el verano de 1978, cuando fueron a Narbonne a ver a un amigo de la familia que había recalado allí. Recuerda con precisión aquel verano pese a que solo tenía cinco años porque fue la primera y última vez que vio a aquel hombre, alguien del que la familia hablaba con un raro remilgo, solo porque compartía vivienda con una persona del mismo sexo. Cuando recordaba aquellas imágenes en un sepia absurdo, también oía la música que su padre asignaba a la ciudad, la que Charles Trenet, vecino de la villa y amigo de aquella extraña pareja había compuesto yendo en tren camino de la costa. Una canción que decía así: La mer, qu′on voit danser le long des golfes clairs a des reflets d'argent. La mer, des reflets changeants sous la pluie.(*)

En cuanto al regalo, era un juego de plástico con agarradera que contenía ocho bolas del mismo material con los colores del parchís y un pequeño boliche blanco.

Ahora bajaba una vez a la semana a unas pistas cercanas al club náutico con un compañero de trabajo. Jugaban media docena de partidas con bolas metálicas a 100 euros la esfera y se tomaban un par de jarras de tinto de verano en la única taberna vieja que quedaba en la zona del puerto 

Por los alrededores pululaban grupos de adolescentes, principalmente magrebíes. Algunos jugaban a voleiplaya, hacían ejercicio, también fumaban porros, bromeaban o se metían con las chicas de su edad. Entre ese grupo de chavales había algún que otro descuidero, práctica de toda la vida en lugares concurridos. Se apostaban en el murete que daba a la playa y cuando veían alguna presa fácil saltaban a la arena y en el momento más propicio se llevaban un móvil, un monedero o un reloj y salían pitando.

Él tenía un puntito violento, no cabe duda. No le gustaba perder ni tampoco las bromas porque le parecía que le tomaban el pelo, así que tenía un historial de pequeñas broncas y media docena de puntos en una ceja. Esa tarde estaba caliente. Su pareja de petanca no había tenido su día y estaba quemadete, de modo que cuando vio a los dos chavales corriendo y a una mujer gritando que la habían robado no se lo pensó, cogió una bola y se fue tras ellos. Uno de los chicos tuvo la mala suerte de tropezar y caer al suelo, porque su perseguidor se le echó encima, le empezó a golpear con la bola metálica y no paró hasta que oyó el crujido del cráneo y se dio cuenta de que estaba muerto.


(*) ”El mar, que danza a lo largo de los golfos cristalinos tiene reflejos de plata. El mar, con reflejos cambiantes bajo la lluvia”.



domingo, 14 de septiembre de 2025

Jaque mate

JAQUE MATE

(sexto relato deportivo)


Esa noche soñó que jugaba en una plaza de toros, con el graderío lleno hasta la bandera por un público entregado.

Lo narra por la televisión un tipo con gafas oscuras que camufla su seseo cordobés con la letra f, afierto, pafienfia, del que dicen que cantó por la radio el gol épico que Zarra, Farra para él, marcó a la pérfida albión en el mundial de 1950. Los locutores deportivos no competían entonces por entonar el gooool más largo y tenían voz de galán y bigote de jefe de Falange.

Algunos seguidores extendieron una pancarta con su nombre, que rimaba con campeón, cuando llegó con aspecto de payaso hippie, saludó al contrincante bielorruso y al público, alentándolo a animarle aplaudiendo al aire, con el gesto tópico de las saltadoras de longitud y triple salto. Se armó la de dios es cristo, como nunca se ha visto en los sueños de los jugadores de ajedrez. Tampoco se ha visto hasta ahora este vestuario extravagante, tan alejado de la severidad austera de los grandes maestros, con una rebeldía similar a la encarnada por Ilie Nastase en los setenta. Hasta entonces los tenistas iban de blanco, con polos Lacoste o Fred Perry, según latitud y herencia cultural, algo que no iba con el rumano, un macarrilla que presumía de haberse acostado con más de 2.000 mujeres. Nastase decidió que a partir de él los tenistas vestirían como les diera la gana y no venerarían al juez de silla como a un santo sacerdote, y así fue.

De modo que además de presentar ese look estrafalario, el ajedrecista se levantará alzando los brazos en V tras cada movimiento y dará unos saltitos provocadores, mientras miles de aficionados corean su nombre enardecidos y hacen la ola.

Sentado frente al tablero hará muecas, gestos alentadores o burlescos que cabrearán al bielorruso, dispuesto en algún momento a abandonar. Finalmente, cuando aseste el jaque mate a un adversario desquiciado, se deshará de la camiseta y dará dos veces la vuelta al ruedo con el torso desnudo ondeando la enseña nacional.

En ese momento su madre entra por la puerta, levanta la persiana y le despierta. Aún aturdido recuerda entonces que hoy su padre le enseñará a mover las piezas de un ajedrez de madera tallada por él mismo, el que le regaló hace unos días por su sexto cumpleaños.


viernes, 5 de septiembre de 2025

Memorias


MEMORIAS

(quinto relato corto/deportivo del verano)

Vio a Delfín Fernández caminando por la acera de enfrente y cruzó y apretó el paso para alcanzarle. Hacía muchos años que no le veía. Le pasaba con casi todos los amigos con los que había coincidido en el colegio o en las calles del barrio, porque raro era el que no había emigrado, incluso a otras poblaciones y comunidades.

Al llegar a su altura le adelantó y se plantó delante mientras le preguntaba: ¿Qué pasa? ¿No me reconoces?

Fernández se paró, puso cara de sorpresa y pareció dudar unos segundos.

Juan, Juan... - dijo mientras intentaba recordar el apellido, sonreía y gesticulaba insinuando que no hacerlo era un error imperdonable.

Beltrán. Juan Beltrán, para servir a dios y a usted - contestó Beltrán para descafeinar el hecho de que no recordara su apellido -Joder, hacía mucho que no coincidíamos. Sé por la prensa que te va muy bien. Pero, joder, qué años aquellos, qué intensidad, qué bien lo pasamos...

Sí. No me puedo quejar - le dice Fernández.

Beltrán y Fernández coincidieron en el Iuventus, un equipo de barrio de cierta categoría en los años ochenta del pasado siglo, cuando casi todos los campos eran de tierra y los vestuarios tenían un depósito de agua caliente que apenas llegaba para la mitad de la plantilla.

-Joder, Delfín, tenías una zurda con guante de seda. Eras demasiado fino para aquellos patatales. Qué campos...No me extraña que Pradera acabara llevando pantalón largo porque terminaba los partidos con los muslos llenos de raspaduras sanguinolentas. ¿Te acuerdas de Pradera, el cancerbero? A él le gustaba que le citaramos así, el cancerbero. Me enteré que había fallecido hace unos tres o cuatro años porque vi su esquela en un periódico. Demasiado joven...

- Sí. Le recuerdo, vagamente pero le recuerdo. Un chico rubio, muy alto...

- Era alto pero muy moreno - le interrumpió Beltrán - El rubio al que te refieres debe ser Sagarduy, uno grande que jugaba de central. Solía decir que la pelota puede que pasara pero no el jugador. En un córner le pegó un codazo al delantero centro del Padilla y lo dejó KO. Llegamos a pensar que lo había matado. Pero lo más bestia fue el viaje que le dio Valerio a otro fulano ¿Te acuerdas de Valerio? ¿Uno que parecía gitano? Jugaba de lateral.

- Ahora mismo... - balbuceó Fernández.

- Sí, joder, moreno, flacucho, con el pelo hasta los hombros. Pilló a un extremo con las dos piernas y también lo envió al hospital. A los dos o tres años vimos al menda y seguía cojo. Luego supimos que para siempre. ¿Y no ves a nadie de aquellos tiempos? - le preguntó, sabiendo que era difícil, que Fernández viviría en la parte alta de la ciudad o en alguna de las urbanizaciones de lujo de la sierra. Que no frecuentaba el barrio porque sus padres habían fallecido hacía mucho tiempo, y siendo como era directivo de un grupo bancario pertenecía a otro mundo, a otra memoria, a otra dimensión.

- No. La verdad es que he perdido el contacto. Ya sabes. Te cambia la vida...mis padres murieron y vendimos el piso. No sé. Alguna vez me he encontrado con Sánchez. ¿Era Sánchez? Uno bajito que jugaba de extremo. Que era muy rápido, zurdo…

- Santos. Miguel Santos, el cirujano. Joder, cómo corría el cabrón. Pero ese solo jugó un par de temporadas. Se fue al equipo de la universidad y nunca más se supo. Sé que es cirujano porque operó a un amigo mío de cáncer de colon. En su lugar vino un argentino, Cassari, un exiliado ya mayorcete amigo de Sagarduy. Le recuerdo muy bien porque decía que jugaba de güin, de extremo, y era muy supersticioso. Se ponía una media de cada color, y como el refer, así llamaba al árbitro, no le dejaba, las llevaba debajo de las oficiales. Le veías las pantorrillas y parecían las patas de un hipopótamo. Tenía más manías. Santiguarse al revés, salir al campo el último, no jugar los días 13… ¿No lo recuerdas? Cuando marcaba un gol le tarareábamos Superstition, una canción de Stevie Wonder que estaba de moda. Le he visto alguna vez con su mujer.  Era un bellezón...

- Le recuerdo. Tocaba muy bien la guitarra. - apuntilló Fernández.

Era cierto. Alberto Cassari se había tenido que exiliar a finales de los años setenta porque los militares que gobernaban Argentina le consideraban un subversivo. Su principal fechoría era cantar canciones de Jorge Cafrune en un pequeño bar de Buenos Aires. Cuando llegó a España ya tenía treinta y un años, de modo que con Eduardo Bruceño era el veterano del equipo.

- Bruceño también murió. Era mi mentor, el que me enseñó el abc del fútbol, a desmarcarme, a abrir huecos, a tirar las faltas. Claro, es que nos llevaba diez años. Le seguí viendo hasta que se divorció y se fue a vivir con una hermana. Ella me avisó de su muerte. Se pegó un hostión yendo de vacaciones, creo que cerca de Aranda del Duero.

- No le había vuelto a ver - dijo Fernández - recuerdo que fumaba mucho.

- Mucho no, todo. A veces en el vestuario, en el descanso. Tampoco era lo peor. Izquierdo se tomaba un captagón media hora antes, y Carlitos Badosa, un sol y sombra, decía que para entrar en calor. En fin, Delfín...- la rima improvisada le hizo sonreír pero al momento prosiguió - Joder...me ha salido un pareado. Decía que en fin, que nos hacemos viejos...A veces sueño que todavía juego a fútbol, creo que en blanco y negro, y sueles salir tú, en una de esas pesadillas que se repiten. Estás en el centro del campo, te zafas de tu marcaje y lanzas un balón al hueco. Yo corro y corro y corro y corro y cuando pillo la pelota y ya he esquivado al portero me resbalo y veo como el balón se escapa mansamente por la linea de fondo. Joder...lo que daría por volver a jugar, por tener aquella edad...

- No conocemos el valor de las cosas hasta que las perdemos - cerró Fernández.

Se despidieron no sin antes desear volver a verse, pero ni siquiera se dieron el número del móvil, porque ambos sabían que no sería así.

Se había hecho tarde y empezaba a anochecer. Las farolas, recién encendidas, desprendían la luz distinta del verano sobre los plátanos y la tierra reseca y pedregosa del paseo, una luz que Juan Beltrán asociaba a los años dorados de su juventud.


miércoles, 20 de agosto de 2025

Jabalina

JABALINA

(cuarto relato corto del verano)

Valentina se jugaba ir a los europeos en aquel concurso y también, de refilón, su quinto título nacional. La televisión la enfocaba resaltando esa circunstancia y la mala suerte que la acompañó durante la temporada, con lumbalgias que habían impedido regularidad en el entrenamiento. 

Con cintura y espalda protegidas con una faja, Valentina saludó al público al ser presentada, se despojó del pantalón del chándal y empezó a hacer ligeros estiramientos. Aunque se trate de una prueba que requiere fuerza, también precisa de gran rigor técnico, una característica cada vez más común en los lanzamientos, lo que hace que los cuerpos de sus ejecutoras sean también más equilibrados y menos pesados. Valentina Setroksova destacaba por su metro noventa y una estampa escultórica, por encima de la de sus compañeras de fatigas.

En su primer lanzamiento pasó de los sesenta metros, pero quedó por detrás de su gran adversaria, Sara Pinia, y lo que era peor, por debajo de la marca mínima para ir al europeo, que ese año se celebraba en Milán.

Hizo dos lanzamientos más, pero algo desconcentrada por el chandrío que se daba cada vez que la megafonía presentaba a velocistas, corredores de mediofondo y saltadores varios, perdió la oportunidad de mejora con dos nulos, tres puestos en la clasificación y por poco no colarse en la repesca.

En el primero de los tres intentos de regalo mejoró doce centímetros pero tampoco pudo superar la distancia impuesta por la federación. Después vino otro nulo y la desesperación de Valentina, que se dirigió hacia la grada para recoger alguna indicación o simplemente el consuelo de su entrenador. Allí anduvieron analizando la altura del brazo, la carrera, el paso, la posición del tronco, el ángulo, el impulso...

Cuando volvió a la zona de lanzamiento algunas atletas vieron en su mirada que no lo daba todo por perdido. Sentada en el banquillo de descanso con los ojos cerrados, Valentina imaginó los movimientos que luego ejecutaría con la rabia que da sentir que ese verano podía acabar siguiendo los campeonatos de Europa por la televisión, si no era capaz de llegar a la distancia requerida. Se acercó a la raya con los pasos medidos, elevó el venablo a la altura precisa, arqueó el torso y lo lanzó con un ángulo que parecía ideal al objetivo.

El graderío vio primero volar la barra y, ya en el aire, convertirse en un arma arrojadiza, caer casi plana en la superficie del estadio, resbalar unas decenas de metros y alcanzar a uno de los corredores de ochocientos en la curva que conducía a la recta de meta.

Dicen que las armas las carga el diablo y esta tampoco era la primera vez que alguien se cruzaba en el itinerario de un objeto más parecido a una lanza que a una herramienta atlética. Unos años antes un chavalote de 17 años se había cargado a un árbitro de un saetazo en Alemania, pero en este caso el mediofondista solo vio frenada su cabalgada hacia la meta con el talón dañado, así que en vez del podio visitó el servicio de urgencias del hospital provincial, donde le colocaron una férula que le  llegaba a  la rodilla.

En el cono de lanzamiento primero cundió el desconcierto, y más tarde, a medida que se comprendió que el intento había sido invalidado, la desolación, ya que, de ser refrendado, hubiera supuesto récord nacional y mínima europea. Pero el reglamento deja claro que la atleta tiene que clavar la jabalina en la hierba y no en el talón del aquiles que pasa por allí para que la marca tenga validez.


lunes, 28 de julio de 2025

El muro

EL MURO

(tercer relato deportivo del verano)


Al kilómetro treinta no le gusta nada que le llamen "el muro". ¿Por qué no al treinta y uno, o al treinta y cinco o al cuarenta si de lo que se trata es de dar un número redondo? A ese kilómetro sí hay garantía de que llegan los atletas agotados, echando el bofe. Dicen los expertos en maratón no sé qué del glucógeno y de que el cuerpo empieza a chupar la grasa acumulada, una grasa que, para qué engañarnos, no parece abundar entre los de élite. Suena el muro además a disco de Pink Floyd y al Berlín de los años setenta, cuando todavía no corría ni dios, o sí, los africanos, que solo tenían que cambiar la sabana por el asfalto y el tartán.

El kilómetro treinta sí percibe el gesto de preocupación de los corredores populares y una cierta cautela porque, una vez alcanzado, estos bajan el ritmo. Por culpa de la leyenda que lo define como un obstáculo, el kilómetro treinta es siempre el más concurrido. Los familiares y amigos del maratoniano se aglutinan alrededor y lo jalean con fervor y tópicos al uso. El corredor apenas puede sonreír, busca algo con qué hidratarse, hace un gesto con la cabeza y habitualmente acorta la zancada. Habitualmente, porque también existe el atleta temerario o el "sobrao". Sabe el kilómetro treinta que este último acabará renqueante y caerá extenuado nada más cruzar la meta. Durante los dos días siguientes apenas podrá andar, pero cuando le pregunten que qué tal, simulará no haber sufrido y declarará que espera el próximo maratón como agua de mayo. En cuanto al temerario se retirará a los pocos kilómetros abatido por un racimo de calambrazos.

Acabada la prueba, el kilómetro treinta, alias "el muro", vuelve al anonimato. Quitan toda señal definitoria, sea un cartelón chungo o un arco hinchable, y recobra una vida anodina de calle de doble dirección y OTA para residentes.


domingo, 6 de julio de 2025

Caída

(Segundo relato deportivo)

CAÍDA

Decían que Biliardo era un suicida bajando, de modo que, incluso cuando se le vio llegar con algo más de un minuto de retraso a la cima, ningún comentarista arriesgó a darle la etapa y el Giro por perdidos.

Al cruzar la pancarta del puerto, tercero tras dos escapados, sacó una especie de chaquetilla impermeable de no se sabe dónde y se la puso con una calma chicha que permitió llegar a su altura a un colombiano, adelantado durante parte de la subida pero al que habían acabado rebasando.

Le dejó que le abriera camino la media docena de curvas suaves que abrían el descenso, y a la séptima le pasó por la izquierda como una exhalación. El colombiano apenas le cogió rueda los trescientos metros que les separaban del primer giro de herradura, porque allí el italiano empezó una bajada a tumba abierta que, por momentos, alcanzó los 100 kms. por hora, según declaró horas después el motorista de la RAI que le daba cobertura. 

Este había decidido dejarle unos metros de vidilla cuando le perdió al salir de una curva que parecía abierta. Como no le veía metió gas y llegó a ver a lo lejos a los dos escapados pero no a Biliardo. Estaba claro. Se había esfumado en algún tramo anterior, así que avisó a la dirección de carrera e inmediatamente se inició la búsqueda. 

Lo que pasó es que Biliardo había patinado en una pequeña mancha de aceite e ido terraplén abajo por una zona boscosa. Tumbado sobre una manta de líquenes, helechos y zarzales, tuvo la suerte de no golpearse con ningún árbol al caer, de modo que pronto hizo su propio pronóstico: clavícula y rodilla derecha, retirada segura. Pero podía andar y escalar aunque fuera con dificultad, así que empezó a hacerlo ayudándose de troncos y ramajes que usaba para auparse y empujarse. De ese modo, renqueante, con la ropa hecha jirones y el cuerpo lleno cortes y  rasguños consiguió alcanzar la cuneta y ser atendido por las primeras asistencias.

Mientras, otro equipo de emergencia hurgaba medio kilómetro más adelante, en la creencia de que la caída también se podía haber producido en esa zona. Fue allí, en un lugar muy cerrado por los matorrales, donde un joven voluntario encontró algo sorprendente. Era el cadáver momificado de alguien vestido de ciclista, del que, pese al tiempo transcurrido desde su desaparición, pronto se conoció la identidad. Se trataba de Miquele Cortese, vecino de un pueblo no muy lejano, desaparecido diecinueve años antes. 

Su familia declaró que solía subir los picos de los alrededores del pueblo, pero parece que ese día se alejó algo más de la cuenta y seguramente cayó por causas desconocidas en aquella zona frondosa. Aun así, nadie se explicaba que no hubiera sido localizado con anterioridad.

Pese a la expectación que genera el Giro, los titulares se centraron al día siguiente en la noticia del cadáver, que en los medios aparecía pixelado con ropa ciclista de los años noventa, y solo en la crónica de la etapa y en páginas interiores en Biliardo y en el holandés De Graaf que, en esa misma jornada, ganó la etapa y se enfundó la maglia rosa. Fue sin duda el gran día de gloria de Miquele Cortese, vulgar ciclista aficionado.


lunes, 23 de junio de 2025

El penalti

Empezó el verano y a la tradición de repasar la colección de vinilos, ejercicio de memoria, me he propuesto sumar el reto de escribir un relato corto o micro alrededor del deporte cada diez o quince días, un género, el del relato deportivo, que incluso cultivó el gran maestro del cuento, Franz Kafka. Así que ahí va el primero...Y ¡¡¡bona nit de Sant Joan!!!

RELATO NÚMERO 1

EL PENALTI 


El penalti salía apesadumbrado, en boca de una nube de aficionados que abucheaban al árbitro por no haberlo sacado a pasear en el minuto 83, cuando el fichaje estrella, un noruego cuadrado como un armario ropero, había caído de bruces en el área pequeña. 

El penalti se hacía de rogar en aquel campo de villa provinciana, frecuente como lo era en el estadio de la capital, sobre todo cuando el máximo goleador de la liga se tiraba a la piscina. Recordaba con rencor la época en que los hinchas de los equipos rivales le llamaban "penaldo", en referencia a un delantero centro que, se decía, caía al suelo incluso después del pitido arbitral. En esos casos el penalti tenía que aguantar la bronca de la afición rival mientras él oficiaba desde el punto fatídico.

Llevaba tres jornadas sin salir al campo, porque los trencillas discutían en los medios sobre la interpretación del reglamento y el uso del VAR, un artefacto que servía para hacer flashback cuando tenían dudas, y parecían acobardados a la hora de pitar la pena máxima, así que solía pasar desapercibido y a veces se hablaba de él como de un ser ausente. 

Según la estadística el número de sus servicios había disminuido un 20% en la división de honor, y algo parecido ocurría en las categorías inferiores. Su último gran momento se dio en la eliminatoria copera, cuando tras un empate de última hora tuvo que alimentar casi dos tandas. En esas ocasiones el graderío guardaba un silencio sepulcral viendo al verdugo colocar el balón en el lugar preciso y mirar al portero con cara de asesino en serie. Aquel aparentaba aplomo bailoteando como un simio a lo largo de la línea de meta pero tenía las pulsaciones por las nubes. Durante los siguientes días se hablaría del cabezazo del central, que acudía al remate en los saques de esquina, de la inoportuna lesión del centrocampista ganés cuando su equipo iba un gol por delante, pero sobre todo del penalti que clasificó al club visitante y del que, pegado al palo, paró su guardameta suplente.



domingo, 20 de abril de 2025

PEDRO LEÓN, YAGO LAMELA, GOÑI II...

DE NINGUNEADOS, ÁNGELES CAÍDOS Y JUGUETES ROTOS...


¿QUIÉN ERA PEDRO LEÓN?

"Si se estrella el avión del Real Madrid, tú tampoco jugarías" (José Mourinho)

Pedro León (Mula – 1986) llegó al Real Madrid de José Mourinho con apenas 23 años y cierta fama ganada en la selección sub 21. Según se dice tuvo varios desencuentros en el vestuario con el entrenador, un tipo que ha demostrado una antipatía de manual a lo largo de una carrera que fue de más a menos, como la de León. Por aquel tiempo la afición y el periodismo futbolero buscaban héroes autóctonos y el centrocampista, jugador fino, hermano del longevo y muy buen ciclista Luis León, parecía reunir ese perfil, pero parece que el portugués no perdonó la osadía de que le llevara la contraria. 

Ya en una rueda de prensa Mourinho se enfrentó a un periodista que reclamaba la alineación del murciano espetándole, ¿Pedro León, quién es Pedro León?, y un tiempo después la frase que arranca este blog, un ejemplo de mobbing laboral televisado, que acabó con el murciano buscando nuevo equipo.

Quince años después y catorce temporadas en equipos humildes, pero de una competición tan exigente como es la primera división española, León aún viste de corto en el equipo de su comunidad, el Real Murcia, que compite en el tercer escalón del fútbol español, pero no llegó a ser el referente que reclamaba parte de la afición merengue, algo en lo que tuvo parte de responsabilidad el famoso entrenador, que le ninguneó colgándole el sanbenito de segundón con ínfulas.

Me he acordado de ese futbolista, que también pasó sin demasiada gloria por el Eibar, intentando recordar casos de deportistas que, por causas diversas, o no respondieron a las expectativas que generaron inicialmente o incluso tuvieron un final, como no es el caso, más o menos trágico. 


YAGO LAMELA, ÍCARO O AQUILES

“Yo solo quería ser bueno en lo mío” (Yago Lamela)

Según los periódicos de la época Yago Lamela (Avilés 1977-2014) falleció de un infarto de miocardio, pero muchos de los artículos dejaban entrever que, incluso aunque aquel fuera la causa de su muerte, el saltador de longitud más brillante del atletismo español dejaba tras de sí una vida tintada por la depresión.

Todo empezó bien. A finales de marzo de 1999 un Yago que aún no había cumplido 22 años  ponía en aprietos a otro de los grandes saltadores, Iván Pedroso, con un vuelo de 8,56 metros, récord de Europa del momento. 

Sus enormes cualidades físicas y un desparpajo en la pista que contrastaba con su timidez fuera de ella hacían presagiar una carrera sin límites, en una especialidad muy valorada, en la que había destacado gente tan mediática como Bob Beamon, Carl Lewis o el mismo Pedroso.

El dramaturgo Julio Béjar usó la doble leyenda de Ícaro y Aquiles para describir en su obra “8,56” un ciclo vital que le llevó a asombrar al mundo atlético volando sobre la arena del foso y acabar casi cojo, herido en ambos talones, como el héroe griego.

Tras aquel subcampeonato y su bis al aire libre el mismo año llegó la primera frustración en los Juegos Olímpicos de Sidney, donde, quizás asfixiado por la presión, ni siquiera llegó a los ocho metros. 

En 2002 y 2003 volvió a conseguir medallas de metales diversos, nunca el oro, en europeos y mundiales de pista cubierta y aire libre, pero de nuevo fracasó en la olimpiada de Atenas de 2004, a la que ya acudió anestesiado por dolor en los gemelos. Eso es, al fin y al cabo, lo que los voceros de la fama exigen de un Ícaro televisivo.

Operado ese mismo año del tendón de Aquiles, que se volvería a romper por dos veces, se retiró definitivamente en 2009. Descubrió entonces que era un don nadie en el mundo real. Aspirante a piloto de helicóptero en una empresa privada que quebró, universitario en Iowa sin llegar a titularse, músico electrónico fugaz, asediado por la depresión, en 2014 su corazón y sus talones, fuera o no por voluntad propia, dijeron basta.


GOÑI II, UN GIGANTE SIN CABEZA

«Siempre he reconocido que no soy un ángel, pero tampoco un demonio” (Mikel Goñi)

Se suele repetir que en cierta ocasión, Mikel Goñi (Oronoz-Mugaire 1977), se acercó fumando a Julián Retegui, un ídolo que había ganado 21 txapelas, es decir, 21 finales manomanistas en diversas categorías, y le preguntó qué tenía que hacer para parecerse a él: "Si te quitasen la cabeza y te pusieran la mía a lo mejor conseguías algo grande".

Puede que no tuviera cabeza pero era el más gigante en los frontones de la frontera del milenio, 1,87m. y 90 kilos en sus mejores tiempos, un físico que unía a una genialidad que ya como juvenil le convirtió en el pelotari más prometedor del circuito.

Debutante como profesional en 1996, con solo 18 años, pronto empezó a hablarse de un coloso que empezó a asombrar a los aficionados con su demoledora volea, sus ganchos y una derecha que podía enviar la pelota al rebote del frontón, amén de una precisión en las dejadas que, eso sí, podía, alternar con alguna que otra pifia fruto de la falta de concentración. Sin éxitos reales por un espíritu que primaba la fiereza sobre la disciplina y la estrategia, sí atrajo a nuevos públicos, entre ellos el femenino, y le dio una fama que pronto empezó a enseñorear en el mundo de la noche.

No era difícil verle jugar tras una velada en blanco de garito en garito y, descuidado el entrenamiento, coger hasta 15 kilos más de su peso ideal. En 2002, tras un hostión automovilístico bajo los efectos del alcohol, la empresa que le daba cobertura le retiró de la competición antes de una semifinal manomanista que hubiera ganado en condiciones normales. “No ofrece garantías de pasar el control antidopaje”, declaró el espónsor.

Tras esa primera caída aceptó rehabilitarse en un centro y ser tratado por psicólogos, pero siguió descuidando su físico y flirteando con sustancias lo que hizo que empezara a lesionarse. 

En 2009, tras varios años paseando por los frontones con más pena que gloria, se enfrentó a Oinatz Bengoetxea, campeón del año anterior, en el frontón de Eibar y tuvo que ir varias veces al vestuario por la lesión en la pierna que arrastraba. La bronca fue tan monumental que la misma afición que le había encumbrado le empujó a retirarse definitivamente como profesional.

No había acabado todo. Ya en una vida “civil” que combinaba con actuaciones de feria fue detenido acusado de secuestro y torturas tras un ajuste de cuentas por un alijo de marihuana. Total, tres años y seis meses de cárcel que cumplió en 2022.

Leo preparando el blog que en 2024 jugó la final de parejas de un campeonato de “viejas leyendas” en Pamplona, precisamente frente a Bengoetxea, el hombre que le retiró. La crónica resume gran parte de su carrera: una afición coreando el nombre de un pelotari de físico excelso a punto de una nueva espantada. El resultado final, eso sí, una pérdida más que honorable: 22-18. La vida sigue…

Aunque no en su mejor momento Cat Stevens (Londres 1948), de nacimiento Steven Demetre Georgiou, seguía metiendo alguno de sus temas en las listas de éxito y gozando de la fama que había aquilatado a principio de los setenta, cuando decidió abrazar el islam, llamarse Yusuf y subastar todas sus guitarras en 1977, abandonando una carrera musical que no reinició hasta 2006. Me parecía otro modelo de "héroe" caído, esta vez por deseo propio, que venía bien a este blog, además con la hermosísima "The wind", que interpretada en esta última etapa nos habla, qué raro, del destino.



viernes, 24 de junio de 2022

The Searchers

 THE SEARCHERS 

EL DRAMA DE LOS SEGUNDONES

Me parece recordar a “Poupou”, Raymond Poulidor, como un ciclista un tanto atípico, de osamenta ancha, una estructura física alejada de la extrema delgadez de la mayoría de los ciclistas de fondo. Supongo que es más una impresión que una certeza, porque pese a que era el prototipo de deportista segundón, leo ahora que ganó cerca de 200 veces entre etapas, criteriums y vueltas, entre esas el campeonato de Francia, la Milán-San Remo, Flecha Valona, París-Niza, Dauphiné Liberé o Vuelta a España de 1964, y eso no se hace con un culo rebosante y exceso de peso.

Poupou
Pese al tópico de segundón, “poupou” era un ídolo mundial y la afición siempre soñó, me incluyo, con verle doblegar a los líderes de la época: Jacques Anquetil y Eddy Merckx. Imagino que tiene que ver con el deseo de revancha de los “perdedores”, más si uno, como es el caso de Poulidor, además de un tipo muy guapo no era precisamente un perdedor. El problema era que otros le ganaban.

A The Searchers (nombre extraído de una película de John Ford) les ocurrió otro tanto: coincidir con la banda más ganadora de todos los tiempos, The Beatles, y el agravante de hacerlo en su propia ciudad, Liverpool. Si hubieran sido originarios de otra villa británica, como los Rolling, quizás hubieran podido llegar a tratar de tú a tú a los de Liverpool, pero intentar hacerlo en sus mismas calles y clubs era un atrevimiento. Tuvieron un tercer hándicap, y es que, pese a las aspiraciones compositoras de Chris Curtis, el batería del grupo, todos sus éxitos fueron versiones de otros cantantes o conjuntos.

Sin embargo, hace unos días, escuchando en el coche una recopilación de bandas inglesas de los años sesenta del pasado siglo, llegué a confundirles con los Beatles. Así de bien sonaban los segundones del movimiento merseybeat que invadió las emisoras hasta mediados de la década, cuando tras la salida de “Revólver”, el disco que dio un giro a los número 1, estos segundones decidieron dejarlo.

Aprendo también, preparando estas líneas, que Curtis fue fundador con Ritchie Blackmore y Jon Lord de Roaundbout, predecesora de otra banda mítica: Deep Purple.

Para la ocasión y quienes no les conozcáis, cuelgo la primera canción que colaron en las listas yanquis, “Needles and pins”, de 1964, donde se aprecian juegos vocales que recuerdan a los Beatles, y “Sweets for my sweet”, quizás su pieza más conocida, tanto por su versión como la de Jackie DeShannon.

No he podido evitar meter a la propia Jackie DeShannon versionando la primera de ellas, “Needles and pins”, con los Searchers de comparsas bailongos. Así podéis comparar. Por cierto, ¿los que están al borde del escenario no son los Beatles? y por cierto, ¡¡¡qué bien la canta la DeShannon!!!

Empieza el verano!!!



https://youtu.be/zQDi1KRJJeY



lunes, 25 de febrero de 2019

Atletismo


EL NEGRO FUTURO 

DEL ATLETISMO ESPAÑOL

Siempre que un concurso atlético me pilla con la tarde libre por delante, agarro el mando y no lo suelto hasta que veo la pista casi abandonada con los últimos momentos de alguna prueba de salto o lanzamiento.

Así que para alguien que ha visto volar a Bob Beamon más allá de los 8,90 metros en aquel milagroso 1968 en el que pasó de todo, vivido las grandes reyertas entre Ovett, Coe y Cram en el 1.500 a principios de los años ochenta del pasado siglo, o a Aouita o Gebrselassie dominar todas las carreras de fondo entre los 800 y el maratón en décadas sucesivas, difícil es que algo le sorprenda.

No vi correr a Zatopek, al que en su tiempo llamaban “la locomotora humana”, pero he leído el libro que hace unos años le dedicó Jean Echenoz, demasiado triste, pero seguramente la mejor metáfora sobre la rapiña patriótica con que el poder se jama a sus héroes deportivos. 

Pues bien, hace dos fines de semana tuve la fortuna de presenciar el campeonato de España de atletismo en pista cubierta. Alejado del tonillo machista y todavía casposo de los comentaristas futboleros, el de los que se dedican al atletismo tiene un aire familiar, a veces incluso excesivo, porque conocen el estado físico pero también el anímico de l@s atletas y sus entrenador@s.

Así que no hay problema. Aunque estés desvinculado algún tiempo de la actualidad atlética, que esto no es como el fútbol deporte de lunes a domingo, es relativamente fácil ponerte al día, saber la evolución, las marcas, el estado de forma, el futuro inmediato de sus protagonistas, y en este caso, emocionarte, ya que esas protagonistas han sido mujeres y además de color negro, es decir, hijas de los migrantes que los macho alfa del panorama político estatal parecen empeñados en echar a palazos, salvo que lo evitemos.

De color negro es Jaël-Sakura Bestué, paisana mía pero de padre guineano, campeona de 60 metros lisos en pista de cubierta y de 4x100 y 200 metros al aire libre con solo 18 años.

Otra que parece no tener límites es María Vicente. También catalana, pero hija
María Vicente ganando 60 metros vallas
de emigrante cubano es, con 18 años, campeona y récord del mundo de pentatlón sub-20, prueba que, como es natural, dominó en el campeonato.

Negra y también hija de guineana es Salama Celeste Paralluelo, que con 15 años ya ha sido medalla de bronce en 400 metros. En los tres días que duró el campeonato batió su propia marca otras tantas veces, pero lo más sorprendente de esta chica es que también es campeona del mundo de fútbol sub-17. Una pasada para alguien que es solo una niña.
Ana Peleteiro

La más veterana es Ana Peleteiro aunque solo con 23 años. Gallega adoptada, fue campeona del mundo junior de triple salto con 16 años y está empeñada en serlo en categoría absoluta. Ya fue tercera en pista cubierta el pasado año.

La irrupción de semejante negritud, con el rasgo añadido de que no se trata como otras veces de mercenarias sino de hijas de migrantes, es ilusionante y espero que imparable, por más muros y concertinas que se inventen. 

Sirva esto como anticipo de los campeonatos de Europa de Glasgow del próximo fin de semana (preparad el mando para conectar con Teledeporte) y de la celebración del próximo 8 de marzo.












Daymé Arocena pertenece a una nueva generación de cantantes cubanas que como ella misma afirma no puede considerarse integrante de una cultura nativa que no existe.
"No tenemos un pueblo indígena como el Maya o el Quechua. Hicimos un país con un gente de todos lados, eso es lo que distingue a la cultura cubana", afirma. 
Para muestra una rumba.




jueves, 31 de enero de 2019

Piscinas 2


PISCINAS 2

Enseñé a nadar a mis dos hijas en el Polideportivo de Begoña, así que, aunque dejé de frecuentarlo hace tiempo, tiene para mí un gran valor sentimental. Dejé de hacerlo porque pese a su magnitud está absolutamente petado, ya que abastece de ocio deportivo a unos cincuenta mil habitantes de los barrios bilbaínos de Txurdínaga y Santutxu. Al ser este último uno de los más densos de Europa, en los días calurosos del verano sus piscinas descubiertas parecen ubicadas en una metrópoli oriental.

La piscina de Atxuri, con la iglesia de la Encarnación al fondo
En la actualidad frecuento las de Atxuri y La Peña, también barrios populares a las que acuden diversas especies de nadadores, solitarios o en grupo, a veces singulares y hasta exóticos... hace poco un setentón que combinaba bermudas con chaleco y corbata mientras escuchaba reggae a todo volumen.

Y es que las piscinas, como cualquier espacio público, tienen su idiosincrasia, sus peculiaridades, su historia colectiva y personal, y aunque la natación es un deporte individual y siempre defiendo que introspectivo, también proporciona historias, anécdotas, reflexiones. Podría hasta decirse que los vestuarios son reductos con una doble desnudez, la física y la moral.

A mí me encanta coincidir con grupos de chavalotes de alguno de los colegios “pobres” del entorno, casi en su totalidad negros o latinos. Un día felicité al “profe” por lo bien que llevaba a aquel rebaño de ovejas negras, nunca mejor dicho, consiguiendo que su adolescencia resultara amable. También por su tenacidad al seguir dirigiéndose a ellos en euskera. A menudo yo también hablo con ellos. Me explican sus cosas y me doy cuenta de que si hay algo que nunca cambia es la inocencia salvaje (pedazo de oxímoron) de los jóvenes, una virtud que caracteriza una a una y una tras otra a las generaciones que nos han precedido e, imagino, que nos sucederán.

La Piscine de Roubaix en la actualidad
En los vestuarios también se habla de religión, de política, generalmente local, y cómo no, de deporte. Los nadadores somos, como cualquier deportista, mentirosos. Los más veteranos exageran sus largos y los más jóvenes sus marcas, pero hay también momentos de solidaridad, y hasta de ternura. En Atxuri suelen chapotear grupos de personas con problemas cognitivos y psicomotores que parecen mejorar su humor y su autoestima ante la perspectiva de flotar, pienso que lo más parecido a volar. Esta última piscina, construida en 2008, me parece de una gran dignidad arquitectónica, especialmente su bello techo de láminas de madera, que invita a nadar espalda. Pero si hablamos de arquitectura hay que hacerlo de dos piletas francesas de parecida época, La Piscine de Roubaix y la Molitor, en París.

La primera (http://www.roubaix-lapiscine.com/le-musee/la-piscine/) convirtió hace tiempo su espacio art déco en Museo del arte y de la industria tras cincuenta años de existencia.

En cuanto a la Molitor fue fundada en 1929, y en ella se bañó Boris Vian pocas antes de morir, historia recogida en un cómic que hace años publicó Editorial Impedimenta (http://impedimenta.es/libros.php/piscina-molitor). La piscina fue recobrada recientemente como hotel de semilujo y sirvió de escenario en “La vida de Pi” ( https://youtu.be/nxuWOzJ_Vn4).

Piscina Molitor

En fin, donde hay una piscina o un océano que echarme a la espalda allí estoy para recrearme en sus muros y en sus fondos, Poznan, Hammamet, Neiva o Ziguinchor, mientras pueda. Al fin y al cabo nadie sabe cuándo ni dónde va a dar su última brazada…

















En estos tiempos de fervor patriótico parece apropiado escuchar a Boris Vian, escritor, ingeniero, trompetista y cantante, además de nadador frecuente, interpretando “Le deserteur” (El desertor), canción dirigida al presidente de la república francesa en el contexto de la guerra de Indochina.  




jueves, 17 de enero de 2019

Piscinas 1


PISCINAS (1)

No hace tanto que usé un montaje audiovisual de “El nadador”, swining movie a la mayor gloria de un Burt Lancaster que se recorría todas las piscinas de su localidad, lo que me ha animado a calmar mi pasión por el medio con mi propia travesía histórico-virtual. También para una cierta revisión arqueológica de la Barcelona desaparecida.
Vestíbulo de la antigua piscina del CNC en la
Travassera de Gracia

La primera pileta (palabra en franco desuso) en la que me bañé casi niño era una cesión de Baños Populares de Barcelona al Club Natació Catalunya (CNC). Ubicada junto al cine Delicias, exhalaba un penetrante olor a cloro que alcanzaba la acera de la Travessera de Gracia de Barcelona. Recuerdo el vestíbulo y la zona de acceso como un decorado con cierto empaque arquitectónico, pero los vestuarios, con el suelo permanentemente mojado, eran más bien cuarteleros. Teniendo en cuenta que ahora busco piscinas poco concurridas, en las que hacer decenas de largos sin compartir calle, no recuerdo que éstas estuvieran separadas por corcheras, de modo que en aquel caos espacial los bañistas se dedicaban más a jugar que a hacer deporte. Tengo que confesar que eso era precisamente lo que buscábamos.

La piscina fue cerrada y convertida en un local de baile llamado Trocadero, muy conocido en su época y también desaparecido. Entré contadas veces en esa discoteca, pero recuerdo haber visto allí a un grupo de rock progresivo llamado OM, que lideraba Toti Soler, y a Donna Hightower cantando jazz con bastante dignidad.

“Piscinas y Deportes”, en la otra punta de la ciudad y hoy día una de sus zonas más caras, era, con los baños de playa de la Barceloneta, el espacio lúdico del verano. Se trataba de un complejo de tres piscinas, campos de fútbol y amplias zonas ajardinadas que absorbía a bañistas venidos de los barrios populares, en los que no había este tipo de servicios.

Nadar, lo que se dice nadar, era prácticamente imposible entre cientos de jóvenes y niños que gamberreamos sin descanso. Sí recuerdo que en una de las piscinas había un trampolín con varias palancas desde el que, con peligro evidente, se tiraban los atletas más aguerridos.
Piscinas y Deportes

Ya más mayor jugué a menudo a fútbol en uno de sus campos de tierra, normalmente bastante bien cuidados en comparación con los cercanos del Remedios o San Juan de Dios. Este último no solía usarse habitualmente. Recuerdo que en una ocasión uno de los extremos se tropezó en una internada con un objeto duro. Se trataba de una bicicleta abandonada entre hierbajos. Tal era la conservación del campo de juego.

El CNC (https://www.cncatalunya.cat/cat/seccio/veure/7), que con anterioridad había residido en la Barceloneta, consiguió sobrevivir a partir de los años ochenta junto al Parc Güell, y allí sigue. Fue entonces, cuando empezaba su momento de mayor gloria gracias a varios campeonatos y subcampeonatos de Europa de waterpolo, cuando me hice socio. Por entonces aún se podía correr por los caminos del parque con cierto desahogo y luego ir a nadar rodeado de tíos como torres que hacían centenas de largos sin descanso.
Seguirá...



La casualidad ha hecho que hace unos días viera “Cegados por el sol”, versión moderna de “La piscina”, en la que un desatado Ralph Fiennes ofrece una de sus mejores interpretaciones. He aquí su bailoteo a cuenta del “Emotional rescue” de los Rolling. BUFFF!!!





lunes, 24 de septiembre de 2018

Nadando en Banyoles 2018


NADANDO POR SEGUNDA VEZ 
EN BANYOLES
Se atribuye decir a Baroja que los “nacionalismos se curan viajando”, una frase muy loada, paradojas, por determinados nacionalistas cuando no hablan de sí mismos. El problema es que el nacionalismo no es una enfermedad que sanar, sino un sentimiento identitario que, pueda o no compartirse, goza de una legitimidad que nadie debería discutir.
Por segunda vez (http://charlievedella.blogspot.com/2017/10/lestany-de-banyoles.html), y con la excusa de superar mi marca del año pasado, el domingo 16 de setiembre volví a lanzarme al agua del Estany de Banyoles para “viajar” por su superficie entre 1.400 nadadores. Se daba la circunstancia de que era el 75 aniversario de la primera travesía y la organización conseguía batir el récord de participantes (2.700 contando todas las modalidades y distancias), así que el momento era especialmente emocionante.

Pero antes de navegar durante 46 minutos y 28 segundos con la mirada puesta en un fondo vítreo de color turquesa, un intervalo muy útil, como todos los deportes individuales, para la introspección, me gustaría mencionar otro detalle del viaje, eso que no se hace para curar una patología identitaria ni para “dilapidar espacio”, pero sí sirve para aprender.
A mitad de camino elegimos Ayerbe por casualidad, o mejor, pura y simplemente porque está cerca del castillo de Loarre, una fortaleza que había visto muchas veces en internet. Esta rinde con creces lo que promete: un bastión espectacular desde el que Sancho III de Navarra controlaba la Hoya de Huesca. Ahora sirve como inigual localización para películas (“El reino de los cielos”) y series varias.
Cuando la suerte te acompaña y caes en un hotel regentado por alguien culto y sensible (Liam Neilson, que allí descansó, así lo agradece) el viaje se convierte en aprendizaje, y en solo unas horas conoces realidades que en un pueblo tan pequeño y en una comarca casi de paso sorprende: un grupo de seis artistas cincuentones forma una cooperativa; jóvenes emprendedores mantienen un negocio sostenible y de timbre ecológico con productos de la zona, y el hecho de que una mujer llamada Habiba Bahdi lleve el timón de la principal pastelería/panadería del pueblo, nos invita a imaginar que el fundador del pueblo, Yahyà b. Mundir al-Muzaffar, fue quizás paisano suyo.
La plaza Mayor de Ayerbe con la torre del Reloj
Todos nos hablan de las dificultades de mantener sus negocios contra la corriente de una turistificación adocenada, del poco apoyo de las instituciones, también, en tono autocrítico, de la manía de echar balones fuera, pero sobre todo de lo mucho que su tierra ofrece si los itinerarios de la globalización fueran más razonables. También nos subrayan las muchas cosas que en tan poco tiempo hemos dejado de ver. Concluyendo, que habrá que repetir.
Banyoles sí está en un itinerario más oficial. Se lo ha ganado a pulso creciendo con prudencia, cuidando y explotando su belleza natural, y acabando con sus viejos demonios. No en vano, en el club náutico de este pueblo, que durante años exhibió a un africano como animal exótico (https://www.lavanguardia.com/hemeroteca/20161022/411000402862/negro-de-banyoles-museo-darder-catalunya.html), ahora te atiende una chica negra con hiyab y en català, por supuesto. Así lo hacen muchos de sus miles de emigrantes (el 18,75% de la población), que deambulan y trabajan en una población que ya vive la república catalana como un imaginario colectivo muy mayoritario.
En fin, la identidad es libre. Estos dos últimos años he sentido el orgullo y la emoción de pertenecer a una colectividad esporádica, la que desde hace 75 años se tira al agua para recorrer los 2.150 metros que separan los límites del lago de Banyoles. Para quienes viven ese imaginario y para los que no acaban de entender que las personas y los pueblos tienen derecho a desarrollarse como deseen, supongo que este tipo de identidades es propio de “esnobs” sin una patria que echarse a la espalda, pero es que uno tiene una edad ya difícil para entrar en razón...

A raíz de mi zambullida del año pasado revisé “El nadador”, película basada en un cuento de John Cheever que protagonizó un todavía atlético Burt Lancaster. Aunque a mi modo de ver la película ha envejecido mal, la idea de ese nadador que recompone su vida atravesando a nado las piscinas de sus colegas ricachones de Connecticut, es característica del cine de la época y casi un clásico de culto.
He encontrado una especie de trailer acompañado de una canción de Ray LaMontagne, un músico que no había nacido cuando se hizo el film.