jueves, 12 de noviembre de 2020

La verdad

LA VERDAD 

Solo hace unos días un seguidor de Trump, interpelado con cifras sobre la pandemia que asola su país, contestaba en una cadena de televisión con aplastante seguridad: yo no creo en los datos. El verbo “creo”, en este caso usado de forma negativa, nos retorna al universo de las creencias: lo importante no es si algo es verdad o no, si está o no demostrado, si no si me lo creo. 

Sin comentarios... 
El nacimiento de la filosofía, es decir, del pensamiento, allá por el siglo VII a.c. tenía como objetivo conocer la verdad mediante la razón, una herramienta nueva capaz de contradecir el mundo heredado de los mitos ancestrales y el de sus nuevos “aprovechateguis”, los sofistas, esos “magos ilusionistas que producen imágenes irreales”. 

Es curioso que veintiocho siglos después uno de los grandes debates políticos, trasladado recientemente al cosmos del periodismo y la comunicación, sea todavía o de nuevo “la verdad”, y que esta tenga de nuevo que bregar con un mar de nuevos ilusionistas, charlatanes, vendedores de crecepelo o simples mentirosos con enormes audiencias y tan fervientes seguidores como para seguir votando a un sofista de manual. 

Se discute ahora si la sociedad se puede permitir que lo contrario de la verdad, es decir, la mentira corra por ahí sin cortapisas, con el certificado de ser transmitida por un periodista, un tertuliano, un político, un científico...porque sí, también hay científicos, quienes se supone detentan la razón, que mienten como bellacos. Según la prestigiosa revista Nature y la web Ratraction Watch cada año se publican cerca de 500 artículos científicos “inexactos”. Muy interesante para entender el fenómeno del delito científico este artículo de nada menos que 2002: https://elcultural.com/El-delito-cientifico 

Es un tema espinoso, que da yuyu, sin duda, y nada más lejos de la solución que crear un ministerio orwelliano de la verdad, pero a mi modo de ver no deberíamos confundir la libertad de expresión, el derecho de opinión con el derecho a mentir, y habrá que descubrir modelos y fórmulas deontológicas que lo impidan o cuanto menos lo mitiguen, porque como decía hace poco el director de Público, la constitución española no contempla ni protege ese derecho.

Como el blog me ha salido corto, complemento con una canción y poema largos, casi 17 minutos, del último álbum del incombustible Bob Dylan y la figura de un presidente yanqui de trasfondo: "Murder most foul".