miércoles, 5 de julio de 2023

Tablas de Daimiel

 TABLAS


Dicen los libros sagrados del judeo-cristianismo que Moisés, que acababa de recibir las Tablas de la Ley del mismísimo Yahweh, tuvo un cabreo de la leche al ver que en su ausencia los judíos habían construido un becerro de oro al que adoraban y las tiró al suelo, dejándolas hechas unas trizas.

Esa leyenda, con un Moisés muy parecido a Charlton Heston, me reconduce a los primeros años colegiales y otro tipo de tablas, estas de madera, más pequeñas y menos sacras, las tablillas, extensiones del pupitre para ubicar tintero, punteros y plumillas, herramientas con las que los chavales de la época aprendimos a escribir en letra inglesa.

Muchos de esos huecos recónditos, un espacio que también usábamos para hacer carreras de minicars y esconder minúsculas chuletas, fueron testigos de otro tipo de tablas, las que de forma repetitiva nos enseñaron a sumar, restar, multiplicar… todas estas tablas, incluidas las de la ley de dios, que Moisés restauró dando inicio a la celebración judía del Yom Kippur, están en desuso. Los mandamientos tienen ahora una escala jerárquica, siempre al servicio del poder; desaparecieron los pupitres; y la memoria o está desprestigiada o ha sido suplida por la wikipedia y el ChatGPT.

También están en proceso de desaparición los tabloides, periódicos de pequeño formato que apenas cabían en los kioskos en los años setenta y ochenta del pasado siglo, y la amenaza se extiende en mi caso a otra parte de mi memoria, la sentimental que nos liga a las raíces de donde venimos.

las Tablas en 
época boyante
Me refiero a la Tablas de Daimiel, el pueblo de nacimiento de mi abuelo materno, un humedal de algo más de 30 kilómetros cuadrados declarado Reserva de la Biosfera en 1981, que languidece asediado por el hiper-regadío y una gestión siempre a la defensiva de los poderes públicos.

La primera vez que las vi en la adolescencia me pareció mentira que en medio de una llanura, convertida en verano en secarral, pudiera haber un lugar tan paradisíaco. Según su página web aún subsisten especies propias, como garzas, patos, rállidos, nutrias, zorros, diversos tipos de ranas y lagartos, además de algunos peces, como los cachuelos o la carpa común. Si el clima y un cierto nivel de agua lo permite, veranean o hibernan garzas imperiales, cigüeñas negras, grullas y aguiluchos laguneros, algo que empieza a ser casi un milagro.

La denominación de “tabla” se debe a su característica de encharcamiento por la confluencia de los ríos Guadiana y Cigüela en un espacio plano, de tabla, y del brote del extenso acuífero 23, situado en la zona occidental de la llanura manchega, uno de los de mayor volumen de España.

foto tomada por mí en 2012
El problema es que la sequía afecta a la llegada de agua de ambos ríos, pero sobre todo a la sobreexplotación del acuífero. Hace apenas 10 años había quien presumía de cultivar arroz en la zona, una barbaridad tratándose de un cultivo que se efectúa en terrenos y campos encharcados. Según un informe de la asociación ecologista WWF, ya en 2019 se extraía un 72% más del volumen permitido por los planes hidrológicos, el equivalente a algo más de 62.000 campos de fútbol.

Se decía hace tiempo que muchos de los conflictos, incluso de guerra, del siglo XXI se producirían por el uso y la propiedad del agua. De norte a sur de la península esos conflictos ya están ahí: una pugna entre el cortoplacismo y el futuro, el despilfarro de los recursos hídricos o la contención y el decrecimiento, el capitalismo salvaje o el capitalismo inteligente y el socialismo.

Mientras, veo las fotos de las Tablas en la actualidad, con apenas un 5% de su territorio inundado y se me encoge el corazón. Si mi abuelo, el yayo Justo, levantara la cabeza…


Para consolar el ánimo, un homenaje a las pocas tablas que siguen en auge, las de surf, con su grupo paradigmático, los Beach Boys.