lunes, 26 de julio de 2021

El obispo de Colofón

 EL OBISPO DE COLOFÓN

Hasta que he empezado a redactar este blog, la broma sobre el obispo de Colofón era un clásico personal sustentado en un supuesto equívoco. El caso es que el obispo visitaba todos los años el colegio marista en el que me educaron a tiempo parcial para “confirmar” la pertenencia a la iglesia católica de sus alumnos con una media hostia, una función que yo consideraba un tanto baldía. Pero lo más resaltable es que me parecía insólito que el ilustrísimo viniera de tan remotas tierras, que yo, por analogía fonética con su capital (Colombo), ubicaba en Ceilán, la actual Sri Lanka, y en ese equívoco, que confundía un lugar con la función del religioso, ser colofón, cierre y epílogo de un ritual, residía la anécdota.

Pues bien, ahora he sabido que el obispo Maties Solà i Farell (1884-1973), que así se llamaba, no era obispo de Ceilán, pero tampoco de cierre o colofón con minúscula inicial, sino de Colofón con mayúscula, localidad cercana a Esmirna y a la costa turca. Así fue consagrado en 1930.

La mágica Wikipedia me ha conducido a saber algo de la vida azarosa del “obispo de las confirmaciones”, como también era conocido en Barcelona, pero principalmente a desentrañar el error. Capuchino, misionero en México y Nicaragua, vuelve a Catalunya en 1942 y desarrolla una actividad ferviente entre la que destacará su apoyo a la mítica “capuchinada”, encierro de más de 500 estudiantes, profesores e intelectuales convocado por el ilegal Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona en marzo de 1966.

Eso sí, también me han quedado dudas que no he podido despejar: sigo sin saber qué pintaba en Barcelona el obispo de una lejana localidad ubicada cerca del Egeo y me produce extrañeza que su carácter evangélico, parece que heterodoxo, conviviera con el de su “jefe” superior, el titular Modrego, vicario general castrense y procurador en Cortes en la dictadura. Otra curiosidad: el primer destino del tal Modrego fue Azenai, otra ciudad turca. Según parece, en asunto de obispados Turquía debía ser como Panamá o Liberia para los barcos, bandera de conveniencia.

A fuer de lo anterior queda desmentido el equívoco arrastrado durante sesenta años y confirmada la entidad del obispo de Colofón, pero el oficio secundario de Modrego, “procurador” me viene de madre para entrar en un extraño oficio que también considero un tanto inane: me refiero a “procurador de los tribunales”, porque lo de procurador franquista creo que queda claro.

La función teórica de los procuradores (de “procurar”, verbo de significado ambiguo y poco ejecutivo) es servir de multi - intermediario, advertencia de plazos, etcétera, algo que pienso, y pese a la inmensa burocracia de los procedimientos judiciales, debería estar obsoleto en un mundo digitalizado. Mi experiencia es que los/as procuradoras/es son acompañantes, casi utilleros en lenguaje deportivo, licenciados en derecho, porque así se les exige, que llevan los útiles, es decir, carpetas con papeles y notificaciones que el abogado, el centrocampista, debe desplegar en el campo de juego. Leo que la figura está descendiendo, ya que no es preceptiva en muchos procedimientos, algo que me consuela y sin duda aliviará los gastos de los litigantes.

Para redondear lo de los colofones y procuradores traigo otra figura en descenso, valga el conato de oxímoron, la de ascensorista. La última vez que vi un ascensorista fue en un hotel de Colombia hace ya más de veinte años. Tenía un pequeño asiento en el interior, del que se levantaba para darnos paso y preguntar el piso al que nos dirigíamos. Su trabajo consistía en darle al botón correcto y repetir muy cortésmente “con mucho gusto”, mientras subía, bajaba o esperaba aburrido en el banquito. Su estampa me recordó que antaño en los edificios de postín, principalmente en los administrativos, había ascensoristas uniformados, como en las películas americanas. De uniforme recuerdo a Cantinflas en una de las películas que tuvieron más éxito por aquí, “Sube y baja”, y a la candorosa, bellísima Shirley MacLaine en la que para muchos es la mejor película de la historia del cine, “El apartamento”. Como mi abuelo materno solía decir que cuando yo era niño tenía trazas de obispo, me dan ganas de ponerme el traje de luces y dar la “confirmación” honorífica a Billy Wilder, eso sí, sin la media hostia que nos daba el de Colofón. Amén.


Luis Pastor, compañero de generación y habitual del blog, sacó el año pasado un disco crepuscular pero nada baldío con varias colaboraciones, entre ellas esta de Javier Ruibal sobre un poema de Mario Benedetti: “No te salves”. 


https://youtu.be/EiHRFRyYu80