jueves, 6 de marzo de 2025

Ruth Stone

CUATRO POEMAS DE RUTH STONE CERCA DEL 8 DE MARZO

Compré “Bayas púrpuras”, colección de poemas de Ruth Stone (Roanoke  Virginia 1915-2011), casi a ciegas, detalle solidario tratándose de una mujer que dictó la última parte de su obra en la oscuridad de una degeneración macular, es decir, por una de esas críticas, acertada o no, que te llaman la atención. 

Tras una triple introducción, crítica docta, nieta y traductora, empecé a leer sus poemas traducidos, intentando esforzarme en algún que otro en la lengua original, más por intentar captar la musicalidad de los versos que por entenderlos, dado mi escasísimo conocimiento del inglés. 

Pese a un estilo bastante directo, en lectura inicial no me agradó, principalmente los primeros poemas, incluidos en “En un tiempo iridescente”, libro publicado poco antes del suicidio de su segundo esposo en 1959, el también poeta Walter Stone, del que no he podido saber prácticamente nada. 

Es evidente que un hecho traumático que engendra el dolor de una quiebra vital está obligado a variar el rumbo de una obra creativa. En el caso de Ruth lo primero es un duelo de seis años en los que abandona la creación, no la actividad formativa, que desarrolla como profesora en la Universidad de Harvard. A partir de ese momento (1965) la poeta inicia un distanciamiento, una especie de desdoblamiento de identidad que se percibe en numerosos poemas. Formalmente en un estilo todavía más directo y sin prejuicios que enamora a base de relectura. 

He seleccionado cuatro de sus poemas, que creo dan buena muestra de una obra que mereció los premios Nacional del Libro y Wallace Stevens en 2002, además de una nominación al Pulitzer de 2009, y como resumen crítico uno de los párrafos que le dedica la crítica literaria Sharon Olds, por tan sucintos como acertados:
“Es una poeta de la tragedia y es una poeta desenfadada, no una formal, su trabajo está exento de la mojigatería propia de la clase media. Es una gran poeta del humor – incluso de la burla -, y de la mirada osada, irreverente. En sus poemas hay una ausencia de respeto, una libertad tomada, que para mí se parece a la fuerza de los excluidos.”

TENACIDAD
¿Puede haberse acabado tan pronto?
Por qué, si tan solo hace un día
me dejabas ganar al ajedrez
mientras palpabas mi vestido
a la altura de la rodilla.
Esa habitación a la que fuimos
a cien kilómetros de aquí –
¿Se han terminado esos viajes en bus?
Los sauces pasando una tras otro,
lánguidos como bestias pacientes
bajo su pelo amarillo
en los campos invernales;
cruzar los arroyos con nieve –
¿Era la última vez?
Cuando iba a reunirme contigo, creí
haber visto al embalsamador allí parado
en la calle sucia y corriente
de esa ciudad repulsiva y corriente
que se abría como una flor de papel
en el ballet, en la galería de arte,
en aquellos reservados oscuros donde bebíamos cerveza.
Una noche, apoyada en un portal de piedra,
esperé a la persona equivocada,
y cuando él llegó percibí el mortecino
color azul de su piel bajo las luces de neón,
y el olor a basura tras la caseta del metro.
Me siento durante horas junto a la ventana
preparando una carta; tú vienes hacia mí,
hacemos equilibrios como bailarines en mis recuerdos,
palpo tu abrigo, huelo tu ropa,
tu tabaco; tú casi me tocas.

CICATRICES
A veces voy en tren 
camino de una ciudad extraña, 
y tras la ventana
tú me explicas tu suicidio,
atosigándome como un niño enfermo.
Mi paz nunca es total.
A veces te cubro
con un alfabeto
o los cabestros mugen tu nombre
pidiéndome lo imposible.
Las flores de achicoria hablan de ti,
miran el cielo con fijeza
como si yo fuera invisible.
A menudo la distancia desde
aquí al estanque cambia.
Anoche un fuego verde 
bajó cual nave espacial
y me acordé
de aquella gente en Argentina
que entró a una
allí donde la hierba apareció quemada,
y olvidó su forma
como leche que se echa a perder;
olvidaron quiénes debían ser
o quiénes sospechaban que acabarían siendo,
y luego mostraron las cicatrices
de sus frentes
a todo el mundo,
rogando que les creyeran.

EL ABRIGO DE SEGUNDA MANO
Siento, 
al palpar sus bolsillos, que ella usaba guantes finos de algodón,
que tenía una caja de pañuelos, que ella misma de lavaba las bragas,
que comía en el Holiday Inn, que tenía un congelador en el sótano,
que era socia de un club de bridge.
Al despertarme pienso
que me he convertido en ella.
Cuelga abajo, en el vestíbulo,
sombra de tensos hilos.
La deslizo por mis brazos, piel de matrona.
¿Dónde estás? Me digo a mí misma, a ese cuerpo huérfano,
y su abrigo dice,
toma tu cartera, ¿has cogido las llaves?

EL FONTANERO
Su labor es íntima.
Él instala tu retrete.
Coloca un aro de cera
bajo el asiento vítreo
donde irá tu caca.
Le estás agradecida.
Es diestro con la llave inglesa; 
un joven callado
que maneja el soplete.
Él suelda las junturas.
Se arrastra por tu ático polvoriento
entre las cajas de muebles de muñecas,
los trenes, los sacos de dormir
desgarrados, los posters de los Beatles,
los catres de acampada, los platos, los muelles de la cama,
para conectar el tanque de agua caliente.
Y lo admiras
como admirarías a San Francisco,
por cómo acepta con sencillez
el estado de las cosas.
Y el agua fluye como un milagro.
Por la noche cada vez
que tienes la vejiga llena
te levantas de la cama.
Y en vez del horrible hedor
del día antes y quizá
hasta del anterior,
en un momento de alegría pura
no hueles nada más que el dulce
moho de una casa vieja
y tu propia orina al salpicar
con el agua cuando tiras de la cadena.
Y te sientes cómoda, mimada,
como una rica matrona romana
que un chico acabara de amar.


Tirando de autolisis he visto que la lista de músicos suicidas es enorme. Al repasarla me ha sorprendido encontrar nombres que sabía muertos pero no porque ellos mismos lo hubieran decidido, lo que da para uno o varios artículos. 
Por nostalgia he decidido escoger a la pareja formada por Dalida y Luigi Tenco. Compañeros de fatigas en el Festival de San Remo de 1967 defendiendo la canción “Ciao amore ciao”, ambos acabaron con su vida con 21 años de distancia temporal. La tecnología ha juntado las voces de su participación en el certamen.