DOS POEMAS DE BEGOÑA M. RUEDA
PARA EL DÍA DE LOS DIFUNTOS
Creo que la primera vez que le dediqué un blog al día de los difuntos dije no ser amigo de efemérides, pero lo cierto es que, contrariamente a lo afirmado, mi cita anual con los muertos se ha convertido en un ritual que me invita acercarme a algún/a poeta. No en vano la muerte es un tema manido, fácil para el verso.
Viene esta referencia al encuentro con Correyero, porque Begoña M. Rueda, última ganadora del Premio Hiperión, podría ser considerada una especie de hija o cuanto menos relevo poético de aquélla, tanto por su cercanía profesional, una enfermera y la otra auxiliar en un hospital, como por su estilo desgarrado, “humano, demasiado humano”.
Con 29 años Begoña M. Rueda (Jaén, 1992) ha ganado ya el ramillete de los mejores premios de poesía, uno por cada uno de sus siete libros publicados, entre ellos el prestigioso Hiperión con “Servicio de lavandería”. Solo he leído este último y algunos poemas sueltos anteriores, y aprecio un camino que va madurando desde una temática más amorosa y adolescente, también más metafórica, al desgarro del que hablaba anteriormente desde la experiencia cercana de la enfermedad, el deterioro físico, la muerte, e incluso el lenguaje, el argot del trabajo en esa lavandería de hospital.
Así que creo que Rueda podría suscribir los versos de Isla Correyero en uno de los mejores poemas de su “Diario de una enfermera”: “Escúchame, Paolo, yo quisiera escribir para todos los que/sufren en esta larga galería de la muerte”. He aquí dos pruebas casi complementarias:
A 23 de marzo de 2019 De camino a la cafetería atajo por los pasillos de urgencias. Me pregunto por aquel paciente de aspecto enjuto, macilento, al que parecían agarrarle las vísceras las hondas raíces de la quimioterapia mientras esperaba a saber qué, rendido en uno de los asientos del pasillo junto al soporte del suero. Hace un año que me lo encontré allí, con la cabeza lisa y una delgadez extrema, la boca entreabierta y unos ojos perdidos en algún recuerdo remoto como remota es la vida para quien espera sabe Dios qué o a quién con un pijama de listas verdes en los pasillos de un hospital donde todos los días muere un hombre o una mujer da a luz a un niño, así, me pregunto si logró salir adelante, ponerse en pie aquel día, arrastrar sus zapatillas de estar en casa hasta la planta de oncología, tumbarse en la cama y apretar la mano de su esposa hasta recobrar poco a poco la salud, o si en cambio no tuvo otro remedio que continuar esperando sepa Dios qué cosa en ese maldito pasillo de bombillas parpadeantes hasta que la muerte, con su bata blanca, se dignara por fin recogerle. |
A 11 de abril de 2019 A pesar de que la ropa es lavada a temperatura de ochenta grados y tratada con detergentes específicos, productos neutralizadores de cloro, lejías y suavizantes, no es raro percibir un leve aroma a perfume al doblar las camisas de los pijamas. Sé a qué huelen los enfermos antes de fallecer, sé que algunos se peinan, se afeitan, y se empapan de Varón Dandy como si morir no consistiera sino en dar otro de muchos paseos los domingos por la mañana. |