jueves, 16 de abril de 2015

¡OSTRAS, PERO SI ES JAMES CAAN!

Uno de los chistes blancos de mi época era tal que así: un tío está meando en un urinario público y en eso que entra John Wayne y se le pone al lado. El tipo reconoce al actor, da un giro de 90 grados y mientras lo mea de arriba abajo dice con sorpresa: ¡ostras, pero si es John Wayne!

El chiste es flojo y contado por mí una petardada. Los chistes no son mi fuerte. Los cuento al revés, me entra la risa nerviosa antes de empezarlos y los introduzco en el peor de los  momentos. Envidio a esos tipos que los encadenan sin respiro con el tono apropiado, el gesto y la voz adecuada, desatando una risa contagiosa e imparable.

Hace unos días volví a ver “Irma la dulce”. Es, creo, una  de las películas del maravilloso Billy Wilder que peor han envejecido. Ni una candorosa Shirley MacLaine salva ese París de cartón piedra, esas putas de vodevil, y a un Jack Lemmon histriónico, sobreactuado en una historia rebasada por el tiempo. Que eso le pase a un director que mantiene en perfecta actualidad la casi totalidad de sus filmes, un autor rompedor, siempre dispuesto a poner en solfa la doble moral, es una pena.

Pues bien, en un momento dado un soldado americano atraviesa el hotelito que frecuentan las prostitutas callejeras que circundan el mercado de Les Halles. Y sí, ese jovencito casi irreconocible es James Caan, el mismo actor que Ford Coppola descubriría poco después en la tierna “Llueve bajo mi corazón” y lanzó al estrellato en las dos primeras entregas de “EL padrino”. Este reconocimiento, que he tenido que confirmar en la “wiki”, me ha hecho pensar en la parte dura de la carrera de los actores, forzados a pillar lo que les caiga con tal de que o se les conozca o no se les olvide. Es su sino…


Billy Wilder envolvió una de sus películas más divertidas, “Avanti”, con la preciosa “Senza fine”, de Gino Paoli. Militante y cantante progresista, Paoli la cantó una vez más en la fiesta del 1º de mayo de 2011. Helo aquí.