domingo, 27 de octubre de 2013

POBRES

Para no ser menos, las calles de Bilbao también se están llenando de pobres ostentosos, los que no se cortan y salen a las puertas de los centros comerciales o a los portales, principalmente de las casas bien, a pedir un euro que echarse al bolsillo.

Ya no se trata de esas bandas de familias organizadas alrededor de un pequeño capo mafioso que les exige una recaudación mínima al acabar la jornada de “trabajo”. Es una nueva especie de pobre que va expandiéndose por mucho que el PIB haya subido un pírrico 0,1% y el país grande, no sé el pequeño, ya no esté en recesión. Estos pobres son especialmente cuidadosos. Se les nota en su forma de vestir y en los textos de los cartones con los que nos transmiten que no tiene casa, comida, ayuda, ni recursos, sin faltas ortográficas, con una caligrafía de persona escolarizada.

Su despliegue viene siendo imparable. En algunas calles del centro de Bilbao hay un pobre cada diez portales y ya se les ve turnándose en los supermercados como siempre lo han hecho en las iglesias. 

Podía haber dedicado una entrada al pobre de mi barrio, como antes lo hice al peluquero o al frutero, no en vano Terry, el amigo nigeriano que empezó a vender “La farola” y más tarde a pedir a cambio de nada a la puerta del supermercado, me ha relatado esta mañana sus veinte días de “vacaciones” en el CIE de Aluche (Centro de Internamiento de Extranjeros), sin poder dormir por el miedo a ser repatriado. Ya antes de su ausencia forzada por una orden judicial, había sido remplazado por otros dos mendigos, y si últimamente solo de vez en cuando venía a saludarnos, a preguntar por nuestra familia y aceptar con dignidad que le pagara un pincho de tortilla, ahora deberá pactar turno con ellos.

viñeta de El Roto
Los pobres exóticos, como Terry, han dado paso a pobres autóctonos, personas hace poco “normales” que han dejado de simular su situación, porque no está el hambre para azorarse, pero aún los hay que se resisten a reconocer su nuevo status. Intentan mantener los hábitos de sus hijos, incluidas las actividades extraescolares, con poco más de cuatrocientos euros al mes, visten con decoro y acuden a los servicios sociales o las oficinas públicas hablando en voz baja, como si quienes hacen cola no supieran que es como ellos, un tipo que ha perdido el trabajo y está a punto de agotar el paro y los ahorros, y está desesperado. La mayoría de sus mujeres se sigue encargando de la intendencia. Aunque muchas veces es él y no ella el primero en perder el trabajo, son las mujeres las que se acercan a los bancos de alimentos y los comedores sociales a buscar con qué llenar el plato. Hace unos días vi a varias, una de ellas con dos carreras, dando la cara en un programa televisivo.

Es verdad. Ha vuelto al país el pobre de solemnidad, una especie que creíamos destinada a las naciones del tercer mundo, a las que llamábamos con superioridad y cierto desprecio, eso, países pobres. Pero, lentamente, como una plaga bíblica, las calles vuelven a estar pobladas de pobres nativos. Es una pandemia de alto riesgo de la que no pueden librarnos las vacunas ni los milagros.

Según Caritas, en 2012 ya había tres millones de pobres en el estado español, más de uno por cada veinte habitantes. Al otro lado de la barricada, el número de ricos ha aumentado un 5,4% y un 13,2% el de millonarios. Vamos… que el dinero simplemente está cambiando de manos.

Podría haber escogido como banda sonora principal “Cuando la pobreza entra por la puerta el amor sale por la ventana”, una verdad como un puño…, pero me ha parecido más reconfortante la versión del Desolation row de Dylan que nos dejó Fabrizio de André antes de morir tan prematuramente: La vía de la povertá (la calle de la pobreza), que puedes escuchar en Spotify: Fabrizio De Andrè – Via Della Povertà

   

sábado, 19 de octubre de 2013


BIANCALUNA, de GIANMARIA TESTA en directo.



C'é una luna questa sera 
che la tocchi con le mani 
lentamente, lentamente s'avvicina 
e si srotola dal cielo 
è un gomitolo di lana 
è un gomitolo di luna che cammina 
Grande luna nella sera 
e sopra i tetti di Torino 
tutti gatti per la strada far mattina 
che si deve festeggiare 
questa notte un po' speciale 
c'è la luna, Biancaluna che cammina 

Biancaluna sotto il cielo 
e sulle antenne di Milano 
non l'avevi vista mai così vicina 
per chi nasce questa notte 
certo porterà fortuna 
sarà figlio, sarà il figlio della luna 

Grande luna così grande 
che la sfiori con le mani 
lentamente, lentamente si allontana 
e si arrotola nel cielo 
è un gomitolo di lana 
è un gomitolo di luna che cammina 

e si arrotola nel cielo 
è un gomitolo di lana 
è un gomitolo di luna ballerina.

domingo, 13 de octubre de 2013

Estaciones de ferrocarril


LA ESTACIÓN


Las estaciones y los mercados de las grandes ciudades son las catedrales de la época moderna. Sus estructuras de hierro mostraban el músculo de la industrialización, la ambición de arquitectos e ingenieros y la fortaleza de la creciente clase obrera. 

Las estaciones eran además la puerta de entrada de las oleadas de emigrantes a la vida ciudadana, de gente que venía de campos lejanos con la casa a cuestas.

Estació de França de Barcelona
En mi infancia ir a un aeropuerto a ver despegar y aterrizar era un premio exótico. Se iba a ver, no a usar, por mucho que tus padres pertenecieran a las nuevas clases medias del desarrollismo. Por el contrario, la estación de trenes era un bien de uso. Se iba a viajar o a esperar.

En grandes urbes, como Madrid o Barcelona, había no una sino varias estaciones, según los viajeros fueran o vinieran del norte o el mediodía. A mediados del siglo XX fueron creciendo pequeñas ramificaciones, las llamadas estaciones de cercanías, creadas preferentemente para trasvasar recursos materiales y humanos de los barrios a las zonas industriales y viceversa. 
Estación de Toledo


Por claras razones vivenciales mi preferida es la Estació de França de Barcelona. He pasado largas veladas entre su sala de espera y su cantina esperando a familiares que venían en trenes que alguien, como con coña, llamaba “rápidos”, pero tardaban doce horas en hacer un trayecto de 600 kilómetros.
Un rudo servicio de altavoces anunciaba algo que había que descifrar preguntando a los numerosos mozos portaequipajes: siempre el retraso de minutos o incluso horas por razones desconocidas. Lo que empezaba como una espera ávida acababa convirtiéndose, ya a altas horas, en un suplicio, pero aún así, cuando entro en su impresionante vestíbulo, hoy muy usado en publicidad, se me pone la carne de gallina. Después está su bóveda curvada y sus anchos andenes, con un olor que asocio, quizás erróneamente, al hierro y al orín. 

Estación de Amberes
Las viejas catedrales laicas han perdido su carácter sacro.  Algunas han sufrido una reconversión forzada por su mala localización, desbordadas por el crecimiento de las ciudades que las albergan. Han alojado en ellas museos de época o exuberantes especies botánicas y han sido sustituidas por modernas estaciones intermodales, a veces subterráneas. 

Para quienes conocimos el esplendor de las viejas estaciones no hay color. Guardan la melancolía de las despedidas que eran entonces para mucho tiempo.

Vidriera de la Estación de Bilbao
No quiero ser muy chauvinista, así que apunto y muestro otras tantas estaciones de tren que recuerdo y resalto por motivos diversos: la estación de Toledo, que descubrí en mi primer viaje de libre adolescencia; la de Amberes, por su espectacularidad artística; y desde luego, la de Bilbao, por su preciosa vidriera, y sobre todo porque me recuerda las primeras visitas de fin de semana a mi ciudad de acogida.

En cuanto a la nota poética, recurro por enésima a Joan Margarit; a algunos versos del poema del mismo nombre del libro que dedicó a la Estació de França de Barcelona:

“Cada dissabte el tren duia retard
i s´anava fent fosc sota la volta
de ferro i vidre a l´Estació de França,
amb l´olor de carbó de les andanes
i el mostrador mullat de la cantina.
Des de lluny, ella i jo et reconeixíem
entre els vagons, el fum i la gentada.”

“El tren se retrasaba cada sábado;
oscurecía bajo la estructura
de hierro y de cristal de la Estación de Francia,
con olor a carbón en los andenes
y el mostrador mojado en la cantina.
Ella y yo desde lejos entre el humo,
los trenes y la gente ya te reconocíamos.”

viernes, 4 de octubre de 2013

LA VERGÜENZA DE LAMPEDUSA

En el viaje que hicimos a Senegal hace poco más de dos años estuvimos charlando con uno de los cientos de vendedores de telas y toallas que pueblan las dos orillas del río Gambia.  El gobierno se resiste a construir un puente que una los dos márgenes del río, porque alrededor de su paso en barcazas, que puede durar incluso más de un día, viven varios decenas de miles de personas de la venta de todo tipo de mercancías.

Gambia, una lengua alrededor del río de su propio nombre, divide además a Senegal en dos mitades, norte y sur,  y es, por tanto, un obstáculo y una frontera natural. El caso es que el vendedor de toallas se nos acercó al reconocer la lengua castellana y con un humor que mostró la ausencia de rencor, nos contó su experiencia de emigrante frustrado, los trece días en una patera, la muerte de varios de sus  tripulantes, su detención nada más llegar a la costa, el envío a Barcelona y la repatriación forzada en un avión que lo devolvió a su país de origen. Decía con sorna que había tardado dos semanas en llegar a España y apenas 24 horas en ser expulsado. Le preguntamos si volvería a intentarlo y nos dijo con una sonrisa llena de bonhomía que “ni hablar”. Pero lo dijo sin odio. Encima parecía tenernos simpatía…

He recordado a aquel tipo encantador al conocer el desastre de Lampedusa, algo que ya todo el mundo califica con razón como una gran vergüenza europea.