sábado, 30 de octubre de 2021

Begoña M. Rueda

DOS POEMAS DE BEGOÑA M. RUEDA 

PARA EL DÍA DE LOS DIFUNTOS

Creo que la primera vez que le dediqué un blog al día de los difuntos dije no ser amigo de efemérides, pero lo cierto es que, contrariamente a lo afirmado, mi cita anual con los muertos se ha convertido en un ritual que me invita acercarme a algún/a poeta. No en vano la muerte es un tema manido, fácil para el verso.

Tres días antes de que se decretara el primer estado de alarma asistí a un recital de poesía en la biblioteca de Bidebarrieta. L@s invitad@s eran Juan Carlos Mestre e Isla Correyero (creo recordar que había algún tercero pero tal era la fuerza de estos dos que no recuerdo su nombre). Lo cierto es que yo había asistido para escuchar a Isla, de la que en enero había adquirido “Mi bien”, su antología poética, y dedicado un primer blog (https://charlievedella.blogspot.com/2019/12/isla-correyero.html?m=0), así que cuando acabó le pedí que me correspondiera con la suya de puño y letra y, aún sin mascarilla, estuvimos hablando de lo que parecía venírsenos encima.

Viene esta referencia al encuentro con Correyero, porque Begoña M. Rueda, última ganadora del Premio Hiperión, podría ser considerada una especie de hija o cuanto menos relevo poético de aquélla, tanto por su cercanía profesional, una enfermera y la otra auxiliar en un hospital, como por su estilo desgarrado, “humano, demasiado humano”.

Con 29 años Begoña M. Rueda (Jaén, 1992) ha ganado ya el ramillete de los mejores premios de poesía, uno por cada uno de sus siete libros publicados, entre ellos el prestigioso Hiperión con “Servicio de lavandería”. Solo he leído este último y algunos poemas sueltos anteriores, y aprecio un camino que va madurando desde una temática más amorosa y adolescente, también más metafórica, al desgarro del que hablaba anteriormente desde la experiencia cercana de la enfermedad, el deterioro físico, la muerte, e incluso el lenguaje, el argot del trabajo en esa lavandería de hospital.

Así que creo que Rueda podría suscribir los versos de Isla Correyero en uno de los mejores poemas de su “Diario de una enfermera”: “Escúchame, Paolo, yo quisiera escribir para todos los que/sufren en esta larga galería de la muerte”. He aquí dos pruebas casi complementarias:


A 23 de marzo de 2019

De camino a la cafetería

atajo por los pasillos de urgencias.

Me pregunto por aquel paciente

de aspecto enjuto, macilento,

al que parecían agarrarle las vísceras

las hondas raíces de la quimioterapia

mientras esperaba a saber qué,

rendido en uno de los asientos del pasillo

junto al soporte del suero.

Hace un año que me lo encontré allí,

con la cabeza lisa y una delgadez extrema,

la boca entreabierta y unos ojos

perdidos

en algún recuerdo remoto

como remota es la vida

para quien espera sabe Dios qué o a quién

con un pijama de listas verdes

en los pasillos de un hospital

donde todos los días muere un hombre

o una mujer da a luz a un niño,

así,

me pregunto si logró salir adelante,

ponerse en pie aquel día, arrastrar

sus zapatillas de estar en casa

hasta la planta de oncología,

tumbarse en la cama y apretar

la mano de su esposa

hasta recobrar poco a poco la salud,

o si en cambio

no tuvo otro remedio

que continuar esperando sepa Dios qué cosa

en ese maldito pasillo de bombillas parpadeantes

hasta que la muerte, con su bata blanca,

se dignara por fin

recogerle.

A 11 de abril de 2019

A pesar de que la ropa es lavada

a temperatura de ochenta grados

y tratada con detergentes específicos,

productos neutralizadores de cloro,

lejías y suavizantes,

no es raro percibir un leve aroma a perfume

al doblar las camisas de los pijamas.

Sé a qué huelen los enfermos

antes de fallecer,

sé que algunos se peinan, se afeitan,

y se empapan de Varón Dandy

como si morir

no consistiera sino en dar otro de muchos paseos

los domingos por la mañana.


Mi amigo Enric me descubrió hace unas semanas a este viejales rarete y vital, Dan Reeder, un músico/artista/productor... tan autosuficiente que cuanto suena en sus canciones es solo él. Sin embargo he elegido una versión, la de la maravilla que crearon los Procol Harum hace ya más de cinco décadas, "A wither shade of pale" (segunda vez que viene al blog), con esa poética visión de "cipreses que se mecen con el viento nocturnal"...