jueves, 28 de abril de 2022

La pegatina

LA PEGATINA

típica pegata de los años sesenta
El sonido del destornillador en la carrocería del coche y su eco en el anochecer de un callejón del barrio de Gracia desplegó una doble sensación: el logro de un botín de importancia y el riesgo inmediato de que la policía pudiera aparecer en cualquier momento. Creo recordar que el botín era el escudo metálico de una aseguradora, pero no recuerdo el coche, posiblemente un 1400-B.

Creo que ambas sensaciones acabaron con la moda de coleccionar los adhesivos de coches con los que adornábamos las carpetas y libros colegiales. La primera porque el botín de latón no podía ser alardeado, es decir, lucido en el cartapacio; la segunda porque por mucho que adoráramos a los jets y a los sharks, ahora revividos por Speilberg, la senda del hurto y el navajeo que habíamos empezado a rondar era demasiado peligrosa para chavales que aún no habíamos cumplido los catorce.

Como no es muy constructiva no le he contado esta pequeña historia a mi nieto mayor, ahora que se ha convertido en un buen buscador de pegatas para la colección que ambos iniciamos cuando apenas tenía un año de edad y va inundando las “rajoles” (azulejos) de la cocina de casa. Sí podría hablarle de la época dorada de la pegatina, la transición, cuando partidos y sectas varias sacaban lustre a sus consignas en formato tan agradecido, porque sustituía al spray con el que nos habíamos jugado la libertad en sesiones nocturnas, y al cartel, porque además de pringarte de engrudo no tenía ya pared donde caerse muerto.

La mayor parte de la colección hace referencia a productos frutales de procedencia varia e ignota o no (Canarias, Brasil, Isla Bonita, Rincón de Soto o Aquitanie...), ya que muchas veces no se refleja en la pegata. Sí lo hace el nombre de la empresa que comercializa la mandarina, el mango o la manzana, con abundancia de nombres propios, probablemente el de la pareja o hij@ del agricultor/a, sea esta o este Blanca, Marlene, Sigfrido o Melinda.

Husmeando en la web he descubierto que la brillante idea de la colección es tan común como la proliferación del frutero “paki” en los barrios de Bilbao. Así que no hemos descubierto américa y sí una manera algo torpe y cutre de rellenar paredes. Hay incluso páginas web dedicadas al tema, entre ellas esta (http://www.etiquetasdefrutas.es/) que presume de una recopilación de cerca de 80.000 etiquetas.

Junto al coleccionista rico, sea Foster con la perspectiva artística en el Guggenheim, o el comisionista Landeño (el de las mascarillas del ayuntamiento de Madrid), para presumir de opulencia, persiste el recopilador perseverante y concienzudo. Sin ir muy lejos, en estas fechas se expone en el Museo de Orduña una parte (unas 300) de la impresionante colección de planchas (unas 1.000) de Carlos Uzkiano, dícese que una de las mayores de Europa. Puedo asegurar que vale la pena y es un buen motivo para darse una vuelta por la ciudad medieval los próximos ochomaios.


De acompañamiento musical, una de esas canciones en las que uno podría quedarse a vivir: "Southern night", de Sturtz.