martes, 14 de julio de 2020

Viajes...

DE VIAJES...

Aunque puede que no guste a quienes me han acompañado en ocasiones diversas siempre he defendido que mis mejores experiencias viajeras se han dado cuando me he quedado o las he vivido solo, o casi…

Estoy leyendo la primera parte de la autobiografía de Joan Margarit, habitual del blog, y cuenta una experiencia que, unida a emociones recientes, ha estimulado meterme en estas harinas.
Arenys de Mar, años sesenta


En plena adolescencia un grupo de boy scouts, entre los que se encuentra el poeta, decide hacer una excursión a un molino de Montmeló, entonces un pueblo de apenas mil habitantes. Pese a que sus compañeros no han llegado al punto de cita, Margarit piensa que cogerán el próximo tren y embarca solo. No sabe que la excursión se ha suspendido y que él es el único que no se ha enterado porque sus padres no tienen teléfono y nadie ha podido avisarle. Sin embargo el viaje, resuelto de un modo favorable gracias a la hospitalidad de un lugareño, se convierte en una experiencia que recordará toda su vida.

Con catorce años hice algo parecido pero de forma voluntaria. Apañé unos ahorros, les conté alguna media verdad a mis padres y me fui solo a Arenys de Mar, entonces una bella localidad de la costa pero en invierno bastante desabrida. Ahora recuerdo aquella aventurilla con cierta ternura, pero en aquel momento, sin otra perspectiva que vagar por un pueblo casi desértico, fue tan aburrido que acabé pasando la tarde en un cine de sesión continua.

Y ahora el paréntesis emocional y luego sigo. En las últimas semanas he gozado de dos de esas sorpresas que te hacen disfrutar de la vida. Hace unos días recibí por guasap la imagen que acompaño, un collage con fecha de 1980 que no recordaba haber regalado a Fabrizio, un amigo romano con el que mantengo un contacto virtual reconfortante y me ha ayudado alguna vez a traducir expresiones coloquiales del italiano en este blog. El hecho de conservar ese recuerdo “artístico” demuestra que la amistad no sabe de distancias.

Y bien, este envío inesperado y entrañable me devuelve a Margarit, porque conocí a Fabrizio en mi primera visita a Roma, setiembre de 1979, tras un episodio semejante al que él hace mención.

El collage, tal como me lo ha enviado Fabrizio
Al llegar a Roma tras un interminable viaje en barco y ferrocarril descubro que mi contacto, un periodista iraní que colaboraba en Interviu, se había cruzado conmigo. Mientras yo llegaba a Roma, él lo hacía a Barcelona y yo no tenía donde ir. Tras una noche en una cochambrosa y cara pensión cercana a la estación pude contactar con su pareja, y ella y una amiga me dieron cobijo en el pasillo del piso que tenían alquilado. Durante toda la semana camino hasta once horas diarias, sin coger ni un solo medio de transporte, perdido por sus barrios, fueran estos turísticos o no. Solo al atardecer, cuando las chicas volvían de sus trabajos, tenían la hospitalidad de enseñarme la Roma más escondida y nocturna y presentarme a algunos de sus amigos, entre ellos a Fabrizio. Entre todos los recuerdos uno muy especial: ver “Nashville” al aire libre en las termas de Caracalla.

Creo que viajar en soledad te permite degustar, saborear lo que te pasa, aunque sea anodino, y muchas imágenes o conversaciones, sean interesantes o triviales, te acompañarán como si se trataran de algo determinante a lo largo de la vida. Así que además de la imagen nocturna de las termas de Caracalla me quedo con la lectura de un relato de Tom Wolfe en el tren que me lleva a Roma, la de un barrendero que luce una larga cola de caballo en Trastevere, y, desde luego, la de Fabrizio y sus amigas cenando una enorme pizza al aire libre en una cálida noche de setiembre. Triviales o no, ahí siguen, ahí están.

La segunda sorpresa emocional me la ha dado Enric, músico, compañero y amigo del colegio que me ha localizado a través del blog. Sin comunicarnos durante más de treinta años ambos hemos descubierto que nos seguíamos a distancia, en un largo viaje solitario y paralelo que ahora se cruza. En mi caso husmeando en su carrera musical o acercándome a la puerta de su casa familiar en los cada vez más espaciados viajes a Barcelona, como si fuera posible que la casualidad nos hiciera encontrarnos. Durante este mes ambos nos hemos puesto más al día de nuestras cosas, y si salimos de una vez de esta odisea vírica sé que nos daremos un abrazo y “recuperaremos” el tiempo que nos queda.

Como es evidente uso un par de canciones en las que participa para cerrar este recorrido emocional: “Cristall”, del grupo Naïf, que él compuso, y la deliciosa “Silvye”, con Les Anciens, un homenaje a la Vartan, en mi caso al menos, y tras la Hardy, amor platónico de nuestros años mozos. Por cierto, la música de Enric ya estuvo con anterioridad en estas páginas (https://charlievedella.blogspot.com/2018/03/facebok-2.html).