miércoles, 22 de abril de 2020

A la ville de...


“A LA VILLE DE...”, FOTOGRAFÍAS DE 
EUGENI GAY PARA EL DÍA DEL LIBRO

Creo que si tuviera idea de fotografía intentaría hacer cosas parecidas a las que va dejando Eugeni Gay (Txeni) a través de sus libros y exposiciones. No le veo como esos cazadores de instantáneas que persiguen estresados lugares propicios, sino más bien merodeando, paseante como los abuelos de antes, con las manos recogidas en la espalda, esperando que las imágenes transcurran. Recuerdo las primeras fotos que le vi en un reportaje sobre el accidente del Yak que publicó en “El País”, principalmente la de un exprimidor con el zumo de una naranja en la mesa de la cocina. Esa imagen cotidiana de los familiares daba una perspectiva personal e íntima de algo que conocíamos a través de una iconografía truculenta, con restos de fuselaje, cuerpos y pertenencias desperdigadas por una ladera envuelta en la niebla.
Su nuevo libro, “A la ville de...” hace referencia a la frase pronunciada por Juan Antonio Samaranch cuando Barcelona fue elegida sede olímpica. Corría el año 1986. Como en su anterior publicación apenas usa palabras, acaso una corta referencia a la alegría del momento, perdida en una ciudad que incluso para él, que entonces solo tenía ocho años, es, ahora, cada vez más irreconocible.
Veo el libro como un itinerario que empieza en las afueras, quizás el delta del Llobregat, con imágenes de marismas, nubes, cañaverales, plantas invasoras. Tarda en aparecer la mano humana en un bloque de hormigón, una torre de alta tensión y una primera persona, una mujer con cachaba sentada en la cuneta de lo que parece un camino asfaltado. Solo entonces se acelera la aparición del elemento humano, inicialmente a través de rasgos simbólicos, señales de tráfico, espejos, huellas, pero con personas casi siempre sedentarias.
A medida que avanza el libro nos acercamos por fin a la ciudad, a la Barcelona heredada de los juegos olímpicos del 92, desde las laderas y los barrios anteriores, los del desarrollismo, a la nueva ciudad, que apenas se atisba en imágenes de fachadas de cristal, aceras, cemento, vehículos, los colores y las formas de la modernidad. En el centro de esa urbe abigarrada las personas transcurren, caminan, muchas veces parece que deprisa y casi siempre solas, aunque lo hagan entre una aparente muchedumbre y en el marco de una nueva simbología tecnológica e industrial.
Quizás echo a faltar alguna imagen de los nuevos habitantes de Barcelona, aunque sepamos que son, o eran, como los contratos, temporales, turistas que mayoritariamente van a “estar”, no a conocer esa ciudad que para mí, que la abandoné hace treinta y cinco años, ya es pura y simple añoranza.
Bueno, Txeni, es mi aportación de “profano” a un libro que me parece francamente bello. Además, el que quiera peces que se moje, es decir, ¡¡que lo compre!! He hecho coincidir este blog con la cercanía al “día del ídem” con toda intención. He aquí la página web para pedirlo y hacer un buen regalo: http://www.eugenigay.com/books

Vídeo presentación del libro con este link:  https://vimeo.com/user78447834

viernes, 10 de abril de 2020

Voces y sonidos


VOCES Y SONIDOS

Creo que una de las pocas cosas buenas que aporta este tiempo de confinamiento, lo que algunos “confiados” y optimistas definieron inicialmente como “ejercicios espirituales”, es la ausencia de dos poluciones, la medioambiental y la sonora. Respecto de la primera ya se habla de una disminución de más del 25% de las emisiones de CO2, pero como no soy experto no me extenderé.

En cuanto a la segunda, la ausencia de ruido ambiental y la coincidencia de la primavera nos reconcilia estas semanas con las voces vecinales. Bueno, con la voces y los sonidos. Creo que es un universo sonoro que hemos ido perdiendo a embestidas de modernidad, circulación, electrodomésticos, incluida la que transportan turistas y viandantes gritones.

Ilustración de Ana Basarte
para mi relato "Patio interior"
Como una parte de los veranos infantiles los pasé en un lavadero que daba a un patio interior, identifico ese tiempo con los olores y sonidos que salían de las ventanas, y vuelven ahora, tanto tiempo después, con menos diferencias de lo que cabría esperar.

Tengo que decir que, además de los sonidos caseros, de los que luego hablaré, hay tres externos pero no muy lejanos que asocio a mi vivienda actual: el ruido del tren, que solo se oye los días de viento sur cuando traspasa la curva de La Peña y bordea el parque de Ollargan; las campanas de la iglesia del Karmelo; y los cohetes con que se celebran los goles del Athletic. El resto es habitualmente una mezcolanza monocorde difícil de diseccionar.

De modo que es tiempo de recobrar las voces y sonidos de nuestro vecinos, aunque a veces impertinentes, un “te dejo, que me estoy cagando”, la discusión de una pareja o a ese niño rarito que no para de llorar por las mañanas. Todo tan real como que en nuestra pacífica escalera (lo digo en serio) ha habido tres intervenciones policiales. La primera la instamos cuando en plena madrugada y bronca se empezó a oír la eclosión de objetos pesados. La segunda, en el mismo piso, pero con otros inquilinos como instigadores, acabó igual, con el tipo en la comisaria por violencia de género. La tercera fue un clásico, reyerta entre hermanos por una herencia con final sangriento. Pero insisto, pese a lista un tanto truculenta, se trata de una vecindad amistosa y tranquila.

La cadena radiofónica, la música, como el olor de las cocinas, nos describe la idiosincrasia y hasta el poder adquisitivo de los moradores. Por el patio de manzana, el que da a otras viviendas, se suele oír música balcánica, supongo que restos de la oleada de rumanos y búlgaros que llegó al barrio con el milenio; en un piso cercano canciones amorosas para adolescentes; y pared con pared, donde hace años soportamos a Laura Pausini a toda pastilla porque al vecino le había dado por mal beber, se oye la protesta infantil de su nieta.

Desde que empezó el confinamiento nos asomamos todas las tardes a las ventanas y balcones de la calle a aplaudir y vernos la cara. Ahí están los gemelos. Ya tienen barba y las últimas vergüenzas de quienes están saliendo de la adolescencia. El tipo del biscuter, el forofo athlético, no falla ninguna tarde. Saca a pasear el sombrero rojiblanco y dos pequeños altavoces con el inevitable y combativo “Resistiré”, dicen que la canción que un tal Toro dedicó a su padre, un militante comunista, en homenaje a los años de cárcel que se chupó. Hablando de comunistas, el chico de las juventudes que tenía al Ché y a Bob Marley pegados en su ventana los quitó poco después de pasar por el juzgado tras una algarada del 15-M. Y es que los disgustos represivos siempre moderan. Manolo nos saluda de lejos, desde los juveniles ochenta y tantos años que ha pactado con el diablo. Es la hora alborozada de los niños, como ese del segundo de enfrente, tiene una cara de listo que asusta y es el que más grita cuando llega el estribillo y toca hacerlo: ¡Resisitiré!. Chaval, tuyo es el futuro, no lo dudes. De esta saldremos.

Tiene todo esto un aire épico, una suerte de extraño abrazo colectivo, el chute de solidaridad que se merecen los pringados del Covid19: los ancianos, los trabajadores, los pequeños autónomos y la gente de los servicios públicos, los que de verdad sostienen el país. Que no decaiga y que no se nos olvide.


Como “Resistiré” está un poco sobadita y tenemos la esperanza de que esto se acabe para junio a más tardar, una “canción del verano”, la de este grupo popero, Villagers, del que recomiendo especialmente su último cuatro canciones, “The sunday walker”.