viernes, 15 de mayo de 2020

Cebras


CEBRAS

He descubierto que podría pertenecer a la tribu de los cebras hace muy poco, en concreto en el último film de François Ozon, un cineasta que sigo por su capacidad analítica y de creación de dilemas morales.

En “Gracias a Dios”, aconsejable incursión en el universo de los abusos sexuales en el seno de la iglesia católica, uno de las víctimas es un cebra. Tengo que subrayar que una de las mejores virtudes de la película es la gama de “abusados”, que van desde un ultracatólico, precisamente el que inicia el proceso de denuncia, a un medio anarquista ateo, pasando por el cebra, curiosamente el personaje más marginal y fracasado.

Pues bien, la tribu de los cebras la forman las personas con coeficiente intelectual superior a 130. La verdad es que nunca me había puesto a pensar en ello, seguramente porque tampoco he logrado mostrar esas supuestas capacidades. De hecho mi familia se ríe sospechosamente cuando hablamos de ello. Me considero, eso sí, un mediocre excelente (qué oxímoron…) y ha sido a raíz de conocer el palabro que me ha dado por bucear en él y también, por qué no, en ver si algunas cosas de mi vida pudieran tener explicación en esa hipótesis.

Mientras cursaba cuarto curso de bachillerato fui valorado por un departamento de psicometría con un coeficiente intelectual de 145. Con independencia de la más que discutible  validez de ese tipo de test, y a la vista de mi curriculum, he pensado más de una vez que se trató de un traspapele que me adjudicó la inteligencia de J.Q o M.C, los más brillantes de mis compas de colegio. Pero si no fue así, mi evolución posterior es un caso evidente de desescalada cognitiva, en la línea del título de un libro de Rafael Alberti: "Yo era un  tonto y todo lo que he visto me han hecho dos tontos".

En cualquier caso, aquella valoración excelsa y discutible no impidió que al año siguiente batiera el récord del centro, al ser expulsado de clase por todos los profesores excepto el de gimnasia, la única disciplina en la que aspiraba a sacar matrícula (tengo entendido que una década después lo batió un tal Laporta, que llegó y quiere volver a ser presidente del Barça). Especialmente duro fue el castigo del fraile tutor: una semana desterrado y un cero en religión por comer maíces tostados durante el rosario, un “terrible” pecado del que, como es obvio, ni me arrepentí ni me arrepiento. Creo que el hecho de tener retentiva, que no memoria, sí me sirvió para salir airoso del reto, porque saqué un 10 en el examen trimestral y me libré de volver en setiembre.

Ni hasta entonces ni en el tiempo que siguió fui un estudiante excepcional. Solo obtuve dos matrículas en todo el bachillerato y mi puesto entre la media de 42 alumnos que embutíamos las aulas del colegio marista era un diente de sierra que me llevaba de ser el primero de la clase al veintitantos de una quincena a otra. No quiero pasar por alto que yo, como una buena parte de mis compañeros, también sufrí abusos: en segundo de bachillerato, con solo once años de edad, un cura salvaje me apalizó por “hacer gestos”, en ese caso encoger los hombros, otra terrible herejía. Recuerdo como una de las mayores heroicidades de mi vida haber conseguido mantener el tipo y las lágrimas en tan sórdida ocasión.

Se dice de los cebras que son “hiper” casi todo, hipersensibles, hiperestimulados, hiperestesiados, hiperidealistas, hiperjustos…, pero también es habitual que no acaben por conseguir su sitio en el mundo. No sé en cuál de esos “hiper” podría llegar a ubicarme, pero sí me reconozco en dos de sus características: la dificultad de compaginar una cierta capacidad de concentración, o de abstra/distracción, con la necesidad de frenar la cabeza, algo que siempre me ha impedido centrarme en algo definitivo, y el miedo al fracaso. Es como si desde muy joven te pudiera la sensación de que no vas a tener tiempo ni capacidad para hacer todo lo que quieres hacer, que no puedes perder mucho tiempo en “esto” porque también quieres hacer “aquello”, y encima no vas a ser capaz, y así indefinidamente. Algo que te rebela contra el paso de tiempo, que es tanto como tener siempre presente que te acabarás muriendo. Si esto es lo de ser cebra y “no tener sitio en el mundo”, me apunto: detesto la manía de morir que tenemos los humanos.


Creo que esta escena de “Blade runner” refleja como ninguna otra la ira contra un dios creador que te coloca un chip de obsolescencia. No sé si la secuencia está bien traída, pero creo que el asunto planea a lo largo del blog y no deja de ser un buen desahogo.



viernes, 1 de mayo de 2020

Burocracia


BUROCRACIA


Suelo poner como ejemplo de la complejidad legislativa y de la necesidad de hacerlo bien, algo que viví en primera persona cuando estaba en activo.

Sede del BOE
Para no aburrir lo simplificaré. Con el fin de ajustar el acceso y reparto de la pensión de viudedad de ex cónyuges separad@s o divorciad@s, en 2007 se modificó la ley general, condicionándolo a que est@s cobraran pensión compensatoria del/la fallecid@. El problema es que el legislador utilizó un gerundio, “siendo”, en vez de un subjuntivo, “sea”.

Un grupo de avispadas abogadas de Vitoria se dieron cuenta del error y protagonizaron decenas de demandas que ganaron en todo el escalón judicial, lo que finalmente obligó a la administración a mover la semántica legislativa y adoptar el subjuntivo para restablecer el fin perseguido. Fin del rollo introductor.

Ligo esto con las dificultades que la administración, no hablo de los gobiernos, hablo de la administración, es decir, de los servicios públicos, sufren desde que se desató la pandemia. Esta ha puesto en la palestra a un colectivo habitualmente denostado, el de los empleados públicos, dándonos cuenta de que a él pertenece el personal sanitario, el de correos, los cuerpos de seguridad, la enseñanza pública, pero también quienes tramitan, resuelven y pagan Ertes y prestaciones sociales.

Y bien, ahora sabemos que el estado español es el quinto por la cola de la UE en porcentaje de funcionarios por cada mil habitantes. Por cierto, un tercio son interinos o temporales, algunos con hasta 35 años de servicios; por cierto de nuevo, en la Administración del Estado el personal laboral perteneciente a la última categoría profesional es mileurista (14.573,86 euros anuales + trienios); por cierto, finalmente, la edad media de ese colectivo está alrededor de los 55 años.

Con pocos recursos humanos – en los últimos días hemos sabido que el Ministerio de Sanidad, es decir, el que está llevando el peso coordinador de la pandemia solo tiene 6.202 empleados públicos entre todos sus organismos, y únicamente 1.044 en su núcleo central – las distintas administraciones se están enfrentando no solo a la falta de medios sanitarios, de protección, etc., sino también a una avalancha de normas que tienen que aplicar sobre la marcha, y ahora enlazo con los primeros párrafos, redactadas bajo presiones múltiples y contra reloj, es decir, con casi inevitables errores y contradicciones.

A efectos comparativos señalaré que en estos cuatro meses el Gobierno del Estado ha publicado en el BOE 370 órdenes ministeriales, 15 reales decretos ley y 491 reales decretos. En el caso de los reales decretos ley se han publicado tantos como los de todo 2019 y ya un 70% en el de los reales decretos.

A quienes desde diversos estamentos peleamos cuando estábamos en activo por la mejora de lo que despectivamente llamamos burocracia nos apena el tiempo perdido: la mengua progresiva de efectivos, su envejecimiento, el aparcamiento de los proyectos eternos de “ventana única” y claridad competencial, de desarrollo del teletrabajo, del repliegue del acercamiento al ciudadano, sustituido por webs no ya poco amables, sino absolutamente laberínticas e incapaces de combinar seguridad y accesibilidad, etc.etc.etc. Recortes, carencias, falta de herramientas que ahora echamos de menos. 

Pero como dicen los colegas de Eragin, un colectivo de jóvenes peleones del País Vasco, en un animoso y ojalá no ingenuo slogan: NO ES LO QUE HAY”.

Ah, me olvidaba, y ¡VIVA EL PRIMERO DE MAYO!



Y para animar otro poco más, un bailable todavía más esperanzador que he pillado por casualidad.