viernes, 5 de septiembre de 2025

Memorias


MEMORIAS

(quinto relato corto/deportivo del verano)

Vio a Delfín Fernández caminando por la acera de enfrente y cruzó y apretó el paso para alcanzarle. Hacía muchos años que no le veía. Le pasaba con casi todos los amigos con los que había coincidido en el colegio o en las calles del barrio, porque raro era el que no había emigrado, incluso a otras poblaciones y comunidades.

Al llegar a su altura le adelantó y se plantó delante mientras le preguntaba: ¿Qué pasa? ¿No me reconoces?

Fernández se paró, puso cara de sorpresa y pareció dudar unos segundos.

Juan, Juan... - dijo mientras intentaba recordar el apellido, sonreía y gesticulaba insinuando que no hacerlo era un error imperdonable.

Beltrán. Juan Beltrán, para servir a dios y a usted - contestó Beltrán para descafeinar el hecho de que no recordara su apellido -Joder, hacía mucho que no coincidíamos. Sé por la prensa que te va muy bien. Pero, joder, qué años aquellos, qué intensidad, qué bien lo pasamos...

Sí. No me puedo quejar - le dice Fernández.

Beltrán y Fernández coincidieron en el Iuventus, un equipo de barrio de cierta categoría en los años ochenta del pasado siglo, cuando casi todos los campos eran de tierra y los vestuarios tenían un depósito de agua caliente que apenas llegaba para la mitad de la plantilla.

-Joder, Delfín, tenías una zurda con guante de seda. Eras demasiado fino para aquellos patatales. Qué campos...No me extraña que Pradera acabara llevando pantalón largo porque terminaba los partidos con los muslos llenos de raspaduras sanguinolentas. ¿Te acuerdas de Pradera, el cancerbero? A él le gustaba que le citaramos así, el cancerbero. Me enteré que había fallecido hace unos tres o cuatro años porque vi su esquela en un periódico. Demasiado joven...

- Sí. Le recuerdo, vagamente pero le recuerdo. Un chico rubio, muy alto...

- Era alto pero muy moreno - le interrumpió Beltrán - El rubio al que te refieres debe ser Sagarduy, uno grande que jugaba de central. Solía decir que la pelota puede que pasara pero no el jugador. En un córner le pegó un codazo al delantero centro del Padilla y lo dejó KO. Llegamos a pensar que lo había matado. Pero lo más bestia fue el viaje que le dio Valerio a otro fulano ¿Te acuerdas de Valerio? ¿Uno que parecía gitano? Jugaba de lateral.

- Ahora mismo... - balbuceó Fernández.

- Sí, joder, moreno, flacucho, con el pelo hasta los hombros. Pilló a un extremo con las dos piernas y también lo envió al hospital. A los dos o tres años vimos al menda y seguía cojo. Luego supimos que para siempre. ¿Y no ves a nadie de aquellos tiempos? - le preguntó, sabiendo que era difícil, que Fernández viviría en la parte alta de la ciudad o en alguna de las urbanizaciones de lujo de la sierra. Que no frecuentaba el barrio porque sus padres habían fallecido hacía mucho tiempo, y siendo como era directivo de un grupo bancario pertenecía a otro mundo, a otra memoria, a otra dimensión.

- No. La verdad es que he perdido el contacto. Ya sabes. Te cambia la vida...mis padres murieron y vendimos el piso. No sé. Alguna vez me he encontrado con Sánchez. ¿Era Sánchez? Uno bajito que jugaba de extremo. Que era muy rápido, zurdo…

- Santos. Miguel Santos, el cirujano. Joder, cómo corría el cabrón. Pero ese solo jugó un par de temporadas. Se fue al equipo de la universidad y nunca más se supo. Sé que es cirujano porque operó a un amigo mío de cáncer de colon. En su lugar vino un argentino, Cassari, un exiliado ya mayorcete amigo de Sagarduy. Le recuerdo muy bien porque decía que jugaba de güin, de extremo, y era muy supersticioso. Se ponía una media de cada color, y como el refer, así llamaba al árbitro, no le dejaba, las llevaba debajo de las oficiales. Le veías las pantorrillas y parecían las patas de un hipopótamo. Tenía más manías. Santiguarse al revés, salir al campo el último, no jugar los días 13… ¿No lo recuerdas? Cuando marcaba un gol le tarareábamos Superstition, una canción de Stevie Wonder que estaba de moda. Le he visto alguna vez con su mujer.  Era un bellezón...

- Le recuerdo. Tocaba muy bien la guitarra. - apuntilló Fernández.

Era cierto. Alberto Cassari se había tenido que exiliar a finales de los años setenta porque los militares que gobernaban Argentina le consideraban un subversivo. Su principal fechoría era cantar canciones de Jorge Cafrune en un pequeño bar de Buenos Aires. Cuando llegó a España ya tenía treinta y un años, de modo que con Eduardo Bruceño era el veterano del equipo.

- Bruceño también murió. Era mi mentor, el que me enseñó el abc del fútbol, a desmarcarme, a abrir huecos, a tirar las faltas. Claro, es que nos llevaba diez años. Le seguí viendo hasta que se divorció y se fue a vivir con una hermana. Ella me avisó de su muerte. Se pegó un hostión yendo de vacaciones, creo que cerca de Aranda del Duero.

- No le había vuelto a ver - dijo Fernández - recuerdo que fumaba mucho.

- Mucho no, todo. A veces en el vestuario, en el descanso. Tampoco era lo peor. Izquierdo se tomaba un captagón media hora antes, y Carlitos Badosa, un sol y sombra, decía que para entrar en calor. En fin, Delfín...- la rima improvisada le hizo sonreír pero al momento prosiguió - Joder...me ha salido un pareado. Decía que en fin, que nos hacemos viejos...A veces sueño que todavía juego a fútbol, creo que en blanco y negro, y sueles salir tú, en una de esas pesadillas que se repiten. Estás en el centro del campo, te zafas de tu marcaje y lanzas un balón al hueco. Yo corro y corro y corro y corro y cuando pillo la pelota y ya he esquivado al portero me resbalo y veo como el balón se escapa mansamente por la linea de fondo. Joder...lo que daría por volver a jugar, por tener aquella edad...

- No conocemos el valor de las cosas hasta que las perdemos - cerró Fernández.

Se despidieron no sin antes desear volver a verse, pero ni siquiera se dieron el número del móvil, porque ambos sabían que no sería así.

Se había hecho tarde y empezaba a anochecer. Las farolas, recién encendidas, desprendían la luz distinta del verano sobre los plátanos y la tierra reseca y pedregosa del paseo, una luz que Juan Beltrán asociaba a los años dorados de su juventud.